POR MAURICIO TRUJILLO URIBE
Con motivo de la inauguración de la Cátedra Camilo Torres sociólogo ayer y hoy, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, el 14 de febrero pasado, el Departamento de Sociología realizó un conversatorio en el que participamos el padre Javier Giraldo, sacerdote jesuita, María Tila Uribe, escritora y educadora, Fernando Torres, teólogo, Marta Rodríguez, cineasta autora del documental ‘Chircales’, y el suscrito. Una iniciativa académica para estudiantes inscritos en la facultad acerca del legado del sacerdote Camilo Torres Restrepo (1929-1966) en tanto que sociólogo, bajo la dirección de los profesores Normando Suárez, María Elvira Naranjo y Miguel Ángel Beltrán.
Quise traer a este panel el recuerdo de un viaje en el que, aun siendo niño, acompañé a mi padre, Francisco Trujillo, a un barrio en las afueras de Pereira en donde Camilo Torres y un grupo de estudiantes de sociología habían acordado un encuentro con la comunidad. Esa mañana de un domingo numerosas personas estaban esperando al padre: lo rodearon saludándolo con alegría y algunos niños se colaron por entre los adultos para tocar la larga sotana negra que él vestía. Para ese entonces, Camilo ya era una figura nacional que gozaba cada vez más de prestigio, afecto y popularidad.
Lo primero que hizo fue recorrer las calles destapadas y llenas de barro por causa de la lluvia del día anterior y detenerse a hablar con los habitantes, hombres y mujeres de condición humilde, que salían a conocerlo. Con expresión afable escuchaba con atención lo que le decían; Camilo se distinguía por ser alguien sencillo, cordial y jovial, dicen quienes fueron cercanos a él.
Al cabo de un rato entramos al salón comunal levantado con ladrillos, latones y tejas de plástico, el cual se llenó totalmente. Camilo tomó entonces la palabra saludando a los presentes, ofició un corto acto religioso y explicó el sentido de su visita. Luego Francisco activó el equipo de proyección que había sido llevado desde Bogotá en un furgón que en sus costados decía Movimiento Universitario Pro-Desarrollo de la Comunidad, un proyecto que Camilo y otras personas venían impulsando. Así, en un telón improvisado presentaron un video que mostraba cómo construir varios tipos de letrinas.
Vino después el almuerzo al aire libre dispuesto en ollas que la comunidad aportó y en medio de un ambiente bullicioso los estudiantes se mezclaron con las familias conversando animadamente. En la tarde volvimos al salón comunal y en una dinámica grupal animada por una de las jóvenes universitarias, Anita se llamaba, la gente comenzó a referirse a lo visto en el video proponiendo soluciones de acuerdo con la ladera de la colina que había dado lugar al barrio de invasión.
Pronto la conversación tornó en discusión alrededor de otras necesidades en materia de servicios y de la vida cuotidiana; de manera algo desordenada unos y otros se interrumpían o hablaban al mismo tiempo. Sin embargo, bajo la batuta pedagógica de la moderadora, el respeto al turno del otro se abrió paso como regla de convivencia. También recuerdo, entre ‘gallos y medianoche’, que se habló de mejoras del barrio mediante la acción colectiva de los pobladores, así como de las solicitudes a realizar ante la alcaldía. Pero quizás, visto con ojos de hoy, uno de los resultados más notables de este ejercicio democrático y deliberativo, fue el surgimiento de jóvenes líderes sociales. Camilo cerró el encuentro haciendo énfasis en el diálogo, la organización y la solidaridad.
Este breve pasaje sobre Camilo Torres, como otros que fueron relatados por María Tila -mi madre-, Marta, Javier y Fernando, en el acto de inauguración de la cátedra, nos hablan de un sacerdote comprometido con los desposeídos pero también del sociólogo que va al encuentro de la gente. Como lo contaba Francisco Trujillo, Camilo había crecido en una familia de clase media alta instruida, en su bachillerato fue un joven normal y se ordenó sacerdote en 1954 luego de estudiar en el Seminario Mayor de Bogotá. En 1957, Camilo viaja a Francia y visita a los padres-obreros que habían surgido después de la Segunda Guerra Mundial, que trabajaban en fábricas y vivían en barrios populares. A su vez, había hecho amistad en Bogotá con dos padres dominicos franceses, de visión amplia, abiertos al diálogo y de conceptos nuevos, frente a una Iglesia ligada al poder y un clero conservador.
Según sus historiadores y allegados, Camilo obtuvo la Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, y fue nombrado vicerrector del Colegio Latinoamericano en donde toma contacto con una faceta de la realidad latinoamericana a través de estudiantes refugiados políticos, al tiempo que ante él se abría el mundo de los debates sociales, políticos y filosóficos en la Europa de esa época. Al regresar a Colombia impulsa el proyecto Equipo Colombiano de Investigaciones Socioeconómicas y comienza a estudiar los problemas nacionales, dicta conferencias y visita barrios populares. Plantea entonces que es posible un diálogo saludable entre diversas escuelas de pensamiento, incluso entre marxistas y cristianos, lo cual levantó ampolla en la jerarquía católica. Eran nuevos vientos en la Iglesia en boca de un sacerdote, que le ganan audiencia y simpatía en sectores universitarios y populares, y lo ponen en el ciclón de los medios de comunicación. Es designado capellán de la Universidad Nacional y profesor de cátedra de la misma.
Camilo Torres y el profesor Orlando Fals Borda, uno de los pensadores críticos contemporáneos más importantes de Colombia y América Latina, fundan el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, desde donde impulsan una academia comprometida con la sociedad, una escuela y una praxis basada en la investigación transformadora y la acción educativa, que bajo el método desarrollado en los siguientes años por el segundo, conocido como Investigación-Acción-Participación, deja un extenso legado al mundo académico y al movimiento social.