El nuevo Swift del BRICS hace temblar a Occidente y apunta a acabar con el dominio del dólar

POR CLAUDIO KATZ

Donald Trump pretende romper la alianza de Rusia con China, para socavar el entramado internacional que ha forjado su gran competidor. Intenta aproximar a Moscú para debilitar a Beijing, mediante una estrategia que invierte la seducción implementada por el Departamento de Estado con Nixon y Kissinger.

Esa política es auspiciada desde hace varios años por importantes asesores de la Casa Blanca (Mearsheimer, Kennan), que subrayan la imposibilidad de doblegar simultáneamente a Rusia y a China. Propician concentrar fuerzas contra el rival económico, contemporizando con el adversario geopolítico.

Pero esa maniobra de la Guerra Fría difiere del pasado por la gran debilidad productiva de Estados Unidos. La primera potencia no disputa con un jugador económicamente inferior como era la Unión Soviética, sino con una locomotora asiática que tiende a desplazar al hegemón en declive.

Por otra parte, Rusia no tiene urgencia, ni interés inmediato, en negociar en los términos que imagina Trump. Ha concertado una alianza defensiva con China que comenzó en el plano comercial, se extendió a la economía y ahora despunta como resguardo militar. Las dos potencias convergen en la resistencia contra el mismo agresor.

Rusia necesita contrarrestar el cerco bélico, que la OTAN promueve instalando misiles que apuntan contra Moscú. El Pentágono inició ese acoso con las “revoluciones de colores”, que implantaron gobiernos títeres de Estados Unidos en la región. Con el mismo propósito impulsó la guerra de Ucrania, extendió la militarización de Europa y forzó el alineamiento de países tradicionalmente neutrales (como Suecia y Finlandia).

El mismo asedio sufre China, a través de los nuevos convenios con Australia, India, Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Filipinas, que la Casa Blanca forjó para hostigar a su rival. Para escalar esa tensión, el Departamento de Estado acrecienta la provisión de armas a los separatistas de Taiwán, poniendo en duda el principio de “una sola China”, que articula la integridad territorial del gigante oriental.

Donald Trump busca distensionar las relaciones de Washington con Moscú, dinamizando el diálogo con el líder ruso Vladimir Putin.

La conversión de una economía asiática marginal en la mayor potencia ascendente del siglo XXI se ha cimentado en la reversión de su fractura nacional. Washington sabe que la recuperación de Hong Kong fue un hito de ese viraje y diseña operativos, para evitar que Taiwán transite por la misma senda. Beijing refuerza, a su vez, una alianza con Moscú para inclinar la balanza de ese desenlace. Trump apuesta a quebrantar ese acuerdo, pero cuenta con pocos recursos para lograr esa ruptura.

El Kremlin no está urgido en el plano económico para negociar con la Casa Blanca. Las sanciones que aplicó Occidente han sido un fracaso y Rusia sustituyó la pérdida del mercado gasífero europeo por nuevos y lucrativos demandantes asiáticos. Con esos ingresos mantuvo el superávit comercial, preservó la estabilidad del rublo y financió los gastos bélicos de Ucrania (Mearsheimer, 2023).

Esa secuencia ilustra la fragilidad de las punciones occidentales contra una economía de envergadura. Se demostró que hay opciones contra el acoso yanqui y que el hostigador puede terminar favoreciendo al acorralado.

Infortunios en Ucrania

Vladimir Putin tampoco está urgido por acordar con Trump en el plano militar. Al cabo de tres años de cruentas batallas está ganando la guerra de Ucrania. Es cierto que no logró sepultar al Gobierno de Kiev con un operativo relámpago y debió replegarse a las zonas fronterizas, para librar una desgastante guerra de posiciones. Pero Ucrania ha quedado totalmente demolida, con 700.000 bajas y una crisis de reclutamiento que le impide reemplazar tropas.

Kiev no cuenta tampoco con una artillería suficiente para contrarrestar la escalada de bombas que recibe, ni puede sostener trinchal.jpg 1340w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-150×73.jpg 150w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-300×145.jpg 300w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-768×371.jpg 768w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-1024×495.jpg 1024w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-600×290.jpg 600w” alt=”” width=”1340″ height=”648″ />

De esa forma, el BRICS puede crear un nuevo sistema de pagos sin incorporar el dólar y utilizar sus monedas locales para las liquidaciones comerciales, lo que brindará un apalancamiento a esa alianza integrada actualmente por nueve naciones (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía).

Los encargados con esa tarea en el Grupo han trabajado para que el sistema garantice un alto nivel de seguridad y protección de datos para evitar ataques cibernéticos y acceso no autorizado a la información financiera.

En el caso de Rusia, a quien Estados Unidos y los países occidentales le han impuesto miles de “sanciones”, sus intercambios con monedas nacionales con el BRICS pasaron del 26 % en 2021 al 85 % en 2023, mientras que con China ya alcanza el 92 % de los 240000 millones en transacciones.

