POR RENÁN VEGA CANTOR
Un componente central del miedo que enarbola la extrema derecha es el racismo, lo cual lo emparenta con el fascismo clásico, aunque con notables diferencias. Texto del prólogo del libro El posfasicmo, compilado por Mario Hernández y lanzado por la editorial argentina Metrópolis.
“El fascismo no es lo contrario de la democracia, sino su evolución en tiempos de crisis”.
– Bertolt Brecht, citado en Maurizio Lazzarato, ¿Te acuerdas de la revolución? Minorías y clases, Eterna Cadencia Editora, 2022, p.60.
Una dura realidad recorre el mundo, la de la extrema derecha que en todos los continentes ha adquirido una fuerza impensable hace treinta años cuando terminó la Guerra Fría y se proclamó el triunfo universal y eterno del capitalismo tras la desaparición de la Unión Soviética y dicho capitalismo se equiparó, en forma cínica, con la consolidación de la “democracia” a secas.
La implantación del neoliberalismo fue posible mediante la violencia y la destrucción de proyectos anticapitalistas en diversos lugares del planeta, siendo su referencia ineludible el 11 de septiembre de 1973, cuando fue derrocado el gobierno constitucional de Salvador Allende y se impuso la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet y sus chicagos boys. Se suponía que la consolidación del capitalismo neoliberal y las democracias formales (en América Latina denominadas acertadamente “democracias de baja intensidad”) traía un nuevo consenso entre las clases dominantes, que aceptaban el nuevo orden y, de contera, este no encontraría ninguna resistencia ni oposición, dada la derrota de los trabajadores y las clases subalternas.
Esa ilusión se rompió, globalmente hablando, en el 2008, con el estallido de la crisis financiera, en verdad el comienzo de un quiebre civilizatorio de amplio espectro, que trastocó el capitalismo realmente existente de pies a cabeza. Y no es que antes no hubiesen existido quiebres y fisuras en el orden capitalista, como se demostró en Nuestra América, con lo que se denominó la primera ola de gobiernos progresistas, entre los cuales sobresalió el proyecto bolivariano en Venezuela. Pero en su conjunto, en una perspectiva mundial, el capitalismo gozaba de una aparente estabilidad y las democracias de opereta en Europa daban la apariencia de ser muy estables y como parte de esa estabilidad se destacaba la postración de la socialdemocracia.
La crisis de 2008 arrasó con toda esa imagen y puso de presente las verdaderas contradicciones del capitalismo en el ámbito económico y en la esferas política y cultural. Y es aquí donde cobran fuerza y actualidad las fuerzas de la extrema derecha, que combina su apego incuestionable al neoliberalismo con su proyecto retardatario de índole conservadora y justificador de la desigualdad tal si fuera algo normal y natural.
El libro posfascismo, es un esfuerzo colectivo por clarificar las características de esa extrema derecha, la mancha parda que se extiende como una nueva plaga del apocalipsis por el mundo entero. Queremos destacar algunas de las importantes contribuciones de este libro
Miedo
Una idea cardinal que se presenta en el ensayo de Alejandro Pérez Polo es el de la “Geopolítica de las emociones”, en donde se destaca que el miedo es la emoción predominante en el mundo occidental. Ese miedo es transnacional y local, puesto que es el pavor para admitir la quiebra de la dominación occidental de cinco siglos y el naufragio indiscutible de la hegemonía estadounidense. Ese pánico se expresa a nivel interno tanto en los países centrales como en los periféricos: es miedo a los extranjeros, los migrantes, los pobres, los homosexuales, las mujeres, todos los que puedan ser maltratados por ser diferentes o simplemente por estar indefensos.
En ese miedo se combinan viejos pánicos nunca idos, entre los cuales el más destacado es el miedo al comunismo, y sobresale el anticomunismo más cerril que se suponía era cosa del pasado tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS. Pero el anticomunismo está de regreso en todos los lugares donde crece la ultraderecha, tanto en Europa, EE.UU. o los países latinoamericanos.
