En busca de un país: Marta Traba, 40 años después

POR JAIME FLÓREZ MEZA /

“Yo no tenía país. Perdí a la Argentina porque resolví no tener nada que ver con un lugar en el que están permanentemente funcionando las dictaduras en su nivel más horrible y sanguinario. Cuando uno viaja de un lado para otro, y es una especie de nómada, se tiene una inestabilidad muy tremenda”.

– Marta Traba

27 de noviembre de 1983: un avión de Avianca (por entonces empresa colombiana) que viajaba de París a Bogotá con escala en Madrid, se estrella a ocho kilómetros del aeropuerto de esta última ciudad tras chocar contra un cerro. Pierden la vida 183 ocupantes, entre los cuales estaban la crítica e historiadora de arte argentina Marta Traba y su esposo, el crítico literario, escritor y académico uruguayo Ángel Rama, como también los escritores Jorge Ibargüengoitia y Manuel Scorza. Todos viajaban para asistir al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana a realizarse en Bogotá, por invitación del presidente Belisario Betancur, quien justamente en enero de ese año había otorgado la nacionalidad colombiana a Marta Traba. Cuatro personas sobreviven al siniestro.

Habían pasado casi dos años de la muerte de una anarquista e infravalorada artista colombiana cuya obra había sido fervientemente defendida por Traba: Feliza Bursztyn, fallecida en enero de 1982 de un paro cardíaco en París ante un grupo de amigos, uno de ellos Gabriel García Márquez, que precisamente ese año recibiría el premio Nobel de Literatura. Bursztyn y García Márquez habían sido perseguidos por el régimen del presidente Turbay Ayala por infundadas acusaciones de colaboración con la guerrilla del M-19, lo cual los forzaría a abandonar Colombia en 1981. Y veintiún años de la muerte del poeta colombiano y compañero sentimental de Feliza, Jorge Gaitán Durán, también en un accidente aéreo cuando viajaba, como Marta, rumbo a Colombia procedente de Francia.

Marta Traba y Ángel Rama vivían por entonces en Washington DC., pero se les negaría la visa de residencia en 1982 por razones políticas: Reagan estaba en la presidencia liderando un contraataque a todo lo que supusiera riesgos de seguridad nacional para los EE. UU., tanto dentro como fuera del país. Traba y Rama tenían posiciones de izquierda y, como en los tiempos de la cacería de brujas macartista, eso parecía bastar para cerrarles las puertas. Sin embargo, Francia le ofreció a Rama continuar su labor docente, con lo cual la pareja viajaría a París ese año. Marta había vivido en París en su juventud; de hecho, estaba acostumbrada al nomadismo, aunque había pasado un largo período de su vida en Colombia entre las décadas del cincuenta y sesenta, etapa fundamental en su carrera pues sus actividades y escritos de artes plásticas en este país hicieron que su nombre resonara en Latinoamérica como una de las más importantes críticas, historiadoras de arte y gestoras culturales. Colombia pudo haber sido el país que estaba buscando, pero fue el primero que la terminó expulsando. En Colombia pudo decir y escribir lo que se le diera la gana, ejercer un magisterio artístico en medios de comunicación y universidades, retomar una promisoria carrera literaria, ser parte de la institucionalidad, tener poder y enfrentarse al poder, derribar mitos canónicos, valorar y promover la obra de artistas que de otro modo probablemente no habrían tenido el eco que tuvieron, ser admirada, temida, respetada, incomprendida y despreciada.

Marta Traba Taín (1930-1983).

Vidas cruzadas

Marta Traba Taín era hija de inmigrantes españoles, más exactamente gallegos, gentilicio que los argentinos, por cierto, aplicaron a toda persona proveniente de la península ibérica. Nacida en Buenos Aires el 25 de enero de 1923, curiosamente algunas fuentes ubican su nacimiento en 1930 y otra en 1927. Lo cierto es que la mayoría de fuentes coinciden en 1923, con lo cual el presente año ha sido el del centenario de su natalicio. Por otra parte, su aniversario de muerte coincide con los cuarenta años de elecciones libres y democracia en Argentina, hoy seriamente amenazada por el reciente triunfo del ultraderechista Javier Milei.

Marta estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Pronto empezó a frecuentar las galerías de arte que se encontraban muy cerca de la facultad, en la calle Florida, lo cual estimuló su particular interés en las artes plásticas. Sus primeros pasos los dio en la revista Ver y estimar, dirigida por el crítico de arte Jorge Romero Brest, en la cual se desempeñó como secretaria de redacción. Sobre este primer maestro que tendría en el campo de la plástica, satirizaría muchos años después en una carta a su amigo Juan Gustavo Cobo Borda a propósito de un artículo publicado en la revista cultural colombiana Eco, de la cual Cobo Borda fue su último director, al comentar lo siguiente: “… y en vista de que en el citado número no aparece ningún artículo de María Elvira Iriarte, aunque sí la Ilíada verdaderamente antológica de un tal Romero Brestia…” (la cursilla es del autor de esta nota).

