La hormiga y el águila: una épica indoafroamericana

POR MATEO ROMO ORDÓÑEZ /

Texto del Epílogo de la obra Hacia la Independencia. De la Colonia a la República, Derechos, multitudes y revolución, Grupo Editorial Ibáñez (Bogotá, abril, 2024) de autoría del profesor Ricardo Sánchez Ángel. 

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Mateo Romo Ordóñez

La hormiga y el águila

La hormiga y el águila encarnan dos perspectivas diferentes de leer el mundo. La mirada aguileña de las cosas suele ser horizontal, altiva, imponente: es la historia contada desde arriba. La hormiga, en cambio, observa a ras de suelo. Su virtud es interactuar con el entorno desde un ángulo más modesto, aunque no menos generoso, pues tiene la capacidad de restituir la dignidad que le ha sido arrebatada al sujeto, al objeto, al contexto ignorado. Lo que el ave no mira o mira de soslayo, a la hormiga se le presenta como algo prominente, lo que entraña un gesto poético: la actitud de hacer grande lo pequeño y visible lo invisible. La hormiga es la contadora de la historia desde abajo. Lo aparentemente insignificante adquiere protagonismo, porque la hormiga, aunque tiene un ojo pequeñito, tiene una vista magnífica.

Hay otra diferencia cualitativa: el águila es ciertamente solitaria y se la pasa en las nubes; la hormiga, solidaria y siempre con pies en tierra, lo que alude algo más sobre la mirada de ambas: la del águila es más bien elitista y etérea; la de la hormiga, social y situada.

No pocas veces el águila ha contado la historia de los pueblos destacando grandes hazañas de líderes políticos, héroes militares e hijos de la fe, en honor a su perspectiva insular y afinidad por lo majestuoso, como si el bosque que constituye una época pudiera contenerse en un solo hombre, en una hoja de árbol.

No tantas ocasiones, en cambio, se ha dado cuenta de los sistemas de intercomunicación de las flores para combatir la maleza, de la unión de las abejas para enfrentar al usurpador de la miel, de la solidaridad de los venados frente al cazador furtivo, de la estrategia de los ruiseñores para no ser atenazados por las garras del halcón. Todo eso lo ve la hormiga que, si escribiera un libro sobre nuestra América, lo llamaría Hacia la Independencia. Derechos, multitudes y revolución, como se titula la más reciente publicación de Ricardo Sánchez Ángel, quien lee el proceso independentista desde abajo, desde el ángulo de la hormiga, desde la férrea convicción de las multitudes de bregar por conquistar revolucionariamente sus derechos.

Cuando dormimos creamos fantasías individuales, pero en vigilia tenemos el poder de entretejer grupalmente ensoñaciones emancipadoras, de modo que no es Morfeo quien nos induce a crear los sueños más profundos, sino la memoria y consciencia colectiva, una vez preñadas de lucidez e inconformidad legítima. La causa de la libertad es el más noble entre los sueños diurnos, y la humanidad solo ha logrado acercarse a ella colectivamente cuando ha luchado con fiereza contra la opresión, pesadilla madre.

En la América colonial, como lo expone el autor, entre los soñadores diurnos hubo indígenas, negros, mujeres, comuneros, pueblo llano que ejercieron todo tipo de resistencias, más o menos radicales. A veces se valían de formas violentas y armadas, a veces optaban por tácticas pacíficas y culturales. Aunque hoy sabemos que el sonido aparentemente inofensivo del tambor africano entre los negros esclavizados era un llamado en secreto a huir para después guerrear. Los esclavistas eran, en este sentido, analfabetas; no sabían leer ni comprender los lenguajes musicales de la rebelión cimarrona, que fueron tantos y tan variados que podemos decir que esos negros martirizados eran políglotas que hablaron con fluidez los idiomas de la percusión, por lo que, ciertamente, el más adusto de los rebeldes podía ser menos peligroso que el sonriente tamborilero.

