POR GAYNE VILLAGÓMEZ W.
El Dia internacional de la Mujer surge con y desde los movimientos obreros de finales del siglo XIX, momentos decisivos en que se luchaba por mejores condiciones de trabajo en América del Norte y Europa. En 1908 las obreras de una fábrica textil de Nueva York se declararon en huelga para reclamar salarios justos y condiciones laborales más humanas; la fábrica se incendió y al estar encerradas 123 mujeres perdieron la vida. La conmemoración del 8 de marzo fue propuesta por la política y activista alemana Clara Zetkin, en 1910, durante la II Conferencia de la Internacional Socialista de Mujeres, reunida en Copenhague, Dinamarca, a favor de la paz, vísperas de la Primera Guerra Mundial de 1914, y en demanda de derechos fundamentales de las mujeres como el derecho al voto.
Efectivamente, la lucha social de las mujeres surge de las luchas populares porque es allí donde se ubican las voces de quienes han sido discriminadas, excluidas y violentadas y, es ese lugar al cual debemos volver como movimiento, desde un feminismo crítico al neoliberalismo. Si bien hemos conquistado derechos y logrado la igualdad formal, la igualdad real es todavía una quimera. Vivimos tiempos de retroceso de derechos y los derechos de las mujeres también están sufriendo los embates del neoconservadurismo, lo cual implica ya no sólo detener la progresividad de los mismos sino negar y afectar los derechos conquistados por procesos reivindicatorios populares. La derecha y su radicalización es una amenaza para los trabajadores y trabajadoras como lo es también para todas las mujeres y los grupos humanos que no pertenecen a las élites económicas.
El programa neoliberal desatado en el mundo representa la neocolonización de nuestros pueblos bajo formas y mecanismos más violentos y crueles como son las guerras armamentistas y mediáticas que ahora mismo estamos experimentando, para aniquilar propuestas y movimientos políticos no alineadas con la derecha mundial como es la OTAN. Someternos a este programa no sólo implica una pérdida de bienestar para la población mayoritaria, sino un gran detrimento en contra de la conquista histórica de los derechos de las mujeres y el ejercicio pleno de sus libertades fundamentales. Y es que la pretensión de dominar el mundo de parte de USA y la OTAN es desconocer todos los tratados internacionales, los organismos de derechos humanos de Naciones Unidas, los compromisos adquiridos y el derecho internacional en su conjunto; lo que prevalece son los intereses de las grandes potencias y sus multinacionales que han impuesto en el mundo una cultura del consumismo, del desperdicio, la explotación humana, maltrato a los animales, aniquilamiento del medio ambiente, el despojo de los recursos a las naciones, la opresión y desaparecimiento de las culturas no dominantes.
El neoliberalismo es una forma de dominación cultural que condiciona las conductas, el pensamiento, las preferencias de consumo, los estilos de vida, para beneficiar las desmedidas pretensiones de lucro de las grandes empresas transnacionales. Al disciplinar a la población, el neoliberalismo busca eliminar la oposición y defender rigurosamente las relaciones de propiedad desiguales, para lo cual le es conveniente vigorizar el patriarcado; reposicionarlo como parte de su biopolítica -dispositivo del poder que busca el control de los cuerpos y de la especie humana.
El biopoder se ejerce sobre las mujeres y sus cuerpos; el neoliberalismo plantea a las mujeres retomar el rol tradicionalmente asignado. Les responsabiliza de la crisis de la familia, de los jóvenes y de la disfuncionalidad social por trabajar fuera de la casa. Se opone a la búsqueda de la autonomía física o sexual y el empoderamiento personal. Las relaciones intergéneros deben ser más funcionales que nunca para alimentar el motor de la acumulación capitalista: es así que el trabajo de cuidados sigue recayendo en gran medida en las mujeres, ocupan los trabajos menos pagados y menos gratificantes, lo cual intensifica la carga laboral pero no la remuneración, toda vez que la maternidad, la edad y la apariencia física siguen siendo objeto de discriminación en el mercado laboral. Los efectos del neoliberalismo sobre la vida y cuerpos de las mujeres sólo profundizan las contradicciones ya existentes.
Las políticas neoliberales propugnan un Estado disminuido, reducido a su mínima expresión; opera una desregulación económica y un Estado que deja al individuo resolver su propio bienestar. No hay un pensar en lo colectivo. El Estado se despoja de toda responsabilidad económica y social permitiendo se produzcan altos niveles de pobreza y desigualdades. Esto implica un deterioro, abandono y debilitamiento de las políticas y programas impulsados y conquistados por las luchas de las mujeres siendo precisamente el Estado quien debe garantizar derechos, siendo el responsable de proteger, promover y respetar los derechos humanos. Pero este rol protagónico es debilitado notoriamente y casi desaparece por la poca o nula inversión social, pese al mandato constitucional y los tratados internacionales suscritos y ratificados por varios países.
