‘Desprecios que matan’, una mirada al racismo y la desigualdad en Colombia

Eduardo Restrepo

CALAS.LAT /

El antropólogo e investigador social colombiano Eduardo Restrepo presentó el pasado mes de abril su nuevo libro ‘Desprecios que matan: desigualdad, racismo y violencia en Colombia’ en la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la ciudad mexicana de Guadalajara.

En esta entrevista habla sobre cómo el racismo en Colombia funge como un sistema jerarquizado moral en el que se privilegia la vida de unos y desprecia la vida de otros.

Un jerarquizado orden moral que alimenta desprecios que matan

En la Colombia atravesada por la violencia, pareciera que unas gentes y geografías cuentan, mientras que otras no tanto. Unas gentes enriquecidas que importan y habitan en unas geografías de la acumulación y sosiego, a menudo operando en el lugar de la blanquidad, contrastan con otras gentes marcadas racialmente y empobrecidas que habitan las geografías del despojo y del terror.

Eduardo Restrepo argumenta que este principio de inteligibilidad y estructura de emocionalidad articulan una modalidad particular de constituir y mantener la desigualdad social, que más allá de los procesos económicos y sociales de apropiación de la riqueza, de explotación y de despojo, se anudan a un jerarquizado orden moral que alimenta desprecios que matan.

Partiendo de que el racismo es el eje central de tu libro, ¿cómo es entendida la negritud hoy en día en Colombia?

Hoy la negritud se ha comenzado a pensar como un pueblo étnico. Eso significa que en el discurso estatal y de los activistas se ha posicionado el concepto de pueblo étnico para dar imaginar a los negros, afrocolombianos, raizales o palanqueros, lo que los equipara en el plano jurídico-político a los pueblos indígenas. Esto implica que aparecen como pueblos con ciertas características: tienen territorios colectivos, tienen prácticas tradicionales de producción, tienen ancestralidades, tienen una serie de diferencias y especificidades culturales que los hacen distintos de los otros colombianos. Eso significa también que tienen una serie de derechos en tanto pueblos étnicos. Tienen derecho a la territorialidad, a la titulación colectiva de sus territorios. Tienen derecho, por ejemplo, a la consulta previa. Si hay alguna obra de infraestructura o alguna intervención sobre sus territorios, deben ser consultados desde el mecanismo de la consulta previa. Entonces hoy la negridad pasa por esta idea del pueblo original, de pueblo étnico. Lo de pueblo entra a profundizar lo que desde los años noventa se enunciaba en términos de grupo étnico, pero también desplaza el énfasis en diferencia cultural de las comunidades negras hacia una articulación más en clave racial del sujeto negro, afrocolombiano, raizal y palenquero.

¿Y cómo es la transformación a esta categorización? ¿Cómo pasa de ser clase social a ser pueblo étnico?

Es un proceso que comienza hacia la mitad de la década de los 80, vinculado a una experiencia organizativa que se dio en el Medio Atrato, en el departamento de Chocó. Ahí se creó una primera organización, la Asociación Campesina Integral del Atrato, que concebía la idea de que los campesinos 一porque en ese momento las poblaciones negras rurales se concebían como campesinos一 tenían unas experiencias, unas características similares a los indígenas y en ese momento se enunciaron grupo étnico.

Grupo étnico, entonces, es el reconocimiento de una diferencia cultural tradicionalizada y comunalizada de la gente negra. Pero no todo el mundo cabía, no toda las personas o poblaciones marcadas racialmente como negras cabía en esta noción de comunidades negras como grupo étnico. Esto se debía a que se establecieron una serie de criterios que implicaban que se habitara en las zonas rurales del Pacífico Colombiano, tener unas prácticas tradicionales de producción, un ejercicio colectivo de la territorialidad, constituirse como comunidades con unas formas de autoridad tradicional y una identidad cultural propia. Entonces, retomando, en los años 80 comienza el proceso asociado a unos lugares en el Pacífico colombiano y en los años 90, con la Constitución Política, se hace una cosa más nacional. Y en los últimos años, siguiendo en esto el discurso de ciertos sectores indígenas, argumentado que grupo étnico es un concepto que tiene muchas limitaciones. Desde los activistas, pero también desde ciertos sectores del Estado, como la Comisión de la Verdad, se posicionado el concepto de pueblo étnico para referirse a las poblaciones negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras.

