POR JOSEFINA L. MARTÍNEZ /
La lectura de los ‘Cuadernos de la cárcel’ nos acerca al filósofo italiano y nos permite comprender su tiempo. Y con esa llave, se abren puertas para transformar el nuestro.
Un 22 de enero de 1891 nació en Ales, en la isla italiana de Cerdeña, el provocador filósofo y refinado político Antonio Gramsci, hace exactamente 133 años.
Volver sobre algunos aspectos que teorizó como la hegemonía constituye un desafío para articular fuerzas de una clase trabajadora más diversa y feminizada que nunca.
Gramsci, un clásico que se obstina en hablarnos del presente. Este mundo donde lo viejo no termina de morir –ya lo sabemos–, donde los monstruos destilan pestilencia y lo nuevo recién está asomando en la escena.
Entre febrero de 1929 y mediados de 1935, Antonio Gramsci escribe en la cárcel 33 cuadernos, sellados y vigilados por las autoridades carcelarias. El prisionero no podía tener en sus manos al mismo tiempo más que un número limitado de papeles. Al final del día, eran recogidos y guardados bajo llave por los carceleros. La escritura buscó el modo de sortear los estrechos límites políticos, físicos y técnicos del encierro. Era necesario evitar la censura, ahorrar tinta y trabajar en varios cuadernos a la vez, todo cuanto pudiera. Algunos cuadernos están dedicados a un solo tema (“cuadernos especiales”) mientras que otros son más heterogéneos (“cuadernos misceláneos”) y otros cumplen un papel “auxiliar” para recopilar ideas o fragmentos de lectura. Hay ideas que se repiten, reflexiones que han sido tachadas, reelaboradas o transformadas entre un cuaderno y otro. Algunos son redactados al mismo tiempo. Otros, son utilizados en sus “blancos” para escribir, porque el papel es escaso. La disposición espacial de los textos no se corresponde con la temporalidad en la cual fueron redactados.
Los cuadernos salieron con Gramsci de la prisión de Turi en un baúl y luego de su muerte fueron trasladados a Moscú por Palmiro Togliatti, entonces principal dirigente del Partido Comunista Italiano (PCI). Este promovió, a partir de 1948, la primera edición “temática” (se agruparon las anotaciones de diferentes cuadernos de acuerdo con las materias tratadas). Surgieron también las primeras canonizaciones de Gramsci, según las necesidades de un PCI volcado a la “unidad nacional” o al “compromiso histórico”. En 1975, aparece la Edición crítica del Instituto Gramsci, a cargo de Valentino Gerratana, que reproduce el texto tal como figuraba en los cuadernos. En los años siguientes se multiplican las traducciones y publicaciones en varios países y aparecen nuevos “usos” de Gramsci que, a contramano de la biografía del revolucionario italiano, pretenden presentarlo como un teórico de los cambios graduales o culturales.
El editor y traductor Antonio Antón Fernández explica que las diferentes ediciones críticas de los Cuadernos han buscado, en diferentes momentos históricos, reconstruir los recorridos y saltos cronológicos o temáticos de los textos originales. Se trata de un trabajo colectivo: desanudar el hilo de las reflexiones gramscianas requiere más de una Ariadna. La nueva edición en castellano de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci (Akal, 2023) en tres tomos con más de 2.400 páginas es una obra enriquecida. Una edición que se propone mantener el rigor, a la vez que ser legible para los no iniciados.
Los cuadernos incluyen textos de primera o segunda redacción, junto con otros de redacción única, cada uno de los cuales aparece en la nueva edición con diferentes tipos de letra o sobre un fondo ligeramente tramado. Son señales para no perderse en el laberinto textual, para no olvidar la provisionalidad de una escritura marcada por las condiciones de su producción. En este sentido, destacan las notas introductorias a cada Cuaderno, a cargo de Anxo Garrido. Estas presentan las principales temáticas o “rúbricas”, indican los autores comentados, señalan las principales líneas de investigación y sugieren prestar atención a algunas en especial. Así, nos guían por esa temporalidad discontinua de los textos gramscianos.
