¡El Horror! ¡El Horror! ¡No hay otras palabras!

POR HÉCTOR PEÑA DÍAZ

Las personas capaces de provocar el horror no son monstruos, son hombres. – Adrián Massanet.

Según la JEP, 6402 crímenes contra muchachos inocentes en los primeros seis años de los dos gobiernos de Uribe (2002-2008) fueron documentados por sus investigadores judiciales*. En los partes militares aparecían como bajas ocasionadas al enemigo en combate. En la realidad se trató de asesinatos a sangre fría cometidos por las tropas y organizados por los mandos. No solo los mataron del modo más cobarde, con engaños y promesas de trabajo, sino que les adjudicaron delitos que no habían cometido (no estarían recogiendo café). No puede haber mayor bellaquería: utilizar un ser humano como un medio para fines perversos, entre ellos, el más ominoso: hacerle creer a la opinión pública que la seguridad democrática era una política que protegía los ciudadanos y además, que la “guerra contra la subversión” se estaba ganando. ¡El honor! ¡El honor! Es el mantra de los uniformados, la cualidad que los distingue de los civiles, a ello se agregan la disciplina y la patria… antes estos hechos infames todo suena a retórica vacía, discursos huecos, vanas palabras. Le pregunto a los oficiales del ejército: ¿hay algún tipo de honor o patriotismo en estos crímenes? Los mandos involucrados deben responder ante la justicia, sobre todo, porque se trata de una institución jerarquizada donde “las órdenes se cumplen o la milicia se acaba”, órdenes que en principio no pueden ser cuestionadas por el inferior.

Duele y asombra saber que en la mayoría de los casos ante dichos “programas de muerte” hubo obediencia ciega, cuando no aceptación y diligencia. La directiva 29 de 2005 del Ministro de Defensa, un ejemplo de la imposibilidad que tenemos de llamar las cosas por su nombre, define «criterios para el pago de recompensas por la captura o el abatimiento en combate de cabecillas de las organizaciones armadas al margen de la ley». Dicha instrucción le dio rango de política gubernamental al crimen, legitimó y alentó la práctica de los falsos positivos. Por esta razón no son coherentes las explicaciones de oficiales superiores que dicen no haber sabido nada de lo que estaba sucediendo, cuando tenían deberes de control que no podían delegar; por esa misma lógica y ante el creciente número de ejecuciones extrajudiciales, los altos mandos debieron conocerlas, cuando no participado activamente como las investigaciones han demostrado**. Uno se pregunta: ¿cómo se siente un militar cuyo ascenso está soportado en una infamia? O ¿cómo pasaría sus días de permiso un soldado con el crimen a cuestas que los hizo posibles? Pero hay algo que no puedo entender, a pesar de la degradación de la guerra. Los nazis asesinaron en masa a judíos y gitanos porque eran judíos y gitanos. Los ejércitos contrainsurgentes matan subversivos y comunistas porque lo son o sus victimarios creen que lo son o los apoyan. Muchas veces el nivel de violencia y ensañamiento sólo se explican por el odio y el prejuicio contra grupos sociales o políticos. Sin embargo, en el caso de los “falsos positivos”, los perpetradores sabían desde el comienzo que eran personas inocentes, no enemigos que estaban combatiendo. Entonces, ¿cómo se entiende todo esto? No los veían como personas, creo, los soldados vivían en un régimen de terror en el que no era posible oponerse a nada; ¿Por qué nadie quebró la obediencia debida ante una orden abiertamente inmoral y criminal? ¿Cómo dispararle a una persona inocente sabiendo que lo es? ¿Alguno de nosotros lo haría? Mucha gente prefiere morir mil veces antes que matar a una persona inocente, en mi caso, prefiero morir ante que matar a otro ser humano. Ninguna pregunta, ninguna denuncia de un crimen justifica los crímenes de otros, como por ejemplo, el secuestro. No se me escapa el espíritu de cuerpo de los militares y lo comprendo. En gracia de discusión, ello tendría sentido frente a los excesos de la fuerza pública en un combate, pero es que aquí no habido ningún exceso ni ningún combate, todo estaba podrido desde el comienzo, en el sólo concebirlo estaban reunidos el exceso y el defecto. El comandante del ejército debería hacer un acto de contrición y pedirles perdón a las víctimas y sus familias, y no confundir a los magistrados con víboras, ni hacer apelaciones altisonantes a la divinidad. Esas armas que empuña, ese uniforme que porta, ese mando, son provisorios y se pagan con los impuestos de la gente del común. Las llagas seguirán supurando, la verdad debe abrirse paso entre los cadáveres y ríos de sangre, hiere y conmueve el alma, la infinita deshumanización, el cinismo y la falta de compasión; vivir en Colombia: ¡El horror!, ¡El horror!

*Desde hace más de 10 años hay diversos informes de organizaciones nacionales e internacionales sobre el fenómeno conocido como “falsos positivos”. La JEP ha tomado esas denuncias, más las estadísticas de la propia fiscalía general y los organismos de control como la base de sus investigaciones que la han llevado a establecer, por ahora,  esa cifra de 6402 casos en las regiones (Antioquia, Costa Caribe, Norte de Santander, Huila, Casanare y Meta) y el periodo (2002-2008)

** En los casos de tres comandantes del ejército cuando eran comandantes de brigadas, en esas unidades se contabilizaron el mayor número de caso de falsos positivos.

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