Los soñadores diurnos radicales llegaron a ver el rostro del amo con nuevos ojos. Si muchos al inicio temieron por su vida y aceptaron ser doblegados, llegado el momento comprendieron que una vida sin libertad no merece ser vivida, de manera que escoger entre la una o la otra es un falso dilema. Quien no es libre está muerto; la libertad es el nutriente de la vida, así como el néctar y el polen los alimentos de la abeja, a quien no podemos pedirle que escoja entre la flor o sus alas. Desdibujada la autoafirmación de esclavo, el camino está allanado para que la colmena pique, para que inicie la danza de las abejas.

El calendario independentista

Célebre es el libro de Stefan Zweig titulado Momentos estelares de la humanidad. Pues bien, Ricardo Sánchez Ángel ha recogido diferentes momentos estelares que, “resplandecientes e inalterables como estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero”. Son episodios multitudinarios del camino hacia la independencia. Y nótese que hemos escrito “hacia” en cursiva, pues el autor descree de la idea de que dicho proceso haya concluido en 1819. Este es un año importante, pues tendrán lugar el discurso de Bolívar en el Congreso de Angostura, la Batalla del Pantano de Vargas, la Batalla de Boyacá, así como la Ley Fundamental de Angostura, que constituyen hitos fundamentales en el camino de construcción colectiva de la emancipación continental y la consecuente construcción de la nación, mas no cierran el ciclo de la épica indoafroamericana. 1821 es una fecha clave, pues construimos constitucionalmente nuestro propio Estado, pero continuará la guerra hasta el año 1824, que marca la liberación del territorio hasta Perú y la expulsión de los invasores españoles. Sin embargo, la tranquilidad es efímera, ya que surgen conflictos internos, guerras regionales y tensiones que persisten entre los siglos XIX al XXI.

Batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824).

Lo propio diremos del punto de partida de esta gesta, que no inicia con los intentos de conformar repúblicas en la primera década del siglo XIX, sino que se remonta a experiencias que comenzaron, cuando menos, tres siglos atrás. El historiador social conecta los ríos profundos del inicio del siglo XIX con las voces antiguas de los siglos XVI, XVII y XVIII, que conforman un mar de resistencia, de manera que el libro asume la forma de estuario, al conectar un tiempo revolucionario con otro, como cuando se mezclan agua dulce con salada. El autor nos presenta, así, un calendario independentista atípico, cuyo día 1 lo constituyen las experiencias de resistencia indígena (siglo XVI); el día 2, la insumisión cimarrona (siglo XVII); el día 3, los movimientos comuneros (siglo XVIII), con los que la resistencia asume identidad revolucionaria; el día 4, las luchas de los cabildos. Y ahora sí las calendas más célebres, como el 20 de Julio de 1810 y el año de 1819.

Pero esta cronología revolucionaria no ha sido la única que ha vivido nuestra América. La rebeldía no nace porque sí; siempre hay un pasado que se evoca, pero que fue eclipsado, y un porvenir anhelado, que nos incita a caminar. Con la Independencia no inicia ni termina nuestra historia, y ese es un acierto del libro: darle a la lucha por la emancipación un antes y un después. Estuvo precedida de una época de grandes civilizaciones: los Aztecas, los Mayas, los Incas, los Chibchas…, que brillaron con luz propia, como constelaciones en el cielo nocturno. También la antecedió la Conquista y, por su parte, la sucedió el camino hacia la fundación de la república.

Antes

La literatura es la llave que abre las puertas de las mentalidades y culturas. Y Ricardo Sánchez Ángel, a través de ella, y de cerrajeros maestros, como Alfonso Reyes, con su Visión de Anáhuac, o el Popol Vuh, penetra los tiempos de ayer, para dar cuenta del esplendor de la América prehispánica, de su sabiduría mística, política, económica, social y telúrica, de la complejidad institucional y densidad poblacional que la caracterizaba, así como de los atributos premodernos que rigieron la vida del indígena originario.

