POR JUAN DAL MASO /
Un recorrido por las principales ideas del marxista y revolucionario italiano y su plena vigencia, ante un nuevo aniversario de su muerte, el 27 de abril de 1937.
Los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci (1891-1937) son una de las obras marxistas del siglo XX que más influencia ha logrado en los más variados ámbitos. Publicados luego de su muerte en ediciones temáticas por el Partido Comunista Italiano (PCI), fueron objeto de amplias instrumentalizaciones realizadas por ese partido, que buscó basar en la autoridad de Gramsci su política de “vía italiana al socialismo” primero y “compromiso histórico” después.
La publicación de la edición crítica de los Cuadernos de la cárcel a cura de Valentino Gerratana en 1975 abrió un curso nuevo en el conocimiento, interpretación y recepción de la obra del comunista sardo.
En los años 80 en América Latina, Gramsci fue leído como una referencia para las “transiciones a la democracia” que dejaron más amarguras que alegrías incluso en algunos de sus defensores más entusiastas. En esos momentos, la disolución del PCI en Italia y el retroceso del marxismo en los marcos de la ofensiva neoliberal del capitalismo, implicaron una “década a luz apagada” para el propio pensamiento de Gramsci en su país de origen, mientras la influencia de sus ideas se expandía en otros países, multiplicándose en las décadas siguientes, llegando a una suerte de auge que coincidió con el 80 aniversario de su muerte en 2017.
El desarrollo de los estudios gramscianos en Italia (que incluye la elaboración y publicación en curso de una nueva edición crítica de los Cuadernos de la cárcel) y otros países, ha permitido a su vez un conocimiento filológico más preciso de su obra, contribuyendo a desmontar ciertas coordenadas de interpretación muy fuertes pero relacionadas con los contextos históricos anteriores: Gramsci como teórico del consenso, Gramsci como teórico del cambio cultural, Gramsci como teórico de la hegemonía en democracia.
Pero su legado sigue siendo un campo de batalla, porque está sujeto a distintas interpretaciones, de las cuales podemos destacar la lectura posmarxista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en sus variantes socialdemócrata o populista de izquierda y el revival de la interpretación “eurocomunista”, ahora más debilitado por las trayectorias de Syriza en Grecia y Podemos en España. En ese marco, repasaremos algunos tópicos planteados en los Cuadernos, para intentar alguna reflexión posterior sobre su actualidad.
Entender y combatir al Estado
Gramsci escribe en octubre de 1931: “El Estado (en su significado integral: dictadura + hegemonía” (C6 §155) [1]. Esta fórmula sintetiza un conjunto de problemas.
Generalmente se considera que Gramsci tuvo el mérito de señalar que la dominación burguesa en Europa Occidental no se basaba solamente en la represión sino también en el consenso. Si bien esto es parte de su planteo, presentarlo solamente de esa forma es una interpretación un poco reductiva de su pensamiento. A la distinción elemental entre Oriente (Rusia con su autocracia zarista) y Occidente (Europa con sus democracias parlamentarias), Gramsci agrega una cuestión fundamental que hace más compleja la mera explicación de la dominación por el consenso: el análisis en los cambios de las formas del poder estatal ante el desafío de las masas movilizadas por la guerra y el ascenso posterior a la Revolución rusa, que va desde la crisis del parlamentarismo y el desarrollo de fenómenos bonapartistas y cesaristas hasta el fascismo que es un caso extremo de esta tendencia. Por decirlo sintéticamente, el Estado avanza sobre la “sociedad civil” burocratizando y estatizando partidos y sindicatos, que antes mantenían una independencia relativa o absoluta (según las orientaciones políticas) respecto de la autoridad estatal.
Desde otra óptica, Trotsky realizó en 1940 un análisis emparentado con este, a propósito de un fenómeno de carácter internacional que abarcaba los países fascistas, la URSS de Stalin y los capitalismos “democráticos”: la estatatización de los sindicatos y el crecimiento de tendencias bonapartistas (es decir formas de poder estatal que se salen el marco puramente parlmentario apostando a una autoridad fuerte o a un mayor peso del aparato burocrático-policial-militar).
Revolución pasiva y Revolución permanente
Polemizando con las ideas del filósofo Benedetto Croce, Gramsci critica las concepciones que buscan reducir la lucha de clases a un enfrentamiento con límites pre-establecidos y transforman la dialéctica en un lento proceso de evolución reformista. Esta reflexión se une con el tratamiento de otra temática relevante en los Cuadernos de la cárcel: la de revolución pasiva, es decir los procesos de “restauraciones progresistas” o “revolución sin revolución”, que implican una modernización desde arriba sin cambios estructurales o formas de reorganización de la autoridad del Estado incorporando ciertas exigencias o demandas que vienen desde abajo, para asimilarlas dentro de una estrategia de recomposición del orden. Gramsci analizaba con esta categoría fenómenos tan disímiles como el proceso de formación del Estado italiano, el fascismo, o el revolucionamiento de la técnica de producción realizado por el capitalismo norteamericano mediante una “racionalización de la producción” (fordismo) que a su vez iba acompañada por una “racionalización de la población” mediante la regimentación de las costumbres en función del trabajo industrial (americanismo).
