POR LUIS EDUARDO MARTÍNEZ ARROYO
Al parecer unas afirmaciones del presidente Petro frente a agentes rasos, medios y altos de la Policía Nacional, en un acto oficial, que señalaban a algunos de ellos de encubrir a narcotraficantes, no cayeron bien en la asistencia tanto que el Director General debió bajar la temperatura, cuando expresó que solo el uno por ciento de la institución era partícipe de esa conducta turbia. El Presidente fue abucheado y silbado, según relatan algunos medios.
Pero les cuento algo. Nada hay nuevo bajo el sol. Desde que Nixon en 1970 decidió declararle la guerra al narcotráfico, Colombia ocupó la atención de los gobiernos gringos. En 1977, por ejemplo, Carter envió a varios funcionarios suyos y a la primera dama estadounidense a hablar sobre el tema con el presidente López Michelsen y a ponerle en conocimiento que numerosos funcionarios de alto, medio y bajo nivel estaban corrompidos por ese delito, a lo que López respondió que del Ministro de Defensa de la época, Abraham Varón Valencia, se hablaba mucho, pero sin pruebas.
En cambio de la Policía Nacional dijo “que era un nido de criminales” y que hasta participaban en secuestros extorsivos, y que la lista que el gobierno norteamericano le entregó confirmaba sus peores sospechas. Estas notas sobre López y los funcionarios norteamericanos han sido tomadas de ‘Conexión’, libro de Eduardo Sáenz Rovner.
Alguna vez yo, medio en broma, medio en serio, escribí que deberíamos solicitarle al CTI de Barranquilla que suspendiera las capturas diarias numerosas contra agentes de la Policía, porque nos íbamos a quedar sin seguridad, tal era el involucramiento de miembros de la institución policial en el delito de todo tipo.
De modo, pues, que el problema es de vieja data y no se arregla rechiflando al Presidente de turno ni haciendo oportunismo de supuestos defensores tanto de la Policía como de las FFMM, cuando, como se sabe, la procesión va por dentro.
Hoy más que nunca el Presidente debe abanderar la depuración de las instituciones armadas del Estado, y la ciudadanía debe acompañarlo.
Siempre me he preguntado por qué la Policía y los cuerpos de seguridad del Estado saben dónde viven hasta los más humildes dirigentes sindicales, sociales, políticos y populares alternativos, pero no donde moran los jefes del delito y el crimen.