A las grandes civilizaciones se opuso el ocaso de la Conquista de América, que eclipsó los lazos comunitarios, mancillando a las gentes nativas y profanando la tierra. El procomún, el comunismo agrario, las prácticas socializantes, como detalla el autor, fueron contrastados con la acumulación ingente de oro y plata, que representa una fase incipiente de la transición al capitalismo: la acumulación originaria del capital, la cual constituye, en el proceso de larga duración, un capítulo nodal en la historia universal de la infamia: el holocausto de la vieja Abya Yala, que los conquistadores llamaron cándidamente “el Descubrimiento del Nuevo Mundo”. Muerte, esclavitud, sobreexplotación de la fuerza de trabajo, enfermedades y pandemias diezmaron la población originaria, como detalla el libro con datos y cifras.

El oro, que para el indígena tenía valor, más no precio, gozaba de un profundo significado cultural, simbólico y religioso. Pero fue justamente la fiebre del oro la que le hizo vivir el infierno en carne propia. No existe el diablo con cuernos, garras y cola puntiaguda, pero sí el mal radical, que aquí se nos apareció en barco, portando una afilada espada y una reluciente cruz.

Si es verdad que, como dijeron los epicúreos, hay placeres naturales necesarios y placeres artificiales innecesarios, hemos de decir que el oro es de los últimos, cuando se asume como fuente de riqueza, y ya que el poder nubla el juicio, y los conquistadores eran bastante lujuriosos, no queda duda de que ese diablo antropomorfizado, con espada y cruz, encontró aquí, en dominios indígenas, el paraíso en la tierra.

Ricardo Sánchez Ángel analiza la dualidad del poder colonial: por un lado, los intereses de la Corona; por otro, los de los conquistadores. La tensión llegará a su máximo grado y, como olla a presión, comenzará a hervir la sangre de unos y otros. Se calientan los ánimos y difuminan las buenas maneras. El punto de ebullición fue en 1542, año en el que la Corona optó por abolir la esclavitud indígena, propiciando una política “proteccionista”.

Los hombres cada vez fueron más duros los unos con otros. Pareciera que congelaron todo afecto, que su corazón ya no late. Y así nuevamente se retorna al estado líquido de las cosas: ríos de sangre corren como consecuencia de los enfrentamientos entre la Corona, las clases y castas conquistadoras, siendo la más cruenta la dirigida por Gonzalo Pizarro en el Perú, donde resultó muerto el virrey Blasco Núñez de Vela. En la Corte española, surgió la preocupación y lograron persuadir a Carlos V de que abolir la encomienda tendría consecuencias económicas desastrosas para la colonización. Finalmente, el 20 de octubre de 1545, se derogó el capítulo de las Leyes Nuevas, que prohibía la encomienda hereditaria.

No existe lo bueno absoluto, lo malo absoluto. Ambas categorías son hijas de la eternidad, y los humanos somos finitos y contradictorios, no dioses. En esa carencia radica nuestra fuerza y belleza. Lo eterno, lo inacabado, es monstruoso, en tanto incambiable; lo mortal goza de una capacidad de corregirse y volver a tallarse. Ni blancos ni negros, sino grises, así somos, y un buen ejemplo de eso es Bartolomé de las Casas, que para esas calendas ya era odiado y amado, héroe y villano, humanista insufrible. Fue un abanderado de la causa indígena, pero también un estratega del terror. El ajedrez geopolítico demandaba nuevos movimientos. Ahora contra las fichas negras de África, los futuros peones de América. La idea de suplir la mano de obra nativa con la negra surgió de la misma cabeza que se opuso con porfía a la destrucción de las Indias y aulló en favor de la liberación indígena. Otro acierto del libro es justamente ese: escapar de las idolatrías; el autor prefiere mostrar a los personajes en su complejidad claroscura. Solo con el tiempo Bartolomé se mirará a sí mismo como un extraño para dar a luz un nuevo yo, cuya acta de nacimiento será la Brevísima relación de la destrucción de África.