El deseo de Marta era tener una formación más amplia y cosmopolita en uno de los grandes centros artísticos, intelectuales y culturales del mundo, París, que por lo demás era el sueño de todo joven intelectual argentino. En octubre de 1948 se embarcó sola rumbo a Europa, en los duros años de la posguerra. Pasó primero por Génova y Roma y llegó a París al año siguiente. Fue una época de mucha precariedad en su vida, pero supo arreglárselas para tomar cursos de historia del arte y estética en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad de La Sorbona y en la Escuela del Louvre, trabajando como traductora de proyectos de la Unesco y como asistente del escritor Octavio Paz, que ostentaba el cargo de tercer secretario de la Embajada de México. En concreto Marta pasó en limpio el manuscrito del ensayo de Paz El Laberinto de la soledad, que sería una de sus obras más importantes y la más vendida. Fue el primer contacto que tuvo Marta con un escritor de tan alto nivel. En París conoció, además, al hombre que cambiaría su vida por completo: Alberto Zalamea Costa, hijo del escritor, poeta, periodista y político colombiano Jorge Zalamea, que ya era uno de los intelectuales más importantes de Colombia por aquel tiempo. Se casaron y en noviembre de 1950 decidieron marcharse de París por las dificultades económicas que atravesaban. Viajaron a Buenos Aires, donde nacería su primer hijo, Gustavo, en 1951.

Ángel Rama y Marta Traba en México, 1972. (Foto: Héctor García Fuente: Revista Credencial).

La situación política, social y económica en Argentina era, como ahora, caótica e inestable. No obstante, Marta aprovechó la estadía para publicar un poemario suyo en 1952, Historia natural de la alegría, dentro de la colección de poesía que dirigía el exiliado poeta español Rafael Alberti en editorial Losada. Debido a la represión peronista, al siguiente año la pareja optó por irse a Chile. Vivieron algunos meses en Santiago sin lograr, otra vez, poder establecerse. Volvieron a Europa a fines de 1953 y pasaron una temporada en Roma. Pese a sus esfuerzos y a que habían encontrado un lindo lugar para vivir en las afueras de la ciudad, el dinero no alcanzaba. De tal manera que su siguiente destino fue Colombia, gracias a un trabajo ofrecido a Alberto Zalamea por el ex presidente Eduardo Santos, director del diario El Tiempo, como redactor en la sección internacional. Acaso contra todo pronóstico, será esta la más larga estadía que tendrá Marta por el resto de su vida.

Una pedagogía del arte a través de los medios

Los Zalamea Traba llegaron a Colombia en septiembre de 1954. El país estaba dejando atrás un período de violencia antiliberal emprendida por el partido Conservador —la cual se recrudeció bajo el gobierno del conservador Mariano Ospina Pérez (1946-1950)— que había dejado cientos de miles de víctimas. De todas formas y pese al gobierno dictatorial del general Rojas Pinilla (1953-1957), fue un momento oportuno para Marta por la veta que se le abrió, particularmente en la recién inaugurada televisión pública. A través de los contactos y las amistades de su esposo, Marta fue conociendo a distintos personajes del ámbito cultural. Uno de ellos era Álvaro Castaño Castillo, director de la radio HJCK, quien la invitó a hacer un programa sobre artes plásticas con el escritor Álvaro Mutis, jefe de relaciones públicas de la ESSO en Colombia por aquel tiempo. El programa se llamaba Cincuenta años de progreso, con libretos de la propia Marta. A su vez el visionario primer director de la Radio Televisora Nacional de Colombia, el joven abogado Fernando Gómez Agudelo, le dio la oportunidad de realizar un programa semanal titulado La Rosa de los Vientos, para que hablara de sus viajes. Obviamente, lo que Marta quería hacer era programas sobre artes plásticas. Y a finales de 1954 inició el primero de ellos, El museo imaginario, nombre que tomó de un ensayo del escritor francés André Malraux. Marta no tenía una buena voz, pero era carismática, muy culta, elocuente y atractiva.

(Fuente: Cambio16).

