POR DAVID RICO PALACIO
Si algo va contra la democracia es el comportamiento unánime de ciudadanos uniformes que rompen con la variedad de caracteres y disposiciones. A lo que tienden la extrema derecha, las élites económicas y políticas de Colombia es a asegurar su bienestar y a promover la inercia del conjunto de los ciudadanos, a quienes sumergen en una especie de ensueño pequeñoburgués para dormir las virtudes cívicas y la acción política en beneficio del individuo aislado y egoísta. El liberalismo es quien mejor realiza esta tarea de repliegue y adormecimiento.
El liberalismo clásico y su expresión contemporánea neoliberal vuelven apáticos a los ciudadanos, que se confinan en su esfera privada y, atontados, solo se preocupan por la seguridad de su propio bienestar. Quieren forjar la figura del individuo burgués desentendido de la actividad política, separado de la vida comunitaria. Pero nosotros, apáticos sin bienestar, habíamos estado replegados en la pasividad de la miseria. Sin embargo, poco a poco, y se ha avanzado mucho, Colombia ha ido despertando del sueño dogmático en el que lo sumergieron las fuerzas que hasta ahora lo han hipnotizado.
El establecimiento y sus parlantes periodísticos han llamado democracia a la subordinación completa del legislativo al poder ejecutivo de gobiernos excluyentes de un club privado de derecha. Tal subordinación no se limitó sin embargo a esta relación. Producto de un acuerdo institucional “armónico” que ha articulado exitosamente este régimen oligárquico de corrupción, se deterioró notoriamente el sistema general de contrapesos, debilitando los controles institucionales y no institucionales, tradicionalmente sometidos al poder presidencial.
Quienes se opusieron a la candidatura de Gustavo Petro, y quienes hoy se oponen todavía a su gobierno, han advertido el supuesto peligro que corre con él la democracia. Temían que lograra lo que la derecha siempre ha hecho: la captura de todos los poderes aprisionados por la fuerza del ejecutivo. Contrario a esta vieja tradición, el gobierno que preside Petro ha producido justamente lo contrario: pues su elección fortaleció la independencia de poderes, al tiempo que la Procuraduría y la Fiscalía, aunque abusivamente, han comenzado a desempeñar el rol que habían olvidado con otros gobiernos. Hoy, excesivamente atentos a ejercer sus funciones de control, fungen de vigías y guardianes de las leyes y la democracia.
Los medios de comunicación, tan dóciles y complacientes como han sido, tan dados a informar y a silenciar por conveniencia, han decidido dejar a un lado su complicidad y ejercer –hasta la mentira- control social acerca de la gestión pública del actual gobierno. Pero el presidente Petro no solo logró que la prensa tratara de desempeñar su trabajo como poder social de comunicación (lástima que por estar tan acostumbrada a asentir no haya podido desarrollar capacidades investigativas, y ahora que quiere hacer seguimiento y ser oposición tenga que recurrir a la manipulación y la mentira), activó además el oficio político de los partidos, que han ido abandonando su letargo y su vocación de agencias burocráticas al servicio de pactos y transacciones “técnicas sin credo ni doctrina”: les ha tocado debatir, definir su posición, asumir los riesgos de adoptar una postura, manifestar ideas e intereses y ubicarse con ello en un lado u otro de la ideología.
Los partidos políticos se vieron expulsados de su comodidad y han despertado del letargo. Se mueven, pactan, discuten, hacen acuerdos; se han visto obligados a estudiar, a conciliar, difieren entre sí y tratan de actuar como coaliciones y bancadas. Hoy ya no existe un solo bloque de poder sometido al capricho de un presidente omnímodo y mafioso. El juego venal en que se había convertido la política bajo los gobiernos de Uribe y Duque ha terminado, y hoy los congresistas se han adherido con más fuerza y disciplina a las ideas y principios que sus partidos dicen defender. La lucha de intereses políticos, económicos, ideológicos y de clase se han revelado más directamente.
La libertad de expresión, cuya defensa animaba los más elevados discursos del derecho individual de las personas, ha comenzado a molestar al establecimiento, pues no concebía que el ejercicio de tal libertad fuera un instrumento para contradecirlo, y es que “la sociedad moderna se da el lujo de tolerar que todos digan lo que quieran, porque todos hoy coinciden básicamente en lo que piensan” (Dávila, 2002). Cuando se quiebra el beneplácito y la aprobación acrítica se pone en duda el derecho de expresión y se considera un abuso y un exceso.
Pero la sociedad ha adquirido una serie de talentos cívicos, se ha ido enterando, ha empezado a discutir y ha encontrado vías democráticas para expresarse. Un principio fundamental republicano es la constante participación política de la comunidad en los asuntos públicos. Un logro del gobierno del presidente Petro es que ha podido desplazar el conflicto y la división social hacia el marco de la política y el debate de proyectos e ideas opuestas. El unanimismo y el consentimiento borreguil acaban con la democracia porque aquietan y privilegian una armonía estéril que sepulta el disentimiento y condena el conflicto como causa del desorden y la disolución social. La contradicción, por el contrario, es siempre fecunda: “sin antagonismo no hay progreso”, dice Marx en ‘Miseria de la filosofía’ (1999).
Quienes afirman que la sociedad está “polarizada” ignoran los efectos que para el país han tenido las propuestas de reformas que ha ofrecido este gobierno. La ciudadanía ha sentido la necesidad de hablar, discutir, deliberar, confrontar, criticar y defender. La sociedad no está polarizada sino politizada, más formada y educada, a pesar del trabajo esforzado de los medios por desinformar. Las marchas del Primero de Mayo fueron la expresión de un pueblo que entiende por qué marcha, que sabe lo que quiere y quiere lo que sabe. Quienes se propusieron tumbar al Presidente produjeron un efecto contrario y terminaron despertando a un pueblo que ya no les cree. Estas marchas no solo fueron multitudinarias, sino absolutamente voluntarias y conscientes. No fue solo la expresión de un poder mayoritario en términos numéricos. Ya no somos esa pequeña minoría consciente y bloqueada. Lo que se manifestó no fue una masa amaestrada para defender un poder que la reduce y aniquila, sino una fuerza activa, socialmente organizada como poder político constituyente.
La derecha paramilitar y la derecha moderada habían afirmado que el Presidente estaba solo, que había perdido ya las calles. Cómo subestiman a un pueblo que no abandona su lucha por el cambio y persiste en la defensa del conjunto de reformas que ha planteado este gobierno. Esta fuerza enorme que ya ha despertado no se dormirá más. Es el canto alegre vestido de colores, provisto de ideales con los que se opone al viejo gobierno de difuntos y a su marcha de ataúdes. No contento con todo su desastre, el viejo régimen quiere implantar de nuevo “un gobierno que ya no quiere dominios, sino desiertos; ciudades, sino ruinas; vasallos, sino tumbas”, como afirmó Simón Bolívar.
Eduardo Mestre, un fanático exaltado del MOIR, reaccionario natural de la misma línea de la representante Jennifer Pedraza, seguidores ambos del embaucador Jorge Robledo, “denunció” en su cuenta X que el Presidente “se tomó el día de los trabajadores”. No puede entender que este Gobierno no pudo adueñarse de la marcha del Día del Trabajo justamente porque fue el pueblo trabajador el que se estableció como gobierno y el Primero de Mayo salió a respaldarse a sí mismo. “Si al pueblo le dan un golpe, el pueblo en las calles recuperará la democracia”, afirmó Gustavo Petro, y tiene razón.
Revista Sur, Bogotá.