POR ARMANDO PALAU ALDANA
Un adagio popular dice “el que de amarillo se viste, a su hermosura se atiene” para significar que quien toma una decisión debe atenerte a las consecuencias que se deriven de ella. Ello ocurre cuando se acude al disenso que cuestiona prejuicios y consensos, provocando una reacción, que indica que se ha avanzado en la confrontación de ideas, aunque muchas veces se responde con sutiles diatribas.
Resulta pertinente distinguir entre el activismo ambientalista y el accionar político que instrumentaliza soterradamente el discurso ambiental, siendo uno de los síntomas de dicho utilitarismo vestirse de organización defensora del medio ambiente, que al ser escrutada a través de las piezas gráficas que usa, muestra un tinte partidista, señalando a los contrarios con sus propios defectos.
Es fundamental destapar y poner las cartas sobre la mesa, dando el debate con franqueza y con altura. La defensa de la naturaleza en sí misma, así como los elementos del entorno con su oferta ambiental, requieren posturas claras y no ambivalencias, definidas por la Real Academia como estados de ánimo, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos, como el amor y el odio.
De una parte, el Gobierno colombiano a través de la Ministra de Ambiente, estigmatiza a quienes cuestionamos su accionar y sus posturas, cuando lo que debe hacer es apoyar la lucha de los pueblos contra la contaminación de la Pachamama y sus entornos, como clara concepción de que la biodiversidad entraña diversidad de pensamientos que se construyen desde la crítica.
De otra parte, se montan paralelismos para confundir, arrogándose, por ejemplo, la vocería y fortalecimiento del movimiento ambiental colombiano, con el auspicio financiero del Ministerio de Ambiente. ¿De qué movimiento están hablando?, una pregunta obligatoria que nos lleva a pensar en el utilitarismo que hemos mencionado, que esconde oscuros fines electorales y politiqueros.
También se manipula el discurso sobre la biodiversidad, con enconado antipetrismo oculto desde tribunas partidistas cuyo origen está ligado al movimiento obrero independiente, que considera incipiente el desarrollo capitalista del campo con la especulativa consigna que el descontento de las luchas populares y estudiantiles mantiene la esperanza de un proletariado de clase que estremece las zonas rurales, conjurando desde la sede de la Universidad Nacional de Palmira un debate en las voces de los pueblos con su caracterizado divisionismo.
Contrario a ese pensamiento, un hombre inmolado un 9 de abril cuyo asesinato ocasionó el Bogotazo, dijo: “Nos hallamos apenas en el período inicial de toda revolución: la emoción. Por eso no somos revolucionarios sino simplemente rebeldes, es decir inconformes”, ideario que compartimos. Aun así, no podemos tornar el accionar ambientalista en un discurso para la demagogia electoral.
Que, con el auspicio de fondos estatales y recursos del Ministerio de Ambiente, desde la Alcaldía de Yumbo se anuncie el fortalecimiento del movimiento ambiental colombiano para la creación de agendas comunes, constituye una diatriba a la autonomía civil del ambientalismo, además de una transgresión al derecho colectivo a la moralidad administrativa que ronda la corrupción.
Toda esta diatriba contra el activismo ambientalista es como el tango Camouflaje que cantara con altivez el ‘polaco’ Roberto Goyeneche, quien popularizó además el otro tango Afiches (1972) de Homero Expósito y Stampone, que dice: “Cruel en el cartel / La propaganda manda cruel en el cartel / Y en el fetiche de un afiche de papel / Se vende la ilusión, se rifa el corazón”.