«El ascenso de las extremas derechas y las fórmulas fascistas en el mundo están deliberadamente empeñadas en hacer de los feminismos un foco a denostar”

Dora Barrancos

POR LAURA GÓMEZ /

La socióloga e historiadora argentina Dora Barrancos habla de su libro ‘Los feminismos en América Latina’. Sostiene que en la actual coyuntura «hay un altísimo riesgo de pérdida de derechos».

La primera parte del libro indaga en los feminismos de México, Centroamérica y el Caribe, la segunda pone el foco en la historia feminista de los países de América del Sur, y el posfacio repasa algunos episodios claves del siglo XXI. La investigación está atravesada por el componente de insurgencia.

No se nace feminista, de la misma manera que no viene embutido en la especie el orden patriarcal. Con esa cita se abre el prefacio de Los feminismos en América Latina (Prometeo), la investigación de la socióloga, historiadora, educadora y feminista argentina Dora Barrancos, quien en la introducción define al feminismo como una corriente de pensamiento y de acción política que tiene por objetivo conquistar la igualdad de derechos para las mujeres y, por lo tanto, extinguir cualquier tutela masculina subordinante. La primera parte de su libro indaga en los feminismos de México, Centroamérica y el Caribe, la segunda pone el foco en la historia feminista de los países de América del Sur, mientras que el posfacio repasa algunos episodios claves de los feminismos latinoamericanos del siglo XXI como el #NiUnaMenos y la campaña por el aborto en la Argentina, el movimiento estudiantil chileno desde las universidades, la movilización de mujeres por la paz en Colombia, el “Ele Nao” brasileño o los juicios de Abya Yala a la justicia patriarcal.

Hay un eje que atraviesa las tres secciones del trabajo bibliográfico: el componente de insurgencia registrado tanto en los feminismos del siglo XX como en expresiones más recientes. Sobre este punto, la investigadora señala: “Nuestras tatarabuelas, muy cercadas por una condición ominosa y opresiva, no estaban incluidas en las expectativas del gran cambio traído por la burguesía. Había que tener agallas, ¿no? En primer lugar, para darse cuenta y, después, para acometer e iniciar la acción de rebeldía en orden a una alteración emancipatoria. Dado el ímpetu transformador que tenía la burguesía, podría haberse opuesto a las circunstancias de opresión sufridas largamente por las mujeres, pero no fue así. Más bien, todo lo contrario. La prueba está cuando la Asamblea Francesa aprueba la Declaración de los Derechos del Hombre: hay una singularidad muy notable en Olympe de Gouges, quien propone contemplar a las ciudadanas”.

Barrancos cita a la filósofa francesa Geneviève Fraisse y su utilización del contrafáctico para aludir a todo aquello que “pudo haber ocurrido” en aquel siglo. “Había que tener mucha bizarría para contestar al patriarcado: había una codificación que disminuía legalmente el estatuto de las mujeres (el Código Napoleónico en 1804 hace una reducción del sujeto jurídico mujeres más grave que si se tratara del sujeto niño). No dejo de pensar en 1838, cuando las abolicionistas concurrieron a una gran reunión en Londres y comenzó la Gran Sesión Pro Abolicionista pero no las dejaron participar, se trataba de un contingente importante. Creo que ahí comenzó a entenderse que era menester la insubordinación. Diez años más tarde, las mujeres respondieron con la Convención Seneca Falls, la primera gran asamblea en 1848, en una capilla metodista de Nueva York, con muchos varones presentes”.

-En el libro aparecen varios momentos de alianzas –y tensiones– entre los feminismos y el movimiento obrero. ¿Cuál es tu lectura sobre esa relación?

-Creo que no fue fácil nutrirse de una cosmovisión completamente participada con las clases trabajadoras. Sin embargo, a lo largo del siglo hubo ocurrencias de relación entre las organizaciones del proletariado y aquellas que rompían el sometimiento de las mujeres. Una muy notable se vio en Chile con Luis Emilio Recabarren, el gran dirigente creador del Partido Obrero Socialista, una figura colosal. Él estuvo un tiempo exiliado en la Argentina y le dio una gran acogida a Belén de Sárraga, enorme divulgadora del derecho al voto en América Latina. Ella era de origen español y se había radicado en Uruguay; era una formidable oradora que recorrió varios países. Pero esa es una nota muy adelantada de lo que sería la alianza entre mujeres y proletariado. Pienso en los años 60 y me pongo en el centro mismo de la escena, una época en que las propias militantes radicalizadas no habíamos hecho un ingreso al feminismo pues lo considerábamos todavía de carácter burgués. Hay ahí un auto de fe que debe dar cuenta de un estatuto de sensibilidad que no hacía lugar al para sí.

