POR JOSÉ SANT ROZ /
“La inteligencia sin carácter es, en definitiva, mucho peor que la muy ingenua imbecilidad”.
– Albert Camus
Fletado por la cuestionada Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, el escritor y diplomático español Salvador de Madariaga (1886-1978), tío de otro impresentable ibérico como el exsecretario general de la militarista OTAN, Javier Solana de Madariaga, se dedicó a cumplir a partir de los años 50 del siglo XX la nada honrosa pero lucrativa tarea de deslegitimar el proceso de emancipación de América Latina, atacando y desfigurando la extraordinaria trayectoria de uno de los máximos referentes de la historia de este continente, el Libertador Simón Bolívar.
Ya existe un premio para periodistas con este nombre “Salvador de Madariaga”. Tratándose de periodistas y de medios de comunicación, no es difícil darse cuenta porqué se recurre a este nombre para tal premio. En el porte, en su fisonomía de personaje tieso y de levita negra, todo un gran diplomático que viajaba por el mundo con fondos de la Fundación Rockefeller, Ford o Farfield o de la Fundación Kaplan (todas tapaderas de la criminal CIA), se puede apreciar la elocuencia del hombre que tratará de “desmitificar a Bolívar”. Ya hoy se sabe con la enorme documentación de la escritora británica Frances Stonor Saunders que en los planes de la CIA estaba ganarle la guerra, en el plano intelectual, a la izquierda, y para ello era necesario infiltrar ateneos, comprar periodistas, hacerse con revistas, periódicos, universidades, centro de investigación científica y humanística, y con una buena camada de vacas sagradas de las letras en el mundo.
La lista es como para provocar un infarto: Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Salvador de Madariaga, Maritain, Bertrand Russel, Albert Camus, Igor Stravinsky, Benedetto Croce, T.S. Elliot, Karl Jaspers, André Malraux, Ignacio Silone, Jean Cocteau, Isaiah Berlin, Ezra Pound, Ernest Reuter, Arthur Koestler, Arthur Schlesinger Jr., Sydney Hook (exizquierdista radical), James T. Farrel, Jules Romain, Raymond Aron, Günther Grass, Jorge Luis Borges, Hanna Arendt, Mary Mc Carthy y Tenesse Williams, Robert Montgomery, David Lilienthal, Sol Levitas (editor de New Leader), George Schuyler (negro, editor del Pittsburg Courier), Max Yergan (periodista, también negro), Hugh Trevor-Roper (que resultó crítico y desde el principio sospechó la injerencia CIA), Julian Amery, A.J. Ayer, Herbert Read, Harold Davis, Christopher Hollis, Peter de Mendessohn, David Rousset, Rèmy Roure, Ander Phillip, Claude Mauriac, George Altman, Ignacio Silone, Guido Piovene, Altiero Spinelli, Franco Lombardi, Muzzio Mazzochi, Bonaventura Tecchi, Willy Brand, Langston Hughes, Roger Caillois, Woly Soyinka, Cleant Brooks, Robie Macauley, Roberet Penn, Warren James Merrill, John Thompson, Ted Hughes, Herbert Read, Peter Russel, Stephen Spender, Pierre Emmanuel, Derek Walcott, Alberto Moravia, John Dos Passos, Julian Huxley, Mircea Eliade, Thornton Wilder, Guido Piovene, Gerbert Read, Lionel Trilling, Robert Pen Warren, Stephen Spender, Isak Dinesen, Naum Gabo, Martha Graham, Robert Lowell, Robert Richman, Franco Venturi, Iris Murdoch, Daniel Bell, Armand Gaspard, Anthony Hartley, Richard Hoggart, el indio Jaya Praksash Narayan y muchos otros.
A Salvador de Madariaga, esta agencia de inteligencia, la CIA, lo convirtió en nada más y nada menos que en el presidente del famoso Congreso por la Libertad de la Cultura. Como presidente de este Congreso, Madariaga le hizo excelentes trabajos al Departamento de Estado, entre ellos sabotear por todos los medios la posibilidad de que se le concediera el Premio Nobel de Literatura (1964) a Pablo Neruda. Cuando Michael Joselsson recurrió a la influencia de Madariaga para sabotearle este galardón a Neruda, don Salvador expresó: “Estocolmo sabrá dar una respuesta sencilla e impecable: ya se ha concedido el Nobel a la poesía chilena en la persona de Gabriela Mistral. Eso es lo importante. Y la política no tiene nada que ver”.
