El inicio de 2023 marcado por la crisis capitalista global y la vigorosa movilización social a escala internacional

WSWS.ORG / EDICIÓN CRONICÓN.NET /

Con el repuntar de 2023, la pandemia de Covid-19 inicia su cuarto año y no se prevé un pronto final. Su impacto y secuelas siguen afectando a amplias sectores poblacionales en el mundo. La guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia sigue intensificándose. La economía capitalista mundial se ve afligida por una inflación ruinosa y una recesión al mismo tiempo. Las instituciones de la democracia burguesa en los países capitalistas avanzados —ante todo en EE.UU.— están colapsando. El sistema político estadounidense está lidiando con poco éxito con las repercusiones de la insurrección del 6 de enero de 2021. Los movimientos de derecha y neofascistas están ganando terreno en todo el mundo. En la medida en que los niveles de vida de las masas trabajadoras caen a nivel global, la lucha de clases se está intensificando y saliéndose del control de los sindicatos oficiales. Este es el panorama global al iniciarse el nuevo año.

En 2022, la presión acumulada de esos elementos interrelacionados de la crisis capitalista mundial alcanzó el equivalente a la masa crítica, es decir, el punto en que la dinámica de la crisis ha superado la habilidad de los Gobiernos para prevenir un cataclismo social. Las clases gobernantes han demostrado que son incapaces de contener la crisis; sus políticas económicas y sociales son cada vez más temerarias e incluso irracionales. Al promover la “inmunidad colectiva” como una respuesta legítima a la pandemia y arriesgar una guerra nuclear en su confrontación con Rusia, las potencias imperialistas están demostrando un desprecio asesino hacia las vidas de la gran masa de la población mundial. Solo la intervención de la clase trabajadora, armada con un programa internacional socialista, puede ofrecerle a la humanidad una salida del desastre creado por el capitalismo.

“Aprender a vivir con el virus”

La aparición de la variante ómicron en noviembre de 2021 fue recibida con brazos abiertos por los gobiernos capitalistas, con EE.UU. bajo la administración de Joe Biden a la cabeza. La aprovecharon como un pretexto para abandonar las mitigaciones que ralentizaban la propagación del Covid-19. La “teoría” gubernamental, que carecía de cualquier fundamento científico creíble, era que ómicron sería una “vacuna de virus vivo”, cuya propagación ofrecería algún nivel de inmunidad y daría paso así al desvanecimiento del coronavirus.

La clase gobernante le exigió a los estadounidenses que “aprendieran a vivir con el virus” con la falsa promesa de que se volvería “endémico” y tan peligroso como la gripe estacional. Una campaña de los medios de comunicación promovió el abandono de la mascarilla, las pruebas, el rastreo de contactos, el aislamiento de los pacientes infectados y el reporte sistemático de casos y muertes. Biden proclamó que “la pandemia se acabó” y que la vida volvería a la normalidad, desarmando a la población ante los peligros continuos que representa el Covid-19.

Este relato se ha basado en mentiras y propaganda. Ignora la verdad científica de que las reinfecciones de Covid-19, que se han vuelto comunes, acrecientan el riesgo de hospitalización y muerte del enfermo. Los medios masivos capitalistas no le han prestado prácticamente ninguna atención al Covid persistente y su impacto prolongado para un porcentaje importante de las personas que contraen el virus. Mintieron sobre el peligro demostrado por los virólogos de la evolución continua y rápida de nuevas variantes que están minando la efectividad de las vacunas y de la inmunidad por infección. El 2022 concluyó con el hallazgo de que, por segunda vez en tres meses, los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) había ocultado la propagación de una nueva subvariante peligrosa de ómicron. La variante XBB.1.5 se ha vuelto rápidamente la dominante en todo EE.UU. Se volvió dominante inicialmente en la región noreste, donde ya está causando un incremento de infecciones y hospitalizaciones.

“Vivir con el virus” ha significado aceptar niveles impresionantes de muertes y enfermedad en olas interminables de infecciones y reinfecciones. La esperanza de vida global ha caído por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 10 millones de niños en todo el mundo han perdido a un padre o a un cuidador principal por Covid-19.

Según los cálculos del exceso de mortalidad, más de 21 millones de personas han muerto directa o indirectamente por Covid-19 en los últimos tres años, aproximadamente el equivalente a las bajas militares y civiles totales durante los cuatro años de la Primera Guerra Mundial. Un estudio reciente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimando el exceso de mortalidad halló que el Covid-19 fue la tercera mayor causa de muerte a nivel global en 2020 y la principal causa de muerte en 2021. El exceso de mortalidad en 2022 fue de aproximadamente 5,1 millones en todo el mundo, volviendo la variante “leve” de ómicron la tercera principal causa de muerte. Los gobiernos permitieron que un virus nuevo se propagara globalmente y se convirtiera en uno de los mayores asesinos en el mundo.

La guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia

La guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia es un hito en el camino hacia una Tercera Guerra Mundial. La causa esencial y la naturaleza de una guerra no dependen del país que “disparó el primer tiro”, sino de los intereses socioeconómicos y geopolíticos de las clases que controlan los países involucrados en el conflicto. La corrupta oligarquía capitalista de Ucrania ha puesto el país a disposición del imperialismo estadounidense y europeo para una guerra por delegación (proxy). El objetivo es la derrota de Rusia y los propósitos son: 1) desmembrar este enorme país y hacerse del control de sus inmensos yacimientos de recursos naturales; 2) eliminar todos los obstáculos para el dominio imperialista, bajo la égida de Estados Unidos, del subcontinente eurasiático; y 3) completar el cerco alrededor de China y su subordinación al imperialismo estadounidense, por medio de una combinación de medidas económicas y militares.

El carácter imperialista de la guerra siendo librada por la OTAN no justifica la invasión rusa de Ucrania, ni le da un carácter progresista.

Cuando se acerca el segundo año de la guerra, la lógica de la escalada militar es inexorable, ya que se ve impulsada por la necesidad de un avance decisivo basado en metas irrealistas y cálculos desastrosamente equivocados. La trayectoria de la guerra fue demostrada por el ataque ucraniano de Año Nuevo contra un edificio en Donetsk que albergaba a soldados rusos, matando a muchísimos reclutas, posiblemente cientos. Este ataque masivo ocurrió apenas una semana después del viaje del presidente ucraniano Volodímir Zelenski a EE.UU., cuyo propósito abierto era obtener más armas y apoyo militar.

Crisis de la democracia estadounidense

No es posible entender la imprudencia de la política exterior de Washington si se mira solo en relación con los intereses geopolíticos del imperialismo estadounidense. Un factor central es la crisis extrema dentro del país. Por más que sueñe en conquistar el mundo, la burguesía estadounidense preside un sistema político cada vez más disfuncional. Desde la crisis del juicio político contra Clinton de 1998-99 y la intervención de la Corte Suprema en 2000 para detener el recuento de votos y entregarle la Presidencia al republicano George W. Bush, se puede advertir con claridad que la elite dominante estadounidense se dirige a adoptar formas dictatoriales de gobierno.

Las hordas del trumpismo irrumpen en el Capitolio en Washington, el 6 de enero de 2021.

Este proceso prolongado de degeneración antidemocrática culminó el 6 de enero de 2021 en el intento de Donald Trump de llevar a cabo un golpe de Estado fascistizante para bloquear el traspaso del poder y establecer una dictadura. Este golpe contó con el apoyo de la mayoría del Partido Republicano y con elementos importantes dentro de la clase gobernante y el aparato militar-estatal.

A lo largo del último año, el Comité integrado por la Cámara de Representantes para investigar los sucesos  sobre el 6 de enero llevó a cabo varias audiencias que demostraron lo siguiente: 1) Trump conspiró para encabezar y dirigir el golpe. 2) El golpe estuvo muy cerca de tener éxito. Las audiencias concluyeron en diciembre recomendando al Departamento de Justicia que Trump sea arrestado y sometido a cargos de “conspiración para incitar, asistir o ayudar una insurrección”.

Crecimiento del fascismo, un fenómeno global

El colapso de la democracia y la creciente influencia política de la ultraderecha y de los movimientos fascistizantes es un fenómeno global. En Italia, los Hermanos de Italia (FdI, por sus siglas en inglés), los sucesores del Movimiento Social Italiano fascista y herederos del megalómano dictador Benito Mussolini, llegaron al poder en octubre bajo la conducción de la primera ministra Giorgia Meloni. En Francia, la candidata neofascista Marine Le Pen obtuvo el 45 por ciento de los votos en la segunda ronda contra Emmanuel Macron en marzo. En Alemania, donde la dictadura nazi fue responsable de los crímenes más graves del siglo XX, una redada el pasado mes de diciembre desenmascaró un plan terrorista y fascista para tomar el poder por fuerza militar. Este movimiento, llamado “Reichsbürger”, tiene lazos estrechos con el partido ultraderechista Alternativa para Alemania y el movimiento neonazi tiene vínculos íntimos con el aparato de inteligencia y militar.

En toda Europa, los partidos fascistas han sido legitimados políticamente, cuya plataforma política está sustentada en el fomento del militarismo, el abandono de las medidas de fomento tanto a la salud como la educación públicas, la embestida contra los inmigrantes y refugiados, el negacionismo frente al colapso climático y, ante todo, los preparativos para un enfrentamiento con las clases trabajadoras.

La historia ha demostrado que el fascismo es una respuesta de las elites gobernantes que se sienten amenazadas ante la irrupción del movimiento social y sus justas reivindicaciones. La burguesía italiana instaló en el poder a Mussolini y sus escuadrones de fascisti en 1922 para reprimir violentamente el movimiento de la clase obrera. Hitler y sus nazis fueron utilizados con una brutalidad aún mayor para el mismo propósito en Alemania. Las formas asumidas por los movimientos fascistas han variado de un país a otro. En algunos casos, como en Alemania e Italia, tomaron un control prácticamente absoluto del Estado capitalista. En otros casos y, de hecho, más frecuentemente, las organizaciones fascistas han operado como instrumentos paramilitares auxiliares de la represión estatal, asistiendo (por ejemplo, en España, Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay e Indonesia) al Ejército y a la Policía en las sangrientas tareas de contrainsurgencia.