Las condiciones de la naciente televisión en Colombia permitían hacer muy poco, por lo cual tanto en este como en otro programa paralelo, Una visita a los museos, Marta se limitaba a presentar imágenes de obras del arte europeo reproducidas en postales, láminas y libros que ella misma había traído de Europa. Sus programas fueron bien recibidos por los más importantes diarios capitalinos (en aquellos años la señal televisiva solo cubría a Bogotá, Medellín y Manizales) y la revista Cromos. Pero Marta también quiso ocuparse de las prácticas artísticas en Colombia, preocupación que tendría por el resto de su vida, y realizó un tercer programa al que llamó El ABC del arte. Era este un espacio más elaborado porque presentaba a artistas colombianos y sus obras, tanto en estudio como a través de películas.

Sin embargo, la censura gubernamental y la de la prensa conservadora dio al traste con sus programas a raíz de una crónica publicada en el diario La República, en el cual su autor, Alfredo Trendall, pretendía caracterizar el abstraccionismo en sus diferentes facetas, haciendo pasar el expresionismo figurativo, el surrealismo, el dadaísmo y el arte de Gaudí como manifestaciones de arte abstracto. En uno de sus programas Marta criticó duramente a Trendall por su irresponsable confusión e ignorancia, lo que le granjeó un primer problema con el poder: el diario conservador la acusó, insólitamente, de intervenir en política. Y con ello presionó al régimen para que cancelara los programas televisivos de Traba después de casi dos años de estar al aire.

No era de extrañar en un régimen que había cerrado los diarios El Espectador y El Tiempo y había expulsado del país al pedagogo y director teatral japonés Seki Sano por acusaciones de comunismo. Y que también había echado a la presentadora de televisión Gloria Valencia de Castaño por conducir un programa de entrevistas con escritores e intelectuales colombianos, calificado como foco de subversión por cuanto la mayoría de sus invitados eran de ideas izquierdistas. Y que envió al mismo ejército al estudio de televisión mientras se emitía el programa El lápiz mágico en el cual participaban tres caricaturistas: Merino, Carrizosa y “Chapete” (sobrenombre de Hernando Turriago), a causa del crítico personaje “José Dolores” que este último habría creado en dicha emisión. El programa se suspendió de inmediato.

En junio de 1957, pocas semanas después de la caída de Rojas Pinilla, Marta Traba reapareció en la televisión como invitada a un programa de entrevistas. A petición de las nuevas directivas de la Radio Televisora Nacional, en noviembre de ese año inició al fin un nuevo programa, Curso de Historia del Arte. Lo interesante de esta producción es que fue el primer curso de extensión cultural televisado que se hizo en Colombia. Era una ambiciosa serie de 38 emisiones que abarcaba desde el arte rupestre hasta las vanguardias europeas de comienzos del siglo XX. Marta sabía que este tipo de programas se hacía en Norteamérica y Europa; y su experimento en Colombia, pese a la limitación de recursos para su realización y a que la señal televisiva solo llegaba a pocas ciudades, puede considerarse todo un logro en una época sin Internet y nuevas tecnologías, al contar con 640 personas inscritas que recibían copias mimeografiadas de los libretos de cada programa y una guía de trabajos prácticos.

Marta en El museo imaginario, 1955/56. (Foto: Señal Memoria).

Por la misma época Marta presentó otro programa de carácter cultural llamado Ciclo de conferencias, en el que participaron treinta intelectuales colombianos. Y en la siguiente década, concretamente en 1966, realizó un programa periodístico, Puntos de vista, que la enfrentaría por primera vez con el gobierno del presidente liberal Carlos Lleras Restrepo. Pero Marta no solo era, otra vez, cuidadosamente observada por un gobierno debido a su amplitud mental y su actitud izquierdista. También estaba en la mira de numerosos detractores del mundo académico y periodístico. Entre estos últimos, un paradójico escritor que pontificaba desde la gran prensa. Pero de ello se hablará más adelante.

Marta abarcó todos los medios. Escribió ensayos y libros de arte; reseñas, críticas y dosieres en la revista Plástica (1956-1960), de carácter tanto nacional como internacionalista, y en importantes diarios del país. Además, creó su propia revista de arte: Prisma, que a pesar de su corta existencia fue fundamental para impulsar las prácticas artísticas modernas en el país y seguir haciendo pedagogía del arte, que era lo que más le interesaba. Publicada a lo largo de 1957, según Betina Barrios Ayala el emprendimiento surgió a partir de grupos de estudio privados que Traba había conformado anteriormente. Pero otro autor, Ricardo Rodríguez Morales, afirma que la idea vino de un primer curso (sobre Renacimiento y Arte moderno) que Marta condujo en la Universidad de América. La revista no solo trataba cuestiones de artes plásticas sino también de arquitectura y diseño. Aunque se centraba en prácticas estéticas colombianas y americanas, la revista solía hacer perfiles de artistas europeos y alcanzó a reseñar distintos estilos históricos y formas artísticas de la China y Japón. Desafortunadamente, después de doce números la revista resultó inviable.