Un orgulloso pequeño burgués era este don Salvador, que se emocionaba y le saltaban las musas por los poros cuando se topaba con algún banquero de esos mecenas multimillonarios que después que expolian, diezman pueblos y saquean naciones se dedican en EE.UU. al bello arte de la filantropía. Cuando en sus “Memorias” habla del judío neoyorquino Herbert Smith, escribe: “es uno de los seres más justos y generosos que he conocido”. También trató muy de cerca al monstruoso asesino Allen Dulles, (quien fuera presidente de la United Fruit Company (UFCO), director de la CIA, Subsecretario de Estado, íntimo del alcohólico senador Joseph McCArthy y el degenerado Roy Cohn (abogado), y quienes pusieron de moda en Washington la persecución anticomunista), “el mismo que años más tarde iba a dirigir con talento y distinción la famosa CIA. Era entonces Secretario General y animador de la delegación yanqui, y como tal vino a verme, por serlo yo de la conferencia… Claro es que Dulles prefería discutir conmigo que con Burton…”.
Viajó Madiariaga, además, por el interior de EE.UU., financiado por la Foreign Policy Association de Nueva York y la League of Nations. Trabó en el Norte fuerte relación de amistad con el potentado Thomas Lamont, banquero, “era uno de esos norteamericanos cuyo rostro inteligente y abierto se me presenta siempre que oigo alguna crítica excesiva o malévola contra sus compatriotas, porque era hombre que habría honrado a cualquier país por el mero hecho de pertenecer a él. Pronto me había dado cuenta de sus dotes de corazón y de cerebro y nos hicimos buenos amigos. Su situación de primera en el Banco PJ Morgan, le permitía consagrar sumas considerables a fines públicos, sobre todo de caridad y cultura”. No olvidemos que la CIA fue creada para proteger a los banqueros yanquis en el mundo, y que en particular gente del PJ Morgan fue de la primera en ser enrolada.
Es muy significativa esa afirmación sobre el banquero Thomas Lamont, relativa a recordarlo cuando alguien criticaba a los gringos, porque al fin la CIA había conseguido hacer con Madariaga lo que siempre ha buscado con todos los intelectuales: inspirar por medio de sus actividades a que acaben aceptando a través de sus propios razonamientos y convicciones, de que todo cuanto Estados Unidos hace en el mundo es lo correcto.
Entre los notables jeques de la cultura que andaba creando viveros de enemigos del comunismo en Europa y con los que don Salvador hizo buenas migas (y quienes le llevaron a elevado sitial como presidente del Congreso por la Libertad de la Cultura) se encuentran los agentes: el banquero William (Wild Bill) Donovan, quien perteneció a la Oficina de Servicio Estratégico (OSS), predecesora de la poderosa CIA, y que fue disuelta por Harry Truman), y Michael Joselsson. La OSS comenzó a reclutar espías en las clases dirigentes, en las empresas, en la política, en la universidad y en el mundo cultural. Donovan reunió la elite, y los hijos de JP Morgan formaban parte de la OSS, igual que los Vanderbirlt, DuPont, Archbold, Weil. Madariaga había llegado hasta Thomas Lamont, a través de sus contactos con Donovan. Téngase también en cuenta que Allen Dulles formó parte de las operaciones que dirigía Donovan, y era su mano derecha, muy amigo también de Madariaga.
Donovan murió loco en 1959 cuando avistó desde la ventana de su apartamento tropas rusas avanzando sobre Manhattan, cruzando el puente de la calle 59. Donovan fue quien reclutó para la CIA al excomunista Arthur Koestler.
Por su parte, Michael Joselsson se encargó de engolosinar, con parte del Plan Marshall para Europa, a todo aquel gran pensador, filósofo, poeta, ensayista y líder que quisiese enrolarse en la guerra contra el comunismo. Madariaga fue uno de los primeros en dar un paso al frente cuando se enteró que el Congreso por la Libertad de la Cultura recibiría 200.000 dólares. Llovían cheques para cuanto desease aquella central del crimen, y Madariaga se portaban muy bien al lado de los agentes culturales de Nabokov, Lasky, Bondy y Malcolm Muggeridge. El ayudante de Allen Dulles, Tom Braden, dijo que Joselsson fue quien armó todo el frenético trabajo con los intelectuales de Europa, para fortalecer el Congreso por la Libertad de la Cultura, bajo el mando de Madariaga. Como todo lo que rodeaba a estos agentes, la primera esposa de Joselsson, Colette Joubert, murió asesinada y violada en su apartamento: la encontraron atada y muerta por asfixia con una mordaza, después de ser violada. Una de las bases principales del Congreso por la Libertad de la Cultura, además de súper agente de la CIA, fue Charles Douglas Jackson quien estudió en Princenton, formó parte del imperio Time-Life, y fue de los principales especialistas en la guerra psicológica (en realidad director de PWD, la División de Guerra Psicológica que estuvo también bajo la jefatura de Nelson Rockefeller).
