POR JUAN J. PAZ Y MIÑO CEPEDA
En diversos sectores latinoamericanos ha causado cierto “entusiasmo” el otorgamiento del mal llamado premio Nobel de Economía (en realidad “Premio Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel” establecido en 1968) a Daron Acemoglu, James A. Robinson y Simon Johnson. Probablemente muchos recién se enteran de sus obras y ahora conocen que Acemoglu y Robinson son autores de ‘Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza’ (2012) y que Acemoglu y Johnson publicaron ‘Poder y progreso. Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad’ (2023).
El entusiasmo deriva de conocer que Acemoglu/Robinson realizaron un amplio examen histórico destacando a la colonización europea como punto de partida de las desigualdades entre naciones, de modo que el premio coincidió en momentos de conmemoración de la llegada de Colón a América y en medio del agresivo “hispanismo” de derechas, que pretende desfigurar el impacto de la conquista y el coloniaje. Los autores sostienen que hubo diferentes modelos “institucionales”, que se reprodujeron en el tiempo. Sociedades que crearon “instituciones inclusivas” prosperaron económicamente y fortalecieron la democracia, lo que no sucedió con aquellas que mantuvieron “instituciones extractivas”.
La colonización provocó un cambio en las fortunas mundiales, una inversión de la prosperidad relativa: en zonas densamente pobladas, como ocurrió en México al ser sometido el imperio azteca, no se crearon instituciones inclusivas, en tanto que en otras menos pobladas se logró mayor integración. Niegan que ello se deba a factores geográficos o culturales, ya que hasta hoy las herencias son visibles, si se compara, por ejemplo, a la ciudad de Nogales, dividida entre México y Arizona, donde el norte es más próspero, a pesar de compartir cultura y ubicación. Robinson ha insistido: “La pobreza y la desigualdad en América Latina están profundamente arraigadas en el colonialismo y la explotación de los indígenas”. Sin embargo, Lawrence E. Harrison en ‘El subdesarrollo está en la mente’ (1987) sostenía que la “cultura” latinoamericana frenaba su desarrollo; mientras en Tales of Two Cities: Race and Economic Culture in Early Republican North and South America (2000) Camilla Townsend comparó Guayaquil (Ecuador) y Baltimor (EE.UU.) para concluir que la diferencia radicó en la forma de dominio de la oligarquía guayaquileña que consideraba a la población como “horda peligrosa” y para la que no creó servicios que la promovieran.
En definitiva, las “instituciones políticas extractivas” son causantes del fracaso de los países, cuando funcionan al servicio de un grupo (o individuo) concentrador del poder y crean, por tanto, “instituciones económicas extractivas”, que les otorgan privilegios y provocan estancamiento y miseria. Si se toman las ideas de estos autores América Latina actual debiera caracterizarse, en buena parte, por esta situación descrita y sin duda Ecuador desde 2017, con la sucesión de tres gobiernos de élites empresariales que pusieron a su servicio las instituciones políticas volviéndolas igualmente “extractivas”.
Para verificar su propuesta Acemoglu/Robinson acuden a otros ejemplos históricos que van desde la antigüedad y pasan por otros continentes. La coincidencia de instituciones políticas y económicas “incluyentes” está en Inglaterra desde la primera revolución industrial. Pero también hay “equilibrios inestables” como lo han demostrado la China de Mao y la Rusia de Stalin, con poderosos Estados (la URSS hasta su derrumbe en los ochentas), pero con autoritarismo y regímenes extractivos que generaron pobreza y exclusión. Aunque China avanzó a un Estado más “inclusivo”, sigue manteniendo un “régimen extractivo”.
En una entrevista del año 2023 Acemoglu aseguró estar decepcionado con el gobierno de Lula en Brasil y de los BRICS por colocarse bajo la influencia de China, y estar convirtiéndose en “meros clientes de chinos y rusos”, cuando como bloque deberían mantener “independencia”; y aunque China como Estados Unidos ejercen una “poderosa influencia”, presentan problemas diferentes. En China la represión y la falta de libertad “son comparables a las de los regímenes fascistas anteriores”. Cabría entender que el concepto “instituciones extractivas” del Nobel 2024 calza, en forma oportuna, en el ambiente mundial de disputas hegemónicas entre las grandes potencias, implicando la inclinación que América Latina debería observar en torno a las democracias con instituciones “inclusivas”.
El libro de Acemoglu/Johnson -menos destacado- aporta con señalar la alta significación que tienen la tecnología y la innovación para el desarrollo, pero igualmente advierten que internet y la inteligencia artificial, siendo positivos para la humanidad, podrían afectar la “calidad de la democracia” si el poder queda en manos de grupos o corporaciones monopolistas.
Si bien la Academia reconoció que el tema no era nuevo, argumentó que los premiados habían dado a conocer nuevas estrategias para entender la desigualdad a partir de las distintas formas del coloniaje y de las instituciones instaladas. Sin embargo, si algo ha caracterizado a las ciencias sociales de América Latina es su carácter y visión históricos. Desde hace décadas que el coloniaje ha merecido estudios que dan cuenta de las bases que allí se crearon para el subdesarrollo de la región. Convendría releer lo que escribieron tantos brillantes académicos de la “teoría de la dependencia”, así como retomar a los autores marxistas que se han dedicado a esclarecer las formas de la dominación interna en cada país latinoamericano, donde se halla el nudo de la explotación, la miseria y el atraso. Aunque Acemoglu/Robinson no lo explicitan, queda en claro que las sociedades del mundo occidental y a la cabeza de ellas los EE.UU., construyeron instituciones “inclusivas”. Pero no examinan la acción de las grandes potencias en plena era capitalista y hasta lo que va del siglo XXI. El intervencionismo, la injerencia, la hegemonía imperialista son factores que llegan a ser más contundentes que las instituciones inclusivas o extractivas internas. El caso de Cuba es el mayor ejemplo en América Latina: un bloqueo inimaginable para el mundo contemporáneo, que viola todas las normas de las Naciones Unidas, es la causa determinante de sus problemas.
Las acciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y su recetario impuesto desde la década de los 80 en la región es otro factor de diferenciación no solo entre países, sino, ante todo, entre grupos que concentran la riqueza gracias al “neoliberalismo” inducido por esa entidad, a costa de impedir el bienestar general de la población. En países como Ecuador y Argentina, hoy a la vanguardia de la perniciosa “libertad económica”, la hegemonía de élites empresariales conservadoras ha pasado a impedir la creación de “instituciones inclusivas”, si seguimos los conceptos de los mal llamdos Nobel.
Es evidente, desde su creación en el año de 1968, que el Premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel no garantiza poseer la verdad económica y no es ajeno a la política. De todos modos, los mal denominados Nobel/2024 se acercan a Latinoamérica al comprender la naturaleza histórica del colonialismo, aunque el problema del subdesarrollo de la región no se reduce a la “institucionalidad”, concepto que incluso puede resultar subjetivo. Al menos están lejos de otros galardonados con esta distinción que otorga el Banco Central de Suecia como Friedrich Hayek (1974) o Milton Friedman (1976), cuyas ideas inspiran a los neoliberales y libertarios anarcocapitalistas al mismo tiempo que en América Latina son las que impiden el desarrollo con bienestar social. En la región pesan no solo los duendes del pasado sino los demonios del presente. Salir de ese círculo histórico requerirá, por sobre todo, un cambio en las condiciones del poder. Algo que la ciencia social latinoamericana igualmente lo ha demostrado desde hace mucho tiempo.
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