“Colombia es el ejemplo más prometedor de esta segunda oleada de gobiernos progresistas”: Álvaro García Linera

Álvaro García Linera, exvicepresidente de Bolivia.

POR OSCAR ARNULFO CARDOZO /

Desde Buenos Aires, donde se residenció desde que el gobierno de Argentina le concedió asilo político en 2019, tras el criminal golpe de Estado propiciado por Washington a través de la deslegitimada Organización de Estados Americanos (OEA) y operado por la derecha boliviana en cabeza de Jeanine Áñez, el exvicepresidente Álvaro García Linera (1962), aborda en este diálogo periodístico con la revista Raya de Colombia algunos temas como la segunda ola de los denominados gobiernos progresistas en la región, su experiencia política en el gobierno del entonces presidente Evo Morales durante casi 15 años ininterrumpidos, el golpe de Estado en Perú, la expectativas respecto del gobierno colombiano de Gustavo Petro, las negociaciones de paz que están en pleno desarrollo con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y su perspectiva sobre el movimiento indigenista en el continente.

Una vida ligada al pensamiento crítico

La vida de Álvaro Marcelo García Linera ha estado ligada al pensamiento crítico desde la izquierda y principalmente a la defensa de las luchas sociales y populares en América Latina. Este matemático titulado en la Universidad Autónoma de México (UNAM 1981/1985) sociólogo formado mientras permanecía recluido en la cárcel de San Pedro (1992/1997) en La Paz, acusado por actos de terrorismo mientras estaba adscrito al Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK), ha desarrollado su pensamiento a partir de la formación marxista, leninista y se ha caracterizado por sus juiciosos análisis sobre la obra de autores críticos como el peruano José Carlos Mariátegui y el italiano Antonio Gramsci, entre otros. Actualmente es profesor e investigador en la Universidad de San Martín en Argentina.

¿Qué lectura le merecen estos ciclos recurrentes de cambio entre sectores derechistas y gobiernos de izquierda que se están dando actualmente en Latinoamérica?

Lo que le pasa a América Latina es lo que le pasa al mundo en general. Esto es, el agotamiento de un ciclo largo que lleva cerca de 40 años de acumulación económica y organización de su legitimidad política bajo el nombre de neoliberalismo o liberalismo tardío. Es un ciclo que desde inicios del siglo XXI muestra agotamiento y cansancio. No ha desaparecido, ni desaparecerá rápido, pero ha perdido el optimismo y principalmente, el apoyo social que logró conquistar en los años 80.

Su agotamiento entonces ha abierto un periodo de incertidumbre. Los viejos paradigmas y las viejas certidumbres comienzan a corroerse como, por ejemplo, la unificación bajo el libre mercado de izquierdas y derechas. De allí es donde surgen las nuevas propuestas, tanto desde el progresismo latinoamericano como desde el autoritarismo cada vez mayor de las derechas.

Sin embargo, siguen sin definirse aún las características del nuevo ciclo de acumulación económica y de legitimación política. Básicamente lo que vivimos es un tiempo de interregno al cual yo he llamado momento liminal donde sabemos aquello que ya no funciona, pero no sabemos con claridad lo nuevo a lo que nos tenemos que aferrar, aquel horizonte predictivo que nos dará certidumbres.

Tengo la idea de que los ciclos de acumulación duran entre 40 y 70 años. Actualmente, el neoliberalismo está feneciendo, durará quizás por su extenso repliegue una década más y luego a través de una lucha global se definirá cual será el nuevo ciclo de acumulación en la disputa entre progresismos y conservadurismos con un par de opciones más por ahí presentes. Este tiempo de malestar social e incertidumbre no puede ser duradero.

“El MAS en Bolivia su leer y entender el lenguaje del tiempo”

¿Cuál cree que ha sido el gran éxito de la gestión del Movimiento al Socialismo (MAS) en su país, Bolivia, durante ya 15 años ininterrumpidos?

