POR YEISON ARCADIO MENESES COPETE /
“El plátano está caro”. ¡No compren plátano! Expresan algunas personas en redes sociales estos días. Indudablemente, pagar tres mil pesos por solo un plátano es bastante excesivo, más en un departamento como el Chocó, el cual tiene un índice de pobreza multidimensional del 49 %, según el DANE. Debemos tener en cuenta el subregistro de las estadísticas en estos casos. Tal vez si los estudios demográficos son más juiciosos, los resultados silenciarían nuestros rostros.
Sin embargo, los chocoanos debemos ir mucho más allá de lo que estamos experimentando en los mercados locales. No podemos responsabilizar al sector campesino del departamento del valor de los productos. Estos llamados desesperados resultan vergonzosos, tristes y desesperanzadores. Consciente o inconscientemente, parece que queremos borrar una memoria muy reciente sobre la cual poco nos movilizamos. Algunos sectores sociales y políticos regionales, probablemente con intenciones políticas, hoy quieren soslayar que han sido ellos, grupos politiqueros, responsables directos de la destrucción del sector agropecuario en el departamento. Es vergonzoso porque estos sectores “podríticos” se han dedicado exclusivamente al saqueo del erario. Olvidan que han sido tristemente elegidos por décadas como “representantes” de comunidades y de la región, pero han sido mezquinos, dirigentes con una minúscula visión de gobernabilidad y desarrollo. En gran medida, las últimas décadas se han caracterizado por la depredación de todas las riquezas que alberga esta maravillosa región. También, vale decir, que han contado con una ciudadanía mayoritariamente poco concernida por el devenir del departamento y entregada a los vicios que impone el consumismo, el parecer. Se impuso como sentido común el “ir por lo suyo”, la formación de clubes de “embilletados”.
Amén de la exclusión histórica y el ninguneo de los gobiernos centrales de los últimos años, uribistas y neoliberales, muy afines a la clase “podrítica” regional, los dirigentes chocoanos han tenido todo en sus manos para impulsar el sector agrícola y pecuario, por ejemplo, en la región. Han tenido el poder para posicionar el departamento del Chocó como una región líder en la producción de alimentos para el país e incluso en el mercado internacional. No obstante, la decisión ha sido profundizar en la miseria económica y del espíritu. Han destruido la ética y la moral que por mucho tiempo acompañó estos pueblos. Han sembrado la mendicidad y la perversa compra de consciencias vestidas de una maldición que ellos nombran “obras de caridad”. Han “minado” todos los sectores productivos de la región que generaban ingresos al departamento y dinamizaban la economía. Han socavado las esperanzas de la juventud que cada vez más se ve obligada a salir del departamento en búsqueda de oportunidades. Destruyeron el sector salud. Hoy Medellín se ha convertido en la clínica de los chocoanos. Crearon el ambiente perfecto para que sectores retrógrados del país sentaran las bases de la violencia barbárica, el tráfico de armas y el cultivo de coca que vive la capital y el departamento en general. ¿Cuándo van a asumir lo que les corresponde?, ¿Cuándo la ciudadanía les va a cobrar social y políticamente a estos dirigentes lo que merecen?, ¿hasta cuándo vamos a soportar las mismas familias llevando a los profundos infiernos los sueños de miles de chocoanos?
Asimismo, conviene hacer un llamado fuerte a los sectores del liderazgo étnico en la región. Los procesos de titulación colectiva deben generar alimentos para la gente. No se puede esconder que sí se han generado proyectos millonarios, pero desde una visión cortoplacista y similar a la clase dirigente, estos se han quedado generablemente en proyectos para semillas, talleres insulsos, viáticos, viajes, azoteas, reforestaciones improvisadas y producción mínima familiar temporal. ¿Hasta cuándo vamos a permanecer en esta ilógica? ¿Cuándo entregaremos la representación étnica al pueblo?, ¿Cuándo avanzaremos en procesos productivos de avanzada que generen soberanía y seguridad alimentaria en el departamento y que inserten las empresas nuestras en el mercado nacional e internacional? Es hora de preguntarnos, ¿cuántas de las tierras tituladas, por ejemplo, serán dedicadas para la industria agrícola de las comunidades afro? ¿O seguiremos como el coro de la canción del maestro Octavio Panesso, Los pueblos de negros, “y solo nos conformamos, con talleres y conferencias”?
Finalmente, el Chocó no escapa a la realidad que ha vivido el país en las últimas décadas por el conflicto armado o las guerras globales que elevan los costos de producción en sectores completamente olvidados por los gobiernos locales, regionales y nacionales en las últimas décadas. Estamos esperanzados en que el Gobierno del Cambio siga profundizando en políticas precisas de recuperación del sector. Urge cambiar radicalmente este clima de violencia, impuesto por una clase dirigente regional y auspiciado por las élites colombianas, desde la década de los 90.
La violencia armada se ha apoderado de los territorios rurales y urbanos del departamento. Los chocoanos no podemos olvidar que desde esta época vivimos realmente un éxodo. La presencia de nuestra población en Cali, Medellín, Bogotá, Cartagena, Barranquilla, Pereira, etc., se maximizó como nunca. La mayor parte de esta población viene de las zonas rurales. El campesinado chocoano ha sido des/ombligado, despojado, de sus territorios, de sus procesos productivos, de sus sueños, de sus imaginarios, de sus espiritualidades, de sus fiestas, de sus modos de vida. Los armados prohibieron el uso de las tierras, el recorrido por las selvas, la pesca y hasta minaron sus territorios. Miles de ellos también llegaron a la capital chocoana, donde han experimentado la xenofobia, la aporofobia, la segregación y la discriminación. Mientras tanto una clase “podrítica” dedicada a acaparar el ya menguado presupuesto de la nación para la región en obras de gran envergadura. Siendo promotores, seguidores y fichas del uribismo, pastranismo o gavirismo (neoliberales siempre unidos), estos dirigentes no propusieron o desarrollaron ni alternativas sociopolíticas serias para detener las masacres, el éxodo y asegurar los retornos con garantías, ni implementaron políticas sociales y económicas que acompañaran técnica, psicológica, económica y socialmente estas poblaciones. Pues lo que estamos viviendo es parte de lo que han forjado en estas décadas en las que han permanecido sentados en el poder regional. Por todo ello es preciso preguntarle a la ciudadanía chocoana: ¿no es ya hora de pasar factura a esta clase de mediocres, corruptos, saqueadores y falsos mesías?
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