POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
“La paz no se puede mantener por la fuerza. Sólo puede ser conseguida por el entendimiento… Los pioneros de un mundo sin guerras son los jóvenes que rechazan el servicio militar”.
– Albert Einstein
“Una nación que continúa año tras año, gastando más dinero en defensa y equipamiento militar que en programas sociales, se está acercando a la perdición espiritual”.
– Martin Luther King
Considero importante recabar en el tema de la confrontación, ética e intelectual, a las tesis militaristas y guerreristas con que se convoca a muchos aprendices del neofascismo que se ha impuesto, casi que planetariamente. Despistados sujetos incrustados en los diversos medios de comunicación de masas, manipulados por una lumpen burguesía ignara, pero artera, habilidosa y maniobrera, que ha sabido direccionar, a algunos pseudo-periodistas, así como a amplias capas de las clases medias y aún de los sectores populares, convirtiéndolos en acérrimos defensores del guerrerismo, del más estrecho chovinismo y de un nacionalismo ultramontano y ramplón.
Es un imperativo categórico el enfrentar tanto esas descompuestas élites y dinastías hegemónicas que, desde el período colonial-hacendatario, han definido los torpes y desacertados rumbos de Colombia, como a todos los mercenarios comunicólogos puestos al servicio de los intereses oligárquicos e imperialistas. Sobre todo, ahora que, bajo el gobierno “progresista” de Gustavo Petro, se da la opción de sustituir el patriotero llamado al servicio militar obligatorio que se impone a los jóvenes, por un servicio alternativo de índole social y cultural, más acorde con los propósitos de un país que espera alcanzar la paz total.
Así mismo se trata de callar las estupideces de aquellos promotores del belicismo que, como la tan locuaz uribista como inculta parlamentaria María Fernanda Cabal, azuzan a las juventudes hacia la movilización militar, edulcorando toda su cháchara sobre la confrontación armada a un pretendido “enemigo interno” y presentando toda la ideología del militarismo, como un componente básico en la formación del carácter y la personalidad de los jóvenes.
La tarea de lograr el repudio a la guerra, y a las confrontaciones armadas, como mecanismos para lograr superar las inequidades y las diferencias políticas, económicas, culturales o sociales en un país multiétnico y pluricultural como Colombia, tan grotescamente sometido al imperio de unas élites fijadas por tradiciones históricas, heredadas del régimen colonial, confesional y encomendero, con familias dinásticas que, anacrónicamente, persisten en sus conductas despóticas, clasistas, racistas, homofóbicas y xenófobas, y que ahora comparten proyectos institucionalizados por las nuevas mafias surgidas del narcotráfico y el paramilitarismo, que lograron infectar ya todo el cuerpo de la llamada “democracia”, es una tarea desmedida que implica todo un proceso económico, político, cultural y pedagógico que busque superar no sólo las condiciones de marginalidad y pobreza, la inequidad reinante, sino, y principalmente, superar esas mentalidades medievales aún presentes en la sociedad colombiana.
Eric Hobsbawm en su “Historia del siglo XX” nos mostró cómo con la llamada Primera Guerra Mundial –iniciada en el año 1914–, se inauguró la “era de las matanzas”; cómo en los comienzos del siglo XX se logró la fusión total entre la economía, la política y la guerra, es decir, la más fehaciente expresión de lo que sería el Imperialismo, la temprana intencionalidad del reparto del botín del mundo entre las nacientes “grandes potencias”, económicas y bélicas, cuando se establecieron las bases del “siglo más mortífero de la historia”.
Es en los comienzos del desastroso siglo XX que, al decir de Ernst Jünger, se logró establecer el amalgamamiento total entre la ideología del “progreso” y el fortalecimiento del aparato industrial-militarista, siglo en el que “el genio de la guerra se compenetró con el espíritu del progreso” y, bajo la máscara de la razón patriótica, se impuso la idea de la movilización total de los seres humanos –en especial de la juventud– para la supuesta defensa militar de la cultura y de la civilización eurocéntrica y cristiana, es decir, se marcaría la impronta, superior, pero decadente, del capitalismo tardío. La guerra total sería, desde entonces la divisa cultural movilizadora por excelencia, en que los efímeros y volátiles momentos de paz, no serían más que preparativos para la continuidad de la guerra. Después vendría algo peor: el constante chantaje del exterminio total, mediante la amenaza de la guerra nuclear…
En Colombia las élites liberal-conservadoras que han monopolizado el manejo del Estado desde la supuesta “independencia”, lograron maridar esa mentalidad cristiano feudal, manipulando esos viejos símbolos religiosos y patrioteros, proveniente del régimen colonial, poniéndolos al servicio de una pretendida “modernidad” y en favor de las ventajas y los intereses del capitalismo agrario, industrial y financiero, que ha sabido manejar ese dependentismo ideológico y la sumisión voluntaria de seres humanos dispuestos a “dar la vida por la patria”, por la religión y por la democracia. De esta manera se alcanzó, por ejemplo, la conscripción y movilización de grandes mesnadas de campesinos y obreros que, alborozados, siempre han acudido a los llamados de la “La Patria”, como arteramente se logró con la llamada “policía Chulavita” y con la participación del denominado “Batallón Colombia” que, sumisamente, participó, “en defensa de la democracia”, durante la guerra que el imperialismo norteamericano impuso sobre el pueblo de Corea, logrando su división en dos Estados hoy enemigos.