El modelo boliviano tuvo dos grandes virtudes: la primera fue su fuerte respaldo desde la movilización social llevada a cabo por la gente de abajo (trabajadores, campesinos, indígenas, pequeños comerciantes). Ellos y ellas sentaron paradigmas sobre los cuales nuestro gobierno pudo trabajar y tener un ciclo largo, interrumpido brevemente por aquel funesto golpe de Estado en 2019. La segunda virtud es que nuestro gobierno supo leer y entender el lenguaje del tiempo, lo ha sostenido lo más que se puede. En los primeros meses de nuestro gobierno, jamás supimos cuánto duraríamos, pero nos propusimos generar el mayor impacto posible a través de reformas desde arriba en correspondencia a las necesidades sociales apetecidas por la gente desde abajo. Ahí fue cuando empezamos a nacionalizar los hidrocarburos, los servicios públicos y parte de la producción minera. De tal manera que, si antes el Estado boliviano controlaba el 13 por ciento de su PIB, actualmente desde el ascenso del MAS controla el 40 por ciento de su economía nacional.

Todo esto a su vez tenía un propósito final y era generar una amplia redistribución de la riqueza. En una década de gobierno del MAS sacamos el 30 por ciento de la población boliviana de la extrema pobreza. Nuestro promedio anual de crecimiento durante la última década fue del 5 por ciento, récord histórico que todavía se sostiene. Aún falta mucho, claro está, pero el cambio ha sido significativo.

Perú es uno de los países de la región donde más se enquisto el neoliberalismo

¿Qué puede decirnos sobre el panorama político peruano y como puede realmente posibilitarse el ascenso indígena al poder como sucedió en Bolivia?

El caso peruano es paradigmático por la existencia de una oligarquía político-empresarial muy conservadora, profundamente racista y distanciada de los sectores populares. Junto con Chile, Perú es uno de los países donde más se enquisto el neoliberalismo, liquidando el Estado de Bienestar, todo bajo una mentalidad premoderna propia de un régimen gamonal que jerarquiza a la sociedad entre una élite blanca ilustrada y una sociedad indígena devaluada.

En ese orden de ideas, el sistema político en alianza con el sistema empresarial y el sistema policial que ha dominado racistamente al Perú desde los tiempos de Fujimori fue roto con la llegada al poder del presidente Castillo. Lamentablemente, él no tuvo la audacia para lanzar reformas que desbarataran ese sistema corrupto y perverso con el que además convivió hasta que lo sacaron.

La destitución del presidente Castillo por parte del gamonalismo limeño, nuevamente volvió a despreciar y llevar a los cementerios a los sectores populares, indígenas y provinciales (60 muertos y 1200 heridos por balas). Si bien, Boluarte ha ahogado en sangre esta primera oleada de movilización social, en el Perú hay muestras de que algo rompió ya la tolerancia moral del indígena hacia sus gobernantes. Hay una emergencia de protagonismo popular que no se va a ahogar en la represión, renacerá y será protagonista por encima de las élites. Perú será en unos años un escenario de grandes transformaciones porque la población ya se levantó y dijo: Ya basta. No estoy de acuerdo con que estos herederos coloniales sigan maltratándonos más. Ojalá este levantamiento popular, indígena, aimara, quechua, lleve a una reforma constitucional, a una transformación del sistema político, a una desracialización y desoligarquizacion de los militares que en el Perú tienen mucho poder. Es un tiempo de esperanza lo que se viene para el Perú próximamente.

Propuesta de transición energética de Petro, un gran avance en el pensamiento político

¿Cómo interpreta el trabajo del gobierno de Gustavo Petro en Colombia hasta la fecha?

Colombia es el ejemplo más prometedor de esta segunda oleada de gobiernos progresistas. Lo más destacable por ahora es su reforma fiscal. El anterior presidente, Iván Duque, tuvo un intento conservador de reforma económica que principalmente golpeaba a la gente sencilla más no a los ricos. El presidente Petro lo hizo a la inversa.

