POR ARAM AHARONIAN
Apenas nacemos nos insuflan de miedo: el mantra de las religiones es justamente atemorizarnos en este mundo, marcando nuestro comportamiento y acotando nuestro disfrute, para hacer méritos y poder disfrutar todo eso (u otras cosas, no lo sé, eternamente), en el otro, después de la muerte.
¿Sin más amenazas, sin más miedos?
O sea, la vida en la Tierra sería apenas una prueba de admisión y si no nos portamos bien de acuerdo a las reglas y normas de la religión que elijamos o nos impongan, no habrá segundo tiempo. Eso es terrorismo primario, de primera generación, dice el comunicólogo Álvaro Verzi. El terrorismo secundario sería la amenaza del cambio climático, la hambruna, los gases de efecto invernadero, la guerra nuclear.
La lista de libros sagrados es enorme, todos poseedores de la verdad única: Biblia, Corán, Torá, Talmud, Upanishad, Vedas, Cánones del Budismo, Libro de Mormón, Tipitaka, Rig Veda, Mahabharata, Bhagavad Gita, Kojiki, Zend Avesta, Guru Granth Sahib… Pero no podemos olvidar que con o sin libros, tablas o rocas grabadas, nuestros indígenas también tenían sus religiones, aun cuando adoraban a otros dioses
Hay decenas y decenas de libros sobre el miedo, pero me da miedo leerlos y por eso voy al diccionario de la Real Academia Española, que nos dice que el miedo es la «angustia por un riesgo o daño real o imaginario. El miedo es una emoción desagradable que es provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado”.
Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta en todos los animales, lo que incluye al ser humano. La máxima expresión del miedo es el terror. Además, dicen los expertos, el miedo está relacionado con la ansiedad.
En la actualidad existen dos conceptos diferentes sobre el miedo, que corresponden a las dos grandes teorías psicológicas que tenemos: el conductismo y la psicología profunda. Según el pensamiento conductista, el miedo es algo aprendido. En el modelo de la psicología profunda el miedo existente corresponde a un conflicto básico inconsciente y no resuelto (el miedo a morir, el instinto de supervivencia), al que hace referencia.
André Delumeau considera que es necesario que escuchemos a nuestros temores: son un sistema de alarma maravilloso para enfrentarnos a los peligros. Pero no debemos someternos a ellos: a veces ese mecanismo se estropea. Como si fuera una especie de alergia, el miedo se dispara y se convierte en fobia, agrega.
Amenaza, miedo, represalia en nombre de bien superior, ha sido la forma de dominación en la Tierra. Y sigue siendo, porque cuando el verso de la libertad y la democracia ya no sirven mientras se masacran pueblos, al octogenario presidente “demócrata” estadounidense se le da por amenazarnos de que si no nos portamos bien, puede llegar la guerra atómica. Y chau Tierra. Incluyendo a Joe Biden, claro.
Pero todos sabemos que el miedo político es instrumento del poder y los dirigentes usan amenazas reales o potenciales para garantizar el control social. El miedo nunca se agota como dispositivo de poder pues el ser humano necesita la seguridad de no sentirse en riesgo.
Me dio miedo descubrir que hay otra gente que dice que no hay nada más efectivo que someter a la sociedad a un estado de miedo permanente para conducirlo fácilmente a los “santuarios” que el mismo sistema les ofrece como refugio, que en definitiva es replegarse en sus casas para rumiar silenciosamente sus miedos, sin salir a protestar ni a manifestarse para evitar calamidades.
Y entonces el homo medroso busca diversiones escapistas en la televisión o los videos, el cine o la literatura de consumo masivo, mientras se traga sin digerir lo que dicen los medios informativos que anuncian nuevos temores que acechan a la población local, regional, nacional y por qué no mundial, y venden el abrigo de ciertos templos de salvación.
Al respecto del miedo en política Maquiavelo aconsejaba al Príncipe que es mejor ser temido que amado; Hobbes apuntaba el miedo y el imperio de la ley como parte del bienestar social; Montesquieu relacionaba miedo con despotismo; Tocqueville señalaba la ansiedad como manifestación psíquica de las masas; y Hanna Arendt hablaba del terror que persigue destruir la condición humana.
La religión y el miedo se combinan creando formas diferentes, unas sociales, otras individuales, marcando finales o adelantando su preludio, explotando ese mecanismo humano que es la angustia, la ansiedad, el temor que, a la vez que nos hace sufrir, nos alerta frente al exterior.
El miedo es epidémico, pica y se extiende. Miedo a lo nuevo, miedo al diferente, miedo al cambio climático… Muchos se juntan a través de los chats de las redes sociales y comparten sus miedos, para no sentirse arrinconados sólo por sus propios miedos sino por los del resto del círculo con un efecto exponencialmente espantoso.
Cada uno tiene la posibilidad de tener su propio miedo, que ostenta hasta con orgullo, porque saben que ese miedo es lo que les permite vivir y se parte de la Orden de Veneración al Temor, más amplia pero tan temible como el Opus Dei. Tener miedo propio y propagarlo en un afán democrático para que ese miedo se generalice: habrá miedo para todos.
Esto es el que la filósofa Martha Nussbaum llama la monarquía del miedo, la periodista Naomi Klein el capitalismo del desastre y su doctrina del shock, el sociólogo y filósofo Heinz Bude la sociedad del miedo, el ensayista Bernat Castany Prado la filosofía del miedo, el sociólogo Zygmunt Bauman miedo líquido, y el siquiatra Enrique González Duro escribe una biografía de miedo, dice Philip Potdevin.
