POR ROCCO CARBONE
El fascismo que nos gobierna es una herramienta del capitalismo que ayuda a perpetuar la dominación de una nueva clase social de características globales: la aristocracia financiera y tecnológica configurada por figuras como Elon Musk y Mark Zuckerberg.
El fascismo es un poder antipolítico pues la lógica que lo anima es antipolítica porque es de carácter destructivo. Es una lógica bélica, propia de la guerra. Destruye para entregar el Estado social, lo público. Donde el fascismo identifica un emergente de lo público, donde ve uno de sus signos vitales, ve un negocio. Destruye para vender los bienes sociales del Estado al peor postor, eso es: a precio vil. El fascismo sigiloso del siglo XXI entonces es un proyecto de entrega del Estado social al mercado capital: los monopolios corporativos globales absolutistas.
Si esto se acepta, el fascismo que nos gobierna podemos entenderlo como una herramienta del capitalismo. Y en tanto tal ayuda a perpetuar la dominación de una nueva clase social. Se trata de una élite que posee características globales y que tiene su epicentro en un concepto, que es el concepto de “Occidente”; que es una palabrita que aparece mucho en la estilística del presidente argentino Javier Milei.
Esa élite es una nueva clase dominante, que en realidad es un nuevo poder dominante habitado por los capitalistas de plataforma. Para decirlo de manera un poco más nítida: se trata de una aristocracia financiera y tecnológica que está configurada por figuras como Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Larry Ellison, Bernard Arnault…
El fascismo sigiloso del siglo XXI es un poder extremista, totalitario, ligado a los intereses de esta nueva aristocracia financiera y tecnológica, que opera junto a tanques de pensamiento, organismos multilaterales, ONGs, corporaciones militares, paramilitares y también con organizaciones mafiosas y cárteles de narcotraficantes.
Para dimensionar un poco esta élite global, imaginar el poder que tiene este capitalismo de plataforma, valga una pequeña reseña de sus integrantes más conspicuos. El más conocido, pero no el más rico es Elon Musk, que es una especie de santito. El presidente Milei es un devoto de Elon Musk, pero también lo es Giorgia Meloni, Nayib Bukele, Bolsonaro. Entonces, para reconocer a un fascista del siglo XXI hay que ver si se saca una selfie con Mr. Musk. Oh, give me a Musk. Cofundó seis empresas. Una de ellas es la automotriz Tesla, que necesita litio. Otra empresa es la aeroespacial SpaceX. Y compró en octubre de 2022 la red social Twitter (rebautizada como X). La compró para organizar operaciones de manipulaciones de masas. Su patrimonio: 195.000 millones de dólares.
Bernard Arnault es otro integrante de esa nueva oligarquía. Es francés y es dueño de LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy), que es un conglomerado multinacional francés, que posee 76 marcas de renombre en todo el mundo; marcas de la industria de la moda y de la industria cosmética. El patrimonio de Arnault es de 233.000 millones de dólares.
Otro integrante más de esta élite global es Jeff Bezos, que es fundador de un gigante propio del e-commerce, que es Amazon. Bezos es la versión global de Marcos Galperin, el director ejecutivo de MercadoLibre, que también es dueño de la una curtiembre que se llama Sadesa. Galperin es la persona más rica de Argentina, pero para zafar de los impuestos se fugó a Uruguay.
Volviendo a Bezos: además es dueño de un diario: el The Washington Post; y también de Blue Origin, una empresa aeroespacial que desarrolla cohetes. Patrimonio: 194.000 millones de dólares. Luego está el pobre de Mark Zuckerberg, que es dueño de Meta. Cada unx de nosotrxs tiene Meta metido en el celular. Se trata de una gran plataforma de fusión entre Facebook, Instagram y WhatsApp, entre otras. Patrimonio: 177.000 millones de dólares. Uno más y no jodemos más: Larry Ellison, es presidente, director de tecnología y cofundador de un gigante del software, que es Oracle. Patrimonio: 141.000 millones de dólares.
El fascismo sigiloso del siglo XXI protege a estos señores, y además cuida los intereses de los aristócratas nacionales, que además de Galperin son Rocca, Bulgheroni, Pérez Companc, Eurnekian y el calabrés.
El fascismo en tanto poder es un factor consciente de la historia, pero el experimento político que organiza es indigente de ideas y está animado por una inmovilidad espiritual. Por eso ubica la Argentina en la contienda de los gigantes capitalistas (que hoy son los monopolios corporativos globales absolutistas) a la manera de un Cerro Rico del Potosí.
El fascismo es un poder colonial. Y en el corazón de la colonia está su liberación, que ha empezado a pulsar en las tomas de la universidad pública en Argentina.
La Tecl@ Eñe, Buenos Aires.