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El mundo marcha en la senda de un proceso deconstituyente de manera acelerada. Piénsese en el Brasil de Jair Bolsonaro; en los Estados Unidos de Donald Trump; y ahora en la Argentina de Javier Milei. Un proceso de descomposición de la democracia promovido por el paradigma neoliberal consistente en confundir libertad, propiedad y mercado que ha conllevado a una crisis civilizatoria.
Luigi Ferrajoli (Florencia, Italia, 1940), uno de los filósofos del derecho más citados en el mundo latino del último medio siglo ha reflexionado detenidamente sobre la crisis planetaria en marcha en su nuevo libro ‘La construcción de la democracia’ (Trotta, 2023), publicado el pasado mes de octubre, en el que pone en cuestión los poderes salvajes —no limitados por el derecho— que están poniendo en riesgo la habitabilidad de la Tierra, habida cuenta que el espíritu de la política ha sido reducida a puro espectáculo, una forma sin contenido que degrada la vida en los cinco continentes.
Este exmagistrado italiano, filósofo y militante por la garantía de los derechos fundamentales, realiza una descripción del derecho vinculado al sistema político cuya sustancia define como la democracia.
Para Ferrajoli puede haber derecho sin democracia, pero no puede haber democracia sin derecho. Tampoco una verdadera democracia constitucional sin una Constitución que no sólo ordene y culmine la ley por arriba, sino que permee y proteja la vida de todas las personas, incluidas las de más abajo.
A sus 83 años, con la democracia en entredicho, el mundo en crisis y el planeta en combustión, podría estar desesperanzado, pero nació en plena Segunda Guerra Mundial en Florencia y sabe de lo que ha sido capaz la vieja Europa en 80 años: los países que durante siglos se mataron por motivos económicos y religiosos han desarrollado “el más gigantesco experimento” de integración política, la Unión Europea, aunque ahora en plena decadencia y anclada a los lineamientos que dicte Estados Unidos.
El mercado, un lugar de poder
Para este autor, uno de los factores que atenta contra la democracia y consecuencialmente afecta la estabilidad social es el modelo neoliberal. Sostiene que el mercado es obviamente legítimo, pero es un lugar de poder y no de libertad. El poder de los mercados es evidente con la globalización. Faltan límites y vinculaciones a los poderes deficientes en esta situación, garantizando sobre el terreno los derechos fundamentales, las partes vitales de la naturaleza (el agua, el aire, las grandes masas forestales, las grandes glaciares, del que depende nuestra supervivencia) porque las grandiosas promesas de la Carta de las Naciones Unidas y de las cartas de derechos han fracasado por falta de garantías.
“La obra maestra ideológica del liberalismo fue la concepción de los poderes económicos como libertades del mismo tipo que la libertad de prensa o de reunión y del mercado como lugar de libre intercambio. En realidad, sin embargo, se trata de poderes que, de no estar sujetos a límites y a controles constitucionales, degenerarán en poderes salvajes, destructivos del medio ambiente natural, como estamos viendo. Ellos se han convertido en los verdaderos y nuevos soberanos: absolutos, invisibles, impersonales, anónimos, irresponsables”.
Explica que EE.UU. si bien es la cuna del constitucionalismo, no ha realizado nunca la democracia social, es decir, la garantía de los derechos sociales. Lo que ha hecho simplemente es llevar a la práctica el viejo paradigma ideológico del liberalismo.
Debido al neoliberalismo hoy prevalece el escepticismo, la desconfianza en las instituciones, la idea de que cada uno debe velar exclusivamente por sus propios intereses, aunque sea a costa de los intereses de los demás.
“La democracia no es sólo una construcción jurídica, sino sobre todo una construcción social y política, dependiente de presupuestos extrajurídicos que el derecho puede tanto promover como desalentar. De esa construcción son elementos indispensables la participación ciudadana, la formación de su sentido cívico, la maduración de una opinión pública que tome en serio el nexo entre paz, democracia, igualdad y derechos fundamentales, y el desarrollo, en el sentido común, de la consciencia de las dimensiones cada vez mayores de los intereses públicos, comunes a toda la humanidad”, explica Ferrajoli.