El anticomunismo se enarbola para rechazar cualquier proyecto medianamente reformista y tímidamente redistributivo y en eso no tiene nada de novedoso. Lo novedoso estriba, si así pudiera considerarse, en que ahora con el anticomunismo se ataca la educación pública y laica, el ecologismo, el feminismo, el indigenismo y todo aquello que tenga algún carácter reivindicativo de derechos económicos, sociales, sexuales o culturales e incluso elementales derechos liberales.
No sorprende en esa perspectiva del miedo generalizado que la extrema derecha enarbole como criterio principal, que se convierte casi en uno de sus signos identitarios, la seguridad interna. Ampliando la lógica de la seguridad nacional de estirpe contrainsurgente e imperialista ahora los enemigos internos de los “nacionales” son los extranjeros, los migrantes, los nuevos barbaros que vienen a asaltar la fortaleza de confort y prosperidad que caracterizaría al paraíso nacional que sería cada país según esa visión falaz de la derecha, que tienen muchos adeptos y seguidores, incluyendo a importantes fracciones de trabajadores y desempleados.
El miedo y el rescate de la seguridad explican que proyectos tan profundamente retardatarios e inhumanos como el de Nayib Bukele en el Salvador tenga tantos adeptos, dentro y fuera del Pulgarcito de América.
Que se vea como un gran aporte a la política y al funcionamiento de la sociedad el encarcelamiento de miles de personas, sometidas a vejaciones, castigos y humillaciones propios de los campos de concentración, indica lo que es el proyecto de las extremas derechas, en donde no cabe ni siquiera el respeto a normas liberales, como el debido proceso o la presunción de inocencia. Es como si hubiéramos regresado a los tiempos del nazismo, con sus campos y cárceles, pero con una diferencia: ahora ese terror cotidiano se puede comunicar en vivo y en directo durante las 24 horas del día a través de las redes (anti) sociales, para suscitar miedo en muchos y aceptación y aprobación en la mayoría, a la que no le importa que se violen elementales derechos, que podrían considerase como conquistas incuestionables de la humanidad, pero que hoy son pisoteados por la extrema derecha, como se aprecia en Filipinas, El Salvador, Brasil, Perú, Polonia, Hungría y un largo etcétera.
Racismo
Un componente central del miedo que enarbola la extrema derecha es el racismo, lo cual lo emparenta con el fascismo clásico, aunque con notables diferencias. El racismo de la década de 1930 estaba claramente dirigido contra ciertos grupos humanos, entre los que sobresalían judíos y gitanos, proclamando una pretendida superioridad que legitimaba su persecución, expulsión y exterminio para limpiar la nación de las razas impuras que la contaminaban. Recordemos que el antisemitismo fue la expresión más extrema de ese racismo.
El racismo de hoy es más amplio, porque se exalta una pretendida superioridad contra diversos grupos humanos, sin que emerja como criterio dominante el antisemitismo, porque, entre otras cosas, Israel se ha convertido en cuna de ese racismo contra los palestinos, a los cuales masacra, tortura y expulsa de sus propias tierras en forma continua desde hace 70 años.
El racismo de nuestros días está más ligado a la clase y a la cultura si se quiere, porque se odia a todos aquellos que sean pobres, que no formen parte de los ganadores en la competencia neoliberal, que hagan parte de los perdedores de siempre. Esos perdedores no tienen derecho a existir y contra ellos se erigen las políticas de control y represión. Y esas políticas tienen un carácter global, que se practican en la civilizada Europa, en EE.UU. o en la mayor parte de los países de nuestra América, como lo ejemplifican los casos de Colombia, Perú o Chile, y su racismo contra los venezolanos.