La crisis económica del capitalismo estadounidense y mundial

La inestabilidad política extrema se ve impulsada simultáneamente por la inestabilidad cada vez mayor de la situación económica y financiera. El elemento principal de la política de la clase gobernante mundial de las últimas tres décadas ha sido el bombeo de sumas cada vez mayores de liquidez en los mercados. Esto comenzó después del “shock de Volcker” de 1979 —el periodo cuando la Reserva Federal de EE.UU. bajo Paul Volcker aumentó fuertemente los tipos de interés para provocar una recesión e incrementar el desempleo—. Posteriormente, en los años noventa y las primeras dos décadas del siglo XXI, hubo un periodo continuo de tipos de interés bajos que encauzó el dinero hacia los mercados financieros y dio un impulso a los precios de las acciones.

La elite gobernante estadounidense respondió al colapso económico y financiero de 2008 con un rescate de Wall Street. La deuda nacional fue duplicada prácticamente de la noche a la mañana para financiar la compra de cientos de miles de millones de dólares en activos especulativos por parte de la Reserva Federal. Esto fue repetido a una escala incluso mayor en 2020 durante los meses iniciales de la pandemia de Covid-19, empujando los precios de las acciones a niveles récord en medio de las muertes masivas y la miseria social.

Cada vez hay más indicios de que la economía mundial entrará en recesión en 2023. En octubre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) preveía que el crecimiento mundial caería al 2,7 por ciento este año, el nivel de crecimiento más bajo desde 2001, excluyendo la crisis de 2008-09 y el primer año de la pandemia. Este pronóstico, sin embargo, parece excesivamente optimista. En noviembre pasado, The Economist, publicación considerada la Biblia del neoliberalismo, de propiedad para más señas de la especuladora familia judeo-alemana Rothschild, previó que una recesión mundial en 2023 es “inevitable”, citando el impacto de la “permacrisis” causada por los conflictos geopolíticos, el aumento de los precios de las materias primas y “la pérdida de estabilidad macroeconómica” debido al aumento de los tipos de interés.

La emergente ofensiva de la clase trabajadora a nivel global

Las alzas de los precios han acelerado los procesos subyacentes que están impulsando un crecimiento de la lucha de clases en todo el mundo. El largo periodo de estancamiento forzado por los aparatos sindicales se enfrenta ahora a una oposición masiva. En un país tras otro, se está produciendo un nuevo auge de la militancia de la clase obrera. “Las leyes de la historia”, como escribió León Trotsky en una ocasión, “son más poderosas que el aparato burocrático”.

Un factor importante detrás del mayor malestar social ha sido el aumento del coste de vida, incluyendo el alza desenfrenada de los precios de los bienes básicos. Según el FMI, el precio del trigo aumentó 80 por ciento entre abril de 2020 y diciembre de 2021, bajo el impacto inicial de la pandemia. Esto empujó los precios de los alimentos a su nivel más alto desde la década de 1970. El precio del trigo dio un salto de 37 por ciento y el del maíz de 21 por ciento en 2022. En los últimos seis meses, los futuros del trigo aumentaron 80 por ciento y los de maíz 58 por ciento.

América Latina, que hace tres años fue escenario de levantamientos masivos contra la desigualdad social y los podridos regímenes políticos de la derecha en la región, fue testigo de una nueva oleada de lucha de clases en 2022. Impulsada por huelgas generales de trabajadores, Argentina registró más de 9.000 protestas callejeras en 2022, convirtiéndose en el año con el mayor número de “piquetes” de la historia del país. En Brasil, una ola de luchas salariales en el primer semestre del año provocó un incremento del 75 por ciento más de huelgas, involucrando el doble de horas de trabajo, que en el mismo periodo del año anterior.

Hubo también protestas masivas contra el aumento del costo de vida en varios países latinoamericanos, especialmente tras las conmociones económicas provocadas por la guerra instigada por Estados Unidos y la OTAN en Ucrania, a más de 10.000 kilómetros de distancia. Los gobiernos abiertamente fascistas –como los de Ariel Henry en Haití y Guillermo Lasso en Ecuador— y los de la “marea rosa” como el del defenestrado Pedro Castillo en Perú y del “progresista” Gabriel Boric en Chile— respondieron por igual a estas manifestaciones con una brutal represión estatal.

Como se observa, este 2023 arranca con un horizonte nublado, aunque en América Latina se abren expectativas de esperanza con gobiernos como los de Lula en Brasil y Gustavo Petro en Colombia, que están comprometidos con sus respectivos pueblos a impulsar un modelo económico que posibilite mayores niveles de equidad social.

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