POR ABRAHAM NUNCIO
Sin proyectos de integración regional, los países del sur global poco o nada podrán hacer aisladamente cualquiera de ellos frente a los fuertes bloques de las potencias de Europa y Norteamérica.
Esos proyectos no podrían ser generados sino por fuerzas de izquierda, que son las únicas con convicciones antimperialistas y de emancipación de los pueblos. Para ello es preciso que la clase obrera readquiera su papel histórico y que consiga, en el plano del poder público, la representación parlamentaria que hoy no tiene.
¿Hasta dónde la recuperación de la clase obrera es posible en los países de América Latina? Los países con un incipiente desarrollo industrial, igualmente, son pocos: México, Argentina, Chile. Sus gobiernos se hallan limitados por la gravitación en ellos de la globalización unilateral, que tiende a fagocitar los procesos de revitalización de la clase obrera y, desde luego, de la integración regional.
Los movimientos sociales y los gobiernos que les dan cauce son contados: con fuerza, acaso sólo los registra Bolivia y Venezuela.
En Bolivia existe una población politizada y organizada. El sujeto del cambio (los indígenas-campesinos, obreros y un núcleo popular urbano) elabora una agenda de reivindicaciones populares: los derechos de los indígenas en un país plurinacional donde son mayoría, la defensa de los recursos bolivianos, la lucha por la tierra y otras reformas. A pesar de ciertos errores del evismo –burocratización y cierto desapego de sus bases–, el golpe de la derecha fue derrotado nuevamente en las urnas.
Con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela culmina una larga etapa de cuatro décadas marcadas por políticas neoliberales y el chavismo logra poner bases firmes de reivindicaciones sociales y políticas. El gobierno de Maduro las ha continuado, pero con los obstáculos crecientes de la crisis económica y las presiones de Estados Unidos. En esta coyuntura, tanto la organización popular como la cultura se han visto lesionadas.
Si pudiera haber un congreso de las oligarquías latinoamericanas, la puja entre ellas sería por la sobrerrepresentación. Entre tanto, no parece remoto su acuerdo –las convoca y reúne el círculo vicioso dinero-poder-dinero–, a través de los medios bajo su poder.
No bien han llegado al gobierno políticos ajenos a su métrica ideológica, cuando ya ese tipo de medios les piden, en tanto voceros si no socios de las oligarquías, que dejen el cargo casi sin antes ejercerlo. Se lo pedían a López Obrador, se lo han pedido a Gabriel Boric y a Gustavo Petro, se lo exigieron a Cristina Kirchner, así como climatizaron la condena contra el presidente de Perú, Pedro Castillo, hasta hacerlo caer y someterlo a prisión sin pruebas ni el debido proceso. Esa prensa monopolizada, como señaló Castillo, sirve a los “mocos y babas de la derecha golpista”.
Las oligarquías, a pesar de los triunfos de la izquierda o las fuerzas progresistas, dominan en todos los países. De aquí el insólito triunfo de Gustavo Petro, en Colombia; el de Xiomara Castro, en Honduras, y el de Pedro Castillo, en Perú. En otros países, a pesar de la autovisibilización de grupos sociales, de etnias históricas, la oligarquía sigue imponiendo sus exclusiones. Como en Guatemala, donde la dominación se ha venido ejerciendo con un discurso anticomunista.
La cultura de la espectacularización informativa de los medios todo lo banaliza. Y en este ejercicio expulsa aquello que se opone al tráfico empresarial, lo cual implica actos de discriminación, de racismo y de xenofobia.
La Revolución mexicana fue ejemplo de proyecto cultural que dio fortaleza a los gobiernos emanados de ese movimiento. El de Rafael Correa (2005-17) en Ecuador, uno de los más prolongados, puso el énfasis en las líneas de política y economía, pero no en la de cultura. Y “la política es cultura” –o no es–.
En México, el neoliberalismo condujo al despojo de bienes nacionales, desreguló el comercio, la industria, las finanzas e impuso un régimen empresarial insaciable. La acometida neoliberal incluyó la inhibición o la distorsión de las artes cuyo florecimiento tuvo por fuente de inspiración el nacionalismo de la Revolución mexicana.
La discriminación no cesa cuando los latinoamericanos y caribeños emigran al norte. La encuentran en Estados Unidos y aun en Canadá, país con mayores márgenes de tolerancia y acogida para el otro.
El conjunto de temas abordados en el Fórum de las Américas (ver “América: intersecciones y desencuentros”) sobrevuela, en su especificidad, este artículo. Pero muchos de ellos se seguirán escuchando; sin duda, por ejemplo, en la próxima reunión del Grupo de Puebla en Argentina.
La Jornada, México.
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