El Paro Nacional como fiesta democrática

POR MATEO ROMO*

I

En Colombia hay múltiples virus que amenazan la vida. Dos de ellos son la Covid-19 y el Gobierno. Para enfrentar al primero de estos males, se requieren medidas de confinamiento estricto; para enfrentar al Gobierno, es menester salir a las calles. Ahora bien, si efectivamente el pueblo llano prefirió marchar y expresar su inconformismo frente al proyecto de reforma tributaria, presentado bajo el eufemismo de “Proyecto de Ley de Solidaridad Sostenible”, es porque tiene la plena convicción de que el Estado es mucho más agresivo y lesivo que la pandemia, a la que, incluso, la institucionalidad usa de parapeto para implementar medidas liberticidas. Dos antecedentes recientes en los que se siguió la fórmula de no llamar las cosas por su nombre son la “Ley de Financiamiento”, de 2018, y la “Ley de Crecimiento”, de 2019, que generaron sendos huecos fiscales, superiores a los $ 10 billones.

El proyecto de reforma tributaria apelaba, sobremanera, a la “solidaridad” de una “clase media” que está, al igual que el resto de los de a pie, viviendo una de las peores crisis de desempleo de la historia de Colombia y América Latina, mas no a la de los potentados, que gozan de una demasía de beneficios y exenciones tributarias. Una verdadera reforma solidaria, en vez de apretar hasta asfixiar al pueblo llano, ampliaría el número de contribuyentes ricos o pondría a raya los paraísos fiscales, la evasión de impuestos de los más acaudaladas, los tejemanejes que gravitan en torno a las zonas francas y a la economía naranja, por citar algunos casos. El Gobierno buscó todo lo contrario. Hasta antes de presentar el proyecto, una de sus pretensiones iniciales era gravar, con el 19 % del IVA, cerca de ochenta productos de la canasta básica. Este solo hecho ya devela la ausencia de una buena voluntad. El pueblo llano se hizo sentir, y el Gobierno reculó, por lo que no incluyó esta moción en el articulado final del proyecto. Sin embargo, las falencias de base subsistían, y no se podían solucionar con modificaciones tibias y maquilladas. Eran tantos los cambios solicitados que, hacerlos, daba vida a un nuevo documento. En síntesis, el clamor popular fue categórico: el Gobierno debe retirar de plano el proyecto de reforma tributaria.

Con el presentado, el precio de productos como la leche, la carne, las verduras, el pescado, los huevos, el pollo y el arroz hubiera aumentado entre un 5 % y un 10 %, aunque no tuvieran IVA, ya que, con la reforma, se alterarían las relaciones entre el Gobierno y los productores, de modo que el costo de producción hubiera sido mayor. Por el diseño del proyecto, esto estaba direccionado a afectar, de manera palmaria, a la “clase media”, que no es más que otra categoría eufemística elitista. Veamos. En Colombia, muchas veces lo que se llama clase media es, en lo sustantivo, una clase socioeconómica popular, de estirpe proletaria, que apenas cuenta con lo básico para vivir. El que tenga acceso a lo mínimo, a diferencia de quienes apenas sobreviven y se encuentran en una condición de extrema pobreza, indigencia o miseria absoluta, no los ubica en una posición privilegiada ni dominante, en contraste a la burguesía, que es el curubito de un sistema capitalista que le permite inacabable acumulación de riqueza, por conducto de la plusvalía, e inacabable acumulación de poder, ya que le confiere la propiedad privada sobre los medios de producción, con lo que el burgués asegura una relación desigual frente al proletario, que no tiene más opción que la de vender su fuerza de trabajo.

Leer nuestra realidad sociohistórica en clave marxista ayuda a quitar las vendas y confronta los espejismos. La indignación se hace mayor al ver los ajustes que proponía el proyecto para que buena parte de esta clase popular proletaria estuviera también obligada a declarar renta. Poner contra las cuerdas al pueblo llano, con propuestas como las mencionadas. Ese es un primer argumento por el cual las gentes salieron a las calles. Veamos otro.