La reforma tributaria es muy importante porque gran parte de los gobiernos progresistas de la primera ola, nunca lo hicimos. No vas a hacer pobres a los más millonarios con un par de medidas económicas si tienen fortunas que ni sus tataranietos alcanzaran a gastar, se trata de primar la justicia económica redistributiva para dotar de agua potable y de comida a los más desfavorecidos. Es un gran paso que ha dado el presidente Petro, aleccionador diría yo para el resto de los gobiernos progresistas del continente.

Igualmente, su política de transición energética pone énfasis en un cambio gradual en el uso de hidrocarburos, en una dependencia cada vez menor de estos recursos más no de sustitución inmediata porque actualmente es la base económica del país. Petro le apunta, a mi modo de ver, a una industrialización nacional que sostenga la economía más allá de depender de la renta exclusiva de los combustibles fósiles y eso es un gran avance en el pensamiento político a nivel global. Europa y Estados Unidos han retrocedido en sus políticas de transición energética produciendo más carbón, petróleo y energía atómica y nadie les dice nada.

Sin embargo, creo yo, que el punto más destacable de este nuevo gobierno es la presencia de la compañera Francia Márquez en la Vicepresidencia de Colombia. La imagen de la anterior vicepresidenta, Martha Lucia Ramírez, hablando en inglés todo el tiempo. Y casi bajo una puesta en escena quedó en el pasado con la entrada de Francia Márquez a la casa de gobierno saludando a las trabajadoras de servicios generales. Esa imagen sencilla de 15 segundos es la voluntad de un país de desracializar las relaciones de poder en la sociedad. Es la imagen de volver a los indígenas, afros y demás minorías, ciudadanos de primera categoría con los mismos derechos de ser Presidente, Vicepresidenta, senador, empresario y demás. De eso se trata la plurinacionalidad, pues más allá del reconocimiento de derechos, es volver a los indígenas y afros, el centro de la nueva identidad nacional. Ese mensaje de transición entre la vieja época y la nueva época fue fascinante. Esa simple acción seguramente marcará imaginarios entre la población de a pie.

Este nuevo gobierno, a su vez, toma medidas dentro de un tiempo prudente, no esperando a que pase el tiempo. Los gobiernos progresistas tienen que tomar medidas en lo inmediato pues la derecha se va a seguir reagrupando. Ellos ya han pasado del estupor de perder las elecciones al reagrupamiento encostrado, derechizado, militarista, racista y antipopular. Un gobierno progresista solo se estabiliza a medida que va concadenando cada vez más reformas. Petro no puede contentarse con solo un par de reformas. Terreno que no avanza, es terreno que la derecha seguramente si ocupa.

Sin embargo, para que estas reformas tengan validez se necesita el acompañamiento de la gente en la calle, de los humildes, de la gente pobre, de los campesinos, de los sindicalistas, de los jóvenes, ellos son el combustible real de las reformas. En Bolivia, hicimos reformas en 2007, 2010 y 2014 y cada vez más nos empujaba el movimiento social. Un gobierno progresista no debe tener miedo a ser rebasado por el movimiento social pues ahí está la base para tener ideas y sostenerse.

El progresismo tiene una gobernabilidad doble: mayoría parlamentaria y presidencial y mayoría social movilizada. Si abandonas la mayoría parlamentaria y presidencial, tienes muchas movilizaciones, pero cero efectividad; si pierdes la mayoría social movilizada tienes el gobierno más débil, lento y temeroso frente a una derecha que te hace tanto mayoría en el parlamento como movilizaciones en la calle.

Negociación de paz con el ELN: es preciso ir a las causas estructurales del conflicto armado

Actualmente existe un escenario de negociación que cumple su segunda fase en México con la guerrilla colombiana del ELN. A diferencia del anterior acuerdo de paz con las FARC, aquí los actores cambiaron, hablamos de un gobierno de izquierda negociando y con una guerrilla de otro corte político respecto de las FARC. ¿Qué novedad debe presentar este proceso de paz y cómo estos antiguos actores pueden hacer un tránsito posible de la lucha armada a la vida política y civil?

