POR LEONARDO BOFF
Como pocas veces en la historia general de la humanidad, que se pueda datar, asistimos a una situación de caos en todos los sentidos y en todas las esferas de la vida humana, de la naturaleza y del planeta Tierra en su conjunto. Hay presagios apocalípticos que vienen bajo el nombre de antropoceno (el ser humano es el gran meteoro que amenaza la vida), el necroceno (muerte masiva de especies de vida) y últimamente el piroceno (los grandes incendios en varias regiones de la Tierra), todo por la acción humana irresponsable y como consecuencia del nuevo régimen climático incontenible, y no menos importante, el riesgo de una hecatombe nuclear hasta el punto de exterminar toda vida humana.
A pesar de los enormes avances en las ciencias de la vida y de la tierra, especialmente en el mundo virtual y la Inteligencia Artificial (IA), no hay optimismo, sino pesimismo y seria preocupación por el eventual fin de nuestra especie. Muchos jóvenes se dan cuenta de que, al prolongar y empeorar el curso actual de la historia, no tendrán un futuro atractivo. Se involucran con valentía en un movimiento ya global para salvaguardar la vida y el futuro de nuestra Casa Común, como hace prototípicamente la joven Greta Thunberg.
No deja de sonar con fuerza la advertencia del papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti (2020): “Todos estamos en el mismo barco; o nos salvamos todos o nadie se salva” (n.32).
Es en este contexto que vale la pena reflexionar sobre el aporte que ofrece uno de los más grandes científicos actuales, ya fallecido, el ruso-belga Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química en 1977, con su vasta obra pero principalmente en El fin de la certezas (Unesp, 1996). Él y su equipo crearon una nueva ciencia, la física de los procesos de no equilibrio, es decir, en una situación caótica.
En su obra, desafía a la física clásica con sus leyes deterministas y demuestra que la flecha del tiempo no retrocede (irreversibilidad) y apunta a probabilidades y nunca a certezas. La propia evolución del universo se caracteriza por fluctuaciones, desviaciones, bifurcaciones, situaciones caóticas, como la primera singularidad del big bang, generadoras de nuevos órdenes. Enfatiza que el caos nunca es simplemente caótico. Alberga un orden oculto que, dadas ciertas condiciones, estalla y comienza una historia diferente. El caos, por lo tanto, puede ser generativo, ya que la vida surgió del caos, dice Prigogine.
En este científico que también fue un gran humanista, encontramos algunas reflexiones que no son soluciones, sino inspiraciones para desbloquear nuestro oscuro y catastrófico horizonte. Puede generar alguna esperanza en medio del pesimismo generalizado de nuestro mundo, hoy planetizado, a pesar de la lucha por la hegemonía del proceso histórico, unipolar (EE.UU.) o multipolar (Rusia, China y los BRICS).
Prigogine se va diciendo que el futuro no está determinado. “La creación del universo es ante todo una creación de posibilidades, algunas de las cuales se realizan, otras no”. Lo que puede suceder está siempre en potencia, en suspensión y en estado de fluctuación. Esto sucedió en la historia de las grandes aniquilaciones que ocurrieron hace millones de años en el planeta Tierra. Hubo momentos, especialmente, cuando hubo una ruptura de Pangea (el continente único) que se partió en partes, originando los diversos continentes. Alrededor del 75 % de la carga biótica desapareció. La Tierra necesitó algunos millones de años para reconstruir su biodiversidad.
Es decir, de ese caos surgió un nuevo orden. Lo mismo ocurre con las 15 grandes aniquilaciones que nunca lograron exterminar la vida en la Tierra. Más bien, siguió un salto cualitativo y un orden superior. Así fue con la última gran extinción masiva que ocurrió hace 67 millones de años que acabó con todos los dinosaurios pero salvó a nuestro antepasado que evolucionó a la etapa actual de sapiens sapiens o, siendo realistas, sapiens y demens.
Prigogine desarrolló lo que llamó “estructuras disipativas”. Disipan el caos e incluso el despilfarro transformándolos en nuevos órdenes. Así, en lenguaje pedestre, de la basura del sol -los rayos que se dispersan y nos alcanzan- surge casi toda la vida en el planeta Tierra, permitiendo especialmente la fotosíntesis de las plantas que entregan el oxígeno sin el cual nadie vive. Estas estructuras disipativas transforman la entropía en sintropía. Lo que queda fuera y es caótico se vuelve a trabajar en un nuevo orden. De esta forma, no estaríamos ante la muerte térmica, un colapso total de toda la materia y energía, sino ante órdenes cada vez más complejos y superiores hasta llegar a un orden supremo, cuyo sentido último nos resulta indescifrable. Prigogine rechaza la idea de que todo termina en polvareda cósmica.
Como resultado, Prigogine es optimista frente al caos actual inherente al proceso evolutivo. En esta etapa, corresponde al ser humano asumir la responsabilidad, al conocer el dinamismo de la historia abierta, de tomar decisiones que antepongan el caos generativo y refuerce las estructuras disipativas que frenan la acción letal del caos destructivo.
“Depende del hombre tal como es hoy, con sus problemas, dolores y alegrías, asegurar que sobreviva en el futuro. La tarea es encontrar el camino angosto entre la globalización y la preservación del pluralismo cultural, entre la violencia y la política, y entre la cultura de la guerra y la de la razón”. El ser humano aparece como un ser libre y creativo y podrá transformarse a sí mismo y transformar el caos en cosmos (nuevo orden).
Ese parece ser el desafío actual ante el caos que nos azota, o tomamos conciencia de que es nuestra responsabilidad querer continuar en este planeta o permitimos, por nuestra irresponsabilidad, un desbarajuste ecológico-social. Sería el trágico final de nuestra especie.
Con Prigogine, alimentamos la esperanza humana de que el caos actual represente una especie de nacimiento, con los dolores que lo acompañan, de una nueva forma de organizar la existencia colectiva de la especie humana dentro de una única Casa Común, incluyendo toda la naturaleza sin la cual nadie sobreviviría. Si grande es el riesgo, decía un poeta alemán, grande es también la posibilidad de salvación.
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