La razón de ser del poder constituido es asumirse como el servidor del poder constituyente, atender sus clamores y velar por la garantía de sus derechos. Esta es la primera enseñanza del constitucionalismo democrático y un valor esencial de todo Estado que se afirme como social y democrático de derecho. Si el Gobierno hubiera atendido a este postulado y recordado su lugar secundario, delegatario, ni siquiera habría radicado el proyecto de reforma tributaria, pues, para empezar, nada fue concertado con las gentes del común. El Gobierno hizo todo lo contrario, por lo que los de abajo, entonces, le hicieron sentir su fuerza, reafirmando su lugar y poniéndole los puntos sobre las íes. La resistencia es, entre muchas otras cosas, una manera de reconquistar la titularidad del poder político, sobremanera, en estos tiempos en los que los papeles se han invertido. El poder constituido se cree constituyente. Bajo ese delirio, hace altivas locuras, como desatender el llamado del verdadero titular del poder público. Veamos un tercer argumento.

Si las gentes acudieron al llamado, es porque se rebosó la copa y hace tiempo que son conscientes de que el Gobierno usa el confinamiento como medida liberticida, de biopoder y enajenación. Pero no solo esto, sino también como cómplice de sus marrullas. Primero presenta un proyecto de reforma inicuo. Luego, lo pretende hacer pasar como bondadoso y necesario, bajo una retórica almibarada y distorsionada. El pueblo devela sus verdaderas intenciones y demanda salir a las calles. El Gobierno, entonces, usa su as bajo la manga y hace todo por mantener a las gentes puertas adentro. Demasiado tarde. El pueblo ha desenmascarado su modus operandi y ratificado que el Gobierno se vale de la pandemia y del confinamiento, que son temas de primer nivel en el mundo, para llevar a cabo sus proyectos execrables. Una aberración total, que no le da más alternativa a las gentes que salir de sus casas, parar y luchar.

Esto quedó demostrado el 28 de abril. Si la preocupación real del Gobierno hubiese sido el aumento de contagios por COVID-19, debido a las aglomeraciones, habría retirado el impopular proyecto sin titubear. No en vano, así, hubiese atemperado los ánimos y allanado el camino para que el pueblo llano levantara el paro. No obstante, en principio Duque afirmó tercamente que no haría tal cosa, con lo cual develó los verdaderos intereses de la clase que defiende y el orden de prioridades: lo primero en la agenda real es desangrar económicamente a las gentes del común, a como dé lugar, incluso, aunque el efecto concomitante sea el reavivamiento de protestas en tiempos de emergencia sanitaria. La tasa de contagio del tercer pico de la pandemia ya era alarmante antes del 28 de abril. Ahora bien, si la situación se hace más gravosa, como seguramente ocurrirá, los responsables no serán los marchantes por haber parado, sino el Gobierno, por no haber retirado el proyecto de reforma tributaria a tiempo.

Un cuarto argumento. La dignidad no puede estar en cuarentena. El proyecto esquilmaba al pueblo y lo degradaba, por lo que la protesta, en cuanto expresión de dignificación colectiva, derecho democrático y deber social, no podía ser confinada ni prohibida. La tensión, en efecto, no debió plantearse entre el derecho a la protesta versus el derecho a la salud. Este no es más que un falso dilema. A lo que asistimos es a la aberración total del poder constituido, que le declaró la guerra al pueblo llano. En este orden de ideas, salir a marchar no fue un acto irresponsable, sino urgente, a diferencia de respaldar con quietud y silencio a un Estado inconstitucional.

Protesta en la capital del Valle del Cauca.- Los caleños han demostradomostrado una formidable capacidad para resistir la crisis que los afecta y el yugo político que los oprime.

De la pregunta ¿por qué el pueblo paró, aun en tiempos de pandemia?, pasemos ahora a los siguientes interrogantes: ¿cómo se vivió el paro?, ¿de qué manera se integra con las pasadas fiestas democráticas?, aparte del clamor por tumbar el proyecto de reforma, ¿qué más aspiraciones sociales y democráticas tiene el pueblo llano?, ¿por qué las redes sociales han pasado a ser una suerte de bistró o cafés-ágora?

