POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL
La muerte del escritor Antonio Caballero a los setenta y seis años, en pleno ejercicio de su oficio de opinar, nos priva a sus lectores, que somos una devota legión, de un defensor de las libertades en toda su amplitud social, política y cultural, en perspectiva de la esquiva paz.
Sus artículos quedan como lo mejor de la literatura política colombiana de todos los tiempos: coherencia, profundidad, verdad y una espléndida prosa, en un contexto de cultura que les da una fuerza contundente a sus propósitos analíticos y de denuncia. Polémico, irreverente, y, a veces, arbitrario. En eso consiste su oficio de opinar, como tituló un libro suyo. Ese periodismo sin eufemismos, ni de ocasión, es muy escaso en Colombia por la autocensura y la censura disimulada, pero efectiva.
Antonio Caballero es ejemplar en su conducta insobornable, haciendo valer, sobre todo, la alta calidad y la excelencia de su trabajo. Es también un crítico de arte y de literatura sobresaliente, un maestro de la caricatura y el dibujo, un gran novelista de una sola novela, que es algo así como nuestro Ulises: Sin remedio.
Su último libro, Historia de Colombia y sus oligarquías, es el resumen de su periplo intelectual por Colombia. Dice esto: “Este libro de historia, aunque vaya ilustrado con caricaturas, no va en chiste: va en serio. Y, como todos los libros serios de historia, es también un libro de opinión sobre la historia: entre todas las formas literarias, no hay ninguna más sesgada que la relación histórica”. Se trata de una historia a contrapelo, una ironía a las historias elitistas, “neutras”, que constituyen los relatos que la historiografía pretende presentar como correctos.
Hay un telón de fondo que acompaña su constante y ácida crítica y es el poner en escena el papel imperialista de los Estados Unidos en el mundo y en este país. Son muchas las páginas esclarecedoras sobre las guerras regionales, Vietnam en primer lugar, sobre el mercado mundial de armas y la perversa guerra contra las drogas, en la que Colombia padece de manera dramática. De allí, su apoyo a la legalización de las drogas malditas. Es una literatura de la dignidad.
Corrió a cabalidad todos los riesgos por sus compromisos con los derechos, un apasionado de la vida. Un escritor a contracorriente en una luminosa tradición libertaria y, al mismo tiempo, subversiva de la actual sociedad del espectáculo. Con un sentido de presente que incita a la indignación y a la acción para resistir en espacios de dignidad.
Antonio, una rara avis: Viva moneda que nunca se volverá a repetir.
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