Lo cierto es que Washington con su prepotente política económico-financiera contra otras naciones, está provocando que cada día el dólar como moneda de intercambio internacional continúe perdiendo espacio. Por eso le tiene tanto pavor al fortalecimiento del BRICS que puede marcar un antes y un después en su ya decadente hegemonía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El nuevo Swift del BRICS hace temblar a Occidente y apunta a acabar con el dominio del dólar

POR HEDELBERTO LÓPEZ BLANCH /

El Grupo BRICS anunció oficialmente que está a las puertas de poner en funcionamiento un nuevo sistema de mensajería financiera que usará monedas locales para las liquidaciones comerciales y así poner fin a la dependencia del dólar que tienen numerosos países.

El sistema de pagos del BRICS, similar al sistema SWIFT occidental, puede acabar con el dominio global del billete verde y reconfigurar el panorama de comercio mundial.

El Swift (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunications) es una red de mensajería que las instituciones bancarias financieras usan para transmitir información e instrucciones seguras a través de un procedimiento estandarizado de códigos.

Este Sistema Interbancario Internacional tiene alrededor de 11000 entidades financieras en más de 200 países. Su sede está en Bélgica, pero en su junta directiva hay ejecutivos de bancos estadounidenses. Además, una legislación federal estadounidense permite a Washington sancionar a bancos y reguladores de otras partes del mundo.

Asimismo, Estados Unidos cuenta con una participación especial en el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyos Estados miembros poseen una cantidad “equilibrada” de votos en función de su posición relativa en la economía mundial. Washington disfruta del 17,69 % (grandes economías como China y Japón tienen menos del 5 %) y, como todas las decisiones claves deben contar con un apoyo del 85 % en la Junta de Gobernadores, técnicamente Washington es el único con derecho a veto.

Un reciente artículo del portal financiero Bloomberg señala que algunos de los pilares de la hegemonía económica de Estados Unidos son el sistema Swift, el dólar y el sistema de casa de limpieza de los pagos interbancarios (Chips).

Tras la operación militar especial lanzada por Rusia para desmilitarizar y desnazificar a Ucrania, Washington y sus aliados occidentales desconectaron a Moscú del Swift (ya lo habían hecho con Irán) y también amenazaron a China con hacerlo. Ante esa situación, esos países y otros bloqueados inmoralmente por Estados Unidos, iniciaron una carrera para crear sistemas alternativos con el propósito de liberarse de ese chantaje en medio de una fuerte guerra financiera.

Funcionarios del Banco Central de Rusia informaron que desde hace unos años crearon una plataforma alternativa al Swift, conocido como Sistema para la Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS). Incluso, ampliaron la posibilidad de unirse al Sistema Internacional de Pagos de China (CIPS), análogo al Swift para facilitar las operaciones entre las dos naciones.

El vicepresidente de la Duma (Parlamento) estatal, Alexander Babakov dijo que la agenda financiera de los BRICS, similar al Swift, tiene como principal iniciativa la construcción de una nueva realidad económica que resuelva un sistema de mensajería financiera propios para el Grupo que compensen las transacciones de las contrapartes de sus miembros y el papel relacionado con los bancos.

Para completar el recorrido por las principales protestas sociales, progresistas o emancipadoras en el trabajo en el continente latinoamericano, debemos mencionar también, por supuesto, el movimiento obrero más clásico o el movimiento más amplio de trabajadores, así como las organizaciones sindicales que defienden su causa. El conjunto puede caracterizarse tanto, por un lado, por su centralidad histórica en las movilizaciones colectivas relacionadas con las condiciones de vida, los salarios, el trabajo decente, las pensiones, etc., como, por el otro, por su (muy) relativo peso sociopolítico que puede variar significativamente de un país a otro.

Obviamente, varios factores siguen siendo determinantes: los niveles desiguales de industrialización y la expansión del sector terciario, el alcance del trabajo informal (más del 75 % de la población activa en varias economías), la historia política, las represiones sufridas, las reformas del mercado laboral que ofrecen más o menos espacio para negociaciones colectivas. Y a estos factores «externos», hay que agregar la variable politización o radicalismo de los sindicatos, su fragmentación real, sus articulaciones con otras luchas, así como sus relaciones con los poderes y partidos de izquierda o de derecha, relaciones que de facto han oscilado en los últimos años entre empoderamiento, instrumentalización, cooptación, institucionalización y confrontación (Gaudichaud y Posado, 2017).

Divisiones políticas y “guerra cultural”

La última doble tendencia subyacente que, a nuestros ojos, atraviesa América Latina se refiere, por un lado, a las tensiones entrecruzadas que dividen allí a las izquierdas sociales y políticas y, por el otro, a la «guerra cultural» que, en la moda estadounidense se opone a los ideales progresistas y a los reflejos conservadores, especialmente en los círculos populares.