Gramsci y la disputa por la hegemonía
“Son muchas y muy dispares las causas de la anomalía Gramsci, de su actualidad obstinada que reaparece en el gesto, en la entereza frágil y profundamente humana del personaje, en los momentos en que dicha actualidad parece eclipsarse en su letra”, señala Anxo Garrido. Apunta que la mirada de Gramsci se gesta en el laboratorio político de Turín. Allí, la lucha de la clase obrera da forma a los consejos obreros en 1919-1920, una potencialidad creadora que Gramsci celebra desde las páginas del periódico Ordine Nuovo. De Turín a Moscú, en los años siguientes el revolucionario intercambia opiniones con dirigentes de la Internacional Comunista acerca de las perspectivas de la revolución en Occidente. Se convencerá entonces de la necesidad de la política del Frente único, que Lenin y Trotsky plantean para intentar ganar a amplios sectores de la clase obrera, en disputa con los partidos socialdemócratas. Después vendrán las reflexiones sobre la cuestión Meridional (la necesidad de soldar la alianza entre el campesinado pobre del sur y la clase trabajadora del norte de Italia) y, una vez en la cárcel, las elaboraciones más amplias sobre la hegemonía.
“Este encuentro con la revolución –en acto en Moscú, fallida en Turín– le lleva a constatar que, solo yendo más allá de sus intereses como clase, puede una clase regir sobre la sociedad toda para abolir las relaciones sociales que la escinden. Esto es, que solo la forma hegemónica puede, en definitiva, dar cumplimiento en las sociedades de masas a los anhelos revolucionarios”, señala Garrido.
Pero, ¿qué es la hegemonía? Esta ha sido quizás una de las ideas más debatidas en la teoría política contemporánea. Perry Anderson recorre las peripecias del concepto en su libro La palabra H (Akal, 2018). Sostiene que se podría definir la hegemonía como un liderazgo que se basa no solo en la fuerza sino en el consenso. Anderson asegura que la idea ya estaba presente en la antigua Grecia, en la relación que establecían las ciudades libres y Atenas, cuando aquellas cedían voluntariamente el liderazgo militar a una ciudad. El concepto reaparece en el siglo XIX para abordar las relaciones interestatales. Y cobra un nuevo sentido en el marxismo ruso, que retoma la cuestión de la hegemonía para pensar cómo articular la lucha de la clase obrera y el campesinado, en una perspectiva socialista. Lenin, Trotsky y Gramsci desarrollarán la cuestión en relación con la revolución.
Sin embargo, como ha señalado Fabio Frosini, en la “desmesurada cantidad de interpretaciones de Gramsci”, este se ha alejado cada vez más de la tradición marxista. “Al principio, diciendo que se trata de un marxista muy original, luego que es un marxista innovador, que su marxismo es un marxismo radicalmente original, y que, en definitiva, es un posmarxismo y que al final no tiene nada que ver con el marxismo”. Un recorrido que podemos rastrear en las apropiaciones eurocomunistas de Gramsci (un Gramsci sin revolución) y mucho más en las interpretaciones laclausianas, donde la hegemonía pierde todo anclaje de clase para esfumarse en operaciones discursivas (un Gramsci sin cuerpo ni espíritu de lucha).
Más recientemente, encontramos lecturas que apuntan en otro sentido. Aquellas que intervienen en el debate para volver a indagar la “potencialidad político-estratégica” de su obra. En este sentido, Juan Dal Maso explica en El marxismo de Gramsci (Ediciones IPS, 2017) que la problemática de la hegemonía surge de que “el capitalismo subsume viejas formas de producción y de vida combinándolas con las propiamente capitalistas, recrea viejos antagonismos y crea nuevos”. Esto permite abordar los cruces entre las luchas capital-trabajo con otros conflictos como las luchas feministas, de las nacionalidades oprimidas, las identidades étnicas y racializadas, la diversidad sexual o las luchas por la defensa del medioambiente. Es decir, que volver sobre la cuestión de la hegemonía hoy es un desafío para articular las fuerzas de una clase obrera más diversa y feminizada que nunca, atravesada por fragmentaciones, pero también con la potencialidad de agrupar a todos los oprimidos en una perspectiva contra el capital.
Muchas otras nociones que Gramsci despliega en los Cuadernos siguen resonando con fuerza hoy. ¿Acaso no hemos visto, en los últimos años, recurrentes crisis orgánicas, donde la escisión entre representantes y representados muestra la decadencia de las democracias liberales? ¿Y no encarnan Trump, Milei, Abascal o Meloni esos monstruos que emergen en los intersticios de tiempos convulsos? También vale preguntarse qué diría Gramsci de los nuevos transformismos, aquellos reformistas (sin reformas) que prometían “tomar los cielos” y terminaron administrando las migajas en gobiernos de la OTAN.
Sin duda, la lectura de los Cuadernos de la cárcel nos acerca a Gramsci y nos permite comprender su tiempo. Y con esa llave, se abren puertas para transformar el nuestro.
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