Los efectos de los programas neoliberales de ajuste estructural sobre las mujeres están muy condicionados por la situación de partida de las propias mujeres. La “lógica excluyente” del capitalismo neoliberal de hoy empobrece en mayor medida a los más pobres, que, como se sabe, en su mayoría son mujeres.
Desde el Informe de Desarrollo Humano de 1996 se estima que de cada diez pobres, entre seis y siete son mujeres. Cualquier política económica de ajuste afecta más a quienes ocupan una posición más débil en el aparato productivo o a quienes están excluidos del mismo, y la mayoría de las mujeres está fuera de la economía de mercado, pese a que el trabajo gratuito que realizan equivale al 40 por ciento del Producto Interno Bruto de los países industrializados. [1]
En varios países latinoamericanos, la lucha feminista y de las organizaciones de mujeres ha abierto importantes espacios en el Estado. En Ecuador, por ejemplo, ante las denuncias sobre las desigualdades y brechas de género el Estado respondió con planes, políticas y programas que, en los últimos 6 años, se han ido recortando en función de una narrativa privatizadora opuesta al buen vivir; se han dado serios ataques contra el Estado de Bienestar que van en contra de las mujeres ya que los recortes en la atención y servicios públicos las afecta principalmente y de forma directa, entre otros grupos como niñas, niños y adolescentes, personas de la tercera edad y con capacidades especiales.
La ideología neoliberal reduce la igualdad a una visión idealizada del intercambio mercantil, en el que agentes económicos intercambian mercancías equivalentes: paga bien a quien tiene mayores “méritos”, pero esto es sólo una máscara que oculta los mecanismos estructurales e ideológicos detrás de una aparente neutralidad del mercado de trabajo. Se vende un discurso según el cual la promoción personal depende de los méritos de las personas, sin considerar las desigualdades que hay en el punto de partida, creadas por la opresión y discriminación. Por ello deja intactas las jerarquías culturales: el androcentrismo, la heterosexualidad normativa y la supremacía blanca, que funcionan como filtros que impiden a un gran número de personas acceder, en condiciones de igualdad, al mercado de trabajo y al ámbito público.
Bajo esta perspectiva hay dos formas de entender la igualdad, una idea de igualdad neoliberal mercantilizada, o una idea de igualdad propia de una democracia radical, que busca la participación y reconocimiento de todas las mujeres y su acceso equitativo a los recursos y toma de decisiones. El marco neoliberal es perverso en la medida en que niega todas las desigualdades estructurales, de modo que estas estructuras quedan intactas. Concluimos, por tanto, que el neoliberalismo no soluciona, sino que perpetúa y profundiza las desigualdades. En opinión de la estadounidense Nancy Fraser, el neoliberalismo progresista, como ella denomina a ciertos gobiernos, combina políticas económicas regresivas, liberalizantes, con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas. Se trata del multiculturalismo, el ambientalismo, los derechos de las mujeres y LGBTQ. La movida es insertar en el capitalismo financiero a estos grupos, legitimar el feminismo liberal, el anti-racismo liberal y el capitalismo verde como las únicas opciones críticas legitimas, calificando toda otra resistencia o rebelión como populismo lo cual divide, además, a los movimientos sociales. [2]
Finalmente, si las mujeres estamos en el centro de la explotación económica también debemos ser protagonistas de las diversas luchas sociales para derrocar el sistema. La exacerbación de la opresión de las mujeres debe convocarnos a plantear nuestra lucha en este escenario neoliberal para construir una resistencia unificada para la transformación y traslación del poder. Debemos recuperar las acciones y movilizaciones populares para contraponerlas a las opciones neoliberales conservadoras que las presentan como las únicas alternativas. Se necesita de un feminismo y activismo social para articular movimientos y redes globales antineoliberales y antimperialistas unitarias, partiendo de la base que hay muchas maneras de concebir, ser y actuar de las mujeres, pero que las opresiones son las mismas y tienen el mismo origen.
[1] Cobo, Rosa. 2003. La Cuerda: Una mirada feminista de la realidad Año 5, No. 53. Guatemala, enero-febrero/2003.
[2] Sales, Tomeu. 2018. Retos globales del feminismo frente al orden global neoliberal y conservador. Astrolabio. Revista internacional de filosofía. Año 2018 Núm. 22. ISSN 1699-7549. pp. 216-232.
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