II

Las más denigrantes medidas de sujeción y engaño, arbitrariedad y violencia, capitaneadas por el Estado, usualmente suelen ser confrontadas con fiestas democráticas, que llevan al máximo punto la creatividad y la conciencia. El arte ciudadano dialoga con la política barrial; los estudiantes alzan una sola voz con la clase trabajadora; las mujeres protagonizan las luchas por el reconocimiento y la redistribución, así como las negritudes y la fuerza indígena-originario-campesina, que clama una verdadera reforma agraria; los ecologistas añaden la ensoñación posible de reinventar nuestras relaciones con la naturaleza, de modo que la fractura metabólica sea superada. Esta y otra constelación de subjetividades y colectividades se reúnen cuando de luchar por un sueño de reivindicaciones y emancipaciones se trata, articulando teoría y praxis, así como las dos fuerzas constitutivas de la voluntad, racionalidad y emoción.

El paro es una de las tantas formas de hacer frente a la arbitrariedad. El convocado el 28 de abril se caracterizó por ser rico y fecundo en complejidad, al irradiarse de otras formas de insumisión, como la desobediencia civil y la revolución en su fase de víspera. También por no ser una expresión de resistencia multitudinaria delimitada a la exigencia de que el Gobierno retirara el proyecto de reforma tributaria. Como es bien sabido, sus resonancias van mucho más allá. Sí, bajo la punta del iceberg, hay una verdadera denuncia contra todo el orden establecido; esto es, contra la debacle del Estado colombiano, que es hacedor de un lastre de pandemias sociales: masacres, corrupción, violencia de género, inequidad, feminicidios, hambre, pobreza, desempleo, racismo, xenofobia, extractivismo, abuso de la Fuerza Pública, impunidad, leyes contramayoritarias, bandidos de cuello blanco… En este orden de ideas, no estamos ante un paro con espíritu de corto, sino de largo aliento. Si deja de estar presente en acto, lo estará en potencia, como una fuerza latente.

Este paro, en efecto, no debe ser leído como un acontecimiento insular; se integra a antiguas manifestaciones de resistencia, como las que tuvieron lugar en los años de 2019 y 2020. Aunque las fiestas democráticas no sean consecutivas, no por ello están divorciadas. La revolución se da su propia cronología; la periodización del tiempo mítico revolucionario es sui generis. Los vasos comunicantes entre las manifestaciones no se deben buscar en el tiempo ordinario, sino en las reivindicaciones entre una gesta extraordinaria y otra. El paro, entonces, es de todo el pueblo llano, se integra con todo y es contra todo el orden establecido.

La riqueza teórico-práctica y político-social del paro fue recogida por las redes sociales. Qué ironía. Mientras muchos noticieros nacionales desinforman y trivializan lo importante, las redes sociales concientizan y pasan la bola. Por ejemplo, mientras el “informativo” de Noticias RCN tergiversó la realidad y afirmó que en Cali había celebración por el anuncio de que Duque haría cambios en el proyecto de reforma tributaria, las redes desmintieron esto y las ciudadanías replicaron que, si estaban cantando, bailando y lanzando arengas, es precisamente porque estaban demandando artísticamente el retiro pleno del proyecto.

Honoré de Balzac encumbró las barras de café y los bistrós como parlamentos del pueblo, donde gentes de toda condición pueden dar rienda suelta a la palabra libre, intercambiar opiniones y reflexionar de todo un poco, muchas veces con conciencia profunda, acompañados de alguna bebida democrática: vino o café. Se trata de lugares que tienen su propia poética del espacio, hospedan el verbo y el adjetivo, y sacan a bailar a la inmensidad íntima, preparando la coreografía de la imaginación feliz. Por ser el punto de encuentro de las corazonadas y las ideas, la espontaneidad creativa, el humor mordaz y la bohemia común, los bistrós y los cafés son símbolos de la ciudad, que abren sus puertas desde muy temprano y no las cierran sino hasta pasada la medianoche. Así como Balzac elevó al punto más alto la espacialidad poética-política de lugares como los cafés, lo mismo hizo con la bebida democrática propiamente dicha. Así describía Balzac su sensación:

El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento: las ideas se precipitan como batallones en un gran ejército de batalla, el combate empieza, los recuerdos se despliegan como un estandarte. La caballería ligera se lanza a una soberbia galopada, la artillería de la lógica avanza con sus razonamientos y sus encadenamientos impecables. Las frases ingeniosas parten como balas certeras. Los personajes toman forma y se destacan. La pluma se desliza por el papel, el combate, la lucha, llega a una violencia extrema y luego muere bajo un mar de tinta negro como un auténtico campo de batalla que se oscurece en una nube de pólvora.