Cuando generaciones de jóvenes se lanzan a la lucha armada son sensibles a un malestar social, a una injusticia social. Pasó con generaciones de jóvenes en la década de los 60, 70 y parte de los 80. Hay condiciones sociales que lo generan y su durabilidad en el tiempo, lo sostiene. Una guerrilla no se sostiene en la habilidad técnica del clandestinaje porque las fuerzas represivas siempre tienen mayores niveles de sofisticación para desmontar su clandestinidad. Se sostiene porque hay una base social de gente que los protege y dicen: ellos pelean por nuestro bien como gente humilde. Las guerrillas duraderas en nuestro continente han tenido siempre ese sustento social y esas necesidades a las cuales estaban respondiendo. Si tú en estos escenarios de negociación, respondes y resuelves esas necesidades iniciales que despertaron la vida guerrillera, la guerrilla en sí misma se vuelve innecesaria.

Los procesos de paz hechos con gobiernos de derecha por lo general caen en capitulaciones honrosas porque no se resuelven los problemas sociales verdaderos y los guerrilleros se ven abrumados por la capacidad militar nacional y extranjera imposible de combatir. Por el contrario, un gobierno de izquierda tiene por vocación ir a las causas estructurales del conflicto armado e intentar resolverlas en la base de la población. Enfocar estas causas con la guerrilla del ELN son en definitiva la ruta a seguir. Ya en la transición el gobierno debe impedir la persecución y muerte de estos excombatientes respetándoles a ellos sus ideales por los cuales lucharon y recogieron apoyo social.

El continente que tuvo las guerrillas más largas de la historia y que sufrió infinidad de abusos y masacres encontrará, al fin, la manera de avanzar, yendo a la raíz del problema, no a su superficialidad. Una guerrilla duradera es el síntoma de una herida social que se cura yendo al fondo de la enfermedad. Si se llega a buen término con estas negociaciones de paz con el ELN, el presidente Petro dejará otra gran enseñanza no solo para el resto del continente, sino para el mundo mismo.

La deuda con los pueblos indígenas es una herida colonial de 200 años

Finalmente, ¿cómo debe este gobierno popular y de izquierda dialogar con los pueblos indígenas respetando su ancestralidad e identidad?

Las luchas de los pueblos indígenas minoritarios o mayoritarios del continente pasan por dos escenarios inevitables: uno, reconocimiento de sus derechos como nación indígena (sin embargo, quedarse meramente aquí es plurinacionalismo liberal); y dos, la cultura indígena (lenguaje, cultura e idiosincrasia) debe ser parte central de la identidad nacional en las estructuras estatales dominantes. Sin la conjugación de ambos elementos estás aplicando medidas formales de reconocimiento minoritario y no de plurinacionalidad real.

Nuestro caso en Bolivia quizá lo ilustre mejor. La indianitud ha llevado a tener senadores indígenas, mayorías indígenas, presidentes de la Corte Suprema indígenas, funcionarios públicos indígenas y un presidente indígena. El 49 por ciento de los funcionarios públicos es indígena y 54 por ciento está en el Congreso Nacional. La indianitud atraviesa todas las esferas del Estado. El idioma indígena es idioma oficial nacional junto con sus símbolos y cultura. La historia indígena organiza y dirige todo en nuestro país.

Es importante entonces entender que nuestras sociedades latinoamericanas son mestizas, pero todo mestizaje tiene un núcleo organizador y en nuestro caso es lo indígena, por lo cual los demás sectores de la sociedad deben articularse y unificarse en torno a él. En Perú, Bolivia y Guatemala es más fácil llevar a cabo esto porque los indígenas son mayorías a diferencia de Colombia, México y Argentina en donde los indígenas son minoría. Para el presidente Petro será un reto complicado, pero no imposible. Si lo logra, seguramente aquella herida colonial de 200 años va a poder ensamblarse y dejar atrás la confrontación con el pasado.

Revista Raya, Bogotá.

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