América Latina: un dilema sin resolver; un desafío que enfrentar

POR CLAUDIO ESTEBAN PONCE /

Latinoamérica se observa como una región que no puede superar sus agudos conflictos sociales, como así tampoco solucionar las delicadas crisis económicas que impiden su desarrollo. ¿Qué razones motivaron que estas naciones aún en la actualidad, se encuentren limitadas en su soberanía, en su desarrollo económico, y también en las posibilidades de construir una vida democrática donde se respete el derecho de sus pueblos? ¿Cuál sería la causa por la que, incluso en el presente siglo XXI, en estos países se siga luchando por su emancipación?

Luego de más de trescientos años de colonialismo ibérico, sumados a doscientos años de imperialismo anglo-estadounidense, el continente en cuestión se presenta como un conjunto de países pseudo-independientes que sufrieron, y aún padecen, las consecuencias del capitalismo occidental, hoy en su fase neoliberal imperialista.

La actualidad de América Latina está signada por graves y endémicas situaciones socioeconómicas y políticas derivadas de su “historia reciente”. Un concepto este, que debe referir a los hechos acaecidos desde un siglo hasta el presente. Luego de los procesos independentistas del siglo XIX y de la organización de los Estados americanos, la casi totalidad de los nuevos países gobernados por las elites locales compartieron un modelo ideológico y político común. Los mismos tuvieron administraciones conservadoras con programas económicos liberales que se adecuaban a las imposiciones de la División Internacional del Trabajo, o sea, al mercado mundial de la época regido por las potencias centrales del occidente capitalista. De esta forma se pueden observar analogías entre el “Porfiriato” mexicano y el modelo conservador y agro exportador de la Argentina, como así también entre el “Estado Portaliano” de Chile y el Imperio esclavista del Brasil. Todos gobiernos integrados por una clase dominante ideológicamente identificada con la moda del positivismo europeo, que avalaba la falacia de que el “poder político” debía ser ejercido por aquellos considerados como “los más aptos” de la sociedad, o sea, la elite más enriquecida de la misma. Estas teorías, semilla de un extremo racismo que mucho daño haría en Europa a mediados del siglo XX, fueron las que cimentaron a todas las gestiones de gobierno en una Iberoamérica que se consideraba como “hipotéticamente independizada”.

El siglo siguiente a la organización de los Estados americanos, fue un tiempo de continuidades pero también de rupturas. Si bien las oligarquías regionales hicieron todo lo posible por preservarse en el poder cumpliendo el mandato del imperialismo extranjero, el mundo capitalista ingresaría en dos grandes crisis inter-imperialistas que luego se conocieron como las dos guerras mundiales. Éstas provocaron consecuencias que destruyeron muchos de los paradigmas de una sociedad regenteada por una burguesía que se creía de una prosapia aristocrática. A la vez, esta lucha por la hegemonía planetaria llevada a cabo por los países centrales, aceleró los conflictos en la periferia haciendo surgir en muchos países, primordialmente de Latinoamérica, movimientos nacionales y gobiernos populares que desafiaron el poder de las oligarquías tradicionales. Ya sea Lázaro Cárdenas en México, o el Aprismo en el Perú, o para seguir con los ejemplos, el Movimiento Tenientista en Brasil, o el radicalismo primero y el peronismo después en la Argentina, fueron algunas de las muestras de ruptura para afirmar que los pueblos ya no serían tan sumisos a las decisiones de las minorías. Si bien en la mayoría del continente estos movimientos luego se irían canalizando en instituciones de la “partidocracia tradicional”, la simiente de la rebelión de los sectores subalternos de las sociedades latinoamericanas había sido sembrada.

Este embrión de la protesta popular se desarrolló más en algunos países y menos en otros, pero en esos otros quedó latente, lo que no significaba que no podía volver a surgir. De hecho, la sublevación de la clase trabajadora en Argentina dio muestras de profunda ruptura histórica cuando a posteriori de la sedición del 17 de octubre de 1945 quebró el sistema de “deferencia” establecido por la clase dominante [1], y generó la organización del movimiento obrero con participación en un Estado de Bienestar como nunca fuera concebido hasta ese momento. Un poder de movilización popular que hizo posible una mayor y más equitativa participación de la clase trabajadora en el Producto Bruto Interno. El peronismo en Argentina fue el ejemplo de estas transformaciones, y el desarrollo fue tan rápido que el proceso que promovió la democratización de derechos parecía no poder ser interrumpido o frenado por el viejo poder económico concentrado. Tal vez, quienes integraban estas gestiones de gobierno no dimensionaron hasta donde podían llegar las intenciones de quienes representaban los intereses internos y externos afectados por estas transformaciones…El mal ejemplo que podía cundir en el continente y la necesidad de frenar el desarrollo argentino, demostró hasta donde serían capaces de llegar los grupos de poder propios y foráneos, el imperialismo estadounidense, el occidente europeo y la alianza de la plutocracia argentina con el sector militar y la corporación clerical, avalaron el bombardeo contra un pueblo indefenso y terminaron con los casi diez años de peronismo en Argentina.

