A propósito de la cumbre del G7: Hiroshima y la desmemoria imperial

Nube de hongo se alza sobre Hiroshima tras la detonación de la bomba atómica lanzada por EE.UU. el 6 de agosto de 1945.

POR GONZALO ARMÚA /

La visita de Joe Biden a Hiroshima en el marco a reunión del G7 entre el 19 y 21 de mayo, vuelve a sacar a la superficie la memoria cínica de un imperio que hace 78 años descargó la potencia de «mil soles» sobre una población indefensa.

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Joe Biden llega a la Estación Aérea del Cuerpo de Marines de Iwakuni, en Japón, para participar de la reunión del G7 en Hiroshima que tuvo lugar entre el 19 y 21 de mayo de 2023.

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Visnú está tratando de convencer al príncipe de que cumpla con su deber y para impresionarlo, adquiere su forma de múltiples brazos, y dice: “ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos… Supongo que todos pensamos eso, de una u otra forma”.

– Bhagavad Gita [i]

Con esa famosa cita del Bhagavad Gita, Julius Robert Oppenheimer se refería al momento en que vio detonar a su criatura atómica en el desierto de Nuevo México. Era el 16 de julio de 1945 y la prueba Trinity lograba la expresión máxima de la racionalidad imperialista. La bomba atómica se sumaba al escenario geopolítico. “Supimos que el mundo ya no sería el mismo… algunas personas rieron, algunas personas lloraron… la mayoría permaneció en silencio”, recordaba en voz alta Oppenheimer mientras miraba al suelo, tal vez con vergüenza de sí mismo, como pidiendo perdón a las generaciones futuras. Su legado era la muerte instantánea y masiva. EE.UU. se convertía así en la primera potencia nuclear de la historia.

Unas semanas más tarde, el 9 de agosto, ese mismo prototipo de plutonio, el Fat Man, era arrojado por el bombardero estadounidense Bocks Car sobre la ciudad de Nagasaki en Japón. Si la bomba de Hiroshima, que había aturdido a la humanidad dos días antes, es la expresión apoteósica de la decadencia civilizatoria, la de Nagasaki no encuentra palabras que permitan justificar tal grado de atrocidad, un horror horroroso [ii]. Ninguno de los crímenes del ejército imperial japonés en China e Indochina fue ajusticiado con estos bombardeos, que dos veces detonaron el resplandor de «mil soles» sobre la población civil. La barbarie histórica de Europa occidental fue inconcebible, pero fue superada —con creces— por la barbarie de Estados Unidos, dirá Aimé Césaire con justa razón [iii].

El argumento de que se utilizaron estas Armas de Destrucción Masiva (MAD, es decir “loco”, por su sigla en inglés) para evitar muertes y poner fin a la guerra es una de las falsedades a las que el imperialismo norteamericano tiene acostumbrado a los pueblos del sur del mundo. Lo que estaba en juego en verdad era la supremacía geopolítica tras el cercano fin de la Segunda Guerra Mundial, en decir la transición hegemónica iniciada por la misma crisis del capitalismo. Para EE.UU., la colaboración con la URSS contra el Japón se estaba tornando un problema central, frente al que necesitaba dar un mensaje de “poder preponderante” [iv]. En un mundo capitalista y colonial, quien quisiese coronarse rey debía montarse en una montaña de ruinas y sombras, ejerciendo ese poder.

Prueba atómica submarina realizada por las Fuerzas Militares de EE.UU. en el atolón Bikini Atoll, Océano Pacífico, en 1946.

El artillero y fotógrafo del avión Enola Gay describió la detonación de Hiroshima con las siguientes palabras: “Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… catorce, quince… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende (…) La ciudad debe estar abajo de todo eso. 70 mil personas murieron en un destello, sus sombras quedaron en el asfalto. El registro fílmico y fotográfico es impresionantemente grande y mudo”.

Todo el archivo sobre las bombas, obedece a esa frivolidad de la razón que engendra monstruos, pero también a una lógica de poder internacional. Para que el objetivo sea alcanzado, el poder debe ser mostrado, debe hacerse espectáculo.

