POR OCTAVIO QUINTERO
El resultado de las elecciones presidenciales, más que definirnos políticamente, nos define odiosamente. Hay que abrir esta discusión en Colombia
En la segunda vuelta presidencial en Colombia se registraron más de 11 millones de votos por Gustavo Petro, y un poco más de 10 millones y medio contra Petro. Esa es la lectura, sin detalles, que podría hacerse desprevenidamente cualquiera que tuviera a la mano una cartilla que describa la trayectoria política de Petro, en contraste con la de Rodolfo Hernández, su contendor.
¿Por qué la mitad de la fuerza electoral votó contra Petro?… Si el contraste entre los dos es tan palmario al sentido común; ¿por qué –repito—una ciudad como Medellín, reconocida como la más moderna del país y capital latinoamericana de la innovación estuvo dispuesta a entregarle el manejo del país a un grotesco y tosco personaje? Seguro, no fue por ideología política; no por ingenuidad; no por ignorancia: fue por el discurso de odio propagado durante largos años por los dirigentes del viejo establishment que merece especial atención.
Colombia es un pueblo conservador, tirando a ultra. Su iglesia católica supo amalgamar el ‘milagro’ de convertir a todos los liberales en ateos per se. Es histórica la frase de un monseñor, Miguel Ángel Builes, de las breñas antioqueñas, la región más conservadora del país, quien en sus homilías pregonaba que matar liberales no era pecado. La reacción lógica fue… ojo por ojo. Nos odiamos desde Bolívar y Santander, los dos próceres que cohabitaron los primeros años de vida republicana cuidándose la espalda, uno del otro. Los “héroes de la patria” nos han acostumbrado a ver los cadáveres de guerrilleros, narcotraficantes, delincuentes comunes, inclusive, como un trofeo de guerra.
Los ya viejos, somos testigos directos de un conflicto armado ininterrumpido a lo largo de los últimos 74 años; también los mayores adultos, inclusive la generación entre los 30 y 50 años, ha visto caer, si bien por diversas causas, pero siempre cegados por el odio político, a Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro León Gómez, Álvaro Gómez Hurtado, entre los casos más notorios; y, también, son testigos del exterminio de casi 6.000 integrantes de la Unión Patriótica (UP). Los últimos cuatro años nos ponen de cara a cerca de otros 1.000 líderes sociales y reinsertados de las Farc, asesinados en medio de un proceso de paz que este gobierno que termina se hizo el propósito de hacerlo “trizas”.
El valor histórico de lo acontecido en Colombia en la pasada elección presidencial, es que el candidato de la gente más sencilla haya sido capaz de sobrevivir a la sucia campaña que le montó la casta política, económica y mediática, apropiada del establishment, dispuesta a todo con tal de atajarle el paso.
La misma celebración de la gente empobrecida manda mensajes claros a cualquier pichón de sociólogo: la euforia de las poblaciones, tradicionalmente marginadas del desarrollo económico y progreso social, tanto en el campo como en las ciudades, no era propiamente porque al cabo de 200 años la izquierda llegaba al poder; era porque al cabo de la vida, de su miserable vida en el país de los nadies, por fin tenían un hálito de esperanza.
Atribuyen a Aristóteles haber dicho que el odio no tiene cura. Conforme a ello, es de suponer que esa casta política, aunque derrotada ahí está; que dispone de una infraestructura económica y mediática para retomar el poder a cualquier costo. Las primeras reacciones de sus medios de comunicación así lo presagian: entre noticia, crónica y entrevista, lanzan sus filosos dardos; hacen el trabajo sucio, deshonesto… Haciendo propias las recientes palabras del papa Francisco, en alusión a los medios, “la desinformación está a la orden del día”.
Conclusión
El miedo a Petro era (y es) porque acabe con los billonarios privilegios económicos y tributarios personales y empresariales, y con los contratos clientelares que drenan el presupuesto nacional y alimentan la corrupción.
Síntesis: El propósito nacional más urgente hoy, que merece una especial discusión académica debido a sus implicaciones sociales, es extirpar el odio por ideología política, hasta hacer que la justicia social se vuelva costumbre en Colombia.
Post scriptum: Se ve a Petro tendiendo la mano a todos sus antagonistas de ayer, con ánimo honesto, se le nota, de lograr un gran acuerdo nacional que nos deje de cara a nuestras diferencias políticas, sin necesidad de matarnos.
Fin de folio.- La conformación que va tomando el nuevo mapa geopolítico latinoamericano, explica la presurosa llamada de Biden a Gustavo Petro a proponerle un diálogo “entre iguales”.
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