La investigadora apunta esos hitos “para que no sea tan fácil endilgar a las izquierdas su falta de sensibilidad en orden a considerar las circunstancias políticas de la región” y explica las diferencias que había entre el norte de América Latina y el sur, donde acontecía “el espectáculo siniestro de dictaduras militares con registros brutales de genocidio”“Hubo un adelantamiento de nuestras compañeras mexicanas en la rápida recepción de la epistemología feminista renovada y de ese gran volcán feminista en los 60. No fue fácil conciliar feminismo con posiciones de izquierda porque se pensaba que la contradicción principal era la de clase. Fue muy difícil conquistar las plataformas sensibles de los grupos obreros organizados. Esto cambió muchísimo, estamos en otras circunstancias y eso debe reconocerse, sobre todo en países donde pudimos avanzar muchísimo en materia de derechos para las mujeres y las disidencias sexogenéricas”.

-La agenda feminista en América Latina registró numerosos avances y retrocesos. Las dictaduras militares, por ejemplo, retrasaron ciertas conquistas.

-Sí, ese contexto debe ser tenido en cuenta porque de otro modo no podemos entender la acción de la causa feminista. Efectivamente, tenemos tiempos diferentes en la aceptación, asimilación y creación de políticas. Toda teoría feminista implica una posibilidad de determinadas aplicaciones políticas. Para los cauces liberales (liberales de veras) que han tenido una contribución original en el inicio de las luchas feministas hay una concepción teorética acerca de la representación que tiene cada mujer en tanto individuo que no puede ser asistido con políticas de acción positiva porque en su cartografía epistemológica son reductoras del dominio individual. Los países de la región sur estuvimos muy asistidos desde el punto de vista ideológico con algo que Karen Offen llamaba “feminismo de tono relacional”; es decir, hay un propósito emancipatorio para las mujeres pero también un derrame para el reconocimiento de las injusticias de otros segmentos más allá del colectivo. Eso que podríamos llamar la justicia social integral es propio de aquellas tesituras feministas que están cruzadas con elementos neomarxistas, socialistas o peronistas en el caso argentino.

Ese rechazo hacia políticas de acción positiva revela para la socióloga una construcción teorética individualista y de tono liberal. “Gran parte de nuestras epistemologías feministas están cruzadas por el principio general de la justicia distributiva. Esto sin desconocer que hay raíces más liberales o más socialistas según el país”. Uruguay, por ejemplo, tiene una larga raíz liberal radicalizada, un movimiento representado por varones profeministas que la investigadora identifica como “una afrenta a las fórmulas neoliberales fascistas que tenemos hoy”. En ese liberalismo radicalizado registra notas interesantes como la desacralización de la vida pública y conquistas tempranas como el divorcio vincular o el sufragio. “En Uruguay hay un viejo combustible del liberalismo radicalizado. En la Argentina ese combustible proviene del socialismo, matizado luego por las librepensadoras y más recientemente por manifestaciones como las del peronismo-kirchnerista. En cada país se pueden reconocer antiguas fraguas y hubo grandes cambios políticos, culturales y sociales en los últimos 25 años, con un ascenso notable de propuestas para el reconocimiento de la equidad de género alimentadas por la propia acción internacional”, explica.

-Eres socióloga e historiadora. En este libro hay un gran trabajo con el rastreo de fuentes y siempre intentas establecer un diálogo con el presente. ¿Cómo piensas esos tráficos entre disciplinas?

-Soy una socióloga que hizo una conversión a la historia sin olvidar su mochila de socióloga. Las fuentes son fundamentales: esta fue una de las investigaciones más importantes que hice y agradezco que se perciba el enorme trabajo que ha sido juntarme con fuentes. Algunos países como Chile o Uruguay cuentan con información digitalizada disponible en internet; nosotros en Argentina no tenemos esa sistematización. Suelo viajar bastante como invitada a distintas actividades y durante esos viajes fui haciendo acopios como si estuviera esperando esta invitación del Colegio de México. Fue uno de los trabajos más duros y además interrumpí un principio de historia que implica enfocarse tan sólo en los enunciados conceptuales. Infringí esa norma porque creo que, en medio de esta penumbra, era imprescindible rescatar a las mujeres en toda su identidad, con nombre y apellido. Lo hice a propósito y con mucha enjundia. No pude detenerme en todos los aspectos que hubiese querido porque se trataba de una historia mínima, pero acá hay manojos de acontecimientos que son gravitantes y pueden significar la apertura de muchos caminos. Ojalá esta historia se complete.