El 15 de agosto de 1945 el emperador japonés, derrotado, daría el primer discurso radial de su vida: “El enemigo ha comenzado a emplear una bomba nueva y más cruel, cuyo poder para hacer daño es, de hecho, incalculable, y está cobrando la vida de muchas vidas inocentes. Si continuamos luchando, no solo resultaría en un colapso final y en la destrucción de la nación japonesa, sino que también conduciría a la extinción total de la civilización humana”. Así expresó Hirohito la rendición total del Japón. También era la primera vez que su voz se escuchaba en público. Sus ansias de expansión imperial sobre el continente se ahogaban en un mar de silencio y destrucción que nunca hubiese imaginado que pudiese volverse sobre su propia nación. Más de 250 mil personas habían muerto con los dos bombardeos, mientras que cientos de miles padecerían la ceguera, las quemaduras y el cáncer. “Cientos de miles de niños, mudos, telepáticos”, recitará Vinicius de Moraes [v], porque el silencio inundaría a Japón por años.

Hiroshima quedó convertida en escombros como consecuencia de los efectos de la bomba atómica lanzada por EE.UU.

Cuando el bombardero B-29 dejo caer la bomba sobre Hiroshima, la flamante Carta de San Francisco —que daba nacimiento a la ONU— tenía menos de dos meses de haberse suscripto para “defender la paz y los Derechos Humanos en el mundo”. Luego de ver semejante barbarie decidieron crear la ONU. Con los campos de concentración en las retinas del mundo —impensables en Europa antes del nazismo, pero conocidos y padecidos en el sur desde hacía siglos— las potencias occidentales establecieron un sistema internacional para prevenir nuevas catástrofes humanas. Pero Japón no era occidente, ni tampoco lo eran China ni Indochina, ni el África ni el Asia. Tampoco lo era Nuestra América.

Ahora las bombas apuntan hacia el sur

Una vez que EE.UU. fue alcanzado en su tecnológica nuclear, por la URSS en 1949 y por China en 1964, ninguna guerra directa sería posible entre los dos grandes bloques de poder internacional. Como afirma Vijay Prashad en su libro ‘Washington Bullets’ [vi]: “La principal contradicción en los años posteriores a 1945 no era por los ejes Oriente y Occidente —la Guerra Fría— sino entre el Norte y el Sur: la guerra impe­rialista contra la descolonización”.

Terminada la guerra, Estados Unidos emergió como el “garante de la libertad”, como único celador de la paz mundial, y se alió rápidamente a sus antiguos enemigos —Alemania y Japón— para enfrentarse a su viejo-nuevo enemigo: el comunismo internacional. Se comenta que en la guerra de Corea, tras la derrota en la batalla de Chosin, donde el apoyo del Ejército popular chino resultó central para los comunistas coreanos, el general Douglas MacArthur solicitó que le enviasen 26 armas atómicas para atacar a los chinos. Este país no solo había tenido la osadía de hacer una nueva revolución, sino que además apoyaba a una nación hermana contra el ataque imperial. El presidente norteamericano Harry Truman se negó rotundamente. El mismo Presidente que había tirado dos bombas, que había iniciado la famosa doctrina que lleva su apellido, se negó en esta ocasión, no por consideraciones humanitarias, sino porque sabía que otros países podían pagarle ahora con la misma moneda.

Mientras tanto, los pueblos que habían combatido contra el Eje ahora tenían que luchar para que los derechos que se habían acordado en la ONU les fueran reconocidos, para que los genocidios no se repitiesen de forma invisibilizada fuera en las afueras del primer mundo. Según Acnur [vii], en los 20 años de la guerra de Vietnam murieron entre 2 y 6 millones de vietnamitas y cerca de un millón de soldados norteamericanos —afrodescendientes en su mayoría—. La colonialidad imperialista no veía al pueblo de Vietnam como un rival digno, ya que ni siquiera los consideraban personas. Los yanquis dejaron un apocalipsis tras de sí, pero no pudieron subirse victoriosos a su montaña de huesos.