Los medios y el miedo
Los medios de comunicación se desnaturalizaron, abandonaron su función informativa e ingresaron a ser parte del engranaje del ejercicio del poder, donde su papel de eje desordenador de las subjetividades colectivas, siembra angustia, miedo y terror, y criminaliza las acciones populares de las ciudadanías emergentes.
Los programas y lenguaje (escrito, visual y oral) de los medios de comunicación son diseñados para producir miedo –y a la vez desalojar cualquier esperanza- y construyen en el imaginario social la idea de un enemigo oculto que vulnera la seguridad personal y pone en riesgo el patrimonio familiar, de ahí que angustia, miedo y temor son tres escenarios que articulan la nueva estrategia de los grupos de poder –incluyendo el Estado- para estar presente en el subconsciente colectivo de los ciudadanos.
Entre las primeras series de televisión estadounidenses recordamos a los heroicos Halcones Negros, valientes pilotos estadounidenses que combatían a los feos coreanos, y la seudo humorística Mash, que nos hacía creer que la guerra era un lugar placentero. Es que desde antes de la guerra de Vietnam, los medios reemplazan el discurso oral o escrito por la imagen cuyo impacto es mayor porque queda registrado en la mente.
Provocan incertidumbre con el miedo y temor que son respuestas específicas ante una amenaza interna o externa percibida por el sujeto de manera perenne y se convierte en un efecto crónico al percibirse como un estado permanente en la vida cotidiana, no sólo de los afectados directamente sino por los que conviven y son parte del segmento social donde se inscribe el sujeto.
Durante la Guerra Fría, nos calentaban con el miedo y el temor a los países productores de petróleo, los chiítas y sobre todo a los comunistas, que se comían a los niños, mientras Estados Unidos seguía interviniendo en todo el mundo: realizó unas 400 intervenciones militares hasta la fecha y unas cien desde la caída del muro de Berlín. Una investigación del Military Intervention Project de la Universidad Tufts señala que 34 por ciento de ellas fueron contra países de América Latina y el Caribe.
Antes nos atemorizaron con el paso de ganso nazi, y luego se avanzó con las pandemias de desinformación sobre las pandemias y sobre todo lo que pasa en el mundo, a la que incluso le sacaron rédito económico a través de películas, series de televisión, novelas, donde los “muchachitos”, los buenos, son agentes de la CIA, asesinos, sanguinarios… como lo demostró WikiLeaks con el caso de las inmorales torturas en Abu Ghraib. Pero en nombre de la libertad y la democracia, claro.
Pero hoy, los medios sutilmente remplazan en gran medida al agente coercitivo y priorizan la represión ideológica en esta nueva versión dela Guerra de Baja Intensidad, donde todos nos sentimos amenazados sin ser parte de los problemas que divulgan.
Hace más de 31 años ya, en 1991, la historia de la información cambió definitivamente, desde que el periodista Peter Arnett transmitió en vivo y directo –y para 2.200 millones de personas en todo el mundo– lo que creíamos era la Guerra del Golfo o el bombardeo de los “aliados” a Bagdad. Desde entonces, para todos quedó en claro el alcance de los nuevos medios de comunicación y el uso que se proponían hacer de ellos: difusores del mensaje y las imágenes únicos.
Las noticias, censuradas por el Pentágono, pasaban a ser espectáculo; un espectáculo armado de forma que pudiera interesar a dos mil millones de personas, dejando la sensación de hecho consumado y de advertencia a todos aquellos que osaran discutir o contradecir las manipulaciones del poder imperial. Y cuando los marines llegaron a Somalia, la CNN estaba esperando a los soldados…
La decisión del gobierno de George W. Bush de entablar una guerra indefinida contra el “terrorismo”, tras el atentado del 11 de septiembre de 2001 a las llamadas Torres Gemelas de Nueva York, le sirvió de palanca para lograr que la opinión pública estadounidense aceptara la ecuación de más seguridad a cambio de recortes en las libertades y los derechos civiles consagrados.
La Doctrina de Seguridad Nacional estadounidense adoptada nueve días después de ese 11 de septiembre define la actual estrategia con la cual se atribuye el derecho de guerra preventiva en cualquier lugar del mundo. Y surgió la Patriot Act, arsenal de disposiciones liberticidas que fue aprobado en bloque con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, medidas excepcionales que siguen vigentes. Este concepto establece que sólo prevalecerá una nación soberana y que las demás –junto al derecho internacional– tendrán que subordinarse a tal designio: cualquier acción u opinión, adversa a EE.UU. es susceptible de ser considerada terrorista.
La mentira de EE.UU. como arma de guerra, con sus historias de terror para imponer el miedo, el odio al otro, la violencia bélica, es difundida aún tres décadas más tarde por los corporizados y cartelizados medios de comunicación occidentales, que incrementan las crisis para aumentar sus sintonías y, por ende, sus recursos publicitarios, mientras sus ejércitos destrozan comunidades, vidas y sueños, para quedarse con sus recursos.
Podemos seguir hablando del miedo, su historia, sus métodos, sus fines… pero tengo miedo que al editor le parezcan demasiado largas estas disquisiciones para publicarlas. Cuando me dé un ataque de optimismo o de valentía, volveré por más miedo.
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