POR OCTAVIO QUINTERO
Hoy, que la oligarquía se sirve de la democracia para retener y capitalizar su malhabido poder económico y político, necesitamos otro sistema que se ocupe de las clases populares y medias, en donde, ‘demos’, vuelva a ser pueblo y ‘kratos’ = gobierno.
Latinoamérica atraviesa un buen momento, y mejor Suramérica, para arrebatarle el poder… Deben apurarse los gobiernos progresistas, antes de que la oligarquía global horade sus cimientos políticos, como ha intentado a lo largo de la Guerra Fría y, más concretamente, tras la caída del Muro de Berlín con la imposición del Consenso de Washington, cuna del modelo neoliberal.
Antes, mataba en nombre de la libertad; hoy, destrozar gobiernos progresistas sin armas es su nueva especialidad. Para eso la oligarquía cuenta con dos poderosos aliados: los medios corporativos de comunicación y una mano de obra sometida por la pobreza sistémica: hay pobres porque hay ricos y hay ricos porque hay pobres. Pareciera, dicho así, una simple lógica de Perogrullo, pero es una elaboración más compleja, tipo Maquiavelo. En algún escrito académico encontré una definición muy apropiada al caso: “la democracia es el sistema de gobierno que nos garantiza el derecho a elegir, de tiempo en tiempo, a nuestros propios tiranos”.
Hay que empezar por desentrañar artimañas léxicas que enajenan, como el pregonado derecho de elegir y ser elegido, cuando, como vemos, de las urnas salen, en gran mayoría, representantes de la oligarquía, validos de distintas combinaciones, todas fraudulentas; o, como ese falso “libre mercado”, en un mundo dominado por monopolios y oligopolios.
Punto aparte merecen los medios de comunicación… Bajo el dominio de la oligarquía, no hay nada más sesgado que la información que nos embuten; ni hablar de los editoriales y columnas de opinión en las que se arrogan el derecho de hablar a nombre de la opinión pública; y de mentir, descaradamente, a nombre de la libertad de expresión.
La democracia, definida por Aristóteles, es “la menos mala de las desviaciones” políticas (Ética a Nicómaco). Hoy, manipulada por una oligarquía asocial, ha devenido en el peor de los sistemas, encubriendo a una caterva de tiranos del pueblo, que es imperativo contener antes de que acaben con el mundo mismo.
Sus falacias son criminales. Por ejemplo, es ridículo que se pretenda medir la pobreza mundial por 2,15 dólares diarios de ingreso per cápita, que esconde la pobreza real que padece la humanidad; en otras palabras, ese indicador nos avisa solo del número de personas en lista de espera para morirse de hambre: 828 millones (16 Colombias), según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) en su balance del 2021. Recientemente, el Banco Mundial subió la vara hasta 5,50 dólares diarios, y descubrió que más de 4.000 millones de personas (la mitad de la humanidad), vive de milagro… “Es evidente que el mundo no va por buen camino”, dice la FAO al concluir el informe.
Hay emergencias de hambrunas declaradas en Haití, El Congo, Nigeria, Siria, Sudán, Yemen, Afganistán, Sahel y, por supuesto, Ucrania, escenario de una mal disimulada guerra de resistencia desarrollada por Estados Unidos contra Rusia.
En Colombia, por aterrizar en cualquier país medianamente solvente, la estadística oficial nos informa de 20 millones de pobres (40 % de la población), pero la sensación de pobreza (también medida), llega hasta el 70 %. Un salario mínimo (SM) aquí, no alcanza a cubrir más del 30 % del costo de la canasta básica. Con decir, que los costos de alimentación, servicios públicos y transporte, hoy sobrepasan el 100 % de un SM, que devenga el 90 % de la clase trabajadora. ¿Dónde queda el arriendo, la educación, la salud, el vestuario, la recreación? Ésta misma circunstancia se observa en todos los países en desarrollo… Ni se diga en los más pobres. Inclusive, cordones de miseria florecen, últimamente, en países desarrollados: Estados Unidos, por ejemplo.
Hay que encontrar un sistema democrático que ponga fin a la inmoral concentración de la riqueza; mejor dicho, hay que arrancarle el poder a la oligarquía. Cáiganme rayos y centellas: si padecemos la tiranía de unos cuantos ricos, sedicentes democráticos, a cambio de unos derechos puramente nominales, el mal menor sería una economía intervenida a cambio de garantizarnos lo básico para una vida digna. Los derechos nominales, contenidos en nuestras constituciones democráticas, son calco fiel de esa sátira de Anatole France, en alusión a la conquistada Liberté, Égalité, Fraternité de la Revolución francesa:
“… Ser ciudadano consiste, para los pobres, en sostener y conservar a los ricos en su poderío y ociosidad. Han de trabajar ante la majestuosa igualdad de las leyes que prohíben, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan” (El lirio rojo – 1894).
El hambre, la pobreza y la concentración del poder político y económico, contaban ayer entre las razones de la Revolución francesa. Quisiera creer, por analogía, que otra revolución popular, en esta parte de la historia humana, está en marcha, y por las mismas circunstancias.
Es cierto que ya tenemos suficiente ilustración, y más que eso, prueba fehaciente de que el capitalismo no es la salida a la pobreza. Pero la oligarquía insiste en el sistema, porque es su tiquete de entrada (el ¡Ábrete sésamo!) a la cueva que esconde su poder económico del que deviene el poder político dentro de un sistema electoral, básicamente, capturado por el sector privado más prominente, tanto nacional como multinacional.
El progresismo, que se puede ubicar entre el crecimiento económico (capitalismo) y el desarrollo social (socialismo), parece la salida política de la trampa democrática tendida por la oligarquía. Su misma construcción léxica significa ir hacia adelante, tomando de cada quien, según sus capacidades, y dando a cada cual, según sus necesidades, concepto marxiano; y no estamos hablando de socialismo o comunismo, sino de justicia social, valga la aclaración.
Ahora, el origen de un gobierno progresista tiene que ser, forzosamente, popular; ergo: democrático. Que salga de las urnas o no, no importa… Que el gato sea blanco o negro, es lo de menos, con tal que cace ratones… parafraseando a Deng Xiaoping.
Fin de folio.- Es de rigor desear en los primeros días de un nuevo calendario, feliz año. Acaso, como nunca, este 2023 vamos a necesitar remar con más fuerza. Así que suerte y éxitos.
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