Barrancos también apuesta a una desacralización de las feministas y los feminismos. En esa línea, señala los cambios, evoluciones y contradicciones de muchas figuras y agrupaciones. “En los feminismos se juega de todo y muchas veces también emergen posiciones políticamente incorrectas, como aquellos feminismos que llegaron a enredarse con dictaduras en pos del sufragio. Pero siempre hay que analizarlas en su contexto. Es necesario derribar la idea de que somos buenas, santas, justas y nunca nos equivocamos. No es así -enfatiza-. Somos seres humanos y, por tanto, debemos tener derechos humanos. Nuestra humanidad requiere el reconocimiento de esos derechos, aún con manifestaciones que pueden llegar a tener alguna avería. No se trata de la castidad ideológica o política. Esto es lo que ocurrió y gracias a todas esas luchas hubo una contribución en aquellas sociedades blindadas por el patriarcado. Este no es un libro hagiográfico. Si alguien ve una consagración hagiográfica a la lucha de las mujeres, se equivoca. Es una descripción densa de las luchas”.

-Otro eje del libro es la relación de los feminismos latinoamericanos con el Estado. ¿Qué puedes decir sobre ese lazo?

-Cuando el Estado es democrático, lo vimos en América Latina y en el mundo, obviamente hay una incrustación de las demandas de las mujeres e identidades diversas. La democracia es porosa y no puede no hacer lugar a estas demandas que involucran a más de la mitad de la población. El Estado democrático tiene la obligación de esa porosidad porque en Argentina, por ejemplo, se firmaron una cantidad de convenciones y acuerdos internacionales para garantizar esto. En nuestros 40 años de democracia se verifica un lento ascenso de nuestros derechos y creo que hubo una situación más acelerada en lo que va del siglo XXI con la enorme admisibilidad del Estado de ciudadanía de personas con identidad sexogenérica diversa. En muchos países de América Latina hubo adelantos notables en materia de legalidad y aspectos formales del derecho.

La historiadora repasa algunas diferencias en la región y señala que hubo países que avanzaron rápidamente en materia de paridad para los cargos de representación popular, mientras que “en la Argentina nos demoramos más pero fuimos pioneras con el cupo del 30 %”. “Me gustaría señalar los cuatro años que dejamos atrás porque tuvimos un gran avance en materia de género y nadie puede decir nada al respecto. El 30 de diciembre de 2020 a las 4.14 am se amplió nuestro derecho fundamental al aborto, un salto extraordinario en nuestra condición humana, en nuestra autonomía y libertad para una mayor plenitud. Luego el cupo para personas trans en todo el Estado argentino, el decreto sobre la registración no binaria y la conquista del Ministerio de Mujeres y Diversidades –enumera la autora–. La Argentina es uno de los países con mayor avance en materia de políticas de género. Ahora estamos en un crepúsculo pero los crepúsculos no duran mucho tiempo, de eso estoy segura”.

-¿Qué lectura haces de la coyuntura actual con el gobierno de Milei en materia de género?

-La situación en la que nos encontramos es de altísimo riesgo de pérdida de derechos, basta observar lo que ocurrió en estas semanas. Yo, con mi estado telúrico de optimista irredenta, confío porque no es la primera vez que somos acosados por circunstancias muy aciagas y siempre pudimos salir. Creo en la condición humana, como decía Roberto Rossellini. El gran ascenso de las extremas derechas y las fórmulas fascistas se está dando en todo el mundo, todas ellas deliberadamente empeñadas en hacer de los feminismos un foco a denostar. Hay que ver los programas de Viktor Orbán en Hungría, donde las mujeres han perdido todo tipo de derechos, o la propuesta de Vox en España con respecto a la anulación de la ley de violencia contra las mujeres.

Cuando se le consulta por las estrategias para responder a esa pérdida de derechos desde los feminismos, Barrancos apuesta a “un fenómeno transhistórico: la resistencia de las mujeres”. Señala algunos hitos recientes como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en Buenos Aires y dice: “No podemos quejarnos, tenemos antecedentes extraordinarios y una mochila cargada con recursos de resistencia. Ahora debemos ser más estratégicas que nunca: hay que pensar bien cómo es el escenario de nuestra manifestación, cómo agregamos sin desagregar, cómo llamamos a más mujeres. Necesitamos amucharnos pero estratégicamente porque hay que saber que todo esto es un esfuerzo enorme, sobre todo para las feministas de los sectores populares”. En el horizonte está el 8 de marzo, y ella espera que sea tan conmovedor y desafiante como aquel de la recuperación democrática. “El desafío hará que tengamos a mano muchas tretas. Todo el conjunto social tiene que colaborar. Estas estrategias las prepararemos con el mayor rigor, tal como ocurrió con la campaña por el aborto. Ese es un buen ejemplo de la terquedad y la habilidad para trazar una estrategia”, concluye.

Página/12, Buenos Aires.