POR ALBERTO MORALES GUTIÉRREZ
R. Armour, el prologuista del libro de Tabori, no deja la más mínima duda: “y cuando empezamos a creer que una ligera dosis de estupidez no es cosa tan temible, el autor nos previene que, en el transcurso de la historia humana, la estupidez ha aparecido siempre en dosis abundantes y mortales
Francisco Barbosa, lo he dicho, es un patán ampuloso y vacío. La precariedad evidente de sus alcances intelectuales, lo ha precipitado por los abismos de un arribismo desembozado que él “maquilla” con una egolatría enferma; la egolatría que se ha convertido, finalmente, en el sello indeleble de su estupidez.
Este “abogado” emérito de la “universidad” Sergio Arboleda envió a través de la radio, el pasado 23 de mayo, un mensaje al director de la Policía, al director de la DIJIN y los directores de la SIJIN, convocándolos a la desobediencia. Les dijo textualmente que “no porque les dan una orden o les dicen algo, hay que hacerlo”. No es necesario sumar más argumentaciones a todo lo que se ha dicho y escrito sobre su evidente y manifiesto atentado contra la Constitución. Desde luego, no saber lo que la Constitución establece, o hacerse el que lo desconoce, no lo exime de responsabilidad.
Para entrar en el tema de la sustentación, recurro a Paul Tabori, ese sí, abogado de la Universidad Pazmany Peter, de Budapest, quien publicó en 1959 un texto cuya vigencia perdura: “La historia de la estupidez humana”. Su lectura demuestra que el perfil del señor Barbosa caracteriza sin esfuerzo alguno, a un estúpido de dimensiones sobresalientes.
Tabori destaca que algunas personas nacen estúpidas, otras alcanzan el estado de estupidez, y hay a quienes la estupidez se les adhiere.
Resalta que la mayoría de los estúpidos lo son, no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos, no; su estupidez es el resultado de un duro esfuerzo personal. Algunos estúpidos “son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la estupidez equivale a la bienaventuranza”.
Tabori recoge un axioma planteado por R. Burton, según el cual “el hombre estúpido vive siempre en la inconsciencia de su propia estupidez”. Esta frase nos permite entender la razón por la cual Barbosa vocifera y delira, por ejemplo, afirmando que él es el colombiano “mejor formado” de su generación o que “está haciendo ¡la mejor fiscalía de la historia!”. Y lo dice sin pestañear.
El autor concluye que el costo de la estupidez es incalculable. Dice que “las diversas formas de la estupidez han costado a la humanidad más que todas las guerras, pestes y revoluciones”.
Lo demuestra a través de un amplio listado de autores y sus libros dedicados, tanto al tema, como a sus costos económicos, políticos y sociales: W.B. Pitkin, D. Richet, István Ráth Végh, Johan Christian Adelung, Sebastián Brant, Thomas Murner y, claro está, don Erasmo de Rotterdam, entre muchos otros.
¡Aquí sí que nos ha costado! Barbosa no le da tregua a la estupidez que, en su accionar, se va transfigurando de igual manera en un comportamiento delincuencial.
Su desesperada insistencia en borrar la “ñeñepolítica” de la memoria, procurar que no se hable de ese descomunal ejercicio de corrupción que compromete hasta los tuétanos a su mentor Iván Duque (otro estúpido preclaro de la abundante fauna nacional) pareciera demostrar que su estupidez es malintencionada.
El archivo del proceso contra la tristemente célebre “Cayita Daza” es una desvergüenza que lo perseguirá toda su vida. Es absolutamente previsible que detrás de este archivo se oculte, adicionalmente, un acervo de pruebas que comprometerían la elección de quienes lo protegen.
Su desvergonzada insistencia en la preclusión del caso del señor Álvaro Uribe; sus disparatadas argumentaciones para transfigurar al ente acusador en un bufete público de abogados defensores de su presidente eterno; el archivo del caso del tramposo excongresista Julián Bedoya, quien tramitó dolosamente su título de abogado.
Es emblemático su silencio frente a las investigaciones del caso Odebrecht, dadas las características “insignes” de los implicados que, para Barbosa, son intocables: Néstor Humberto Martínez, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Luis Carlos Sarmiento Angulo, en fin.
No menos graves y probatorias son las persecuciones que ha ejercido en el interior de la fiscalía contra funcionarios que no ceden a sus presiones orientadas a “salvar”a sus amigos y jefes.
Aún resuena el caso de la fiscal Angélica Monsalve quien adelantaba una investigación contra la familia Ríos Velilla, a propósito de su conflicto de intereses en la contratación del recaudo del Transmilenio en Bogotá. Los Ríos Velilla hacen parte del club de los que el fiscal Barbosa entiende como “poderosos” por el entramado de sus relaciones de “alto nivel”. Su intromisión llegó al exceso de solicitar que la fiscal fuera enviada al Putumayo, para que no continuara con la investigación.
El fiscal Daniel Cardona, quien llevaba el caso contra el hijo de Luis Alfredo Ramos, Esteban Ramos, acusado de ofrecer coimas a un fiscal de la república, recibió órdenes de no continuar con la investigación. Como Cardona no accedió a estas presiones, se vio obligado a renunciar pues fue “castigado” con un traslado al municipio de Tumaco, en Nariño.
El fiscal Jaime Zatien, quien adelantaba el caso de la acusación por injuria, instaurada por Daniel Coronell contra Álvaro Uribe, fue trasladado a Cúcuta porque no accedió tampoco a las presiones.
La mamá del señor Iván Duque, doña Juliana Márquez, cuya voz y solicitud expresa de tráfico de influencias en su beneficio, fue difundida a través de la radio cuando se dieron a conocer las grabaciones en el caso del senador Mario Castaño, goza de impunidad total.
El caso del Clan del Golfo en la costa norte y el esfuerzo de Barbosa por matizar sus implicaciones (dice que no fueron 200 homicidios los perpetrados, sino apenas 20) es la tapa de la desvergüenza.
R. Armour, el prologuista del libro de Tabori, no deja la más mínima duda: “y cuando empezamos a creer que una ligera dosis de estupidez no es cosa tan temible, el autor nos previene que, en el transcurso de la historia humana, la estupidez ha aparecido siempre en dosis abundantes y mortales. Una ligera proporción de estupidez es tan improbable como un ligero embarazo”.
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