Las extremas derechas coinciden en este tipo de racismo, determinado por el ingreso económico, por la riqueza o la pobreza. Por eso no sorprende, para dar ejemplo, que reconocidos futbolistas (Neymar Junior en Brasil, Carlos Tevez en Argentina) a pesar de su origen humilde y sus rasgos cetrinos sean un soporte simbólico de la extrema derecha de sus respectivos países. Y ellos lo son porque hacen parte de los ganadores del nuevo desorden mundial capitalista y como ganadores y nuevos ricos comparten un desprecio visceral hacia los pobres y perdedores, de donde esos mismos individuos proceden.
Este tipo de racismo de nuevo cuño, que se amplifica con las tecnologías microelectrónicas, es examinado en varios de los ensayos de este libro, siendo uno de los hechos más dolorosamente representativo lo acontecido en Bolivia en 2019, con el golpe a Evo Morales y el abierto racismo anti indígena de los golpistas, como es analizado en los textos de Claudio Katz.
Odio
Una emoción reactiva más general de la extrema derecha, que engloba el miedo y el racismo, es el odio y el desprecio hacia los que se consideran distintos, los que por definición deberían ser eliminados y desaparecer de la faz de la tierra.
El odio se nutre con una profunda ignorancia, algo propio de las extremas derechas, que no las avergüenza, sino que las enorgullece como signos de los tiempos anti ilustrados que estamos viviendo. Ese odio contra todo el mundo distingue, por lo demás, al capital, que odia a todo el mundo.
Ese odio visceral caracteriza al mismo tiempo a Donald Trump, Santiago Abascal en España, Álvaro Uribe en Colombia, Luis Fernando Camaño en Bolivia, Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría, Giorgia Meloni en Italia… Los odiados y odiadas pertenecen a un amplio espectro que incluye las esferas económicas, políticas y culturales. Se odia a partir de la lógica neoliberal de superioridad del mercado capitalista a quienes profesen otras creencias o sean considerados como sus enemigos.
Desde los tiempos del golpe de Pinochet en 1973 se instauró abiertamente la tradición de matar y desaparecer a los enemigos del mercado, puesto que todo lo que amenace la propiedad privada y la libertad de mercado no merece existir.
En este sentido es muy interesante el análisis que hace Rolando Astarita en su artículo “Milei y los ‘austriacos’, fascismo y dictadura”, puesto que nos recuerda que desde la época del fascismo clásico los economistas de la escuela austriaca no negaron su simpatía con el proyecto fascista. Y lo mismo hizo Von Hayek, quien era un admirador de Pinochet. Lo significativo es que esos economistas pretendidamente científicos (“positivos”, se diría en su propia jerga) terminan avalando y legitimando masacres y genocidios. Y eso mismo es lo que hacen en la actualidad los ideólogos y políticos de la extrema derecha, entre los que se destaca por su cinismo el marques español Mario Vargas Llosa, un adalid del libre mercado y de la “sociedad abierta”, un apodo del capitalismo.
Un elemento que ha adquirido relieve como parte central de estas políticas del odio es el de la cultura. En este amplio y gaseoso campo, la extrema derecha ha visto que cualquier expresión de independencia y autonomía no puede ser admitida. Por eso meten en un mismo saco aspectos tan disimiles como la historia y las reivindicaciones de género, por ejemplo. En efecto, desde España Vox y sus voceros reivindican el proyecto del hispanismo, exaltando la pretendida grandeza de la colonización ibérica, que nos habría traído civilización y progreso. Y esto lo hacen no solamente para revivir una ideología trasnochada, el hispanismo, sino para justificar los crímenes y persecución de las comunidades indígenas, ayer como hoy. Por eso, la extrema derecha se opone a una enseñanza crítica, y no solo de la historia, que cuestione los mentiras y falacias de la supuesta superioridad de los ricos y poderosos.
En esa dirección, no fue sorprendente que en el Brasil de Bolsonaro se persiguiera el legado del pedagogo Paulo Freire o que en los EE.UU. de Donald Trump y en los Estados federales hegemonizados por gobernadores republicanos cunda el negacionismo climático que afirma que el calentamiento global no existe, sino que es un invento de marxistas y ecologistas.