Frente a la idea de que no existen alternativas a la crisis, el libro aboga por tomar en serio el derecho vigente garantizando el cumplimiento de los derechos fundamentales. La expansión del paradigma normativo del constitucionalismo democrático, configurado como paradigma formal, no es una simple opción progresista, sino una actuación impuesta por las cartas de derechos y la única alternativa realista a un futuro de catástrofes.
«La humanidad está atravesando el momento más decisivo y dramático de su historia»
En 2022, Ferrajoli presentó otro de sus sugerentes trabajos bibliográficos: ‘Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada’ (Editorial Trotta), en la que parte del convencimiento de que «sólo un constitucionalismo global puede asegurar la supervivencia de la humanidad».
Existen problemas globales que no forman parte de la agenda política de los gobiernos nacionales, aunque de su solución dependa la supervivencia de la humanidad: el calentamiento global, las amenazas a la paz mundial, el crecimiento de las desigualdades, la muerte de millones de personas todos los años por falta de agua potable, de alimentación básica y de fármacos esenciales o las masas de migrantes que huyen de las condiciones de miseria y degradación de sus países.
Como se señala en esta obra, dichas tragedias no pueden ser vistas como meros fenómenos naturales o simples injusticias. Por el contrario, constituyen violaciones masivas de los derechos fundamentales estipulados en las diversas cartas constitucionales vigentes, tanto nacionales como supranacionales. La humanidad se encuentra hoy ante una encrucijada de la historia, seguramente la más dramática y decisiva: sufrir y sucumbir a las múltiples catástrofes y emergencias globales, o bien hacerles frente, oponiéndoles la construcción de idóneas garantías constitucionales a escala planetaria, proyectadas por la razón jurídica y política. Sólo una Constitución de la Tierra que introduzca un dominio planetario para la tutela de los bienes vitales de la naturaleza, prohíba todas las armas como bienes ilícitos, comenzando por las nucleares, e introduzca un fisco e instituciones idóneas globales de garantía en defensa de los derechos de libertad y en actuación de los derechos sociales puede realizar el universalismo de los derechos humanos.
Ferrajoli hace suya la idea de Kant conforme a la cual, sin la esperanza de tiempos mejores no habría espacio para la moral y para la política, negándose a aceptar la tesis del realismo ramplón, según la cual no hay alternativas y tenemos que considerar que éste es el único de los mundos posibles. Pero hay alternativas. La política es la construcción del futuro, que se basa, precisamente, en que es posible un mundo diferente. El proyecto de una Constitución de la Tierra no es una hipótesis utópica, sino la única respuesta racional y realista capaz de limitar los poderes salvajes de los Estados y los mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia de la humanidad.
“En el plano teórico y jurídico viene impuesta por el carácter supranacional y universal del principio de la paz, de los derechos fundamentales y del principio de igualdad establecidos por la Carta de la ONU y las diversas cartas de los derechos humanos, cuya inefectividad depende de la total y culpable ausencia de las correspondientes garantías. En el plano práctico y político, aquella se hace necesaria y urgente por los desafíos globales –sobre todo por el calentamiento climático y la amenaza nuclear– de los que depende la supervivencia de la humanidad. La novedad del libro es la explícita formulación del proyecto, acompañada del bosquejo de un texto constitucional en 100 artículos, escrito con el fin de hacer ver que tal Constitución global es posible”.
Formar un «Estado de pueblos»
Ferrajoli sustenta su propuesta en la premisa kantiana del “Estado de los pueblos”. Explica que “la idea del enemigo, que está en la base de todos los nacionalismos, es el verdadero obstáculo al proyecto kantiano de una federación de los pueblos. Los nacionalismos identitarios –de tipo étnico, lingüístico, religioso y similares– son los verdaderos enemigos del constitucionalismo global. Estos se defienden y cultivan por sus respectivas clases políticas como fuentes de legitimación de sus míseros poderes regionales o nacionales, además de por los poderes económicos y financieros globales, que obviamente se oponen a la construcción de una esfera pública global a su altura, por la que serían limitados. Naturalmente, el rechazo de estos nacionalismos agresivos, fundados en la recíproca exclusión y en la intolerancia, no excluye en modo alguno –por el contrario, implica– el reconocimiento del valor de las distintas identidades nacionales, políticas y culturales. Entre la convivencia de los pueblos y sus diferencias nacionales existe la misma relación que se da entre la convivencia pacífica de las personas y sus diferencias personales. Así como la convivencia pacífica de las personas se basa en el igual valor y dignidad asociados a todas las diferentes identidades que hacen de cada persona un individuo diferente de cualquier otro y de cada individuo una persona igual a las demás, del mismo modo la convivencia pacífica de los pueblos se basa en el igual valor. De ahí el respeto de todas las diferentes identidades nacionales, religiosas, lingüísticas y culturales que conviven sobre la tierra, dentro de ese único pueblo heterogéneo, mestizo y diferenciado que es la humanidad”.
