Como socialistas nuestra tarea es defender la libertad

POR DAVID HARVEY

La propaganda de la derecha sostiene que el socialismo es enemigo de la libertad individual. Pero en realidad es al revés: trabajamos para crear condiciones materiales bajo las cuales las personas puedan ser verdaderamente libres, sin los límites rígidos que el capitalismo impone a nuestras vidas.

Durante unas charlas que di en Perú surgió el tema de la libertad. Un grupo de estudiantes estaba muy interesado en esta pregunta: «¿El socialismo implica renunciar a la libertad individual?».

La derecha se las ha arreglado para apropiarse del concepto de libertad como si le perteneciera y para usarlo como un arma en la lucha de clases contra el socialismo. Argumenta que la sumisión del individuo al control estatal impuesta por el socialismo o por el comunismo es algo inevitable.

La Libertad guiando al pueblo, obra de Eugène Delacroix.

Mi respuesta es que no deberíamos abandonar la idea de que la libertad individual es una parte constitutiva de un proyecto socialista emancipatorio. La conquista de las libertades individuales es, tal como argumenté en aquella ocasión, una de las metas centrales de estos proyectos emancipatorios. Pero esta conquista requiere la construcción colectiva de una sociedad en la cual todas las personas tienen la oportunidad y la posibilidad de realizar su potencial.

Marx y la libertad

Marx dijo algunas cosas muy interesantes sobre este tema. Una de ellas es que «el reino de la libertado comienza solo allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad». La libertad no significa nada para alguien que no puede alimentarse, que no puede acceder un servicio de salud adecuado, a una vivienda, al transporte, a la educación, etc. El rol del socialismo es proveer estas necesidades básicas para que la gente sea libre de hacer todo lo que desee.

El punto de llegada de una transición socialista es un mundo en el cual las capacidades y la potencia individual son liberadas completamente de los límites que les impone la necesidad y otras limitaciones sociales y políticas. En lugar de conceder que la derecha tiene el monopolio sobre la noción de libertad individual, debemos reclamar la idea de libertad para nuestro proyecto socialista.

Pero Marx también señaló que la libertad es un arma de doble filo, dado que quienes deben trabajar en una sociedad capitalista son libres en un doble sentido. Pueden vender libremente su fuerza de trabajo en el mercado a cualquiera. Pueden ofrecerla bajo los términos de un contrato negociado libremente.

Pero al mismo tiempo son «no libres» porque se han «librado» de cualquier control o acceso a los medios de producción. Por lo tanto, deben entregar su fuerza de trabajo al capital para vivir.

Estos son los dos costados de su libertad. Para Marx esta es la contradicción central de la libertad bajo el capitalismo. En el capítulo sobre la jornada laboral de El capital, lo pone en estos términos: el capitalista es libre de decirle al trabajador o a la trabajadora: «Quiero emplearte pagándote el salario más bajo posible por la mayor cantidad de horas posibles para que hagas exactamente el trabajo que yo preciso. Eso es lo que te exijo cuando te contrato». Y el capitalista es libre de hacer esto en una sociedad de mercado porque, como sabemos, la sociedad de mercado se trata de ofrecer y de competir por esto y por aquello.

Pero por otro lado, quien trabaja también es libre de decir: «No tienes derecho a hacerme trabajar 14 horas por día. No tienes derecho a hacer lo que quieras con mi fuerza de trabajo, especialmente si esto acorta mi vida y pone en peligro mi salud y mi bienestar. Solo estoy dispuesto a trabajar durante una jornada justa a cambio de un salario justo».

Dada la naturaleza de una sociedad de mercado, tanto el capitalista como el trabajador tienen razón en lo que reclaman. Marx dice que ambos tienen razón por la ley del intercambio que domina en el mercado. Dice también que entre derechos iguales solo decide la fuerza. La lucha de clases entre el capital y el trabajo define la cuestión. El resultado depende de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo que, en algunos casos, puede volverse coercitiva y violenta.

Un arma de doble filo

Esta idea de la libertad como un arma de doble filo es muy importante y debe ser considerada con más detalle. Una de las mejores elaboraciones de este tema se encuentra en un ensayo de Karl Polanyi. En su libro La gran transformación, Polanyi dice que hay buenas formas y malas formas de libertad.