Su impotencia en Vietnam fue desplegada como venganza en África. En aquel continente, la CIA y sus gobiernos títeres hicieron del asesinato de líderes y lideresas populares un auténtico deporte. Desde el magnicidio de Patrice Lumumba en el Congo, al soporte y financiamiento de la CIA al UNITA [viii] y el FNLA en Angola —lo que retrasó la independencia y negó un porvenir de justicia e igualdad a un país quebrado— con una guerra que dejó 800 mil muertos, 4 millones de refugiados/as y unos/as 100 mil mutilados/as. Años más tarde tendrían un nuevo capítulo del otro lado de este continente, en Somalia, cuando escudados en la “libertad” y la “ayuda humanitaria” intervinieron para garantizarse las presuntas reservas de petróleo de este país. El saldo fueron cientos de somalíes asesinados y algunos helicópteros derribados [ix].

En los tiempos posteriores a las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el capitalismo liderado por los Estados Unidos tuvo su momento de mayor despliegue tecnológico, crecimiento económico y expansión territorial. Elementos que demostrarían todo su poder en el sur global y en las colonias internas del propio Occidente. Porque, hay que aclarar, la población afro, indígena y las comunidades latinas padecerían dentro del imperio semejantes niveles de explotación, racismo y opresión que el resto del sur global. Con gran parte de sus organizaciones y liderazgos bajo persecución; con asesinatos selectivos, como el de Malcolm X y Martin Luther King, o con cientos de encarcelamientos. Una situación que continúa hasta la actualidad. Actualmente hay 200 personas de comunidades originarias en cárceles estadounidenses; gran parte de las personas encarceladas lleva ya más de tres décadas de encierro [x].

Las guerras terroristas contra Oriente

La primera intervención en el Golfo Pérsico contra Irak fue en el año 1991. Petróleo de por medio, el imperialismo norteamericano estrenaba su solitario reinado mundial, dejando en pocos meses más de 200 mil muertos. Pero la masacre más atroz fue causada no por las armas convencionales, sino por el bloqueo económico. Las conservadoras cifras de la ONU —que no es muy útil a la hora de evitar las guerras, pero que sí genera valiosa información sobre ellas— demuestran que alrededor de 1,7 millones de civiles iraquíes murieron por causa de ese brutal régimen de sanciones impuesto por EE.UU. La mitad de esas víctimas eran niños y niñas.

La guerra de Irak —la de las armas químicas que nunca existieron—, inició en 2003 y dejó al menos entre medio millón y un millón de muertos. Para el periodista Nafeez Mosaddeq Ahmed [xi], sólo en el caso de Irak, la guerra económica mató a 1,9 millones de iraquíes desde 1991 hasta el 2003. Y a partir de 2003 hay que contar un millón de muertes más. En total, se trata de cerca de tres millones de vidas de iraquíes. Si se agregan las víctimas mortales de Afganistán, Pakistán e Irak los números son escalofriantes. Valoraciones aparte del partido Bazz [xii], lo que ha quedado claro es que EE.UU. no llevó ni democracia, ni libertad ni derechos humanos a aquellos países.

En Siria no lograron cambiar el régimen político, pero en casi 10 años de guerra generaron 384 mil muertos, la mayor parte civiles, así como 5,7 millones de refugiados y más de seis millones de desplazados internos por los combates. En la Siria que supo tener uno de los niveles de vida más altos de la región, la economía y las infraestructuras colapsaron, con un coste de reconstrucción estimado en más de 400 mil millones de dólares. Además de los bombardeos, el imperialismo tenía otra arma secreta, el ISIS [xiii], que aplicó su fundamentalismo patriarcal de laboratorio, importado para destruir la región y sobre todo a las organizaciones comunitarias kurdas.

Rompe la ola desde el horizonte

Si peinásemos este espacio tan diverso y rico que es el de Nuestra América, nos encontraríamos con varios elementos en común. Pero sin embargo hay uno que se destaca: el espanto y el saqueo generado por el «destructor de mundos», por esa barbarie imperialista que campea cruzando el río Bravo, ubicado también a pocas millas de Cuba, ese pueblo que resiste lo irresistible en una isla que lleva bloqueada más de 60 años. Según el último informe presentado ante la ONU, en octubre de 2019, [xiv] los daños acumulados durante casi seis décadas de aplicación del bloque alcanzan la cifra de 140 mil millones de dólares. Los atentados terroristas contra Cuba constituyen otro capítulo. Se estima que entre todos habrían causado al menos unos tres mil muertos. Los terroristas venían siempre del norte, o se refugiaban luego allí, con todos los privilegios.