Durante

Según una lección antigua, abrazada desde Cicerón hasta los genios militares contemporáneos, no hemos de enfrentarnos a quien es mucho más fuerte que nosotros y puede aplastarnos con el chasquido de sus dedos. En ese sentido, la revolución es ridícula, es patética, pues da cuenta del enfrentamiento entre la mosca y el gigante. Lo sorprendente es que no pocas veces lo ha vencido. Si mientras parpadearan los dioses ocurrieran las revoluciones, al abrir los ojos pensarían que están soñando, pues es fantástico lo que ven. “¡El mosquito ha derrumbado al coloso! ¿Cómo?” Frotarían sus ojos y comprobarían que no es entelequia lo que se revela ante ellos; las pobres gentes, los humillados y ofendidos han hecho lo extraordinario, han dado a luz un milagro: se han parido a sí mismos: ahora liberados y triunfantes.

La crueldad de los conquistadores era cada vez mayor. Pues bien, es en ese contexto de sumisión y desprecio, de dominio imperial, hacedor de colonialismos del ser, del saber y del poder, donde nace la resistencia, como una orquídea en el desierto. No es imposible. Solo es real-maravilloso, y el libro de Ricardo Sánchez Ángel es fructífero a la hora de recoger episodios estelares de lucha raizal, que tienen de verídicos y legendarios, como el caso de la Cacica la Gaitana o el Soberbio Panche. Combinar lenguajes históricos y literarios, o mejor, novelar la historia, cuando no historiografiar el relato es también un acierto del libro. No falta, por supuesto, la mención a momentos y figuras cumbre, como la rebelión cimarrona acaudillada por Benkos Biohó, la de Túpac Amarú y la de los Comuneros, que comenzó como revuelta y terminó como revolución, ayudando a madurar las condiciones de la Independencia. De estas y otras lágrimas, de estas y otras gestas es de lo que buenamente se ocupa el primer capítulo de Hacía la Independencia. Derechos, multitudes y revolución.

Y volviendo al tema del mosquito y el coloso, ¿qué decir de la primera república en América Latina que proclamó su independencia y de la primera república negra del mundo, de la que empezó como lucha antiesclavista y evolucionó a lucha antiimperial, de la que venció tres colonialismos (español, francés e inglés), de la que goza de la misma estatura histórica que las revoluciones francesa y norteamericana, de la que con su constitución (redactada originalmente por Toussaint Louverture) dio una lección de constitucionalismo decolonial al consignar en ese célebre artículo 14 que todos los ciudadanos haitianos, independiente de su color de piel, serán denominados negros? Lo negro, aquí, es más que un color; es una categoría política-histórica de resistencia, reafirmación y reivindicación. Una cachetada a eso que Theodor Adorno llamó la “falsa totalidad”, pues el falaz cosmopolitismo de un particularismo universalizante eurocéntrico será contrastado con el universalismo particularizante desde un lugar de enunciación emancipatorio. ¿Qué decir, pues, de aquellos que C. L. R. James llamó, con precisión de artesano, los jacobinos negros?

De Haití se ocupa el segundo capítulo de este libro, destacando el impacto significativo que tuvo en nuestro proceso independentista, tanto porque aportó recursos, entre ellos armas, a la causa indoafroamericana, como ideas, que influyeron en líderes como Simón Bolívar. Sin ideas no hay táctica ni estrategia, pero tampoco inspiración. Siempre ha de sonar la lira y existir un delirio controlado, eso que Segismundo llamaba el “frenesí” que insufla el ánimo y motiva la acción. Solo con entusiasmo el mosquito logra derrumbar al coloso, y Haití fue una inyección de adrenalina en el corazón, así como una musa que sedujo el afloro de la imaginación emancipadora. “Ellos han logrado lo imposible. ¿Por qué nosotros no?” Armas todos los ejércitos tienen; pero una inyección de adrenalina en el corazón y una musa que conmueva el espíritu, no. En ese arsenal inmaterial, que complementó el tangible, radica buena parte de la fuerza, el arrojo y la determinación que tuvieron nuestros héroes y heroínas, muchos de ellos anónimos, para desatender a los sabios y enfrentarse al pisador de jardines.

