¡Corrupción y socarronería!

POR ARMANDO PALAU ALDANA

Consultando en los portales de Internet, se lee que la Corrupción viene del latín “corrumpere”, que significa echar a perder, y los elementos que la contienen son: alternación, depravación, descomposición, putrefacción y soborno; delictuosa práctica de funcionarios estatales y dirigentes politiqueros, que tiene una trágica historia de dos siglos en Colombia.

En efecto, Bolívar en el Palacio de Lima, precisamente el 12 de enero de 1824 considerando que “una de las principales causas de los desastres en que se han visto envuelta la República, ha sido la escandalosa dilapidación de sus fondos, por algunos funcionarios que han invertido en ellos”, decretó la pena capital para extirpar radicalmente este desorden.

Por su parte, la socarronería, según la Real Academia Española, es un nombre femenino que significa “astucia o disimulo acompañados de burla encubierta”, que es la forma como las y los gamonales de las ligas de la corrupción estatal ejercen con cinismo su fétido comportamiento con el erario, y todos lo comentan pero nadie los delata, cual Juanito Alimaña.

Desde al año pasado, los grandes medios nacionales de comunicación han informado que la Contraloría General determinó que el Valle del Cauca ocupa el primer lugar con obras públicas inconclusas, llamadas elefantes blancos, en los que están comprometidos recursos públicos que suman 2,9 billones, casi el doble del presupuesto de este ente territorial para el 2024.

La controvertida gobernadora Dilian Francisca Toro, es la más poderosa gamonal de este departamento, quien empezó como Alcaldesa de Guacarí (1992 a 1994), Secretaria Departamental de Salud (1995 a 1997), Senadora desde el 2002 al 2013 y Presidente de esa Corporación, Gobernadora (2016 a 2019 / 2024), continuando hoy a su subalterna Clara Roldán (2020 a 2023).

La cuestionada gobernadora del Valle del Cauca, Dilian Francisca Toro.

Pues bien, con la mayor desfachatez fue la protagonista del inconcluso Puente de Juanchito de tan solo 200 metros de longitud, que se tomó nueve años para ser construido con un costo inicial de 27 mil millones y otro final de 60 mil, 11 prórrogas y 6 adiciones presupuestales, que inició en la primera Gobernación de Dilian y solo fue concluido en la retoma este año.

Todos le reconocen, lo que unos llaman su osadía y liderazgo, pero en realidad es la socarronería su destacado perfil; sus cuotas burocráticas en las alcaldías o en el gobierno nacional se perfilan en salud, deporte y medio ambiente. Transformó la legendaria Imprenta Departamental en su clúster (poderoso enclave empresarial que contrata diversas líneas de negocios).

Todos recuerdan su pasado judicial, la reclusión en un cantón militar (2012 a 2013), al estar vinculada por la Corte Suprema al punible de lavado de activos. Como dice el adagio popular, lamentablemente la culpa es nuestra, al no haber sido capaces de elegir otra opción para finiquitar esta nefasta tradición burocrática que carcome las esperanzas del Valle del Cauca.

Tendremos que seguir haciendo el deber de pensar y ejecutar una apuesta política superior, como en el tango ‘Por una cabeza’ (1935) de Carlitos Gardel y Alfredo Lepera: “Por una cabeza / de un noble potrillo / que justo en la raya / afloja al llegar, / y que al regresar / parece decir: / No olvidés, hermano, / vos sabés, no hay que jugar. / Por una cabeza, / metejón de un día / de aquella coqueta / y burlona mujer, / que al jurar sonriendo / el amor que está mintiendo, / quema en una hoguera / todo mi querer”.