POR JUAN J. PAZ Y MIÑO CEPEDA
Los procesos de independencia en los países que hoy conforman la América Latina, se iniciaron con la revolución de Haití en 1804, continuaron con las Juntas y revoluciones en tierras Hispanoamericanas a partir de 1809 y culminaron con las batallas finales en Junín y Ayacucho, en 1824. Pero Cuba y Puerto Rico solo lograron su independencia en 1898. Y Brasil lo hizo de Portugal en 1822.
América Latina independiente fundó nuevos Estados, cuya vida interna largamente fue conflictiva e inestable. Sin embargo, el período independentista y el nacimiento de los países, alteró la historia mundial, entre otras razones porque se inició el fin del colonialismo en plena era capitalista, fue desplazada la hegemonía que tuvo la monarquía de España por el ascenso de Gran Bretaña y despertó las capacidades de los Estados Unidos por extender su poderío e intereses en el continente americano.
La “Doctrina Monroe”, proclamada el 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso por el presidente James Monroe (1817-1825), que se resume en la frase América es para los americanos, estuvo inicialmente destinada a impedir cualquier intento de recolonización de los países independientes; pero también aseguró la presencia de los EE.UU. en el hemisferio. Sin embargo, a pesar de la proclama, el americanismo no impidió las diversas incursiones europeas en el continente y cubrió las de los propios EE.UU. Entre tantas acciones, como la toma de medio territorio mexicano por los mismos EE.UU., o el bombardeo español a Valparaíso y el Callao, hasta el bloqueo anglo-francés a Buenos Aires, resalto dos acontecimientos que tuvieron especial significación.
El primero ocurre en México. A pretexto de cobrar la deuda externa no pagada, tropas españolas, francesas y británicas se alistaron para invadir el país, gobernado, en esos momentos, por Benito Juárez (varios gobiernos entre 1858-1872), el presidente de la Reforma, un importante proceso de avanzada liberal y social en Latinoamérica. Aunque españoles y británicos se retiraron, Napoleón III continuó con la invasión hasta lograr imponer al emperador Maximiliano de Habsburgo entre 1863-1867. Juárez intentó el apoyo de los EE.UU. pero no lo logró porque Abraham Lincoln (1861-1865) libraba la guerra de Secesión en su país. En todo caso, el gobierno itinerante de Juárez y las tropas nacionales resistieron y finalmente derrotaron a los franceses. Maximiliano fue fusilado.
Otro es el ocurrido en Venezuela. Igualmente, con el pretexto de cobrar la enorme deuda, en 1902 barcos ingleses y alemanes bloquearon los puertos del país y tomaron o destruyeron los buques nacionales, bombardearon Puerto Cabello, también la fortaleza de San Carlos y desembarcaron en La Guaira. La resistencia nacional que articuló el presidente Cipriano Castro (1899-1908) fue la única desplegada. Para entonces los EE.UU. estaban interesados en el canal interoceánico que inicialmente se pensó en Nicaragua y luego en Panamá, donde los franceses tuvieron el mismo interés. Años antes el presidente Rutherford Hayes (1877-1881) había declarado que los EE.UU. debían tener control exclusivo sobre cualquier canal, lo que se conoció como “Corolario Hayes” a la Doctrina Monroe. De modo que, ante los sucesos de Venezuela los EE.UU. adoptaron una posición “neutral”, porque su interés se concentró en Panamá.
En los dos casos, el americanismo monroísta, supuestamente destinado a frenar a Europa, no sirvió. En contraste, con el presidente Theodore Roosevelt (1901-1909) comenzó una agresiva política intervencionista en Centroamérica y el Caribe, mantenida por los sucesores William H. Taft (1909-1913) y Woodrow Wilson (1913-1921). En 1902, Roosevelt advirtió en un discurso que hay que llevar un “gran garrote” para hablar en la región, inaugurando precisamente la diplomacia con ese nombre; a mediados de ese año, a pedido de la casa Brown Seligman, los marines ocuparon Nicaragua; en 1903 los EE.UU. contribuyeron a la separación de Panamá de Colombia para constituirse en un Estado independiente y empezó la construcción del canal; y en 1904, sobre todo debido a la experiencia de Venezuela, Roosevelt lanzó la tesis de alcance a la Doctrina Monroe, según la cual ningún país podía cobrar las deudas por la fuerza. El “Corolario Roosevelt” como se ha denominado la idea, nuevamente estuvo destinado a las potencias europeas, pero adoptó una posición paralela, pues se debía acudir a los EE.UU. para que intervenga como cobrador, ya que le correspondía el papel de actuar como verdadera “policía internacional”. Además, los EE.UU. intervendrían cada vez que sea necesario defender los intereses de la nación. Ese papel se aplicó en República Dominicana (1905), para garantizar el pago a los acreedores extranjeros. Para el presidente Taft, el intervencionismo sería necesario para garantizar específicamente las inversiones y compañías norteamericanas, con lo cual inauguró la “diplomacia del dólar”, que se tradujo en presiones para que no se acepten inversiones europeas en los países de América Latina. Wilson, por su parte, fundó el sistema de la Federal Reserve (banco central) en 1913, que años más tarde la Misión Kemmerer introdujo en otros países de la región, inauguró el canal de Panamá (1914), mantuvo la ocupación de Nicaragua que duró hasta 1933 y fue un activo intervencionista, sosteniendo la idea de corresponder a una nación “buena”, con una misión civilizadora. Ocupó Veracruz en México (1914), invadió Haití (1915) y también República Dominicana (1916).
Así fueron los primeros tiempos de la Doctrina Monroe que los EE.UU. siempre manejaron de acuerdo con su conveniencia. El próximo año se conmemorará el bicentenario de esa doctrina, que en la actualidad nuevamente trata de regir las relaciones continentales, aunque no es Europa la amenaza, sino que, desde la perspectiva del monroísmo, la amenaza proviene ahora de China y Rusia, sin que se admita que el mundo se halla ante una globalización que ha dejado de ser unipolar y rápidamente se extiende como multipolar y pluricultural, con descenso evidente de la hegemonía norteamericana.
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