En el tercer capítulo el autor, como un arqueólogo de la historia, sigue las pistas de un gigante: Carlos Marx, atravesando capas hasta toparse con un yacimiento: la lectura suya sobre la Constitución de Cádiz de 1812, a partir de la cual realiza una reflexión que goza de un triple mérito: repatriar un Marx teórico de la constitución, situar la importancia de dicha Constitución en una España bifurcada, en la que el pueblo fue el que bregó por hacer resistencia tanto a la invasión napoleónica como a la Constitución de Bayona (que en todo caso propugnó por la abolición de la Inquisición y la separación entre Iglesia y Estado) y valorar el impacto que La Pepa, como sería conocida la Constitución de Cádiz, tuvo en nuestra América, antes y después de su derogación con la restauración borbona. Cádiz: flor de un día.

En el inicial y confuso período de independencia (1810/1816), marcado por la creación de constituciones provinciales en varias regiones, la Constitución de Cádiz (colonial, huelga decirlo) no tuvo un impacto inmediato en el constitucionalismo prerepublicano. Este período estuvo caracterizado por un constitucionalismo derivado de diversas influencias, incluyendo las francesa, norteamericana, inglesa y haitiana, con enfrentamientos entre diferentes facciones. En todo caso, la Constitución estableció los cimientos de una nueva España al introducir el constitucionalismo monárquico, limitando el poder absoluto del Rey y adoptando principios de las libertades francesas. Este cambio no pasó desapercibido, ya que Fernando VII expresó su disgusto al compararla con la constitución francesa de 1791.

Así, el libro alimenta la reflexión sobre el curso de los acontecimiento locales y nacionales con un balance internacional, que aporta a la comprensión de las raíces hondas que erigieron la floresta de la liberación americana.

Después

Constitucionalismo y democracia, históricamente, fueron por caminos opuestos. Aquel buscaba evitar excesos de poder; ella, en cuanto soberana, propugnaba por la capacidad ilimitada de acción. Comenzaron como dos pequeños que rehúyen el uno del otro, aunque están en el mismo salón de clases, y que cuando crecen cambian de acera si existe riesgo de que se crucen por el mismo sendero.

Pero en una etapa madura concilian sus contradicciones en una síntesis que consiste en aceptar que el pueblo no solo legitima, sino que controla el poder político, como lo preconiza el artículo 40 de la Constitución Política de Colombia, que es quizá la más disruptiva de las normas de nuestra carta política, por aportar la fórmula del constitucionalismo democrático, materializado en los mecanismos de participación ciudadana. Uno de ellos es el cabildo, del cual se habla en el cuarto capítulo del libro, y que a inicios de la ciudad colonial fungió como institución de regulación legal del poder. Su función principal era resolver diferencias entre notables y autoridades, especialmente en asuntos económicos y tributarios. A partir de 1735, evolucionó de representar a notables españoles a convertirse en una institución controlada por criollos. En medio de luchas de poder, el cabildo defendía los intereses locales frente a medidas impuestas por autoridades centrales. Ya durante la Revolución de Independencia, el cabildo abierto pasa a ser un símbolo del poder constituyente y la soberanía popular. La democracia contrahegemónica hace su aparición en la escena con esta institución.