Su obsesión: acabar con el “mito Bolívar”
Madariaga acogerá como pruebas irrefutables la vesánica ambición del Libertador que trasmiten los miserables de Ducoudray Holstein, José Domingo Díaz y Hippisley. Este ultraconservador al servicio de los intereses de EE.UU. sostendrá que Bolívar quería hacerse personalmente rey y emperador. Madariaga es el prototipo del contumaz, del cazurro y del terco español que no se cansará de ir acumulando pruebas sobre los planes monárquicos del Padre de la Patria, todo para desconceptuarle ante los pueblos de Latinoamérica por órdenes de la CIA.
Es así, por todo lo anterior, como se puede entender el porqué de ese cargo de confianza dado al sobrino de don Salvador, Javier Solana de Madariaga, de Secretario General de la OTAN (desde 1995 hasta 1999, y con el apoyo irrestricto de Washington).
Salvador de Madariaga desde muy joven estuvo al servicio diplomático de su país, casó con una escocesa también diplomática y escritora, y luego pasó a ser profesor de la universidad de Oxford. Convertido ya en toda una eminencia gris del pensamiento hispano, se dio a la tarea de recorrer el mundo, escribiendo sesudas obras que ponían por las nubes a los señores conquistadores que llegaron a América, Cristóbal Colón y Hernán Cortes.
Pero Madariaga no era del tipo terco a lo don Miguel de Unamuno, sino a lo voluble y falso de un Márquez Casa León, de su estirpe diplomática (quien traiciona a los realistas y se une a la causa de los patriotas, luego traiciona a Miranda, y otra vez se adecua a lo que deciden los patriotas cuando éstos vuelven a reconquistar Caracas) que mira hacia dónde se dora mejor la píldora para pillar de allí.
Cuando alguien como Madariaga se dedica toda la vida a la carrera diplomática, compartiendo con los dueños del mundo las decisiones que deben mantener a la Tierra en permanente caos, guerras, conflictos, miserias de pobreza y degradación política, se adquiere esa visión de que el mundo debe apoyarse sobre una irreparable camada de ladrones (en la que mandan el sionismo y la más degradante mafia internacional: negociantes de armas, traficantes de esclavos y de droga…), y que ni la moral ni la conciencia sirven para remediar nada. De modo que da lo mismo ser peón de la CIA que de la KGB, y que bueno, nada se pierde vendiéndose al mejor postor.
En su libro sobre Bolívar, hasta la gloria de haber independizado este continente americano pretende arrebatársele Madariaga, cuando escribe: “habrá pues que considerar la emancipación de la América española como una de las obras históricas de más fuste que llevó a cabo Napoleón. Pero es una obra que jamás entró en sus planes”. Quisiera saber uno, si tal empresa hubiera sido posible, con esa carga tan dramática de lucha y de creación política, de dolor, de tragedia y de lírica pasión soberana, sin Bolívar. Pasarán mil años, y España no conocerá entre sus políticos, entre sus estadistas, un hombre como Bolívar, y por el contrario le sobrarán Godoys, Fernandos VII, y doñas veleidosas como la reina María Luisa. Madariaga va poco a poco clavando la espina de la supuesta inferioridad moral de los parientes del Libertador, y sostiene que don Juan Vicente Bolívar era un español americano resentido.
