El centro es la esperanza de la derecha

La autodenominada coalición 'Centro-Esperanza', un "champús" de políticos decadentes y de sectores partidistas en crisis. Su objetivo es meramente electorero, carece de visión programática y de proyecto político.

POR JOSÉ ARNULFO BAYONA*

Los elegidos o elegidas de las coaliciones electorales que participarán en las consultas del próximo 13 de marzo, irán a la disputa por la Presidencia de la República con, Oscar Iván Zuluaga candidato del Uribato; el exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández; el exministro del Ambiente del gobierno neoliberal de Santos, Jhon Arley Murillo del partido Colombia Renaciente; y la candidata del partido Verde Oxígeno, Ingrid Betancourt, en la primera vuelta que se realizará el próximo 26 de mayo.

José Arnulfo Bayona

Con el argumento de “estar mamados de la polarización” entre la extrema derecha del expresidente Álvaro Uribe y la extrema izquierda supuestamente representada por Gustavo Petro, varios partidos, movimientos y personalidades, decidieron conformar una coalición que dieron en llamar Centro-Esperanza, como una opción de centro político que, al no ser de derecha ni de izquierda, superaría los extremismos aparentemente rechazados por la ciudadanía.

Se trata en realidad de una coalición de partidos, movimientos y personalidades que atraviesan por sus respectivas crisis políticas. Los sectores que integran el partido Alianza Verde, atravesados por una crisis de dirección política, que esta vez no pudieron ponerse de acuerdo para respaldar a Sergio Fajardo su candidato derrotado en las elecciones de 2018, ni para escoger democráticamente su propia candidatura, decidieron que cada quien actuara según su criterio. Un sector se sumó al Pacto Histórico para apoyar la precandidatura del judicializado exgobernador de Nariño, Camilo Romero; otro sector, encabezado por Angélica Lozano, adhirió a la precandidatura del liberal Alejandro Gaviria; y el exgobernador de Boyacá, Carlos Andrés Amaya, optó por ser precandidato, avalado por el partido Dignidad; Juan Fernando Cristo, desistió de su precandidatura; mientras que Humberto de la Calle, quedó como cabeza de lista al Senado por la  coalición, pero avalado por el partido de Ingrid Betancort. Esa coalición es un verdadero desmadre que no inspira confianza entre el electorado y deja dudas sobre su capacidad de gobernar.

El Partido Liberal, en proceso de descomposición, que ha disfrutado de los privilegios del poder desde siempre en los gobiernos bipartidistas y ha formado parte de los más de 20 años del régimen despótico de Uribe, por primera vez en cerca de 70 años, no presentó candidatura propia para las elecciones que se avecinan. En la diáspora liberal, cada quien optó por el que considera el sol que más alumbra; unos prefirieron mantenerse al lado del uribismo, otros, como el senador Velasco, se vincularon al Pacto Histórico, y otros prefirieron aterrizar en el recién conformado centro político.

Al Centro – Esperanza confluyeron  Humberto de la Calle, exministro de Gobierno neoliberal de Cesar Gaviria y negociador del Acuerdo de Paz con las Farc; Alejandro Gaviria, exministro de Salud del gobierno neoliberal de Santos; Juan Fernando Cristo senador liberal y exministro del interior del gobierno  de Juan Manuel Santos y Juan Manuel Galán, senador por el Partido Liberal y precandidato por el revivido Nuevo Liberalismo, con sus nexos familiares en el partido Cambio Radical de Germán Vargas Lleras. El senador Jorge Enrique Robledo, que no logró mantener el control político del Polo Democrático, al no resolver a su favor la crisis de dicho partido, decidió salir del Polo, darle entierro de tercera al MOIR, su partido de origen, y conformar en alianza con sectores empresariales y conservadores, el nuevo partido Dignidad, en cuya representación participará como precandidato en la consulta de la coalición.

Vista así la situación, se puede decir que la coalición Centro–Esperanza es una suma de facciones de partidos y políticos en crisis; es decir, una crisis mayor. Los hechos así lo demuestran; en los debates televisados hasta ahora no han discutido ideas ni programas, solo se vieron enfrentamientos y ataques personales, porque Gaviria recibió apoyo de expresidentes y senadores liberales y de Cambio Radical, o porque Amaya tiene cuotas burocráticas en la Alcaldía de Bogotá, o porque la familia Galán es una empresa electoral, o porque Sergio Fajardo no ha explicado su actuación en Hidroituango y tiene varias investigaciones por sus actuaciones en la Alcaldía de Medellín y en la Gobernación de Antioquia, etc. No hay unidad en el centro y la coalición más parece una desafinada orquesta en la que cada quien toca por su lado.

Los puntos programáticos alrededor de los cuales conformaron la coalición son generalizaciones sin propuestas concretas: “Recuperar la confianza en la democracia, poner la economía al servicio de la ciudadanía, cuidar la biodiversidad y proteger la ciudadanía y los territorios”, además de “Lucha contra la corrupción, acceso a la educación pública, empleo,  energías renovables y seguridad”  y definió como principios “Construir colectivamente, proteger la vida, privilegiar el bien común, decir siempre la verdad, proteger los recursos públicos, garantizar el diálogo y la participación ciudadana, limitar el ejercicio del poder, defender la libertad, la igualdad y la dignidad humana, reconciliar y construir…”, para rematar autodefiniéndose como  una “Coalición alejada del gobierno y de los partidos que han caído en prácticas clientelistas” (S. Fajardo). Se trata de lugares comunes agitados siempre por los políticos tradicionales, del mismo discurso electoral de siempre, que contrastan con el pasado y las prácticas políticas de casi todos sus integrantes. El elector con sentido crítico se preguntará: ¿cómo podrán gobernar, si no tienen un programa común y hacen del debate un escenario de recriminaciones mutuas? Se trata de una coalición del desencuentro, tan solo una suma de intereses personales y grupistas.