La revolución de los cabildos y la Declaración de Independencia de 1810 marcaron un hito que inspiró la formación de la Junta de Gobierno en la provincia del Socorro, en julio de ese año. Este evento histórico impulsó la redacción de la Constitución del Estado Libre e Independiente de Socorro, promulgada el 15 de agosto de 1810. Su objetivo principal era emanciparse de la autoridad colonial y establecer un sistema fundado en los principios de la libertad y la participación ciudadana. El autor presta especial atención a esta constitución, que se presenta como la primera en Colombia y en Hispanoamérica. Se destaca en este apartado el diálogo que el autor promueve entre distintos constitucionalistas, a propósito de la sugerente tesis sobre el movimiento del Socorro y su constitución, destacando la influencia de la movilización comunera de 1781 y la resistencia indígena.

El quinto capítulo está dedicado al estudio de la Primera República de la Nueva Granada, establecida durante el periodo conocido como la “Patria Boba” (1810-1816). Fue un intento inicial de formar un Estado independiente tras el proceso de emancipación de España. Durante este tiempo, se crearon juntas y cabildos que asumieron funciones de gobierno, proclamaron la independencia y discutieron las formas de organización política.

Sin embargo, esta primera república enfrentó numerosos desafíos, incluyendo divisiones internas, luchas de poder y falta de una estructura política consolidada. La inestabilidad política y las disputas ideológicas, entre federalistas liderados por Camilo Torres y centralistas representados por Antonio Nariño, contribuyeron al fracaso de esta primera experiencia republicana.

La efímera naturaleza de la Primera República reflejó las tensiones y la falta de cohesión en la sociedad de la Nueva Granada en ese momento, marcando el inicio de un período turbulento en la lucha por la independencia. Además de las controversias entre federalistas y centralistas, la Patria Boba padecía otros problemas de base, como la desigualdad social entre criollos y mestizos.

El autor destaca la lucha de poder entre facciones, como el partido popular liderado por los Gutiérrez de Piñeres y el partido aristocrático encabezado por García de Toledo. Menciona eventos clave, como la Declaración de Independencia de Cartagena el 11 de noviembre de 1811 y la creación del Acta de la Federación, de ese mismo mes y año, liderada por Camilo Torres.

También realiza un balance crítico sobre Nariño, quien en diciembre de 1793 tradujo y publicó clandestinamente la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Este acto le implicó dieciséis años de prisión, pérdida de bienes, destierros y dificultades familiares.

Luego del asedio a Cartagena en 1815, y con la llegada de Pablo Morillo, comenzará la Reconquista, con la que se pretendió restablecer el poder del Virreinato en tierras americanas. En este contexto, Ricardo Sánchez Ángel resalta la importancia de la Carta de Jamaica, en la que anida una teoría de emancipación colonial.

En la Primera República, la mordacidad, la crítica y la ironía encontraron asidero en los periódicos y textos de época. Lo hicieron en la modalidad de ensayo, y ya que este género es la manera en la que se ha hecho filosofía en América Latina, hemos de decir que la Patria Boba fue, en todo caso, república de ideas. La Carta de Jamaica constituye un portentoso ensayo, así como los textos de Nariño publicados en el periódico La Bagatela (fundado por él), que en clave de filosofía política, contribuyeron a la emancipación intelectual y a la historia de las ideas del continente.

En el sexto capítulo, el autor explica un momento cumbre del constitucionalismo colombiano, como lo es la Constitución de la Villa del Rosario de Cúcuta en 1821, de carácter antimonárquico, republicano y laico, que consolidó la unificación de Venezuela y la Nueva Granada. El capítulo también aborda la organización territorial y administrativa, evidenciando la persistencia de elementos coloniales en la estructura legal de la nueva república. Finalmente, en las conclusiones, el autor valora el sentido de la independencia a tiempo presente.

La obra comprende una bibliografía robusta, que se mueve entre clásicos y contemporáneos, autores nacionales e internacionales. Se nota que el autor es profesor de base, pues expone con claridad cada tema tratado, por más enrevesado que sea, animando al lector a ser activo y tomar postura ante los acontecimientos descritos.

