«El decrecimiento no es algo que puedas elegir, es algo que va a ocurrir»

Fernando Valladares

POR GUILLERMO MARTÍNEZ /

Asiduo a la divulgación en redes sociales y programas de televisión, el científico español Fernando Valladares ahora se adentra en el mundo editorial con La recivilización. Desafíos, zancadillas y motivaciones para arreglar el mundo’ (Destino, 2023). El ser humano construye su propia ruina, paradójicamente, destruyendo la naturaleza en la que está inserto. Por eso, este doctor en biología e investigador del Instituto Superior de Investigaciones Científicas de España, propone un camino mediante el que poder renacer, de alguna forma, como especie. El experto desgrana los principales retos a los que nos enfrentamos, los problemas que se encontrará la sociedad para conseguir el cambio deseado, las razones que harán del decrecimiento económico algo ineludible y el porqué del debate entre colapsistas y posibilistas dentro del ecologismo.

“Hay que poner todo patas arriba para que el mundo vaya a mejor”

En la primera parte del libro, expone que podemos elegir entre tres únicos escenarios: extinción, gobernanza autoritaria o transformación. ¿En qué se basan cada uno de ellos?

Se trata de simplificaciones de un abanico más amplio de escenarios. El primero está ligado a no hacer nada, que es prácticamente lo que estamos haciendo ahora. El no hacer nada ya es una decisión en sí misma, y la ciencia te dice lo que pasará si no actuamos. No hace falta insistir mucho para que nos demos cuenta hacia dónde nos dirigimos si seguimos así. Otra posibilidad es que sean los gobernantes o los responsables políticos los que se hagan cargo de la cuestión. Eso podría dar lugar a un modelo de gobernanza autocrática donde se ejecutarían decisiones más o menos dictatoriales. Significaría un retroceso profundo de los derechos humanos y en la salud física y mental de las personas. Se podrían arreglar los problemas logísticos más acuciantes, pero a un coste elevadísimo. Yo apuesto por el último, el escenario de la transformación. Hay que poner todo patas arriba para que el mundo vaya a mejor. Nos equivocaremos, no será fácil, pero tenemos mucho que ganar, sobre todo porque no tenemos prácticamente nada que perder si seguimos como hasta ahora, en un sistema completamente insostenible.

¿De qué escenario cree que estamos más cerca como sociedad a nivel mundial? ¿Y en España?

El escenario global remite a que estaríamos en un grado leve de colapso, aunque en algunas regiones ese grado se encuentra en estado avanzado. El colapso se ve en la pérdida de recursos esenciales como el agua, la alimentación o el acceso a la educación y sanidad. Eso, que está amenazado en el Norte global, no tenerlo o estarlo perdiendo es común en el Sur global, aunque lo hayamos normalizado. Tenemos que tomar decisiones rápidas porque el escenario cambia día a día. En España parece que la gente está muy preocupada por el medio ambiente, pero la sociedad no ha encontrado la forma de canalizarlo hacia la resolución del problema. La mayoría de la gente apenas da urgencia a algunas cosas, además de que la descoordinación reina entre las acciones individuales y colectivas o del sector público y privado. También somos más vulnerables por la posición geográfica, la sequía que podremos sufrir y nuestras características climáticas.

 También aborda ocho desafíos que requieren hablar claro, como usted dice. El primero que trata es el desafío natural. ¿Considera que es el más importante? Parece que todos los demás desafíos van supeditados a este.

Sí, pero no lo digo yo con mi posible sesgo de científico y ecólogo. Cuando uno escucha a los grandes economistas del Foro Económico Mundial, ellos mismos aceptan que las crisis que afrontamos no son económicas de raíz. Lo mismo ocurre al escuchar hablar a médicos de las crisis sanitarias. Todas las crisis que sufrimos, ya sea geopolítica, social, sanitaria o energética, tan solo son manifestaciones de crisis ambientales. Si solo vamos a los síntomas, lo único que haremos será posponer un poco el colapso.

«Si revertimos el afán de productivismo, volveremos a humanizarnos»

En la parte en la que trata el desafío económico, usted afirma que el sistema actual no funciona, al menos como debería funcionar para la supervivencia y confort humano. ¿Cuál es su plan B?

Mi plan B es el de muchas otras personas que llevan décadas hablando del decrecimiento económico, que es ineludible. No es un escenario que puedas elegir, es algo que va a ocurrir. Hasta los propios multimillonarios firman manifiestos para que les suban los impuestos porque ellos mismos se dan cuenta de que su bonanza económica está en riesgo en el actual sistema. El plan B es planificar al contrario de lo que lo hacemos desde hace siglo y medio. En lugar de que el objetivo sea que el PIB suba, tendrá que bajar. ¿Cómo hacerlo? Con políticos valientes, porque ahora mismo no se atreven. Son medidas difíciles de explicar. Imagina un candidato a presidente diciendo que su propuesta es decrecer un 17%, por ejemplo. La gente también tiene que estar preparada para entender bien qué significa y por qué este debe ser el recorrido futuro.

La democracia, la ideología y la religiosidad aparecen como el último desafío cuando, a priori, se podrían considerar categorías alejadas del respeto y la preservación del medio ambiente, pero no es así. ¿Por qué?