Ahora bien, al constatar los apoyos recibidos por parte de exministros de gobiernos bipartidistas y neoliberales anteriores,  como José Antonio Ocampo, Rodrigo Pardo, María  Teresa Garcés, Julio Londoño, Frank Pearl, Carlos Gustavo Cano, Carlos Ronderos, Jorge Eduardo Cock, Griselda Janeth Restrepo, entre otros y otras, se deduce que el compromiso de lucha contra la corrupción y el clientelismo es apenas un canto a la bandera, dado que dichas prácticas datan desde tiempos inmemoriales y todos/as formaron parte de corruptelas, repartijas clientelares y otras prácticas de la misma especie.

“Por sus hechos los conoceréis”, reza una célebre frase bíblica que invita a juzgar a la gente más por sus actos que por sus dichos y, los hechos nos indican que la coalición Centro-Esperanza está conformada y avalada por personajes de la política tradicional que han estado siempre al servicio de los poderosos capitales nacionales y extranjeros, han aplicado los mandatos neoliberales del Consenso de Washington y las recetas o paquetazos del FMI y el Banco Mundial. Amén, de ser responsables de la corrupción, la pobreza y la miseria que ha padecido la mayoría del pueblo colombiano desde tiempos inmemoriales. Probablemente vislumbran la posibilidad de un gobierno neoliberal que supere el régimen autoritario y mafioso de Álvaro Uribe sin poner en riesgo el sistema político, ni el modelo económico, ni los intereses de los gremios económicos, el capital financiero y las grandes corporaciones.

Por tal motivo, no debaten propuestas sobre los cambios democráticos que requiere el país, en el modelo económico, en avanzar  hacia la construcción de una paz estable y duradera, el problema agrario, el narcotráfico, las salud privatizada,  la política  educativa, la lucha contra el cambio climático, el trabajo digno y productivo, el régimen de pensiones, las energías limpias, la redistribución de la riqueza, la penetración del narcotráfico en las cúpulas de las fuerzas armadas y el alto gobierno, los Derechos Humanos, los asesinatos de líderes y lideresas sociales y ambientales, la brutalidad policial y la superación del hambre, la pobreza y la miseria que padece el 56% de la población colombiana, como consecuencia no solo de la corrupción, sino del sistema económico y político imperante. Se trata de una coalición con una propuesta de cambios para que todo siga igual. En definitiva, el programa del Centro-Esperanza es una entelequia diseñada para recolectar votos de la gente indignada con el régimen uribista, pero sin desbordar los supuestos causes institucionales, su propósito es llegar al gobierno, soportado en una nueva élite oligárquica de poder.

El centro es un punto de equilibrio y equidistancia entre dos extremos que en política no es posible; la auto caracterización de una propuesta como de centro no es mas que una estrategia política para disputarse los votos de las clases media empobrecidas, sin poner en riesgo el respaldo, la estabilidad y la hegemonía de las oligarquías que han gobernado el país desde siempre. Por eso caracterizan al Pacto Histórico y al candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, como de extrema izquierda; su propósito es descalificar su propuesta que también es liberal pro-capitalista, pero que incluye reformas democráticas antineoliberales en el campo de la salud, las energías limpias, la educación, el agro, la industria y la paz, entre otras.

La sindicación de extrema izquierda que la coalición Centro-Esperanza hace al candidato Gustavo Petro, es también una descalificación anticipada de su probable triunfo en la primera vuelta, para justificar su voto en blanco o por un candidato del uribismo, sea Oscar Iván Zuluaga, Rodolfo Hernández, o del Equipo Colombia en una probable segunda vuelta o, también, para invitar a la extrema derecha a votar por su candidato en caso de que pasen a disputar con Petro el ballotage. Se trata de una apuesta de doble cara. Eventualmente esta coalición sería considerada como una segunda opción del patrón del uribato, para asimilar y menguar el golpe de la derrota que está muy cerca de sufrir.

Es urgente difundir la alerta que circula en las redes sociales sobre el montaje en curso de un gigantesco fraude electoral, como el último recurso de la mafia gobernante, para detener el ímpetu de la candidatura de Gustavo Petro. Para realizarlo, igual que en las elecciones de 2018, contarán con multimillonarias sumas de dineros del narcotráfico, de las fortunas traídas de los paraísos fiscales y de los grandes capitales, bien para la compra de votos, o bien para alterar las actas de escrutinios en las mesas electorales o en la propia Registraduría Nacional controlada por el gobierno. Igual puede ocurrir que por el desespero frente la amenaza de la derrota electoral del establecimiento, se esté fraguando un atentado contra la vida del candidato Petro. Lo mismo puede ocurrir con Francia Márquez. El gobierno guarda silencio al respecto.

La realidad que hoy muestran todas las encuestas dice que, sumados los porcentajes de intención de votos por las candidaturas del Centro – Esperanza, no superan el 13% en unas y el 10% en otras; lo cual demuestra que, en la franja de las clases medias empobrecidas, que es hacia donde ellos dirigen sus mensajes y guardan esperanzas, no gozan de amplias simpatías. Aceptando, en gracia de discusión, que existe un hipotético centro político, hace rato que fue captado por el candidato Gustavo Petro, pero también con creciente simpatía por la fresca figura política de Francia Márquez Mina. El centro que dice representar el acuerdo Centro–Esperanza nació terciado a la derecha.

*Miembro de la Red Socialista de Colombia.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.