Se destaca el método de juntar el microscopio y el telescopio. Un ojo acá, en lo nacional; otro allá, en los entramados internacionales, lo que le permite analizar cómo los eventos locales se relacionan con contextos globales y viceversa, propiciando, así, una comprensión más profunda en doble vía de las dinámicas socioeconómicas y políticas. Un ojo en el microscopio y otro en el telescopio significa que el observador bien sabe que hay una conexión intrínseca entre la célula y la estrella.

El rol de la mujer latinoamericana en la gesta de la Independencia fue fundamental.

Algo notable del texto es su compromiso por dar cuenta de las heroínas, célebres y anónimas, de la Independencia. Fue escrito desde la consciencia de que los lugares de enunciación han sido masculinos, pero más aún, masculinizados, y por tanto anuladores de la presencia femenina en la épica indoafroamericana. El autor se esmera genuinamente en romper esas amarras y propiciar actos de justicia poética: haciendo presentes las ausencias. Nombres, gestas, aportes sin los cuales nunca habría sido realizable la independencia.

Si el arquetipo de historiador social ha hecho protagonistas a figuras individuales y a hombres, este libro recupera el protagonismo de las multitudes y las mujeres, lo que afirma a Ricardo Sánchez Ángel como un romántico revolucionario, de tradición marxista heterodoxa, que ha sabido hacerse un lugar entre los historiadores sociales colombianos más importantes y reconocidos por sus contribuciones al movimiento huelguista, al movimiento universitario, al movimiento de indígenas, negros y multitudes. El pueblo llano, en palabras de Christopher Hill, las gentes del común, en términos de Eric Hobsbawm, los humillados y ofendidos, como diría Fiódor Dostoyevski, son los héroes de sus sagas.

Desde el ángulo de la hormiga, el análisis de los acontecimientos adquiere una profundidad genuina para elucidar, por ejemplo, cómo la batalla de Pienta contribuyó a que Bolívar derrotara a los españoles. Los campesinos sabían que los masacrarían, pero también que su apoyo sería determinante para detener el ejército que reforzaría a Barreiro en Tunja.

La obra, que ha sido prologada por Alberto Ramos Garbiras, incluye tablas, que aportan datos y cifras que le dan fuerza demostrativa al texto, así como imágenes cuidadosamente seleccionadas, empezando por la de la carátula: la bandera de la Guerra a Muerte, proclamada por Simón Bolívar, que evoca el modelo haitiano de revolución. La bandera, por cierto, ondea, lo que insinúa movimiento y en consecuencia que hay vientos que soplan. Yo los siento rugir. ¿Y usted?

Bandera de la Guerra a Muerte.

El libro de Ricardo Sánchez Ángel llega en un momento oportuno: el coloso arremete contra el mosquito y el águila se esmera en seguir teniendo el monopolio de la historia. Colombia padece una violencia rampante en todos los órdenes de la vida, desde hace lustros y lustros. Hambre, corrupción, miedo, desempleo, violaciones sistemáticas de los derechos humanos, paramilitarismo… son el pan de cada día.

Este libro cumple, en ese sentido, un triple propósito: el primero, el más obvio, investigativo, al arrojar enfoques, aristas y perspectivas de análisis historiográfico crítico que entrarán en diálogo con la comunidad académica. El segundo, menos evidente, biológico-espiritual, al fungir como cordón umbilical que nos conecta con una memoria colectiva de la que hemos de apropiarnos para aflorar amor de patria, en el sentido revolucionario de la palabra. El tercero, soterrado, militante, en cuanto la obra aboga por despertar una consciencia colectiva para la acción o, mejor, para enfrentar al coloso. David ante Goliat tuvo una honda; nosotros, libros como estos que nos permiten arrojar un legado de acción colosal y una altiva piedra: la fuerza de la utopía, a quien pretenda aplastarnos.

Celebramos la publicación de esta obra de la misma forma que la hormiga celebra la construcción colectiva de la fortaleza.