Juan Bosch había llegado a la presidencia en República Dominicana tras la caída del hijo putativo del imperio, el dictador Rafael Leónidas Trujillo. Como la política soberana y digna del profesor Bosch no le hacía gracia a la oligarquía adicta a los EE.UU, le hicieron un golpe de estado en 1963, cuando el Partido Revolucionario Dominicano no llevaba ni un año en el gobierno. Pero los defensores del voto popular y la constitución dieron la pelea y estaban a punto de recuperar el poder cuando el presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson, convencido de la derrota de las fuerzas leales y por temor al surgimiento de «una segunda Cuba» en el Caribe, ordenó a las Fuerzas Armadas estadounidenses la “restauración del orden”.

El 28 de abril de 1965 se ponía en marcha la «Operación Power Pack», que implicaba el retorno de la política del trujillato, que había gobernado con mano de hierro durante 31 años. Esta política fue responsable de la muerte de más de 50 mil personas. Entre sus eventos “destacados” se encuentra la llamada «Masacre del Perejil», en la que fueron asesinados miles de haitianos y haitianas. El nombre se debió a que los victimarios identificaban a las personas del otro lado de la isla por su débil pronunciación de la letra “r”. Así, su racismo lingüístico permitía distinguir entre quienes serían encarcelados y quienes no volverían a respirar.

La Minustah [xv] no fue la primera intervención imperialista en Haití, pero sirve de ejemplo de la opresión aplicada con un discurso colonial-humanitario. Si pasamos por alto a los carniceros Papá Doc Baby Doc [xvi] —que bajo las órdenes directas de la CIA y el beneplácito de Ronald Reagan aplastaron al pueblo haitiano— y el golpe de Estado a Jean Bertrand Aristide en 2004, tenemos más de 10 mil muertes causadas por el cólera, ingresado por las tropas de Nepal, un socio menor de la pléyade de naciones que intervino bajo la orientación de los norteamericanos. No hay cifras exactas sobre las violaciones a las mujeres haitianas, pero con la prepotencia imperialista, patriarcal y colonial los hechos no dejaron de multiplicarse. Las pruebas están en las niñas y niños abandonados por los soldados. Unos años antes, en una isla que también había hecho su revolución, los norteamericanos desembarcaron en de Granada con siete mil efectivos, en la invasión de 1983 que llevaría el nombre en código de «Operación Furia Urgente».

El pop y la guerra sucia en Centroamérica

Los años 80 fueron años de exportación de música pop y de altos niveles de injerencia en Centroamérica. Son los años de los «contras» en Nicaragua y de las masacres en El Salvador, donde el Ejército local, bajo las órdenes de Washington, generó unas 27 masacres civiles documentadas entre los años 1979 y 1985. En total, la guerra en El Salvador se cobró aproximadamente 80 mil vidas.

En Guatemala todavía no hay un número convenido. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico estimó que el saldo al final de la guerra fue de 200 mil muertos, 45 mil desaparecidos y cerca de 100 mil desplazados; la mayoría, del pueblo maya quiché, víctima de un racismo que oficia de pilar de las políticas imperiales. Las atrocidades cometidas contra las mujeres tampoco tienen cifras precisas. Pero sí sabemos que muchas escaparon a las montañas, o murieron combatiendo, mientras que muchas siguen peleando por políticas de justicia y memoria.

La segunda mitad del siglo XX guatemalteco empezó con esperanza, pero la United Fruit y la CIA lo truncaron enseguida. El golpe de Estado a Jacobo Árbenz en 1954 fue el inicio de una larga y oscura saga de golpes e intervenciones. De eso saben bastante los habitantes del barrio El Chorrillo en Panamá. Fue ese barrio popular de los suburbios el que se llevó la peor parte de la invasión de los marines en 1989. Ningún gobierno panameño presentó queja alguna en los foros internacionales, y ningún presidente panameño intentó al menos hacer justicia por lo muertos. Ni siquiera existen cifras oficiales. Sólo un presidente pisó el Chorrillo y ni siquiera era panameño. En su viaje a la VII Cumbre de las Américas en 2015, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, pasó a saludar y a escuchar las voces reprimidas de ese crimen histórico que la élite local todavía oculta bajo la alfombra.