Gramci establece una distinción conceptual, histórica y estratégica entre la revolución pasiva y la revolución permanente. Esta había sido la “fórmula histórico-política” que había guiado el desarrollo de las revoluciones de los siglos XVIII y XIX, previa a la conformación de los Estados descritos más arriba. La revolución pasiva es la alternativa que pone en pie el capitalismo para neutralizar esa dinámica de revolución permanente.
La revolución pasiva y la revolución permanente son tendencias contradictorias al interior de la sociedad capitalista. La primera caracteriza los modos de recomposición del poder burgués mediante la absorción de los desafíos que vienen desde abajo. La segunda, caracteriza la dinámica de la lucha de clases cuando puede desarrollarse sin las constricciones de la mediación estatal. Las ideas de hegemonía y guerra de posición buscan encontrar los elementos de continuidad de la revolución permanente frente a Estados como los descritos más arriba. Por eso, Gramsci utiliza el concepto de “forma actual” para definir la relación entre revolución permanente y hegemonía, a lo que nos referirémos más adelante.
Hegemonía, formas de lucha y estrategia
Gramsci define en el Cuaderno 1 que para conquistar y retener el poder, una clase deber dirigir a las clases aliadas y dominar a las enemigas. Este tema tiene un amplio desarrollo en los Cuadernos de la cárcel y abarca desde los problemas de fundación y construcción de un Estado obrero hasta la dominación burguesa, pasando por las relaciones entre el marxismo y la cultura de Occidente, Marx y Maquiavelo y un largo etcétera. Para ello, la categoría de la hegemonía, utilizada ampliamente el marxismo ruso por intelectuales y dirigentes como Axelrod, Plejanov, Lenin y Trotsky, fue incorporada por Gramsci como una piedra de toque de sus reflexiones teórico-políticas.
En los años 80, por obra de las “transiciones democráticas” o del posmarxismo, se impuso una idea de que la hegemonía era una concentración de fuerzas dentro de los marcos de la democracia burguesa. Sin embargo, el planteo de Gramsci se encuentra bastante distante de ese tipo de perspectivas.
Gramsci se propone entender la hegemonía como “forma actual” de la revolución permanente. Es decir que el proceso de lucha de clases que en las revoluciones de los siglos XVIII y XIX aparecía como un movimiento constante de transformaciones revolucionarias que empujaba a la sociedad más allá de los límites establecidos por la burguesía, se vuelve más complejo por la mediación del Estado que incorpora a las organizaciones obreras y partidos dentro de una política reformista y conservadora, frente a lo cual la dinámica de los procesos revolucionarios se expresa también de un modo más mediatizado. La preparación política para una acción insurreccional debe ser mucho mayor de lo que suponía un imaginario que reducía la Revolución rusa al acto de la insurrección de Octubre desconociendo los 12 años de luchas en sus más variadas formas entre 1905 y 1917. En estas reflexiones, Gramsci retomaba las orientaciones estratégicas y tácticas del Tercer y el Cuarto Congresos de la Internacional Comunista, que habían planteado la posibilidad de que la revolución en Occidente revistiera la forma de una guerra civil anterior a la conquista del poder.
Las reflexiones sobre “guerra de posiciones” y “guerra de maniobra”, en las que Gramsci asocia la primera con una lucha de tipo acumulativo y omnicomprensivo (social, política y militar) y la segunda con una lucha más directa por el poder (también social, política y militar), parten de la distinción de ambas como formas de lucha, oscilando entre la idea de que una estrategia acorde a la realidad de ese momento debería combinarlas con primacía de la primera y la idea de que al agotarse los alcances de las restauraciones, la guerra de posiciones puede volver a transformarse en guerra de maniobra. En definitiva, para Gramsci la estrategia se asocia con el arte político de determinar los pasos a seguir según la relación de fuerzas, más que con la primacía de una sola forma de lucha establecida como un esquema rígido.
El Estado obrero y la construcción del socialismo
Gramsci fue crítico de ciertos límites de la experiencia soviética. Destacando los avances del Plan Quinquenal, señalaba sin embargo que en los desarrollos teóricos de ese momento en la URSS se expresaban residuos de mecanicismo. En su concepción, la dictadura del proletariado implicaba un constante movimiento de intervención de las masas en los asuntos públicos, en la perspectiva de superar la diferencia entre dirigentes y dirigidos. En este contexto, mientras el estalinismo decía al mismo tiempo que se había conquistado el socialismo en su nueve décimas partes pero que era necesario un Estado policial, Gramsci destacaba la importancia de mantener la perspectiva de la extinción del Estado, que se daría en la medida en que se afirmaran los elementos socialistas de la sociedad soviética reduciendo las intervenciones autoritarias y coactivas del poder estatal. Sin embargo, su concepción de una democracia sustantiva no incluía con suficiente centralidad una institucionalidad específica, como la democracia soviética mucho más presente en su etapa juvenil.
