POR JUAN J. PAZ Y MIÑO CEPEDA
En 1977, la prestigiosa editorial Siglo XXI publicó el libro ‘El desarrollo del capitalismo en América Latina’, del reconocido sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva (1937-1992), obra de interpretación histórica que ganó el Premio Ensayo promovido por la misma empresa. Agustín, con quien mantuve una cercana amistad, examinó, desde la perspectiva teórica, las estructuras precapitalistas como la fuente primaria del subdesarrollo de la región; trató sobre la conflictiva estructuración de los Estados nacionales y cómo se manifestaron las luchas sociales; hasta cuándo rigió el proceso de acumulación originaria de capitales y cómo se conformó el “desarrollo oligárquico dependiente del capitalismo”, las desigualdades que generó y la consolidación de los Estados oligárquicos; prosiguió con los procesos industriales y su incidencia en la superación del régimen oligárquico; las economías de la postguerra mundial en medio de la acumulación de contradicciones sociales; hasta llegar a los años 70, cuando la acumulación capitalista profundiza las desigualdades, agrava la concentración y centralización de los capitales y de la riqueza y, además, acude al fascismo abierto para mantener la nueva era del crecimiento capitalista, visible en las dictaduras del Cono Sur, a partir de la instauración de la sanguinaria dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990).
Desde la época de aquellos pioneros trabajos sobre el capitalismo latinoamericano entre los cuales destacó el de Cueva, han pasado cuatro décadas y media. Las investigaciones han crecido sobre todo por el fortalecimiento que adquirió la economía política entre las ciencias sociales de la región. De manera que hemos avanzado no sólo en conocimientos, sino en el esclarecimiento de épocas pasadas y en la previsión de lo que determina el presente histórico. Hoy está muy claro que el modelo neoliberal adquirió su definitiva fisonomía en las décadas de 1980 y 1990. Su consolidación estuvo en manos del FMI, el capital transnacional y, sobre todo, la acción de gobiernos latinoamericanos que, bajo el supuesto de que el neoliberalismo era la alternativa mundial una vez derrumbado el socialismo de tipo soviético, adhirieron a la “nueva” ideología, convertida en la causa definitiva de las burguesías latinoamericanas. Las consecuencias del que podríamos llamar “primer ciclo neoliberal en América Latina”, son desastrosas, por cualquier lado que se examine. Las informaciones y estadísticas lo comprueban, y basta con acudir por internet a los diversos documentos publicados, ante todo, por la CEPAL, pero también por el FMI, el Banco Mundial, el PNUD o la OIT. Y, más allá de los “datos”, están las vivencias de los pueblos, que han sido afectados por el incremento del desempleo, el subempleo, el arrastre de los derechos laborales, sociales y ambientales.
Ante semejante cuadro cabe preguntar si el neoliberalismo trajo algún “desarrollo” para América Latina. Sin duda, ocurrió un claro avance y modernización del capitalismo. Hasta podría decirse que hubo “desarrollo” dentro del subdesarrollo capitalista histórico que sigue caracterizando a la región; pero en ningún caso se produjo desarrollo con bienestar social y capaz de, por lo menos, aliviar el abismo entre ricos y pobres, que ha hecho de América Latina la región más inequitativa del mundo. Como reacción a ese primer ciclo neoliberal sobrevino el primer ciclo de gobiernos progresistas y de nueva izquierda, que promovieron economías de tipo social, cuyos logros contrastan con los del neoliberalismo e igualmente cuentan, para los “datos” necesarios, con el mismo tipo de informes de los organismos internacionales, además de los estudios nacionales, en cada país.
Como en una especie de reacción pendular, continuó el segundo ciclo neoliberal, sucedido por un tibio y focalizado segundo ciclo progresista. Pero son las insuficiencias y límites del neoliberalismo los que han provocado que surja una nueva opción capitalista: el libertarianismo anarco-capitalista, que por primera vez en la historia ha triunfado en Argentina con el presidente Javier Milei. Como se observa desde toda la región, el intento por construir la utopía del mercado libre y de la empresa privada absoluta, sin Estado, ha adquirido una velocidad insospechada y las reformas pretendidas a través de la Ley DNU y del Decreto “Ómnibus” amenazan con arrasar todo lo que signifique obstáculo al sueño del paraíso del empresariado privado, un proceso que no se ha intentado en los Estados Unidos o Japón y peor en Europa, donde rigen economías sociales, a pesar de los medianos avances neoliberales. No se ha descartado la imposición de la utopía libertaria a cualquier costo y, de ser necesario, con la represión a todo movimiento social, con lo cual se está conformando una nueva época de democracia-restringida que utilizará a las Fuerzas Armadas y policiales al servicio de la “casta” de capitalistas, como ya ocurrió en Argentina durante la dictadura militar 1976-1983.
Volviendo a Agustín Cueva, América Latina se halla en una etapa de aguda confrontación entre clases sociales, reviven los intereses oligárquicos, se afirman las estrategias americanistas en alianza con las burguesías internas, quedan traumatizadas las instituciones del Estado y en camino a la picota los derechos históricamente conquistados por los pueblos de la región. Esto no es desarrollo. Es la profundización del subdesarrollo histórico, que posterga el bienestar colectivo y la posibilidad de promover mejores condiciones de vida y trabajo para las poblaciones.
Para remate de este movimiento acelerado de la historia, en Ecuador el bloque de poder empresarial-neoliberal y derechista, constituido desde 2017 gracias al gobierno de Lenín Moreno (2017-2021), ha convertido al país en el más inseguro de América Latina durante ese gobierno y más profundamente en el de Guillermo Lasso (2021-2023), un primer y tibio ensayo “libertario”, que resultó un fracaso. Y no hay, hasta el momento, ni un sólo signo de que el desarrollo con bienestar social podrá despegar en algo con el transitorio gobierno de Daniel Noboa. El interés se ha concentrado en crear zonas francas, las alianzas público-privadas, la reforma laboral y el fortalecimiento de la represión para tratar de detener el imparable avance de la delincuencia organizada, una política que desea obtener respaldo popular mediante la convocatoria a una consulta popular, en la que, de paso, se introduce una pregunta para revivir “casinos, salas de juego, casas de apuestas o negocios dedicados a la realización de juegos de azar”, que son, paradójicamente, los vehículos a través de los cuales se logra “lavar” los dineros irregulares, como bien se conoce en el mundo. Desde la perspectiva económica, todo apunta a la continuidad del neoliberalismo, ahora más adecuado a los intereses de la que ha pasado a ser la burguesía más tercermundista en la región.
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