POR MATEO ROMO
Mensaje de agradecimiento al profesor Marino Canizales por sus notas sobre el ensayo La Antígona de Yolombó, un perfil de la líder social Francia Márquez Mina.
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Estimado profesor Marino Canizales, cordial saludo:
Mil y mil gracias por sus generosas palabras. Me siento muy honrado de que un intelectual y escritor de su talla haya encontrado meritorio mi texto sobre Francia Márquez.
No puedo estar más de acuerdo con el hecho de que, a través de las letras, se forjan genuinas relaciones de amistad. Aunque no nos hemos visto, nos hemos leído, y esa es otra manera de conocernos, una atípica, es cierto, pero no por ello menos noble, pues, aunque carece de presencialidad, de todos modos hay diálogo.
El autor nos da su punto de vista con el texto. Ahora bien, cuando nosotros, como lectores, lo rumiamos, lo glosamos, lo refutamos, coincidimos en algunos puntos o lo enriquecemos, aportando otras perspectivas, tras asumir la lectura como un trabajo (en el sentido que lo dijo Estanislao Zuleta), entonces, hay intercambio, contestación: diálogo. Dicho esto, no puedo dejar de agradecerle por conversar amistosamente conmigo.
Su lectura le ha dado senda hondura a mi texto, al mostrar nuevas resonancias, enfoques, aristas, de modo que, siguiendo a Borges, diría que su lectura es, a la vez, una reescritura que continúa y profundiza el texto inicial. Gracias también por eso, por leer, pero, sobre todo, por hacer de la interpretación otra manera de argumentar y reescribir. Sus reflexiones sobre el mundo griego y la vergüenza me parecen de lo más pertinentes y cautivadoras. Antígona es, en ese orden de ideas, un testimonio de educación sentimental.
De hecho, aprovecho su comentario sobre la vergüenza para expresar que concuerdo plenamente con la importancia que tiene evitar el anacronismo. En vez de juzgar el pasado con los lentes del presente, hay que apostarle a intentar leer el presente tras liberar el pasado, buscando que el ayer relumbre el hoy y el devenir. Antígona, por ejemplo, nos enseñó que el amor es una emoción política, tras hacer de dicho sentimiento una fuerza revolucionaria que, aunque emana de la inmensidad íntima, cala, y de qué manera, en la vida social. Es el amor, podríamos acotar, lo que permite que Antígona, como usted lo dice, sea “portadora de un gran espíritu de rebelión”. La rebelión y el amor son dos caras de la misma moneda. Antígona lucha, porque ama, y ama, a medida que lucha.
Igualmente, relievo sus valiosos comentarios sobre la ley moral de la bella muerte y la memoria. Ese es otro punto clave que relumbra el presente. Si no ser recordado o ser recordado de manera vergonzante es otra forma de ostracismo, pervivir en la memoria sentimental de la polis debe ser otro modo de habitar. El espíritu rebelde y el quehacer insumiso, como actos de amor, también son bienvenidos cuando se trata de evitar un destierro vergonzante del legado de recuerdos colectivos, pues dicha expulsión encarna la amarga muerte.
Realmente, me alegra mucho que considere que salí bien librado del anacronismo. Si ello es así, por justicia poética, debo decir que fue gracias a un cuento de Borges en el cual expone una precisa y preciosa idea: la vida también imita a la literatura. Fue esa tesis la que me dio luces a la hora de pensar que las Antígonas pululan, en el sentido de que toda mujer que hace del amor una fuerza revolucionaria en favor de la familia (entendida en sentido lato, es decir, más allá de la consanguinidad) y del pueblo, está siguiéndole, consciente o inconscientemente, los pasos a Antígona, lo cual no implica un desenlace trágico, pues así como la vida imita a la literatura, igualmente puede distanciarse de ella, cambiando, por ejemplo, dramas por épicas.
Si el pasado es liberado de ataduras anacrónicas es posible su reapropiación y reescritura. De esa manera, no se desfigura la historia, sino que el hoy y el ayer se entrelazan para asumir los retos que plantea el devenir. En el caso de Antígona, esto fue hecho de manera magistral por Bertolt Brecht, quien en su readaptación de la obra les dio una nueva caracterización a Antígona, a Creonte, a Polinices…, en un contexto ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo el ejemplo del gran dramaturgo alemán, procuré darles nuevos “rostros” a los personajes, aunque intentando preservar algunos rasgos de su “espíritu”, como el espíritu de rebelión del cual es portadora Antígona, “mujer programa”.
Coincido felizmente con sus palabras: la Antígona de Yolombó “es ante todo un símbolo político, una personalidad política y un programa suí generis en un mundo dominado por un capitalismo racista, colonial, patriarcal y destructor de la vida y la naturaleza, contra el cual ella y los que son como ella, dan una lucha sin cuartel, la cual tiene, como es apenas obvio, pero se olvida, implicaciones morales”.
Lo propio se ha de decir de Creonte y Polinices. El primero, hoy por hoy, se manifiesta en todos los rincones del ancho mundo, bajo rostros expoliadores de la Natura y degradantes de la vida personal y colectiva. Por su parte, el segundo, como usted aguda y bellamente lo dice:
“es la lucha por local: por los territorios ancestrales: la vereda de Yolombó, el corregimiento de la Toma; por el río Ovejas, y también el río Cauca, el Magdalena…; por los árboles, el bosque, la fauna y la flora que los integran. Pero también, por una nueva sociedad y nueva república, por el reconocimiento de los pueblos originarios, por una nueva forma de vida, realidades que deben ser construidas y sustentadas por fuerzas sociales políticas anticapitalistas, ecosocialistas y feministas, que derriben el despotismo y la tiranía de ese Creonte con múltiples rostros y poderes”.
Mil y mil gracias, de nuevo, por su generosa lectura y sus amables palabras. Me motivan mucho. Igualmente, me siento muy honrado de que vaya a propiciar la circulación y discusión del texto en su cátedra de Teoría Política del Delito con estudiantes de la Universidad del Valle en los municipios de Puerto Tejada y Santander de Quilichao, y de que vaya a hacer lo propio entre sus amigos y compañeros.
“Soy porque somos”.
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