LA JORNADA /
A unas semanas de que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca, América Latina presenta un panorama sombrío en el que la mayor parte de los países es gobernada por fuerzas políticas que, si no son abiertamente rastreras hacia Washington, tampoco dan muestras de interesarse por proteger a sus ciudadanos de los embates que vendrán del norte. Con uno de los gabinetes más ultraderechistas de la historia reciente, y en particular con un personaje tan siniestro como Marco Rubio al frente de la cancillería, el magnate ha dejado claro que su administración profundizará las prácticas más dañinas que su país despliega en la región. Si a ello se suman las draconianas restricciones al movimiento de personas y proteccionismo comercial sui generis con que interpreta su lema America First (“Estados Unidos Primero”), es evidente que se avecinan tiempos turbulentos en el espacio latinoamericano.
El talante agresivo de Trump no tiene por qué ser una catástrofe mientras haya gobernantes decididos a plantarle cara de manera firme e inteligente, sin entrar en confrontaciones estériles, pero también sin ceder un ápice de soberanía. Lamentablemente, son contados los dirigentes latinoamericanos con la capacidad y la voluntad para emprender esa tarea y, aunque México sí tiene un Ejecutivo con esas características, es inevitable experimentar la desolación que se vive al sur, con administraciones surgidas de golpes de Estado –Perú–, elegidas de manera formalmente democrática pero al servicio de las oligarquías –Argentina, Chile, Ecuador–, que han mantenido a los ciudadanos de modo casi ininterrumpido bajo el yugo del Estado de excepción –Ecuador–, traidoras de todas las causas que abanderaron para ser elegidas –Chile– y que han emprendido el desmantelamiento sistemático de sus países para entregarlos a los grandes capitales locales y foráneos –Argentina–.
Los mandatarios chileno y argentino, Gabriel Boric y Javier Milei, supuestamente ubicados en las antípodas ideológicas, se han encontrado abrazados en su apoyo fanático a los intentos de Washington por derrocar al chavismo en Venezuela y apoderarse de las mayores reservas de petróleo del planeta mediante un gobierno títere.
En Ecuador, Daniel Noboa ha probado por enésima ocasión el daño que infligen los multimillonarios cuando se hacen del poder político, mientras en Perú Dina Boluarte se mantiene en la Casa de Pizarro gracias a un pacto cupular que recurre a la fuerza ante el abrumador rechazo popular al Ejecutivo y el Legislativo. Caso aparte es el de Bolivia, donde gobierna un mandatario legítimo, pero acosado por una lucha fratricida.
Todas estas tensiones coinciden, además, con movimientos geopolíticos de gran calado, como la toma del testigo por parte de China ante el abandono occidental del Sur Global, como quedó exhibido en la inauguración en Perú del megapuerto de Chancay como punto de partida para forjar un nuevo corredor terrestre marino entre China y América Latina y conectar el gran camino inca y la ruta marítima de la seda del siglo XXI, según expresó el presidente Xi Jinping.
En este contexto, los mandatarios derechistas que se alinean con Trump en espera de que ello favorezca la llegada de inversiones y el espaldarazo financiero de Washington, harían bien en recordar que esa fórmula ya fue ensayada por el neofascista Jair Bolsonaro en Brasil durante el primer término del magnate, y que se saldó con un estrepitoso porque Trump no cree en la reciprocidad ni ve a quienes le rinden pleitesía como aliados, sino como vasallos.
La Jornada, México.