La cuestión no es que se tengan apreciaciones distintas sobre ciertos temas y que las posturas “culturales” de la extrema derecha sean profundamente retrógrados, anti ilustradas y seudocientíficas, sino lo peor es que a partir de allí postulan la persecución y muerte de quienes tienen actitudes críticas y abiertas sobre historia, género, clima, teoría de la evolución o cualquier asunto que signifique cuestionar el orden existente y la dominación.
Es en este terreno donde se presenta una radical andanada de la extrema derecha a nivel mundial, que tiene un proyecto autoritario y conservador, y que pretende hacer regresar a la humanidad a los tiempos de la inquisición católica, en donde nuevamente se prohíba y se persiga a una persona simplemente por pensar diferente al orden establecido.
A lo largo de diversos capítulos de este libro puede examinarse a la luz de casos concretos la guerra de la derecha contra lo que algunos de sus ideólogos llaman el marxismo cultural, y en el que, con ignorancia y mala intención, meten en un mismo saco a posturas distintas en cuanto a la reivindicación del género, la sexualidad, la educación, el arte, con la intención de eliminar cualquier espacio en donde se pueda cuestionar la familia, la tradición y la propiedad.
Violencia
Un último aspecto que sobresale en las páginas del este libro está referido a mostrar el culto a la violencia que profesa la extrema derecha a nivel mundial y se manifiesta en los casos particulares que son estudiados.
Es obvio que el miedo, el racismo y el odio como emociones reactivas se expresan en diversos tipos de violencia, tanto institucionales como parainstitucionales. Es una violencia contrainsurgente y antipopular entendiéndola como una acción premeditada para detener cualquier asomo de inconformidad o rebelión o lucha por mejorar las condiciones de vida o de trabajo. Esa violencia la predican al unísono los políticos de extrema derecha que llaman a matar y expulsar a los enemigos de la “patria”, tanto los que están adentro como los que llegan en oleadas incontenibles.
Y no es solo un discurso, ojalá fuera solo eso, sino que se constituye en un llamado para que los santos cruzados de los valores convencionales de autoridad, orden y obediencia actúen para domesticar a los insumisos. Y eso se hace a través de la violencia abierta desde el aparato de Estado o por medio de la acción de salvadores providenciales que vienen a limpiar el territorio de los indeseables.
La violencia se ejerce con un propósito claro y deliberado, mantener y preservar la desigualdad y la injusticia social, propia del capitalismo realmente existente, y que es asumida, en forma paradojal, en muchos casos por sectores sociales golpeados claramente por el neoliberalismo y la mundialización imperialista. Esos sectores, como es evidente en los EE.UU. y en los países de la Unión Europea, pretendidamente superiores por su carácter de “blancos puros”, proceden a linchar y matar migrantes o habitantes locales que consideran cómplices de las políticas de contagio que destruyen una supuesta pétrea identidad nacional y ponen en peligro la supervivencia de la “patria”. En este ámbito sobresalen las masacres organizadas en los EE.UU., donde los asesinos dejan mensajes grabados en los cuales expresan su racismo, su odio visceral a los extranjeros, migrantes, negros o musulmanes y justifican sus crímenes como parte de la defensa de los civilizados contra la invasión de los nuevos barbaros.
Eso se replica en nuestra América, con el odio y la violencia que se ejerce en Chile, Brasil, Colombia, Bolivia… contra mujeres, campesinos, migrantes, todos asediados por su condición social, de no formar parte de los ganadores del desorden capitalista.
Algunos de esos procesos son estudiados en varios capítulos de este libro, proporcionando amplia y variada información para explicar no solo por qué y cómo opera esa violencia, sino brindando elementos para entender los contextos en que surgen y se consolidan los proyectos de extrema derecha.
Eso se hace con detalle para los casos de Argentina, Brasil, Chile, Italia, EEUU y en forma más global en los perspicaces artículos de Claudio Katz.