De las dictaduras a la «guerra contra las drogas»

En el sur se transitó desde las dictaduras cívico-militares a las democracias de mercado y «baja intensidad», con la excepción de Chile, cuya elite será el ejemplo a exhibir para el poder hegemónico global. Augusto Pinochet continuaría en el poder una década más que la mayoría de los dictadores, así como lo haría Alfredo Stroessner en Paraguay. El Plan Cóndor que articulo a las cúpulas militares tenía un proyecto económico y geopolítico detrás, que reorientaba las economías de la región según las directivas del neoliberalismo. Si se mató, torturó y desapareció en Chile, Argentina, Paraguay, Bolivia, Uruguay, Brasil o Perú, fue para propiciar una nueva fase del capital, destruyendo en el camino casi todos los procesos revolucionarios.

Colombia no necesitó un golpe de Estado porque con los civiles que gobernaban no necesitaron imprimirle un cariz anticonstitucional a su régimen. Colombia es un caso que supo ir a contramano, porque mientras a inicios del siglo XXI la región empezaba a meterse en un nuevo ciclo de integración y de procesos populares, el país sudamericano se llenaba de bases militares y aplicaba el Plan Colombia para hacer la «guerra al narcotráfico», que no fue otra cosa más que el combate a las insurgencias y a toda posibilidad de justicia social.

El narcotráfico no sólo no fue erradicado, sino que se potenció y hasta llegó a la Presidencia con el gobierno del cuestionado Álvaro Uribe. Pero esta guerra dejó 8 millones de víctimas, siete millones de desplazados y 10 mil «falsos positivos» entre el 2000 y el 2015. Esto, sin contar los asesinatos y las masacres a cuenta de paramilitares en las zonas rurales del país. Las  clases dominantes colombianas se muestran todavía orgullosas de su “labor patriótica”. Los soldados norteamericanos no solo se encargaron aquí de resguardar “sus” recursos estratégicos exportables, sino que además abusaron de las infancias. Al menos 53 niñas colombianas fueron violadas por soldados y contratistas de EE.UU., que, además, grabaron los abusos y vendieron los videos. Los marines no fueron procesados por la justicia colombiana por haber cometido estas violaciones dentro del territorio de las bases militares norteamericanas [xvii].

Esta tragedia puede compararse con la de México en las primeras décadas del siglo XXI. La primera conclusión de la «guerra contra el narcotráfico» es que ésta siempre fue en realidad una guerra contra el pueblo. En México el balance es de 250 mil muertos, 71 mil desaparecidos y millones de desplazados. Esta guerra vino a sumarse a un saqueo histórico, iniciado con la apropiación norteamericana de la mitad del país, hasta el nuevo colonialismo de los tratados de libre comercio iniciados en el año 94.

Bainbridge tenía razón

Y la lista sigue hasta nuestros días, se amplía, se torna más lúgubre. Los golpes de estado e intentos de desestabilización se acumulan y superponen: Honduras, Paraguay, Brasil, Bolivia. Las masacres de Senkata, de Sacaba, las quemas de whipalas. El asesinato de Berta Cáceres, de Marielle Franco. La represión en Chile, los ojos que no ven, las jóvenes violadas. Se prolonga en la guerra contra Venezuela y las medidas coercitivas unilaterales. De hecho, la más reciente acción de piratería moderna la han realizado los ingleses, que conocen del tema, y se quedaron con miles de millones en reservas de oro venezolanas.

En el medio, el diplomático norteamericano Elliott Abrams volvió del callejón de los malditos para seguir agrediendo a los pueblos. Las masacres de las que fue responsable en Centroamérica fueron la carta de presentación que le permitieron obtener el honor de «destructor de Venezuela». Este pueblo fue masacrado muchas veces en el pasado, la última durante el ‘Caracazo’. De esas brasas surgiría Hugo Chávez, contra quienes aplicarían todos los métodos posibles para derrocarlo.