Ante el advenimiento de la llamada “era nuclear” el filósofo austriaco Günter Anders (1902 – 1992) estableció sus advertencias frente a esa falta de visión de aquellos que, de manera inconsciente o conscientemente, han instrumentalizado políticamente el crecimiento y fortalecimiento de los ejércitos, así como el despliegue y desarrollo científico-tecnológico de los armamentos y, por ende, la ampliación de la amenaza nuclear. Muy tempranamente –desde los años 40– explicó Anders: “Ninguno de nosotros tiene un conocimiento acorde con lo que podría ser una guerra atómica. Lo que significa que, en este campo, nadie es competente y –dijo– el Apocalipsis está por lo tanto en manos de los incompetentes”.
Mientras más compleja se va volviendo la maquinaria de guerra y los instrumentos políticos y psicológicos que la sustentan, contando con poderosos recursos educativos, mediáticos e informativos, van logrando de una manera casi que absoluta, la pérdida de la autonomía individual e incluso la condición de rebaño de los reclutas, de una soldadesca que actúa como autómatas, absurdamente robotizados y obedientes a los mandatos herméticos e impersonales de una jerarquía militar incomprensible, oscura y críptica, que tampoco conoce el sentido de sus represivos, rutinarios y estúpidos quehaceres.
Si el desarrollo del militarismo buscaba despojar a los jóvenes de pensar por cabeza propia, parece ser que este cometido se ha logrado plenamente, llegando incluso a la situación en que policías y soldados se sienten orgullosos y realizados en la obediencia acrítica, en la aceptación de órdenes incomprensibles y absurdas, sumidos, casi zoológicamente, en el acatamiento de mandatos militares que imponen “la debida obediencia” como un elemento de honra y dignidad castrense. Se trata de la despersonalización total, de una esclavitud disfrazada de “servicio a la patria”, de una total reificación de los seres humanos.
Cine y literatura antibelicista
Con el propósito de generar una mayor sensibilidad frente a esa mentalidad fascistoide que reprueba los procesos de paz y repudia los acuerdo firmados con los insurgentes, mientras pondera la guerra, el genocidio, la barbarie militar y el guerrerismo, me permito presentar como recomendación pedagógica la lectura, crítica y el análisis, de un par de obras antibelicistas de reconocimiento mundial: las novelas –y películas– Sin novedad en el frente de Erich María Remarque y Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo.
Toda esta situación de fomento y promoción de la ideología bélica fue avizorada por Erich María Remarque (1898 – 1970) quien, desde 1929 en su novela Sin novedad en el frente, contundentemente criticó los estragos psicológicos, políticos y éticos causados, tanto por la guerra y el militarismo, como por aquellas teorías o convicciones que, asumiendo una ficticia superioridad racial, nacional o ideológica, por sobre los demás. Describe la obra, asimismo, el constante accionar publicitario e intimidatorio ejercido por maestros, intelectuales, catedráticos y teóricos, comprometidos y fletados por los organismos de la administración estatal en presentar la guerra como un altísimo compromiso para los “patriotas” que entregan su conciencia, su juventud y hasta la vida al Moloch de la guerra, en defensa de dichas ideologías.
La novela narrada desde el frente alemán, en primera persona, confronta ese poder de convicción de los educadores que impulsaron los jóvenes a enrolarse, planteándoles maravillas acerca de la vida militar, mientras ellos permanecen en la cómoda tranquilidad de sus cátedras y cargos, así mismo la obra señala la falsedad, la desidia y el maltrato que reciben los jóvenes –carne de cañón– en unos hospitales y puestos de salud, carentes no sólo de medicamentos y equipos, sino de humanidad, compromiso y solidaridad con los supuestos “héroes de la patria”. Describe el autor de qué manera las presiones ejercidas por los altos mandos, así como las extremas condiciones de hambre, violencia, miedo y desamparo, mezclados con sueños y ambiciones desesperadas, paulatinamente, van convirtiendo a los conscriptos en una especie de bestias humanas.
Esta obra sería llevada al cine en 1930 por Lewis Milestone y, luego, en 1979, por Delbert Mann.
Johnny cogió su fusil es otra gran novela antibelicista. Publicada en el año 1939, por el escritor estadounidense Dalton Trumbo (1905–1976). Nos dice Trumbo en el primer párrafo de su novela: “La primera guerra mundial comenzó como un festival de verano: todo eran faldas ondulantes y charreteras doradas. Las multitudes vitoreaban desde las aceras mientras emplumadas altezas imperiales, dignatarios, mariscales y otros tontos por el estilo desfilaban por las capitales de Europa a la cabeza de sus resplandecientes legiones”. Pero toda esta algarabía, toda esa alegría provocada por el entusiasmo de la guerra, pronto se verá oscurecida en la conciencia y en la vida de los jóvenes reclutas, arreados y comprometidos con la fiesta de la guerra.
La novela particularmente se refiere a los terribles avatares de un joven recluta norteamericano herido gravemente, en la Primera Guerra Mundial, siendo sorprendido por la metralla y las bombas enemigas durante su primer combate; logra sobrevivir al ataque, mutilado, sin brazos, sin piernas, sin rostro, sin habla, pero consciente. El mismo Trumbo, adaptó su novela al cine y escribió y dirigió la película que se estrenó en 1971. Trumbo, al igual que Charles Chaplin, sería perseguido por la maquinaria represiva del macartismo gringo de los años 50, que aún está presente, ya no sólo en Norteamérica, sino que se ha extendido, como haciendo metástasis, hacia todos los rincones del llamado “mundo libre”…
Semanario virtual Caja de Herramientas, Bogotá, edición 802.
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