CON INFORMACIÓN DE EL PAÍS DE ESPAÑA /
Habrá que identificar una nueva motivación central que determinará el ganador final, porque la sed de cambio ha quedado suficientemente satisfecha, al desaparecer del escenario político la mafia de la ultraderecha uribista que ante su aplastante derrota ya anunció el apoyo al controvertido Trump colombiano.
Los resultados de la primera vuelta presidencial dejaron a Colombia en la disyuntiva de escoger entre el candidato que produzca menos miedo o aquel que genere menos incertidumbre. El senador progresista Gustavo Petro despierta los miedos asociados al infundio del castro-chavismo que aún saca a relucir la ultraderecha uribista, mientras el exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, un ‘outsider’ que se asimila por su estilo autoritario y grotesco al controvertido expresidente estadounidense Donald Trump, genera profunda incertidumbre derivada de su poca experiencia, su desconocimiento de los asuntos del Estado y su talante misógino, homofóbico, grosero y palurdo. Un candidato que en la campaña de primera vuelta se declaró admirador de Adolfo Hitler.
El triunfo de un candidato que en sus mocedades fue insurgente, Petro, que obtuvo algo más del 40% de los votos, y de un constructor millonario abiertamente contrario a la política tradicional, considerado el Trump colombiano, produce un primer resultado: habrá que identificar un nuevo tema central que determinará el ganador final porque la sed de cambio ha quedado suficientemente satisfecha, al reducir la competencia a dos opciones que no tienen que ver con los decadentes y corruptos partidos tradicionales de derecha que han gobernado históricamente a Colombia.
El comportamiento de los electores que no votaron ni por el uno ni por el otro, que representan casi el 30% de los votantes, es impredecible. Es cierto que un porcentaje de ellos son voto duro de los partidos que hace solo tres meses ganaron la mayoría en el legislativo, y que ese sector se irá mayoritariamente por el ingeniero Hernández. Pero otra porción de votantes no ejerce la fidelidad partidaria y estará atento al desempeño de los dos candidatos en las tres semanas que separan una votación de la otra.
Federico Gutiérrez, el candidato oficialista, apoyado por el uribismo y el deslegitimado gobierno de Iván Duque, tercero en la contienda con el 23% de los votos, se anticipó a anunciar que él votará por Hernández porque su principal motivación es derrotar a Petro, que para él en su discurso demagógico personifica una “amenaza” socialista para Colombia. Es un vocero del miedo que comparte un porcentaje de los electores, que se medirá finalmente el próximo 19 de junio cuando se realiza la segunda y definitiva vuelta.
Las cuentas iniciales de una probable unión de los sectores de derecha y del criminal establishment colombiano le darían una ventaja a Hernández, pero la campaña de la segunda vuelta electoral subrayará sus debilidades y lo convertirá en centro de ataques de los que hasta ahora se ha liberado dado que la confrontación estaba centrada entre Petro y Gutiérrez.
La mayor debilidad de Hernández es el vacío de su programa, que prácticamente no se conoce y que en la fase definitiva de la campaña tendrá que exponer. El propio candidato admite que desconoce sobre los temas esenciales del Estado y el Gobierno. Confía en que un equipo de Gobierno conformado por personas sin vínculos políticos le permitirá hacer una buena gestión, por lo que probablemente una de sus tácticas de campaña será mencionar algunos nombres de profesionales reconocidos que ayuden a disminuir la incertidumbre que él genera. También tiene en contra que muy posiblemente por su falta de preparación y desconocimiento de los asuntos del Estado rehuya a los debates que se proyecten realizar con Petro.
Gustavo Petro, por su parte, tiene ventaja en el conocimiento de la problemática socioeconómica del país, es un experimentado parlamentario, maneja bien la retórica y es un excelente expositor, representa el antiestablecimiento y especialmente el antiuribismo, integrado por el rechazo de un importante sector de la población al cuestionado expresidente Álvaro Uribe y su partido político con tintes fascistas denominado Centro Democrático, al cual le cuestionan –especialmente los jóvenes– las violaciones de derechos humanos (como los ‘falsos positivos’) ocurridas durante su Gobierno con la justificación de derrotar militarmente a la guerrilla de las FARC, así como su oposición al acuerdo que permitió la desmovilización de ese grupo insurgente hace cinco años.
Hernández ha sido crítico de Uribe y especialmente del impresentable Gobierno de Iván Duque, ambos del partido Centro Democrático, a pesar de lo cual el uribismo se volcó desde el mismo domingo 29 de mayo a apoyarlo de manera oportunista. ‘El ingeniero’, como se le conoce, no responde todavía a ese apoyo temprano y sin condiciones de ese sector político, pero seguramente dirá que todo el que quiera votar por él, que lo haga, pero que no hará acuerdos con nadie. Buena parte de su viabilidad dependerá de mantenerse alejado de ese grupo, que gobernó buena parte de los últimos veinte años y ahora es rechazado por la mayoría de los ciudadanos, según lo registran todos los estudios de opinión.
La misma disyuntiva la tiene en relación con los partidos tradicionales Conservador, Liberal, Cambio Radical, y de la U. Probablemente sus directivas querrán apoyar a Hernández.
Gustavo Petro probablemente repetirá la fórmula de los candidatos de izquierda, que es matizar sus posturas para una segunda vuelta tratando de atraer votantes del mal denominado ‘centro’ del espectro político. Pero lo más importante no será el posicionamiento ideológico, sino la moderación de propuestas que atizan el miedo que sus contradictores se dedican de manera mentirosa a propagar.
Lo que sí es seguro es que el próximo Gobierno significará un rompimiento de esa cierta estabilidad y previsibilidad de las políticas públicas y de las relaciones entre los poderes, en especial entre el Legislativo y el Ejecutivo.
El desafío de Petro es derrotar la campaña de infundios, calumnias, ofensas e insultos de los sectores ultraconservadores liderados por el uribismo mediante la exposición clara y concreta de sus propuestas, en tanto que el de Rodolfo Hernández es doble: recibir los cuestionados apoyos políticos de la ultraderecha uribista sin ‘contaminarse’ y reducir la incertidumbre de un conductor que parece avanzar sin mirar la brújula que, en caso de ganar, llevaría al precipicio a Colombia.
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