El recurso de los golpes cívico-militares fue el más utilizado en América Latina y en todo el Tercer Mundo para terminar con esta “considerada subversión” de valores impuestas por el imperialismo en el plano cultural, y difundida por las clases dominantes locales aliadas al mismo. Imponer un sistema autoritario a través de gobiernos dictatoriales que utilizaron la represión como metodología de disciplinamiento de las sociedades, fue una práctica común en materia de política exterior por parte de los EE.UU. y sus aliados de Europa Occidental. Durante todo el siglo XX el recurso antidemocrático de las brutales intervenciones militares fueron creciendo hasta culminar en los genocidios perpetrados durante la década de los años setenta donde se pasó de la persecución, la cárcel y la tortura, a la práctica del secuestro de personas en el marco de un plan sistemático de exterminio y desaparición de sus cuerpos. Estos crímenes horribles fueron planeados y ejecutados para imponer a manera de ensayo, las políticas neoliberales en los países del Tercer Mundo en general y de América Latina en particular. Era menester eliminar una generación de jóvenes creyentes de una revolución posible, e instalar el miedo en la sociedad de forma tal que se llegue a considerar “peligroso” ser solidario hasta incluso con su propia familia. Era necesario borrar todo vestigio de militancia política o compromiso colectivo, con el objeto de internalizar en grado sumo un individualismo extremo sobre el cual se basen los nuevos “valores” de la cultura neoliberal predicados como la única forma de vida posible.

La resistencia y la lucha de la clase trabajadora latinoamericana contra el neoliberalismo que se pretendió imponer de manera brutal desde los tiempos de los Terrorismos de Estado, no fue en vano. De alguna manera, a pesar de los “éxitos” obtenidos por el imperialismo y los grupos de poder de cada país en sus objetivos de entrega y extranjerización de los recursos naturales, la intransigencia de los sectores del trabajo sumado a la crisis económica, dio como consecuencia la aparición de gobiernos progresistas en casi todo el continente en los albores del nuevo milenio. Un sesgo de esperanza asomaba con las políticas implementadas por el chavismo en Venezuela, la gestión de Correa en Ecuador, por Lula en Brasil o el movimiento al socialismo en Bolivia, y por el peronismo devenido en kirchnerismo en Argentina. Las ideas de un “Estado de Bienestar” y de la “Unidad Latinoamericana” retornaban a los diálogos entre estos países. Comenzaba una nueva primavera…

Ahora bien, la tradicional alianza entre las oligarquías y el imperialismo en defensa de sus intereses sectoriales nunca dejó de existir, y como tal, nunca dejó de dañar a estos gobiernos de características populares, esta vez buscando alternativas posibles a los ya aparentemente “imposibles” golpes de Estado tradicionales. Esa alianza internacional de los sectores de la derecha política, representantes del capital concentrado, concebían a estos gobiernos como “populistas”, calificativo peyorativo que, paradójicamente, tenía la intención de “tildar” “de anti-democrática” a toda gestión elegida por mayoría popular, pero contraria a los intereses de EE.UU. y a la política exterior de los países del occidente capitalista.

Así comenzó la guerra en otro campo de batalla, en el plano cultural y simbólico donde el sistema de dominación desplegó todo su aparato mediático para deslegitimar a los dirigentes populares, y no satisfecho aún, compró “literalmente” a la mayoría de los integrantes de los “poderes judiciales” de cada país con el objeto de legitimar la persecución y el encarcelamiento de los representantes de esos gobiernos “populistas”, bajo la acusación de delitos de corrupción que, siendo muy difundidos mediáticamente, nunca fueron probados. El llamado “lawfare” integrado por el tándem mediático y judicial, reemplazó a los “golpes violentos” por los denominados “golpes blandos” donde incluso han logrado la complicidad de muchos miembros del parlamento. Estas eficaces armas que fueron esgrimidas contra los pueblos de América Latina hicieron retraer las conquistas logradas durante más de una década en todo el continente. De una forma u otra la derecha llegó a controlar los gobiernos por primera vez sin “golpes de por medio”, con la salvedad del “Estado Pluricultural de Bolivia”, donde no hubo vergüenza de retornar a las vetustas prácticas de extrema violencia.