Momento decisivo para la civilización humana
“Tengo el convencimiento de que la humanidad está atravesando el momento más decisivo y dramático de su historia. Hasta hoy, nunca había sucedido que el género humano estuviera en riesgo de extinción. En los años 1945-1949 –cuando en Italia y en Alemania entraron en vigor las primeras constituciones rígidas y se escribieron la Carta de la ONU y la Declaración Universal de los Derechos Humanos–, los desafíos y las catástrofes globales que ahora amenazan el futuro de la humanidad no eran siquiera concebibles. Los problemas que suscitan estos desafíos no son, ni pueden ser, afrontados por las políticas nacionales, ancladas en los estrechos espacios de las circunscripciones electorales y en los cortos plazos de las elecciones y los sondeos. Por otra parte, es bien difícil que ocho mil millones de personas, 196 Estados nacionales –diez de los cuales cuentan con armamento nuclear–, un anarcocapitalismo voraz y depredatorio y un sistema industrial ecológicamente insostenible puedan sobrevivir a la larga si el pacto de convivencia estipulado con la Carta de la ONU no se refunda mediante la introducción de garantías adecuadas”.
“El fracaso –inevitable– de los Estados nacionales está a la vista de todos. El coronavirus no conoce fronteras, y ha puesto de manifiesto nuestra fragilidad y la profunda desigualdad en la distribución de las vacunas. De ello hay que extraer dos enseñanzas elementales: la interdependencia de todos los pueblos de la Tierra –manifestada por la rapidez de los contagios– y la necesidad de una esfera pública global (es decir, de un servicio sanitario mundial, universal y gratuito, además de público, que solo una Constitución de la Tierra puede instituir). Un buen Estado democrático debería, cuando menos, promover este constitucionalismo global de carácter sanitario. No obstante, y aunque sería deseable, es bastante improbable que los Estados más ricos –aunque (y quizá porque) democráticos– envíen gratuitamente a los países pobres vacunas y ayuda sanitaria, que son siempre insuficientes para sus poblaciones”.
Garantías globales
“Una federación de la Tierra es necesaria porque los problemas globales imponen garantías globales que solo pueden ser aseguradas por funciones e instituciones globales. Los Estados nacionales se transformarían en Estados federados, titulares sobre todo de las funciones políticas de gobierno, relativas a lo que he llamado la «esfera de lo decidible». A escala global, en cambio, lo que hay que garantizar es lo que he llamado «esfera de lo no decidible», a través de instituciones y funciones de garantía, como por ejemplo un servicio sanitario planetario y una educación igualmente universal y gratuita capaz de asegurar, sobre la base de una relación de subsidiariedad, la salud, la educación, la alimentación básica y la subsistencia de todos los seres humanos”.
“A escala global se necesitan instituciones de garantía y no instituciones de gobierno: en primer lugar, las instituciones de garantía primaria para la tutela de los derechos sociales, como los derechos a la salud, a la educación y a la subsistencia, y de los bienes fundamentales, como el agua potable, el aire, los grandes bosques y los grandes glaciares; en segundo lugar, las instituciones de garantía secundaria, es decir, las jurisdicciones supranacionales”.
“En ese sentido, la ONU ha fracasado por muchos motivos: porque su carta estatutaria no es una constitución rígida (es decir, supraordenada a todas las demás fuentes y garantizada por un Tribunal Constitucional global); porque es contradictoria y ha mantenido «la igual soberanía de los Estados» y sus distintas ciudadanías y porque, en definitiva, no ha previsto las instituciones y las funciones de garantía primaria de los derechos fundamentales cuya creación es necesaria para dotar de efectividad a los derechos y a los demás principios de justicia”.