Siguiendo esta línea, también hablas en tu libro de una distinción, está la gente de bien y las existencias dispensables, ¿podrías compartirnos en qué consisten estas distinciones?

En Colombia hay una expresión que es gente de bien y es una expresión que se enuncia desde ciertos sectores sociales que se conciben como personas moralmente adecuadas, que trabajan, pagan impuestos, que se imaginan como los colombianos ideales, que merece ser ciudadanos en pleno derecho, que son relevantes, importantes. Esta subjetividad cristalizada en la noción de la gente de bien se produce en oposición a otros que no son gente de bien sino que son los vándalos, los terroristas, los guerrilleros, los facinerosos, los que no trabajan, no se esfuerzan, en ultimas, los quieren que los mantengan. Eso hace que sean pobres, unos resentidos, porque la gente es pobre porque quiere, porque no trabaja, no se esfuerza realmente. Entonces la idea de gente de bien es un sujeto moral que se opone a otro sujeto moral, que es un sujeto moral tachado y problemático.

¿Qué hacen los otros problemáticos para ser concebidos así?

Los otros monstruosos, exterioridad ontológica a la gente de bien: son una partida de vándalos, que protestan y hacen daños en los buses, en los bancos, en la infraestructura pública, hacen parte de las guerrillas o son esa gente que no hace nada, que está esperando que el Estado los mantenga. Por eso, desde la perspectiva de la gente de bien, esos otros en falla y en falta no son otra cosa que existencias dispensables. Se instaura una lógica que opera desde la dicotomía de que una gente importa mientras que otros no importan realmente. Es como la cara y el sello de una moneda. Nosotros, la gente de bien, es un lado de la moneda y esas existencias dispensables, la gente que puede ser matada, que puede ser dejada de lado, que sus muertes no merecen ser lloradas, es la otra cara.

Se instaura así una especie de dialéctica del desprecio y la exclusión, que se anuda con el racismo, porque mucha de esta gente que no importa, son indígenas o negros.

¿Esta idea de lo dispensable puede extenderse a las geografías donde habita esta gente?

Claro, en Colombia hay unos lugares que son cuidados por el Estado, que son objeto de intervención y de financiamiento público. Entonces, si tú estás en Bogotá, hay unas partes de la ciudad que tienen buena infraestructura, tienen luz, agua, tienen buenos colegios, o sea, hay unos lugares de la ciudad, que son especialmente cuidados, particularmente tranquilos, tienen zonas verdes, etcétera, etcétera.

Hay otras zonas de la ciudad pero también otros lugares de Colombia donde los niños se mueren de hambre, donde el Estado no ha invertido en términos de sus servicios públicos, donde no parece importar realmente sus precarizadas condiciones de existencia. Entonces la vida precaria de estas poblaciones está vinculada a que el Estado, históricamente, los ha marginado, los ha producido como periferias, como lugares y gentes de segunda categoría, como no plenamente ciudadanos. Sus vidas precarizadas son expresión histórica de desigualdades producidas, evidencian el despojo estructural de sus existencias.

¿Entonces las personas racializadas viven en estados de pobreza debido a estos factores influenciados por el Estado?

Pasa que la pobreza es producida. No es pobreza, sino empobrecimiento. La marginación no es un asunto que se da al azar, sino que es un proceso histórico, una geopolítica donde una gente es cuidada, protegida, educada, valorada. Los espacios donde habitan son territorios del sosiego. Gente que importa, securitizada desde el estado y sus vigilancias privadas. Pero hay otros espacios, espacios de precariedad, donde la vida y la muerte de las personas se dan en unas condiciones desgarradoras, sin salud, sin condiciones dignas. Además de eso, habitan territorios del terror, porque ahí operan los empresarios de la muerte, los actores armados controlando, humillando, imponiéndose impunemente. Entonces no solamente son las gentes, las personas, sino que también son los lugares los que evidencian la desigualdad social.

Siguiendo esta línea de desigualdad que mencionas, en tu libro existen dos cuestiones diferentes, una la discriminación racial y otra el racismo estructural, ¿en qué consiste cada una?, ¿cómo podemos diferenciarlas?