Sabemos del papel nefasto que introdujeron los curas en la justificación de la dominación de los indígenas y la introducción de los esclavos en este continente, pero Madariaga sostiene cínicamente que la Iglesia española aportó al Nuevo Mundo el principio de la libertad de los indios y el de la igualdad cristiana, cuando pasaron a cuchillo a millones de indefensos seres que poblaban estas tierras. En el capítulo ‘El Hombre’ de su libro Bolívar, se extiende sobremanera en este punto, dándole soporte a esa columna básica de la dominación de nuestros pueblos (junto con lo militar y la oligarquía mercantilista): la religión Católica, todo en un perfecto acuerdo con la CIA. Hoy sabemos que casi todos los obispos de América Latina, desde Argentina, Uruguay, Paraguay, pasando por Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Brasil, Colombia, todo el Caribe y Centroamérica, han trabajado codo a codo con el Departamento de Estado norteamericano para mantener en jaque y hundir, o ahogar en sangre si es posible, cualquier gobierno que intente dirigir su destino soberanamente. Es para sublevarse, conociendo la pavorosa falta de instrucción que padeció y padece nuestra América, cuando Madariaga estampa: “La Iglesia fundó las más de las instituciones de enseñanza y de caridad que pronto cubrieron todo el continente, y en general actuó siempre como la abogada del débil y del indefenso, sin prejuicio alguno de color”.
Cuando Bolívar ataca a los españoles con el verbo de sus clarividencias inapelables, entonces Madariaga se abalanza sobre él y dice que lo deberían encerrar en un manicomio o es que acaso pesa sobre su locura la sangre india que lleva en sus venas. Sobre todo cuando Bolívar dice: “Un continente separado de la España por mares inmensos, más poblado y más rico que ella, sometido tres siglos a una dependencia degradante y tiránica… Tres siglos gimió la América bajo esta tiranía, la más dura que ha afligido a la especie humana. El español feroz, vomitando sobre las costas de Colombia, para convertir la porción más bella de la naturaleza en un vasto y odioso imperio de crueldad y rapiña… Señaló su entrada en el Nuevo Mundo con la muerte y la desolación: hizo desaparecer de la tierra su casta primitiva, y cuando su saña rabiosa no halló más seres que destruir, se volvió contra los propios hijos que tenía en el suelo que había usurpado”.
Sus gustos por el colonialismo
Además de racista, colonialista y de ultraderecha, Salvador de Madariaga estaba impregnado hasta más allá de la médula de esa brutal manera de llevar “la civilización occidental”, a sangre y fuego, a América Latina y al continente africano.
La escritora Julia Elena Rial dice que “las masacres que hasta ayer azotaban a nuestro mundo latinoamericano, no sólo en el sentido de destrucción del hombre sino como delito social y transgresión de los derechos humanos, hoy son causa de preocupación universal. La ortodoxia sobre ellas supone una doctrina básica dominante (colonialismo, positivismo, liberalismo, neoliberalismo, neocolonialismo) en los momentos históricos durante los cuales se produjeron y donde, por lo general, prevalecían concepciones deterministas. Las masacres se realizan para no interrumpir el encadenamiento ascendente en el cual se considera que la etapa histórica presente debe ser superior a la precedente, sin que nada la enturbie”. Y añade que sobre los fusilamientos en Cholula, Salvador de Madariaga los justificó en su historia sobre Hernán Cortés, tomando una cita del historiador inglés Munro, a quien atribuye estas palabras: “La matanza de Cholula fue una necesidad militar para un hombre que guerreaba como Cortés” (Madariaga.1951, p. 290). Agrega la escritora Rial que el inglés le “sirve a Madariaga para apoyar su tesis colonialista y para referirnos el porqué de una masacre con un bi-discurso que describe un Cortés pedante y altanero, que se sentía con derecho para atacar cualquier aldea desarmada, pero también era “valiente y legalista”. La distorsión que muestra el lenguaje y la prepotencia histórica se entremezclan para desvirtuar los hechos. Es oportuno recordar aquí a José Carlos Mariátegui quien pensaba que “sin sensibilidad política y clarividencia histórica no puede haber profunda interpretación del espíritu literario”.
Esa manera sin sensibilidad humana y política y ahistórica, le brota a Madariaga por los poros cuando escribe que los pueblos de las Indias amaban a Fernando VII, porque “la Corona de España había sostenido tradicionalmente los derechos de los pueblos frente a los excesos de los encomenderos y en general de las clases altas criollas”. Esta barbaridad no se la cree absolutamente nadie, que aún en el 2005, en una encuesta que se hizo en Madrid, casi un 80 % de españoles no sabe ni siquiera si América estuvo colonizada por España, mucho menos iban a saber nuestros pueblos de entonces que provenía de la Corona española toda “aquella gracia y bienestar, seguridad y protección de sus derechos de los que ampliamente disfrutaban”. Cuando las querellas tardaban siglos en llegar a la Península para que luego estos informes fuesen desechados y olvidados. Y otra vez Madariaga atribuye esta noble virtud realista a la influencia de la Iglesia, en particular de los frailes.
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