En este marco, la idea del partido como “moderno Príncipe” (retomada del diálogo con el legado de Maquiavelo), supone una constante serie de transformaciones también en la sociedad de transición pero aparece sin suficiente conexión con el desarrollo de organismos de democracia de masas que sean más amplios que el partido. El tema de la democracia fabril y los consejos de fábrica tiene cierta presencia en los Cuadernos, pero dentro de una posición subordinada en relación con el partido. Esto tiene que ver con que Gramsci consideraba que la URSS estaba en una “guerra de posición” en el plano internacional y en ese sentido consideraba el “socialismo en un solo país” como una posición compatible con la perspectiva internacionalista, en tanto la revolución debía adaptarse al cambio de circunstancias producto de los giros de la situación mundial. En este contexto, tomaba distancia de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, aunque no había tenido posibilidad de leer las obras del revolucionario ruso posteriores a su expulsión de la URSS, con excepción quizás de Mi Vida, la cual parecería haber leído en la cárcel, pero no está comprobado fehacientemente.
Filosofía de la praxis, nueva forma de pensar y nueva cultura
Una cuestión importante del pensamiento de Gramsci tiene que ver con su intento de vincular los problemas políticos con los de la lucha ideológica, antes y después de la conquista del Estado por la clase obrera. Esta tarea es parte del trabajo que debe hacer el partido, pero yendo más allá de la actividad inmediata y pensando en crear grandes cambios culturales vinculados con los cambios económicos y políticos revolucionarios. De allí que Gramsci piense que el marxismo constituye una síntesis de los principales desarrollos de la cultura de Occidente y debe continuarlos reformulándolos hacia lo que llama “un nuevo humanismo laico”, que permita unificar a la humanidad desde el punto de vista del acceso al conocimiento en la misma medida en que avanza en la superación de la sociedad de clases. Parte fundamental de esta cuestión tiene que ver en primer lugar con sostener la posibilidad y necesidad de que la clase trabajadora constituya su hegemonía respecto de los demás sectores oprimidos, que no es solamente una alianza por fines prácticos inmediatos, sino también una dirección “intelectual y moral”, en la que el marxismo (reformulado por Gramsci como filosofía de la praxis en la medida en que es una teoría de su propia práctica) ofrece los fundamentos para un posición independiente respecto de las concepciones de la economía, la política y el Estado que defiende y difunde la burguesía mediante sus “aparatos hegemónicos” (medios de difusión y comunicación, partidos, etc.), desde la cual puede recuperarse lo más avanzado del pensamiento científico y filosófico. Esta tarea está vinculada estrechamente al cambio revolucionario de la organización social y política fue sintetizada por Gramsci en su rescate de la obra de Antonio Labriola:
“¿Por qué Labriola y su planteamiento del problema filosófico han tenido tan escaso éxito? A este respecto puede decirse lo que Rosa dijo a propósito de la economía crítica [se refiere a El Capital, NDR] y de sus problemas más elevados: en el período romántico de la lucha, del Sturm und Drang popular, todo el interés se orienta hacia las armas más inmediatas, hacia los problemas de táctica en política y hacia los problemas culturales menores en el campo filosófico. Pero desde el momento en que un grupo subalterno se vuelve realmente autónomo y hegemónico suscitando un nuevo tipo de Estado, nace concretamente la exigencia de construir un nuevo orden intelectual y moral, o sea un nuevo tipo de sociedad y por lo tanto la exigencia de elaborar los conceptos más universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas. De ahí la necesidad de volver a poner en circulación a Antonio Labriola y de hacer predominar su planteamiento del problema filosófico”. (C11 §70, redactado entre agosto y fines de 1932 o principios de 1933).
Desde este punto de vista, la lucha política es inseparable de la lucha ideológica, lo cual no quiere decir, como erróneamente se ha sostenido tanto en reivindicaciones y críticas de Gramsci, que este pensara que la clase obrera podía hegemonizar culturalmente la sociedad sin haber realizado una revolución social.
A modo de conclusión
Gramsci fue testigo de un periodo extraordinariamente convulsivo del siglo XX que incluye la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa, la derrota del bienio rojo italiano y el ascenso del fascismo, la burocratización de la URSS y los años de entreguerras. Intentó reelaborar diversas cuestiones de la teoría y la política marxistas para dar una respuesta a una situación extremadamente difícil, en la que sus posibilidades inmediatas de acción política estaban bloqueadas por su encarcelamiento.
La crisis es una cuestión central en su pensamiento: crisis del capitalismo, de la hegemonía burguesa organizada a través del sistema parlamentario, crisis de las expectativas de avances revolucionarios en Europa, producto de diversas derrotas. Pero también crisis de las viejas formas de pensar (especialmente el liberalismo y el reformismo socialdemócrata) y la posibilidad de crear otras nuevas sobre la base de nuevas experiencias de lucha social, política e ideológica, para reactualizar la perspectiva de la revolución, que no está a la vuelta de la esquina, pero tampoco es un sueño eterno y se hace cada vez más necesaria ante el desastre al que nos está llevando el capitalismo en todos los planos.
[1] La referencia es C de cuaderno y número de parágrafo, correspondiente a Gramsci Antonio, Quaderni del carcere, Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001.
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