Más allá de acordar con la idea de las “oleadas” de Álvaro García Linera [2], más allá de registrar los avances y retrocesos de la historia, América Latina se encuentra hoy ante un dilema crucial, o lucha por la defensa de su soberanía y una libertad política que garantice el desarrollo de sus pueblos, o en su defecto, como fue referido abierta y públicamente por la “generala” jefa del Comando Sur de los EE.UU., el imperio no puede dejar a libre decisión de los países de la región lo que van a realizar con sus propios recursos estratégicos tales como el litio, el gas, el agua y el petróleo, ya que eso “atentaría contra la seguridad nacional estadounidense”. Para “traducir” el significado de esta advertencia, la señora en cuestión, destaca que estarán dispuestos a hacer lo necesario para seguir ejerciendo la dominación y el sometimiento de lo que continúan creyendo son sus colonias. Evidentemente esto presenta un dilema a resolver que implica un gran desafío a enfrentar. Ahora bien, los retornados gobiernos “progresistas” en Latinoamérica luego de algunos abusos de las gestiones de derecha, ¿podrían resolver el dilema y asumir el costo de la decisión política para enfrentar las presiones externas e internas? ¿Estarían estos gobiernos a la altura de sus responsabilidades?

Los “progresismos” que fueron elegidos nuevamente en Chile, Argentina, Perú, en Bolivia a posteriori de una dictadura transitoria, y últimamente en la República Federativa del Brasil, no demostraron aún tener la fortaleza para confrontar con los aprietes internos y las imposiciones extranjeras. Salvo Bolivia, que parece tener bien asentadas las bases de sus transformaciones, y Brasil cuya gestión recién asume, los demás, incluyendo México, parecieran nadar en el mar de las ambigüedades. Con la excusa de la pandemia y los trillados argumentos de la “relación de fuerza”, perdieron una oportunidad clave para devolver al Estado su hegemonía para decidir a favor del bienestar de las mayorías. La falta de firmeza política y quizás el miedo, hicieron posible que la derecha no pierda presencia para entorpecer toda medida política o económica que pueda cercenar una mínima parte de su ambición. El “no hacer” es mucho más peligroso que el equivocarse y enmendar, el “no hacer” permite que el enemigo “haga” en su deseo sádico y destructivo hacia los más débiles. Esta renovada práctica política “amparada” en la bondad del diálogo y en la “posible ingenuidad” de algunos dirigentes que predican ser amigo de todos, suscitaron las decisiones políticas de “auto-depuración” de los sectores responsables de las iniquidades judiciales y de los delitos de la derecha golpista, dando oxígeno y espacio a un enemigo que no demoró ni un instante para contraatacar. Se puede pensar bien y seguir creyendo en que estas gestiones autodenominadas de “izquierda”, (más allá de que esta palabra haya perdido gran parte de su sentido original), tengan buenas intenciones y no puedan hacer más de lo que hacen, o bien pensar mal y afirmar que los nuevos gobiernos elegidos en los últimos cuatro años son la continuidad de la cultura neoliberal ocultada bajo la máscara de la “democracia”. Se plantea la duda y crece la decepción, pero los hechos irán marcando el accionar popular.

Por ahora el dilema sigue vigente, la riqueza que posee América Latina puede ser utilizada para transformar y desarrollar integralmente a sus pueblos, puede dar la posibilidad de una vida digna en todo los ámbitos de la existencia de los mismos, pero también se puede tomar la decisión político-económica que tomó la vieja oligarquía que “fundó” la Argentina de la generación del ochenta, la de elegir la entrega de todo patrimonio a cambio de satisfacer el infinito egoísmo de unos pocos a costa del padecimiento permanente de millones de seres humanos. Otro nuevo “genocidio” de un capitalismo que lo del término “maltusiano” ya le queda chico. Para resolver el dilema y afrontar el desafío se requiere valentía y voluntad política. Sin olvidar con ello la movilización popular que acompañe en apoyo, ya que la posibilidad de transformación no radica solo en la determinación de la conducción política, sino que es necesario el sustento de un pueblo movilizado para resistir las embestidas del imperialismo. El porvenir nos increpa y nos obliga a elegir entre un fácil  “laissez faire, laissez passer”, o un difícil camino hacia la Emancipación definitiva. Solo se espera que la “Decepción” no le gane a la “Voluntad…”.

Notas

[1] James, Daniel. 17 y 18 de octubre de 1945: el peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina. En Desarrollo Económico, Vol. 27, Nº 107, (octubre-diciembre de 1987), pp. 445-461. Buenos Aires, 1987.

[2] Álvaro García Linera. ¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias? En Resumen Latinoamericano. La otra cara de las noticias de América y el Tercer Mundo. 29 de junio de 2017.

Tesis 11, Argentina.

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