Y una idea importante que debe destacarse en este análisis es que el proyecto contemporáneo de la extrema derecha no es futurista, como lo fue el fascismo de la década de 1930. En forma concreta dice al respecto Alejandro Pérez Polo en su ensayo: “En Occidente hay miedo […]. Miedo, en definitiva, al futuro. […]. La extrema derecha ya no es futurista como el viejo fascismo italiano o el nazismo alemán, que prometía el Tercer Reich. La extrema derecha es reactiva u busca, sobre todo, apaciguar los miedos derivados de las angustias existenciales que atraviesan el conjunto de Occidente”.
Análisis histórico y teórico
Para terminar, queremos resaltar que en este libro se encuentra una mirada amplia y diversa sobre la extrema derecha que tiene dos aspectos dignos de destacar. De una parte, hay un análisis histórico, presente en casi todos los artículos, aunque más destacado en algunos, que tiene el objetivo de recalcar que existen algunas continuidades, pero ante todo diferencias entre el fascismo de entreguerras y lo que Enzo Traverso ha denominado el posfascismo, que es el título de este volumen.
Una diferencia es que el fascismo era un fenómeno de masas, pero la extrema derecha actual no lo es, aunque si tenga una amplia base social. El nazismo era abiertamente racista, y aunque la derecha actual también lo es, ese racismo tiene otras características y connotaciones. El fascismo de ayer surgió para enfrentar la democracia liberal, aunque no el capitalismo, mientras que la ultraderecha de hoy “no abandona ningún barco, sino que está tomando el mando”, porque “aspiran a hacerse cargo de los miedos que las viejas derechas liberales ya no pueden afrontar. Aspiran a refundar en clave cristiana y civilizatoria a Europa, para protegerla de las amenazas que la acecharían” [Alejandro Pérez Polo].
Ese análisis histórico se acompaña con el rigor teórico, puesto que la mayor parte de los artículos que forma este libro, se preocupan por definir en forma precisa que entienden por fascismo o populismo, y cuáles son los riesgos, alcances y limitaciones de emplear esos términos para estudiar, caracterizar y, por supuesto, enfrentar la extrema derecha en nuestro tiempo. Ese rigor teórico, analítico y conceptual permite entender las razones que explican la emergencia, expansión y consolidación de las extremas derechas, algo que no es resultado de sus propias virtudes, sino de los errores y el profundo vacío que ha dejado la retirada de las izquierdas, sus derrotas, sus inconsecuencias y el abandono de los trabajadores y de las clases subalternas, que han quedado a merced de la derecha, que ha ganado en gran parte su reconocimiento, a través de nuevos procedimientos, entre los que sobresale el papel militante de las iglesias evangélicas en muchos lugares del mundo, como se nota en los países de nuestra América.
Y un elemento que no pasa desapercibido en estos análisis históricos, políticos y sociales es no perder de vista que tras la ultraderecha se encuentran los EE.UU., dispuestos siempre a apoyar a las fuerzas más retrogradas y criminales con tal de mantener su hegemonía, seriamente resquebrajada, y de destruir los proyectos democráticos, reformistas y revolucionarios que se pudieran plantear en su patio trasero. Por eso adquiere importancia, como lo destaca Claudio Katz, el caso de Venezuela, que ha mantenido la independencia y soberanía pese a la guerra a muerte declarada por los EE.UU. y sus testaferros en el continente.
En fin, un libro lleno de análisis sugerentes en el que se combina el estudio de casos específicos, con el rigor teórico e histórico para comprender el posfascismo. Un bocado suculento para los lectores ávidos de tener instrumentos de análisis para enfrentar con renovados bríos a la ultraderecha que amenaza con destruir la idea misma de que es posible y necesario enfrentar al capitalismo. Porque no se os olvide que “los fascismos, el racismo, el sexismo y las jerarquías que producen se inscriben de manera estructural en los mecanismos de acumulación de capital y de los Estados”.
Bogotá, 2023.
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