Primero a la izquierda, las líneas de falla son múltiples, pero tienden a superponerse. Un primer polo que entró en conflicto, durante la ola de gobiernos socialistas de 2000 a 2015, un polo calificado de “neodesarrollista” con otro tildado de “indianista”, “ecosocialista”, incluso “pachamamista” (de Pachamama, “Madre Tierra” en la cosmogonía andina). En nombre de la soberanía nacional, de la reapropiación de los recursos naturales (mediante nacionalización o renegociación de los contratos de explotación con las multinacionales) y luego de la redistribución de los beneficios a través de políticas sociales, la izquierda neodesarrollista se ha mostrado favorable al ascenso de los sectores extractivistas y agropecuarios. -actividades de exportación. En nombre de la soberanía local, la preservación del medio ambiente y un modelo autonomista de “buen vivir”, la izquierda indianista se opuso radicalmente a ello.

En Alternatives Sud, Alexis Cortés aboga con razón por una articulación de estos dos proyectos aparentemente irreconciliables, a saber, la protección esencial de la biodiversidad y el imperativo de un desarrollo industrial redistributivo. Entonces será necesario intentar mediar en otras líneas de falla políticas o más conceptuales, nuevas o viejas, que, cuando se suman, contribuyen a la bipolarización tanto de los movimientos como de los partidos de izquierda latinos. Aquellos que enfrentan no sólo a los “estatistas” con los “comunalistas”, a los “jacobinistas” con los “libertarios”, a los “verticalistas” con los “horizontalistas”, sino también a los “igualitaristas” con los “diferencialistas”, los “materialistas” con los “postmaterialistas”, los “universalistas” y los “identitarios”… Así, el (muy) progresista proyecto de Constitución rechazado en 2022 por el 62 % de los chilenos, ¿no ha sido acusado de “despertado” y “peligroso” por varias figuras socialistas en Santiago?

Algunos incluso ven, en este proyecto de Constitución chilena como en otras “rigideces ideológicas”, exageraciones decoloniales  “o excesos”  pro-LGBTQ+   en funcionamiento  en Brasil, Colombia o en otros lugares, una alfombra roja desplegada bajo los pies de opiniones reaccionarias y fuerzas de extrema derecha que, de hecho, están ganando terreno en casi todas partes de América Latina.

“El wokismo logra tensar a los ciudadanos latinoamericanos y abrir el camino a populistas autoritarios de derecha”, afirma un exministro de Bachelet, expresidenta ‘socialista’ de Chile (Velasco, 2022). Lo que, en cualquier caso, corresponde a una verdadera oleada son estos conservadurismos populares, acariciados por los medios sensacionalistas y por los tribunos políticos o religiosos ultraconservadores (la audiencia de las iglesias evangélicas se ha multiplicado por diez desde el siglo pasado), que manifiestan en las calles y en las urnas su fobia a lo diferente y su necesidad de seguridad.

“El ascenso de la extrema derecha es un hecho importante en las noticias del continente”, confirman en este libro colectivo Katz, Tolcachier y León. Si bien refleja, a sus ojos, el intento de las fuerzas conservadoras de contrarrestar los avances sociales de los gobiernos progresistas, ha conquistado a una parte significativa de los sectores populares, a través de un discurso antisistémico contra la clase política, los delincuentes y los avances sociales. Internacionalizado, cuenta con el apoyo de una determinada elite económica y se inspira abiertamente en el “modelo” trumpiano. Pablo Stefanoni (2021) distingue diferentes corrientes más o menos compatibles –desde la extrema derecha hasta la neorreacción (NRx), pasando por el paleolibertarismo, etc. –, constituyendo una “revolución antiprogresista” liderada por “nacionalistas antieal.jpg 1340w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-150×73.jpg 150w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-300×145.jpg 300w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-768×371.jpg 768w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-1024×495.jpg 1024w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2024/08/brics-pay-ppal-600×290.jpg 600w” alt=”” width=”1340″ height=”648″ />

De esa forma, el BRICS puede crear un nuevo sistema de pagos sin incorporar el dólar y utilizar sus monedas locales para las liquidaciones comerciales, lo que brindará un apalancamiento a esa alianza integrada actualmente por nueve naciones (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía).

Los encargados con esa tarea en el Grupo han trabajado para que el sistema garantice un alto nivel de seguridad y protección de datos para evitar ataques cibernéticos y acceso no autorizado a la información financiera.

En el caso de Rusia, a quien Estados Unidos y los países occidentales le han impuesto miles de “sanciones”, sus intercambios con monedas nacionales con el BRICS pasaron del 26 % en 2021 al 85 % en 2023, mientras que con China ya alcanza el 92 % de los 240000 millones en transacciones.

Lo cierto es que Washington con su prepotente política económico-financiera contra otras naciones, está provocando que cada día el dólar como moneda de intercambio internacional continúe perdiendo espacio. Por eso le tiene tanto pavor al fortalecimiento del BRICS que puede marcar un antes y un después en su ya decadente hegemonía.