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En su nota editorial del pasado domingo 3 de noviembre, uno de los más influyentes periódicos de habla inglesa como The Guardian de Londres hizo un gran reconocimiento al liderazgo internacional del presidente Gustavo Petro en cuanto a su tenaz lucha por exhortar al mundo a mitigar los efectos de la crisis climática mediante el cambio de la matriz energética, sustentada actualmente en el consumo masivo de combustibles fósiles.
Para el influyente diario británico el planeta Tierra enfrenta un gran riesgo existencial si no hace la transición hacia una economía baja en carbono.
A continuación el texto completo de la nota editorial de dicho rotativo londinense:
La opinión de The Guardian sobre un tratado de no proliferación: los combustibles fósiles son armas de destrucción masiva
El planeta enfrenta una amenaza existencial si no hacemos la transición del actual modelo extractivo de crecimiento a una economía baja en carbono.
La economía de Colombia depende de los combustibles fósiles, que representan aproximadamente la mitad de sus exportaciones. Pero en la cumbre climática de la ONU del pasado fin de semana, Gustavo Petro, el presidente del país, se comprometió a detener la expansión de la explotación de carbón, petróleo y gas y a reorientar a su nación lejos de esos “venenos”. Colombia es la primera gran economía en respaldar un tratado de no proliferación de combustibles fósiles. Se trata de un paso sensato y de importancia mundial, que plantea la cuestión de por qué otros miembros de la OCDE exportadores de carbono, como Gran Bretaña, no deberían seguir el ejemplo.
Lo que es una locura es que los gobiernos planeen producir más del doble de la cantidad de combustibles fósiles en 2030 que es consistente con un aumento “seguro” de la temperatura global de 1,5°C. La paradoja que el tratado busca abordar es que el Acuerdo de París no menciona los combustibles fósiles responsables del calentamiento global. Pero un puñado de naciones podría mostrar cómo la eliminación gradual de los combustibles fósiles puede conducir a un desarrollo verde sostenible y refutar el negacionismo absurdo del Sultán Al Jaber, el jefe petrolero y presidente de la COP28. Hay precedentes: el tratado de prohibición de minas de 1997 comenzó con pocos partidarios, pero luego fue ratificado por 164 países.
La humanidad está en riesgo si no hay una transición de un modelo de crecimiento extractivo a uno más ecológico. Los países en desarrollo, como Colombia, a menudo tienen déficits de energía y alimentos, mientras exportan bienes de bajo valor en relación con sus importaciones. Nigeria, el mayor exportador de petróleo crudo de África, importa casi todo su combustible. Siete de cada 10 economías importan más alimentos de los que exportan. En consecuencia, los países en desarrollo sufren un déficit comercial estructural que conduce al debilitamiento de la moneda y a la necesidad de pedir prestados dólares. Los estudios sugieren que las naciones pobres bajo un régimen de este tipo transfieren alrededor de 2 billones de dólares al año a las ricas.
Las naciones en desarrollo quieren reemplazar el actual modelo inequitativo de globalización por uno más justo. Esto se ha hecho antes. Después de 1945, Alemania Occidental iba a ser un “Estado pastoril”, dependiente de otros para obtener energía, alimentos y tecnología. Pero dos años más tarde, para mantener al país fuera de la órbita de Moscú, se le permitió industrializarse bajo el plan Marshall. Se canceló la mitad de la deuda acumulada tras dos guerras mundiales. A Alemania se le permitió reemplazar las importaciones con bienes de fabricación nacional que, gracias a generosas concesiones comerciales, podrían exportarse a naciones más ricas. A pesar de recuperarse de la guerra, Estados Unidos envió a Alemania el 5 % de su PIB, alrededor de 1,5 billones de dólares en dinero actual.
Lo que se necesita hoy es un “plan Marshall verde”. Pero las antiguas potencias coloniales con responsabilidad climática histórica no gastarán el dinero. Los países más pobres del mundo están pagando a sus acreedores más de 12 veces más de lo que gastan en prevenir la destrucción ambiental. Algunas naciones pobres ricas en recursos están negociando un lugar en las cadenas de suministro industriales verdes enfrentando a Estados Unidos con China. Pero el economista Fadhel Kaboub, radicado en Kenia, tiene razón: la emergencia climática no necesita cambios incrementales sino transformacionales en la arquitectura del comercio, la inversión y las finanzas.
Los combustibles fósiles son las armas de destrucción masiva actuales y representan una amenaza existencial. Existen paralelos con el tratado de 1968 sobre la no proliferación de armas nucleares. Parte de la solución a la emergencia climática es aumentar el uso de energías renovables. Pero igualmente importante es detener la expansión de la producción de combustibles fósiles, y no sólo con una vaga promesa de que las emisiones se reducirán en el futuro. Las naciones más ricas que más se beneficiaron de la extracción de carbón, petróleo y gas deberían comprometerse a poner fin, de manera equitativa, a la era de los combustibles fósiles. Cualquier otra cosa, como dice el presidente de Timor Oriental, José Ramos-Horta, serían “lágrimas de cocodrilo”.
The Guardian, Londres.