Este largo proceso da cuenta de la decadencia de toda una civilización, que empuja al abismo a millones de seres humanos, para que el 1 % más rico pueda vivir con un lujo obsceno. En este planeta, dos mil multimillonarios —hombres blancos del norte global por lo general— poseen el doble de riqueza que 4.600 millones de personas (un 60 % de la población). A la par, 700 millones de personas viven en situación de pobreza extrema o moderada pese a tener empleo [xix]. Son las cifras desnudas de una hegemonía unipolar que se pavimentó con dos bombas atómicas, miles de bombas de napalm y cientos de golpes de estado. Bombas y propaganda, muerte y espectáculo. Porque el poder se tiene que exhibir, como las bombas en Japón, o como los ricos en la revista Forbes. También tiene que acallar, como el sol que resplandece y deja un tendal de sombras. Son esas mismas sombras las que han sostenido al imperio norteamericano; detrás de todas esas cifras de devastación hay millones de vidas que algún día serán vindicadas.

Ese día de julio, en el desierto de Nuevo México, iniciaba una nueva era con la prueba Trinity. Oppenheimer la interpretó desde su oscuro misticismo con frases del Bhagavad Gita, pero quien captó la naturaleza de la nueva etapa imperialista que se avecinaba fue Kenneth Bainbridge, uno de los diseñadores de las primeras bombas nucleares, quien años después fue director del Departamento de Física de Harvard. Tras la explosión, Bainbridge se volteó hacia Oppenheimer y le dijo: “Oppy, ahora todos somos unos hijos de perra”.

Referencias

[i] El Bhagavad Gita es una escritura hindú del siglo II a.C que expresa una conversación entre un ser humano, Arjuna, y una encarnación del Dios Vishnu, el Señor Krishna. En el libro, Arjuna se muestra preocupado y deprimido por tener que luchar contra sus primos en la guerra. La cita de Robert Oppenheimer es de 1965 y aparece en el documental The Decision to Drop the Bomb, que fue emitido por la cadena norteamericana NBC.

[ii] Hay que escribir un poema/sobre la bomba atómica /es un horror/nos dijo/un horror horroroso/es el fin es la nada/es la muerte. Tomado del “Poema frustrado” del poeta uruguayo Mario Benedetti.

[iii] Cesaire, Aimé. Discurso sobre el colonialismo.

[iv] Concepto adjudicado al director de Planificación de Políticas del Departamento de Estado de los Estados Unidos, Paul Nitze, en 1952. «El poder preponderante debe ser el objetivo de la política de Estados Unidos».

[v] “Rosa de Hiroshima”, poema de Vinicius de Moraes. Su versión musical tiene varias interpretaciones.

[vi] Prashad, Vijay. Washington Bullets. Batalla de ideas: Buenos Aires.

[vii] Acnur, Agencia de la ONU para los Refugiados.

[viii] La Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA)

[ix] Sobre este episodio existe una película que muestra la perspectiva imperialista, titulada “La caída del Halcón Negro” (Black Hawk Down) de 1993.

[x] Si se contempla también a quienes están encarcelados en el campo de concentración de Guantánamo la cifra es de 500 presos políticos.

[xi] Las víctimas ignoradas de las guerras de Occidente. Disponible en: https://www.voltairenet.org/article187311.html

[xii] El partido gobernó Irak entre 1968 y 2003, primero bajo el mando de Ahmed Hasan al-Bakr y a partir de 1979 bajo Sadam Husein. Este partido se ubicaba como defensor del nacionalismo pan-árabe, laico y militante del socialismo.

[xiii] Conocido en español como el Estado Islámico.

[xiv] Informe de Cuba sobre la Resolución 73/8 de la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”. Disponible en: http://www.granma.cu/cuba/2019-11-08/informe-sobre-las-afectaciones-del-bloqueo-a-cuba-del-ano-2019-20-09-2019-13-09-08

[xv] La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, también conocida como Minustah.

[xvi] Jean-Claude Duvalier, dictador en Haití desde 1971 hasta que fue derrocado por un levantamiento popular en 1986. Sucedió a su padre François «Papá Doc» Duvalier como el gobernante de Haití después de su muerte.

[xvii] Según denuncia el Informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas.

[xix] Ver: https://www.oxfam.org/es/cinco-datos-escandalosos-sobre-la-desigualdad-extrema-global-y-como-combatirla

@GonzalArm

ALAI

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