Por las razones conocidas, los bistrós y los cafés han cerrado sus puertas, por lo que, al parecer, la democracia local quedaría sin uno de sus techos favoritos para guarecer y germinar. No ha sido así. Como buen anfitrión, con hospitalidad y amistad civil las redes sociales se han asumido, cada vez con más ahínco, como parlamentos del pueblo. La palabra libre tiene allí un espacio en el cual puede escampar y reverdecer. Ella es la protagonista de diálogos entrecruzados entre los de aquí y los de acullá, que, así como en el bistró o el café, dan sus puntos de vista, enriqueciendo sus reflexiones iniciales y, muchas veces, uniendo fuerzas por causas comunes. Y aunque no hay una bebida democrática que compartir entre todos, convocar reuniones, pasar la bola, llevar denuncias y gestas hasta los confines del mundo es otra forma de brindar en democracia.

Muchos noticieros, en cambio, por su condición de no emancipados, en vez de parlamentos del pueblo, son guaridas de los poderosos. Su máxima es desdibujar los acontecimientos sociales, especialmente si son de resistencia, y maquillar los de opresión estatal, paraestatal y global-capitalista. A las expresiones de resistencia, las llaman terrorismo; a las masacres, homicidios colectivos; a los falsos positivos, bajas en combate; a la corrupción, hechos aislados; a la pobreza extrema, condición transitoria, a la falta de oportunidades, opciones de emprendimiento; a la matanza de líderes sociales, neutralización a rebeldes e insurgentes; a los feminicidios, tristes sucesos; a la impunidad; congestión judicial; a la clase popular proletaria, clase media; a las reformas tributarias, leyes de solidaridad… Todo en maridaje con la institucionalidad y los grandes potentados.

Diversos sectores sociales en Colombia han salido a protestar de manera indignada contra el desgobierno y las medidas impopulares del mandatario de ultraderecha, Iván Duque Márquez.

Claro que esto no es nuevo ni debería extrañarnos. Desde su fundación, medios como RCN fueron apadrinados por poderosos empresarios y elites políticas para que defiendan lo indefendible, los intereses del statu quo. Aunque parezca inverosímil, hay un programa que tergiversa la información aún más que los noticieros. Tiene lugar todos los días, a las 6:00 p.m. El programa es un acto circense sin igual, un show de ventriloquía como ninguno; el muñequito mueve los labios, las manos, se bambolea de aquí para allá, en un ejercicio de soliloquio delirante y desconectado, con lo que se lleva todas las luces (y todas las risas), pero todos sabemos que son otros los que hablan con el vientre.

En contraste, las redes sociales muestran las cosas mismas. Veamos esto, a propósito del más reciente paro nacional. Entre otros hechos, el parlamento enfatizó los siguientes: el esplendor de la fiesta democrática, que llegó al cénit en ciudades como Cali, que pasó de ser la sucursal del cielo a ser la capital de la resistencia; la profundidad sentipensante de emociones políticas como la rabia, prima-hermana de la solidaridad y el amor, que muta en indignación, y la indignación, en resistencia multitudinaria y dignificante; el verdadero vandalismo de cuello blanco (Hidroituango, Reficar, Electricaribe, Odebrecht, Chirajara, carrusel de la contratación, Túnel de la Línea, Saludcoop…), que ha dejado al país mucho peor que cualquier estación de Transmilenio; la deficiente y demagoga campaña de vacunación; el colapso y la podredumbre de las instituciones; la insensatez de confundir la opinión de personas de la farándula e influencers con el argumento de expertos analistas políticos; la aberrante decisión del Tribunal de Cundinamarca; la violencia sistemática de los cuerpos represivos del Estado, que operan bajo la orden de atentar contra la vida de los manifestantes, a diestra y siniestra, por directriz del señor matanza; la amenaza de militarización del país; los abusos sexuales protagonizados por agentes del ESMAD; el cinismo de una buena parte de la clase política, y el huevo que tienen personajes de la calaña de Carrasquilla, que solo incitan la rebelión en la granja. Con la docena de huevos a “$ 1.800”, no hay gallina que aguante. Valga recordar el mensaje que les dio el Viejo Mayor a los demás animales de la Granja, mensaje que luego se convirtió en sus 7 Mandamientos:

Me resta poco que deciros. Simplemente insisto: recordad siempre vuestro deber de enemistad hacia el Hombre y su manera de ser. Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que ande a cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. Y recordad también que en la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él. Aun cuando lo hayáis vencido, no adoptéis sus vicios. Ningún animal debe vivir en una casa, dormir en una cama, vestir ropas, beber alcohol, fumar tabaco, manejar dinero ni ocuparse del comercio. Todas las costumbres del Hombre son malas. Y, sobre todas las cosas, ningún animal debe tiranizar a sus semejantes. Débiles o fuertes, listos o ingenuos, todos somos hermanos. Ningún animal debe matar a otro animal. Todos los animales son iguales.

Entre todos los acontecimientos, uno de los que cautivó de manera creciente la atención de los ciudadanos es el atinente al derrumbamiento de estatuas de esclavistas y demás símbolos de opresión. Se trata de un fenómeno que le ha dado la vuelta al mundo. No es una manera de desconocer el pasado, sino de dejar de encumbrarlo, cuando no merece tal oda de las artes plásticas. Es, pues, una manera de hacer justicia histórica. Una cosa son los lugares de memoria, para jamás olvidar lo ocurrido, y otra es seguir venerando en las plazas públicas el levantamiento de efigies de exterminadores de pueblos, como si representaran el arquetipo de la libertad, la resistencia y las luchas por el reconocimiento y la redistribución. Lo ocurrido en Popayán y Cali tiene el sello del clamor anticolonista español; lo ocurrido en los Pastos, la impronta del anticentralismo criollo. Como nación pluriétnica y multicultural, cada pueblo tiene el derecho de levantar sus efigies y honrar el pasado con el que se siente reconocido. Las ínfulas de legislador universal, para decir qué monumento alzar y cuál derribar, es elitista, cuando menos. El dicho popular dice que una cosa es Dinamarca y otra, Cundinamarca. Pues bien, una es Bogotá y otra, los Pastos.

La frase “Los héroes en Colombia sí existen” se ha tomado las redes. Dichos héroes son los comunes, los de a pie, los que, al juntarse, tienen la potencia de dar luz a un poder político prejurídico e ilimitado, capaz de poner en cintura a los delegatarios, modificar o abolir las instituciones injustas y sentar las bases de una democracia real, en clave social y ecológica. El pueblo es resiliente y valiente. Ha quedado demostrado una vez más que parar, protestar y rebelarse no es un acto estéril; por el contrario, las grandes conquistas siempre han estado precedidas de grandes revoluciones. Con conciencia, porfía y persistencia, el pueblo llano llevó contra las cuerdas al Gobierno y logró tumbar el proyecto de reforma.

Es una gesta importante, que se integra con otras y deberá completarse con las que siguen. A corto plazo, tumbar el nuevo proyecto de reforma a la salud; a mediano plazo, luchar contra las pandemias sociales que ha capitaneado el Estado; a largo plazo, desmontar el Estado inconstitucional, en aras de alzar un nuevo proyecto que sí ampare la vida, la libertad, la igualdad y la felicidad.

Ya casi serán las 6:00 p.m., y tendrá lugar otra actuación circense. Apago el televisor y abro la conciencia. La marioneta y quienes hablan con el vientre no representan al pueblo llano. Como si fueran otra oprobiosa efigie, ha llegado el momento de derrumbarlos.


* Abogado, especialista y estudiante del programa de Maestría en Filosofía del Derecho de la Universidad Libre. Estudiante de Creación Literaria en la Universidad Central. Actualmente, se desempeña como investigador auxiliar del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre.

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