Entre las malas formas que enumera se cuentan las libertades para explotar al prójimo sin límites; la libertad de obtener ganancias exorbitantes inconmensurables con el servicio que se brinda a la comunidad a cambio; la libertad de evitar que las invenciones tecnológicas sean utilizadas para el beneficio de toda la población; la libertad de sacar rédito de las tragedias humanas o naturales, algunas de las cuales son secretamente diseñadas para el beneficio de agentes privados.

Sin embargo, continúa Polanyi, la economía de mercado bajo la cual prosperan estas libertades, también generó libertades por las que tenemos una alta estima: la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación y la libertad de elegir el propio trabajo.

A pesar de que podemos apreciar estas libertades en sí mismas, no dejan de ser, en gran medida, un producto derivado de la misma economía que es responsable de las libertades malas. La respuesta de Polanyi a esta dualidad le resulta muy extraña a algunas personas, dada la hegemonía actual del pensamiento neoliberal y la forma en la cual el poder político existente nos presenta la libertad.

Polanyi escribe: «La quiebra de la economía de mercado» — es decir, la posibilidad de ir más allá de la economía de mercado— «puede suponer el comienzo de una era de libertades sin precedentes». Es una afirmación bastante impactante. La libertad real comienza una vez que se abandona la economía de mercado. Polanyi continúa:

“La libertad jurídica y la libertad efectiva pueden ser mayores y más amplias de lo que nunca han sido. Reglamentar y dirigir puede convertirse en una forma de lograr la libertad, no sólo para algunos sino para todos. No la libertad como algo asociado al privilegio y viciada de raíz, sino la libertad en tanto que derecho prescriptivo que se extiende más allá de los estrechos límites de la esfera política, a la organización íntima de la sociedad misma. De este modo, a las antiguas libertades y los antiguos derechos cívicos se añadirán nuevas libertades para todos y engendradas por el ocio y la seguridad. La sociedad industrial puede permitirse ser a la vez libre y justa”.

Libertad sin justicia

Ahora bien, creo que esta idea de una sociedad basada en la justicia y en la libertad fue la agenda política del movimiento estudiantil durante los años sesenta, la agenda de la así denominada «generación del 68». Había una demanda muy extendida tanto de libertad como de justicia: libertad de la coerción del Estado, libertad de la coerción impuesta por el capital corporativo, libertad de las coerciones del mercado, todo esto conjugado con la demanda de justicia social.

La respuesta política capitalista a esto durante los setenta fue interesante. Implicó abordar estas demandas para decir: «Les daremos las libertades (con algunas salvedades) pero se olvidan de la justicia».

Lo que terminó por significar esta libertad fue muy limitado. En gran medida se trató de la libertad de elección en el mercado. El libre mercado y la liberación de cualquier regulación estatal fueron las respuestas a la cuestión de la libertad. Y hubo que olvidarse de la justicia. Esta sería impartida por la competencia de mercado, que supuestamente era tan efectiva que aseguraría que cada quien recibíría lo que merecía. Sin embargo, el efecto fue que se le dio rienda suelta a muchas de las libertades malas (por ejemplo, la liberta de explotar a otras personas) en nombre de las libertades virtuosas.

Este giro fue algo que Polanyi evidentemente reconoció. Observó que el pasaje hacia el futuro que él imaginaba estaba bloqueado por un obstáculo moral, y este obstáculo moral era algo que él denominó «utopismo liberal». Creo que todavía nos enfrentamos a los problemas que plantea este utopismo liberal. Es una ideología que se ha generalizado en los medios de comunicación y en los discursos políticos.

El utopismo liberal del Partido Demócrata, por tomar un caso, es uno de los obstáculos en el camino hacia la conquista de la libertad real. «La planificación y el control», escribió Polanyi, «están siendo atacadas como si implicaran la negación de la libertad. En cambio, se define como lo esencial de la libertad a la libertad de empresa y a la propiedad privada». Esto es lo que plantearon los principales ideólogos del neoliberalismo.