La discriminación racial es una expresión del racismo, pero el racismo va mucho más allá de la discriminación racial. La discriminación racial es cuando un individuo que tiene unos prejuicios racistas en su cabeza, unos estereotipos racializados y se encuentra en una relación de poder, se relaciona con otro individuo desde esos prejuicios. Entonces, la discriminación racial implica la relación entre individuos, una relación donde un individuo o un grupo de individuos tienen unos prejuicios raciales y desde sus prejuicios raciales maltratan o agreden a otros. Esa es la discriminación racial.

El racismo tiene que ver con una dimensión de la desigualdad social. O sea, la desigualdad social tiene múltiples dimensiones一la clase social, el género y lo racial一que comenzaron a articularse desde la Colonia. Esta articulación es una forma estructural en la que se define que hay unas poblaciones que tienen unos privilegios raciales sobre otros. Quienes encarnan estos privilegios raciales han estado beneficiándose económica y socialmente de que otras poblaciones, marcadas racialmente como inferiores, han sido esclavizadas, han sido despojadas y han sido arrojadas a la marginalidad. Si tú naces en Colombia, en una ciudad como Tumaco, que es una ciudad fundamentalmente negra, estás en unas condiciones profundamente desfavorables en comparación a si naces en un lugar de clase media o alta en Bogotá. El racismo es un asunto de la desigualdad social, es discriminación más poder y privilegio.

¿En qué otros aspectos podemos ver y entender el racismo?

El racismo es una estructura que nos permite ver cómo el mundo social está producido en condiciones desiguales para unas poblaciones marcadas como racialmente inferiores y otras marcadas como racialmente privilegiadas, o incluso ni siquiera se marcan racialmente, porque se imaginan que no tienen raza ya que es uno de los dividendos del privilegio racial. Entonces el racismo tiene que ver con esta cuestión estructural y pasa también por lo epistémico, porque hay unos conocimientos que importan más que otros. Pasa por la estética, porque hay cuerpos que son más apreciados y valorados que otros. Pasa por los anudamientos mismos de la vida y de la muerte. Entonces eso es el racismo, no simplemente los actos de discriminación y de odio de unos individuos en relación a otros.

Para concluir, ¿qué aspectos son indispensables para seguir haciendo preguntas críticas en contextos de crisis como América Latina?

Pienso que lo primero que tenemos que tener en consideración es que se deben de cambiar las preguntas que nos hemos venido haciendo. Tenemos que aprender a pensar distinto, tenemos que desacomodarnos, tenemos que interrumpir las inercias con las que venimos pensando. Asumimos un orden moral en el cual existen sujetos idealizados, preguntas que son adecuadas, unos términos que se imponen como evidentes y como correctos. Hay una serie de vocabulario y de supuestos que considero que necesitamos interrumpir para plantearnos otras preguntas que habiliten politizaciones y luchas que aún no nos hemos imaginado.

Lo segundo, que es muy importante, es que toca meterse en el mundo, estar en el mundo. Muchos los académicos están fuera del mundo, les falta calle. Se la pasan en sus oficinas y cuando van a hacer investigación, lo hacen apurados, lo conciben desde nociones como «sacar información». Sus prioridades son terminar su tesis o escribir el artículo para cierta revista. La academia hace mucho tiempo perdió la paciencia, perdió la sensibilidad de lo que significa estar en el mundo desde ritmos y en condiciones que no sean los de las premuras y facilidades del productivismo academicista. Estamos muy afanados y estamos demasiado enceguecidos por una lógica productivista de acumulación de, ni siquiera de conocimiento, sino de acumulación de productos que no sirven para nada realmente distinto de engrosar currículos académicos e inflar banales egos. Se debería tener una actitud más paciente, más tranquila, sin tanto afán para responder a ciertas lógicas de productividad impulsadas por las ansiedades de las burocracias académicas.

Y por último, diría que falta corazón, hace rato perdimos corazón. Hace falta generar una conexión más corazonada con lo que hacemos, eso nos hace mucha falta.

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‘Desprecios que matan: desigualdad, racismo y violencia en Colombia’