POR DARÍO HENAO RESTREPO* /
La novela del Libertador, El general en su laberinto, en visión retrospectiva funciona como si se tratara de una demostración de la correspondencia del universo macondiano con una realidad histórica y geográfica. Todo en su ficción está inevitablemente impregnado de los efluvios de Macondo. Asombrosamente, el Bolívar reinventado por la ficción se asemeja, en algunas facetas, tanto a personajes como José Arcadio Buendía y su hijo el coronel Aureliano Buendía, como al patriarca en la soledad inútil de su poder, que pareciera que el personaje histórico, invirtiendo la relación Historia/Ficción, ya era macondiano, y más aún, que toda la historia bolivariana se escribiera a sí misma con la invención de Macondo.
El viaje de Bolívar por el río Magdalena hacia Cartagena de Indias, camino de su exilio voluntario a una Europa que nunca alcanzará –como ya lo había narrado Álvaro Mutis en su cuento, ‘El último rostro’– es el punto de partida de la novela de García Márquez. Instalado en la intimidad, el relato nos entrega a un hombre más avejentado que viejo, tan transido de gloria pasada como de frustración y decrepitud presente, hablando casi desde la frontera del Más Allá, febril y sentencioso mientras ve derrumbarse entre oscuros cuartelazos su sueño unitario de Nuestra América convertida en la liga de naciones más vasta, extraordinaria y fuerte que haya aparecido sobre la tierra. Su desilusión tiene algo de profética, y opera como una clave histórica para revelar la profunda naturaleza política de Colombia, y de este continente condenado a fluctuar entre eternas tensiones, marchas y contramarchas en su desarrollo, en fin, entre la utopía y recurrentes fracasos. En la fragilidad del personaje se instaura una manera de revisar nuestra Historia, de poner al desnudo sus males y sus lepras.
Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) en su brillante ensayo –‘El Bolívar de García Márquez y su actualidad’(2006) – sale en defensa de la novela frente a la andanada del patriciado liberal encabezado por Germán Arciniegas (1900-1999) y la Academia de Historia que la descalificaron por su visión crítica de Francisco de Paula Santander y el Partido Liberal, su participación intelectual en la conspiración septembrina y el soterrado saboteo del proyecto bolivariano, cuya metáfora demoledora ya está contenida en la decadente figura de Fernanda del Carpio en Cien años de soledad. Es más, en la siguiente caracterización del personaje en la novela: “Al cabo de ocho años (en el convento), habiendo aprendido a versificar en latín, a tocar el clavicordio, a conversar de cetrería con los caballeros y de apologética con los arzobispos, a dilucidar asuntos de estado con los gobernantes extranjeros y asuntos de Dios con el Papa…”. Gutiérrez sostiene que esta caracterización es una caricatura de la figura más conocida e influyente de la historia colombiana en el siglo XIX y dirigente del Partido Conservador, Miguel Antonio Caro (1843-1909). Él fue ideólogo de la Constitución de 1886, instaurada después de haber derrotado al liberalismo radical en la guerra de 1885, en alianza con la facción independiente de ese partido liderada por el cartagenero Rafael Núñez. Antes de llegar a los tiempos de la llamada Regeneración, ya en los avatares de la lucha política entre Bolívar y Santander venían incubadas las contradicciones por los fundamentos jurídicos y políticos que debían regir los destinos de la joven república, que dieron origen a tantas guerras civiles. Unas ganadas por los liberales y otras, finalmente, ganadas por los conservadores para imponer su modo de organizar el Estado y lograr imponer la unidad a la nación.
El sueño de Bolívar de fundar una gran nación se deshizo. En la novela, el derrumbamiento físico de Bolívar simboliza la destrucción de su obra. Las élites opositoras a Bolívar –con malas y buenas razones- estuvieron marcadas por el código de conducta caracterizado por la mentalidad del tinterillo, explica Gutiérrez, con arandela de “gentleman”, pulido espíritu formalista y conservador, dicción refinada, tan bien metaforizada en “los abogados vestidos de negro” que habitaban esa lúgubre y conservadora ciudad donde vivía la aristócrata Fernanda del Carpio. Su imagen contiene los rasgos esenciales, sociales y psicológicos de esas élites de Bogotá.
La lectura de la biografía, Simón Bolívar de Gerhard Manzur, a la par con la de El general en su laberinto, permite entrar en los laberintos políticos de esa capital tan alejada de la realidad del país, tan extraña al Caribe natal de García Márquez, muchas veces desdeñado por su inferioridad, experiencia personal vivida por el joven escritor en su periplo capitalino, el sutil intrarracismo de las élites bogotanas. A ese desprecio de las regiones y departamentos por la capital “liberal”, García Márquez, palabras textuales de Gutiérrez, “respondió con una exaltación de la Costa alegre, espontánea y vital, y con una caricaturización, en parte justa, de la capital lúgubre, aún colonial, leguyesca”.
La caribeñización de Bolívar, se entiende, resulta absolutamente justa históricamente. Sobre esta intencionalidad García Márquez admitió que la única debilidad que reconocía es que la novela puede considerarse vengativa, contra los que le hicieron a Bolívar lo que le hicieron. Se trata de un ajuste de cuentas con la antigua ciudad virreinal, cuyas ínfulas, siempre lastimaron al costeño pobre que fue Gabo cuando joven. Y él, al hablar de la novela, acepta que “a lo mejor, se trataría de una reacción inconsciente -de un inconsciente colectivo, costeño– que en el caso del libro se apoya, es cierto, en hechos históricamente objetivos” (entrevista concedida a la revista Semana). Esta experiencia subjetiva del autor se encuentra fundada en una realidad social que Gabo padeció. Hoy, a más de 80 años, por supuesto, mucho ha cambiado en las tensiones entre la capital y las regiones, sin negar que todavía se respiran manifestaciones de esos tiempos que bien vale la pena analizar. Para la comprensión de esta marca de origen de la nación colombiana, un buen punto de partida lo brindan los libros del historiador cartagenero, Alfonso Múnera Cavadía: El fracaso de la nación, Fronteras imaginadas y olvidos y ficciones.
Sin duda, lo que más llama la atención del Bolívar que recrea García Márquez son sus costumbres, hábitos y lenguaje de caribeño. Siendo el hombre de mundo y alcurnia social que fue, en la novela, duerme en hamaca y usa en su vocabulario el lenguaje costeño, caribeño, muy distante del bogotano, de sus eufemismos, motivo de distinción del patriciado capitalino. Asunto que en las últimas décadas ha cambiado por la constatación de que Bogotá la comparten los bogotanos con centenares de miles de compatriotas provenientes de todas las regiones del país. Sus formas de hablar, sus hábitos y costumbres, y sus músicas, se entremezclan en la megalópolis que hoy podemos considerar como una abigarrada síntesis de la nación colombiana.
*Profesor Universidad del Valle.