Más allá del mercado

Yo creo que este es uno de los temas principales de nuestra época. ¿Vamos a ir más allá de las libertades limitadas del mercado y de la regulación de nuestras vidas por las leyes de la oferta y la demanda? ¿O vamos a aceptar, como dijo Margaret Thatcher, que no hay alternativa? Somos libres de todo control estatal pero tenemos una relación de esclavitud con el mercado. No hay ninguna alternativa a esto y más allá de esto no hay ninguna libertad. Esto es lo que profesa la derecha, y esto es lo que mucha gente ha llegado a creer.

Es la paradoja de nuestra situación presente: que en nombre de la libertad hemos adoptado la ideología del utopismo liberal, que en realidad es una barrera para alcanzar la libertad real. No creo que estemos en un mundo de libertad cuando alguien que quiere recibir una buena educación debe pagar una inmensa cantidad de dinero y cargar con una deuda enorme por el resto de su vida.

En Gran Bretaña, una proporción considerable de la provisión de vivienda durante los años sesenta estaba a cargo del sector público; se trataba de una vivienda social. Cuando era joven, esta vivienda social brindaba satisfacción a una necesidad básica por un costo razonable. Luego llegó Margareth Thatcher y lo privatizó todo, argumentando básicamente que «seríamos más libres cuando poseyéramos nuestra propiedad y nos convirtiéramos en parte de una democracia de propietarios».

Una situación en la cual el 60 % de la provisión de vivienda estaba a cargo del sector público se transformó de repente en una situación en el cual solo el 20 % —o tal vez menos— lo estaba. La vivienda se convierte en una mercancía, y la mercancía forma parte de las actividades especulativas. Hasta tal punto de convertirse en un vehículo para la especulación. Cuando el precio de las propiedades sube, el costo de la vivienda sube sin que se incrementen proporcionalmente los medios de acceso.

Estamos construyendo ciudades y viviendas de un modo que le brinda una libertad enorme a las clases altas mientras hace que el resto de la población sea cada vez menos libre. Creo que Marx se refería a esto cuando hizo su célebre comentario: el reino de la necesidad debe ser superado para alcanzar el reino de la libertad.

El reino de la libertad

Esta es la forma en la cual las libertades de mercado limitan las posibilidades y, desde este punto de vista, creo que una perspectiva socialista implica una respuesta del tipo de la de Polanyi; es decir, es necesario socializar el acceso a la libertad socializando, por ejemplo, el acceso a la vivienda. Hacemos que deje de ser algo que está simplemente en el mercado para que se convierta en algo que existe en el dominio público. La vivienda pública es nuestro lema. Esta es una de las ideas básicas del socialismo en el sistema contemporáneo: poner las cosas bajo dominio público.

Muchas veces se dice que para alcanzar el socialismo debemos renunciar a nuestra individualidad y hacer un sacrificio. Ahora bien, esto puede ser verdad hasta cierto punto; pero tal como dijo Polanyi, queda una enorme libertad por conquistar si vamos más allá de las crueles realidades que nos imponen  las libertades individualizadas del mercado.

Creo que lo que Marx quería decir es que hay que maximizar el reino de la libertad, pero que esto solo puede suceder si se dan respuestas a los problemas que surgen del reino de la necesidad. La tarea de una sociedad socialista no es en absoluto regular todo lo que sucede en la sociedad. La tarea de una sociedad socialista es garantizar que todas las necesidades básicas sean atendidas —de manera gratuita— para que las personas puedan hacer todo lo que quieran cuando lo deseen.

Si le preguntan a alguien ahora mismo «¿cuánto tiempo libre tienes a tu disposición?», la respuesta típica es «no tengo tiempo para casi nada. Todo mi tiempo está ocupado en hacerme cargo de esto y de aquello». La libertad real implica un mundo en el cual tenemos tiempo libre para hacer todo lo que queremos, y para un proyecto emancipatorio socialista esta es una de las misiones principales. Por lo tanto, esto es algo por lo que debemos trabajar.

Este texto es un fragmento del libro de David Harvey, Crónicas anticapitalistas, editado por Akal.