El problema de algunas ideologías y religiosidades muy marcadas es que tienen una visión con una gran primacía del ser humano. Lo entienden como si estuviera aislado, sin soporte alguno en la naturaleza, como una colección de individuos y no una sociedad integrada. Esas son una serie de simplificaciones que sirven para mantener el modelo económico, por lo que aquellas personas que las profesan son obstáculos a la hora de explicarles el desafío civilizatorio. Pero hay razón para el optimismo. En el último sínodo, celebrado este mismo año, se dio una gran convergencia en los objetivos, entre los que se encontraba que el ser humano conviviera en mayor armonía con la naturaleza. Otro ejemplo es el papa Francisco con su nueva encíclica. Que siga vivo es uno de los mayores misterios después de la Trinidad, porque es algo que los creyentes más acérrimos se tienen que tragar como un sapo. Es un gran avance que personas tan influyentes como él digan cosas basadas en la ciencia y en el sentido común.

Algunas personas confían en que la tecnología nos podrá salvar del destino que usted plantea. Es lo conocido como «tecnoptimismo». ¿Qué les respondería a estas personas?

Yo les diría que no fueran tan ingenuas, que tienen una actitud muy infantil. Sus ideas no se ajustan a la cruda realidad. Tienen una especie de confianza en que el ser humano será capaz de sobreponerse hasta a las leyes de la termodinámica y hacer de un planeta finito algo infinito. Hay que trabajar con lo que tenemos hoy, y ahí sí que tenemos tecnología de sobra para hacer frente a un cambio de civilización.

Otro concepto que se empieza a utilizar es el de «ecomodernismo», que también aborda en su libro. ¿Cree que se trata de un falso ecologismo? ¿Quién puede tener interés en potenciarlo?

Desde el momento en que quiere construir alternativas únicamente fijándose en las bondades alcanzadas en el último siglo, el ecomodernismo es un falso ecologismo. Se dan ciertos avances indiscutibles como la vacunación, el alfabetismo o la mejora de la esperanza de vida, que son logros de la humanidad sin duda. El ecomodernismo viene a fijarse en estas cuestiones para contrarrestar lo peyorativo del concepto «antropógeno». En lugar de ralentizar las cosas como decimos los científicos, sus defensores cada vez apuntan más arriba. Son cosas lunáticas, hasta divertidas si no habláramos de la vida de millones de personas y nuestro futuro como especie a medio y largo plazo. Piensan, por ejemplo, que si vienen mal dadas podremos irnos a vivir a Marte.

«Todas las crisis que sufrimos son manifestaciones de crisis ambientales»

Ya ha comentado que el decrecimiento es algo ineludible. ¿Existen personas dentro del ecologismo en contra del decrecimiento?

El decrecimiento despierta dudas y recelos en mucha gente, y dentro del ecologismo hay muchas orientaciones. Hay ciertas personas que se siguen agarrando al milagro de los panes y los peces, que pretenden reconciliar el planeta con el modelo económico preponderante. Quizá lo hagan por miedo, desconocimiento o como una posición ideológica. Otras personas defienden que se trata de una posición muy utópica y que sería mejor aprovechar lo que ya existe en forma de energía renovable y tecnologías más blandas y verdes para hacerlo mejor. Están bienintencionadas, pero lo que sí es utópico es posponer el momento de tomar las decisiones más duras. Yo creo que nunca habrá un periodo de transición. Vemos que nada es gradual, que el clima no cambia gradualmente, y las pandemias tampoco golpean de forma planificada. Tenemos que prepararnos para un futuro cercano muy revuelto, lleno de adversidades inesperadas, e intentar hacerles frente sin decrecimiento complicará las cosas.

En el último tiempo se ha dado un debate muy enconado en un sector del ecologismo entre aquellos que podríamos denominar colapsistas y otros estudiosos y activistas más posibilistas. ¿Usted se ubica en alguna de estas etiquetas?

Yo planteo que el colapso es uno de los escenarios, pero eso es algo que está presente en los informes del IPCC desde hace muchos años. En realidad, a partir de 3 o 4 grados centígrados de calentamiento de la atmósfera ya entraríamos en colapso. Yo no quiero imaginar un escenario catastrofista, pero pongo ejemplos de cómo avanzamos hacia él. Por otra parte, apoyo el suavizar el concepto de colapso. A alguien que no esté muy metido en el mundo del ecologismo y las crisis ambientales le puede crear cierta repulsión, ya sea por miedo o porque lo ven algo muy catastrofista. Eso es lo que busco con el libro, que gente que no ha oído hablar de la crisis de biodiversidad se interese por lo que sucede y decida formar parte de la solución. Sin ir más lejos, el libro de Emilio Santiago, una vez que superas su título [Contra el mito del colapso ecológico], ves que hay muchos matices que van en este sentido, el de empoderar a la gente a otras alternativas más sociales y económicas mediante las que poder sortear el colapso.

En realidad, su figura sirve casi de puente entre los colapsistas y los posibilistas.

Soy consciente de ello y me tiemblan las piernas, porque los puentes son los puntos más vulnerables. Yo intento tender puentes de forma activa, es algo que va con mi carácter, el asumir esa responsabilidad y encontrar puntos de interés y lógica en las distintas posturas, pero eso me estresa un poco y me pone en situaciones complicadas.

Por último, volvamos al principio. Su obra se titula La recivilización, es decir, volver a civilizar. Para eso, tendremos que revertir ciertos procesos aprehendidos e interiorizados. ¿Cuáles son los principales?

Hablaría de uno, el mayor de todos: el individualismo. Esto es lo que nos hace ser una sociedad tan vulnerable. De hecho, estamos al límite de lo que es una sociedad porque apenas hemos establecido una red en la que compartir valores. Fortalecer eso no solo nos hará posible el camino, sino que nos hará sentir más sanos y felices. Si revertimos algunos efectos secundarios del capitalismo, como el afán de productivismo, volveremos a humanizarnos. Así nos adentraremos en el abandono del antropocentrismo e iremos al ecocentrismo.

Ethic, España.

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