POR LUIS EDUARDO MARTÍNEZ ARROYO
A los defensores del régimen les parece más rentable y educativo escarbar en la financiación de la campaña electoral que llevó a Gustavo Petro a la Presidencia de Colombia, los mismos que han sido y son también arietes ocultadores de la de ‘Ñeñeduque’, Zuluaga, Uribe Vélez y pare, que echar sal a las heridas de las que subieron al curubito del Estado a especímenes como Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay, y stop.
Antes de que se conocieran las publicaciones de los recientes días que las agencias de inteligencia norteamericanas han entregado para el consumo, en más de una ocasión había yo aludido a las revelaciones que trae el libro ‘Conexión Colombia’, del economista Eduardo Sáenz Rovner, en las que entrega con detalles los cuestionamientos gringos del gobierno Carter, por ejemplo, al colombiano de López Michelsen, a través de su esposa Rosalynn.
El mal nacional del tapen-tapen ha reinado durante tiempo largo y de que eso sea una crónica enfermedad tropical se han encargado los dueños y usufructuarios del poder en sus manifestaciones diversas. Cuando alguna oveja se ha evadido del redil han aparecido los lobos que la han aconductado y hecho retornar al sendero de las buenas costumbres.
Aun así, algunas reinciden. La publicación de un libro, cuyo autor fue un reconocido investigador judicial de la sección ídem de El Espectador, en torno al negocio de la cocaína, sirvió para que una respetable y anchurosa cadena de centros comerciales nacional vetara la venta del diario de los Cano, todavía de ellos en ese entonces, en sus establecimientos.
Pero observando bien la reacción de los órganos de comunicación corporativos en torno al affaire López-Turbay, al medio que más interés se le ha notado en el tema ha sido al diario de los Santodomingo, los demás pocón, pocón. ¿Por qué será? ¿Acaso el diario avalista no quiere que le remuevan y le echen picante a las heridas de la sanción pecuniaria que sufrió el Grupo Aval por el Estado norteamericano por estar incurso en lavado de activos? ¿Tendrá temor de que le aparezca una expresión del corte de: tú qué vas a hablar?
Sáenz, tanto en el libro como en la entrevista que concedió a El Espectador en su edición de 21-04-2024, da duro a la teoría casi generalizada en el país, según la cual somos víctimas del narcotráfico. La rebate con el argumento de que esa empresa ha permeado todas las esferas sociales colombianas y que los grupos criminales que han combatido en ella se han enfrentado a otros de igual calaña y han sobrevivido.
La guerra contra el narcotráfico ideada e iniciada por Nixon en 1970 sirvió y ha servido a EE.UU. para ampliar y reforzar su presencia en países productores, caso Colombia, condicionar ayudas e intercambios comerciales con éstos si no ejecutan los mandatos imperiales, impulsar la fumigación aérea de glifosato, por ejemplo, y para limitar la soberanía, Plan Colombia y concesión de nuevas bases militares. Nótese que los tres casos mencionados se han ejecutado en Colombia, algo que Sáenz parece ignorar, salvo que yo lo haya pasado por alto.
Hay mucho para explicar. No todos los colombianos somos narcotraficantes, pero los norteamericanos no pueden siempre reclamar el rol de damnificados cuando, si le creemos a Chomsky, de cada dólar que queda allá por efectos del narcotráfico, sólo veinticinco centavos retornan a Colombia, porcentaje que los monitos reclaman también para sí mismos.
No se sabe si la manida expresión lopista aquella según la cual “el 4 % del PIB nacional anual entra por la ventanilla siniestra”, tenga que ver con la permisividad suya, según los gringos, frente al negocio del tráfico de drogas. Algo parece haberles aprendido de eso que en ocasiones llaman pragmatismo.