POR OCTAVIO QUINTERO
Tres reflexiones y una cita constitucional dan entrada a este tema:
“Una manera eficaz para lograr el cambio es no resignarse”.
– Ernesto Sábato.
“Un pequeño grupo de individuos conscientes y comprometidos puede cambiar el mundo”.
– Margaret Mead.
“Como son los tiempos, así las cosas”, lo que significa, en mi opinión, que el cambio, en su preciso momento, es la visión predominante de la especie humana.
Un país “democrático y participativo”, significa que el Pueblo es el origen del poder público y de él derivan las organizaciones a partir de las cuales se articula, una de ellas el derecho a la movilización social.
– (Art. 37 Constitución Política de Colombia – Sentencia C-150/15).
Las populares reformas sociales propuestas por el presidente Gustavo Petro, vienen posicionando su administración como el Gobierno del Cambio (así se autodefine), que persigue la transformación y agilización de políticas públicas con el fin de mejorar la rentabilidad social del Estado colombiano y su buen funcionamiento, acorde con los tiempos presentes.
Es lógica la controversia que han desatado los conspicuos voceros de la oposición política y económica. Es natural su neofobia, y más, cuando el establecimiento les ha deparado prebendas tan rentables como injustas, dictadas a pedido y medida de los mismos que han ostentado el poder.
Sus intereses resultan indiscutibles en el ámbito de la subjetividad que encierra toda ideología. A nadie se le puede reprochar que sea de izquierda o derecha en sus diferentes matices y tendencias: “Cada cosa, y en todas las épocas, camina junto a su contraria”, se lee en Las mil y una noches.
El axioma anterior anima la discusión sobre la conveniencia social de cambiar, y al parecer se nos está haciendo tarde, a un modelo de desarrollo económico y social sostenible e inclusivo, contrapuesto al sistema capitalista, en general, y en especial, al modelo neoliberal, acelerador del fin de la vida como la conocemos actualmente. Vencer la resistencia al cambio es preguntarnos ¿hasta dónde podríamos llegar si tuviésemos el valor de cambiar? ¿Qué seríamos capaces de lograr si aceptáramos esa dosis de riesgo? Solo hay que pensar en los grandes científicos, empresarios, políticos y, sobre todo, en los líderes sociales que creyeron en un cambio y lucharon hasta lograrlo.
De las tres reformas propuestas: salud, laboral y pensional, ya la laboral se atascó en la pasada legislatura, merced a una insólita oposición que no asistió al debate alegando “falta de consenso”, excusa infantil: ¿cómo se puede concertar con quienes ni siquiera asisten al debate legislativo donde se negocian los consensos políticos?
Arduo camino legislativo, más aún, les espera a las otras dos. Si el sistema financiero en salud mueve anualmente, a través de entidades privadas (EPS), 80 billones de pesos o más; y si los ahorros de los trabajadores, 300 billones o más, están en poder, a discreción, de los cuatro grupos económicos más poderosos del país, esas son prebendas que no se las van a dejar quitar sin apelar a todas las formas de lucha, como la que estamos viendo y viviendo en Colombia.
El debate del cambio, latente en todos los países dominados por el neoliberalismo, amplificado inclusive por las instituciones multilaterales del mismo sistema capitalista, indica que puede estar llegando a su fin el modelo neoliberal que impuso la llamada ‘terapia de choque’ desmontando el Estado de bienestar logrado merced al sacrificio de líderes sociales levantados a lo largo de la historia contra el trabajo forzado, la esclavitud y la servidumbre, y hoy, contra la nueva explotación laboral que conlleva a un progresivo descontento democrático como se observa en la versión 2022 del Índice Global en el que se registra que el 92 % de la población mundial tiene reparos sobre el funcionamiento del sistema de libre mercado… “Es necesario dar un giro hacia un proyecto político que se centre en mejorar el nivel de vida de todos aquellos que contribuyen a la economía y el bien común a través de su trabajo”, dice en la nueva versión (2023) del Descontento democrático el profesor de filosofía de Harvard, Michael J. Sandel, considerado por la crítica como el más famoso del mundo contemporáneo.
Nota: En el argot económico, terapia de choque se refiere a la liberación abrupta de los precios y control de divisas; a la disminución y cancelación de subsidios estatales en salud, educación, vivienda y servicios públicos domiciliarios, entre otros; a la apertura comercial total e inmediata y privatización de los activos estatales, “a precios de gallina vieja”, como se dijo en pleno furor de la feria patrimonial.
Esa terapia se aplicó en Colombia como política de Estado desde 1990, con el nombre de “Apertura Económica” por el recién elegido presidente César Gaviria. Hoy, este ex, con relación a las reformas sociales que impulsa la actual administración, replica la insulsa muletilla de la oposición, convertida en cuasiaxioma, “construir sobre lo construido”, agregando, “… antes de que tengamos que construir sobre lo destruido”. Dándoselas de ingenioso, acierta en la proeza que enfrenta el gobierno Petro: construir sobre lo destruido por el neoliberalismo pinochetista que, precisamente, él introdujo con un efusivo brindis: “bienvenidos al futuro”.
Construir sobre lo construido suena a continuismo. Sobre esta entelequia invitan al gobierno del cambio a negociar las reformas laboral, de salud y pensional, que están en la palestra legislativa; y las que dicta desde la administración central, ejercen irracional oposición, amplificada por la prensa y aupada por insidiosa y escandalosa oposición ideologizada desde la Fiscalía y la Procuraduría.
¿Cómo escapó China de la terapia de choque?, es un libro recientemente editado en Brasil por la académica de Massachusetts, Isabella Weber, a quien me referí en reciente columna (Inflación de vendedores). Aboca ahí, en detalle, los controvertidos y polémicos debates sobre la reforma económica de China (1980)… Para Weber, la decisión de China de apartarse de la tendencia neoliberal, fue clave para que, 43 años después, el gigante asiático esté a punto de destronar a Estados Unidos, cabeza del imperio occidental.
A diferencia de lo sucedido en el mundo occidental, China adoptó una especie de economía social de mercado que reafirma la injerencia del Estado en la dirección de la política económica, neutralizando la manipulación y especulación propias del libre mercado, al que sus defensores siguen llamando “libre”, pero “imperfecto”: ¡UFF!
Retomando el tema, todo proceso de cambio conlleva el rompimiento de acendrados paradigmas culturales, y cuando se propone en y desde lo político y económico, como es el caso, casi siempre se corresponde con reivindicaciones sociales que transcienden la inmensa pobreza, desigualdad y riesgos de todo tipo que sumen a la población, y, por eso, no solo hay que asegurar el apoyo de los sectores excluidos (no siempre obvio), sino vencer la resistencia (siempre obvia) de la reducida élite reacia a ceder en su pretensión de seguir usufructuando de un estado de cosas, casi siempre inconstitucionales, por lo exclusivas y excluyentes.
Por lo mismo, el cambio es un proceso difícil que no solo requiere de una férrea voluntad política, sino de un masivo y decidido apoyo popular que lo legitime. Es, en este contexto que alcanza sentido la insistente invitación del Presidente de Colombia a la gente a tomarse las calles con su angustioso llamado, así lo veo: “no me dejen solo en estos fríos rincones de la Casa de Nariño”.
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