POR ARMANDO PALAU ALDANA
Culminará el primer cuarto del siglo XXI antecedido por un año en el que el viejo aforismo “la justicia cojea pero llega”, pareciera una mera ficción, pues es tal la crisis en las altas cortes, que enfrenta el desaliento a la esperanza febril de un puñado de abogados, que anhelamos materializar la imagen de Temis, la diosa de la ley y la justicia, con la espada de la justicia en su mano derecha, la balanza de la equidad en el juzgamiento en la izquierda, y la venda sobre sus ojos para mostrar su imparcialidad ante cada individuo juzgado.
Temis era hija de Urano (Cielo) y Gea (Tierra) y la segunda esposa de Zeus, tal magnificencia infiere el reto permanente de la humanidad en la búsqueda de la justicia, que se torna en una expresión de la fuerza dominante, que de la mano del poder político establece las reglas para la materialización de los derechos fundamentales en medio del tráfico de influencias y del oculto lobby, que se destila en parte desde los “prestigiosos bufetes” conformados en buena parte por exmagistrados.
Las piezas legales las impone y legisla el ‘establishment’ con la correlación de fuerzas que se mantienen, renuevan o sustituyen desde los aparatos electorales mayoritariamente financiados por los banqueros y las grandes empresas y transnacionales, como también por los poderosos sindicatos. Ese fetiche legal no llega al conocimiento de todas las manos, razón de ser de la arbitrariedad de la inexcusable ignorancia. Luego se funde en la vaporosa y amañada interpretación de los operadores judiciales
Podría partirse de la idea que la norma en sí no es mala -generalizando- porque aplica para toda la población, aunque llena de contradicciones en extensos textos que dificultan el acceso a la justicia, pues rompen la aplicación igualitaria cuando se reclaman los derechos ante los estrados, en donde no solo juegan las influencias (venta de humo), como también la precaria formación y ejercicio intelectual de profesionales de la abogacía.
Súmese a ello que prima la defensa de los derechos individuales, por encima de los colectivos (de más reciente generación), en detrimento del bienestar y el interés general, abstracciones teóricas fracturadas por un cenáculo de poderosos millonarios. No obstante, el Tratado de Escazú que reclama justicia ambiental, esta es utilizada por aspiraciones electorales y contractuales que vociferan sofismas de distracción y se jactan de paladines de entornos saludables y frágiles ecosistemas vitales.
En medio de este caos, resulta pertinente tener el coraje y la convicción de persistir, aunque desde las altas cortes se emitan fallos contradictorios e injustos que se niegan, por ejemplo, a defender un megabiodiverso santuario de flora y fauna, influenciados como plebeyos por una visa que les permita visitar la tierra de los yanquis o sencillamente para no desentonar con el poder dominante, por ello, quienes asumen con responsabilidad un proceder distinto y correcto, merecen toda nuestra admiración.
En este último mes del año, en el caso emblemático que nos ocupa y en escalada, la Corte Suprema y el Consejo de Estado (así como jueces de menor rango), persistieron en condicionar la consulta previa a los pueblos indígenas y a las comunidades afrodescendientes a la previa demostración de afectación directa, dejando en sus desvalidos hombros la elaboración de complejos estudios de impacto ambiental para defenderse.
En tanto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos comunicó la semana pasada, otra condena contra el Estado de Colombia por lesionar los derechos del pueblo indígena U’wa, recordando que es deber del Estado, y no de los pueblos indígenas o tribales, demostrar que en el caso concreto estas dimensiones del derecho a la consulta previa fueron efectivamente garantizadas. El incumplimiento de la obligación de consultar, o la realización de la consulta sin observar sus características esenciales, compromete la responsabilidad internacional de los Estados.
Queda demostrado, que mientras el anhelo de justicia se desconfigura, continua vigente ‘Cambalache’ (1934) de Santos Discépolo que suena: “¡Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor!… / ¡Ignorante, sabio o chorro, / generoso o estafador! / ¡Todo es igual! / ¡Nada es mejor! / ¡Lo mismo un burro / que un gran profesor! / No hay aplazaos / ni escalafón, / los inmorales / nos han igualao”.