Del museo imaginario al museo real

Como ciertas cosas que ocurren en Colombia, el nacimiento del Museo de Arte Moderno de Bogotá fue paradójico: se creó por decreto en 1955, bajo la dictadura de Rojas Pinilla, pero solo se inauguró y abrió al público en 1963. Y fue Marta Traba la encargada de hacer realidad un proyecto que durante ocho años solo existía en papeles. En octubre de 1962 asumió la dirección del museo que empezó a funcionar en un local del centro de Bogotá (por cierto, alquilado por la ESSO) en febrero de 1963, inaugurándose con una muestra del pintor hispano-colombiano Juan Antonio Roda. Dos años después el rector de la Universidad Nacional, donde la argentina también daba clases —además de hacerlo en la Universidad de América y la Universidad de los Andes—, cedió un pequeño edificio en el campus universitario como sede del museo. Y allí funcionó hasta 1970.

La visión que Traba tenía del museo era la de un espacio artístico global, en el que confluyeran también otras disciplinas como el cine, el teatro, la música, la danza, la literatura y hasta la novedosa disciplina conocida como performance. Sin embargo, pese a su intensa labor formativa y administrativa, Traba tendía a monopolizar todas las funciones pues fungía como única curadora de las exposiciones y, por otra parte, dirigía el Programa de Extensión Cultural y Relaciones Públicas de la Secretaría General de la Universidad Nacional de Colombia, cargo al que había sido llamada por José Félix Patiño Restrepo, rector del alma mater por aquellos años.

Hacia mediados de los años sesenta Marta era una reconocida crítica, historiadora y curadora de arte, una implacable gestora cultural e incluso una talentosa y emergente novelista. Así como era admirada y respetada, también era temida, criticada, envidiada y odiada. Como bien dice Betina Barrios Ayala, “la actitud pasional y efervescente de Marta fue también inconsistente. En ocasiones cayó en la descalificación, la generalización y la intransigencia”.

Marta, la literata

A Marta Traba siempre le interesó y apasionó la literatura. Era lo que desde un comienzo deseaba ser: escritora. Y quizás sea esta la faceta que menos se conoce de su trayectoria. Fue en Colombia donde retomó el oficio literario después de muchos años de haber escrito aquel bello poemario que publicó en Buenos Aires —Historia natural de la alegría—. Pero a Marta lo que mejor se le daba era la narrativa y su revelación fue con Las ceremonias del verano, por la cual ganó en 1966 el premio cubano Casa de las Américas de novela, concedido por un jurado presidido nada menos que por Alejo Carpentier. La novela también sería editada en Buenos Aires por Editorial Jorge Álvarez. En total escribió siete novelas y dos libros de cuentos.

(Foto: Agapea).

Acerca de su premiada novela y de otras como Los laberintos insolados (1967) y La jugada del sexto día (1969), comentaba en julio de 1984 Juan Gustavo Cobo Borda, editor de Marta Traba en Colombia:

“Más que una novela parecía una serie de cuentos, dulcemente nostálgicos, en los cuales una adolescente enamorada revisaba las etapas de su iniciación. Allí se enfrentaba, por primera vez, al atroz escenario bogotano, recreando, con horror, las inmediaciones de la estación de la Sabana; la lumpenización descarnada que la ciudad había experimentado, a partir del 9 de abril [de 1948] cuando, rabiosa, quemó tranvías nemesias. […] Novelas como Los laberintos insolados y La jugada del sexto día revelan, en clave, los vaivenes de su corazón, pero ellas van mucho más allá de lo autobiográfico. Tratan de absolver preguntas sobre la inmadurez de nuestros hombres, atrapados en edipos legendarios; o reflexionan sobre los cambios vertiginosos de una sociedad que se desangraba en un nauseabundo charco de violencia patológica. La violencia, ese mal endémico que parece definir a Colombia, arrojaba a sus primeros raponeros, luego de razzias implacables en los campos, a esa carrera 7 que ella llegaría a conocer como la palma de su mano”.

Con el humor que caracterizaba su correspondencia, Marta encabezaba así una carta desde Venezuela dirigida al mismo Cobo Borda: “Caracas, ciudad asquerosa, mercantil e inmunda, 6 de junio”, en la que le confiaba respecto a la escritura de la novela Homérica Latina, que le había quedado de “350 cuartillas” y que, si a él le parecía, “serán vueltas a reescribir hasta que salga de verdad la obra maestra. Llevo tres años en ese cepo, con intervalos en los cuales me he entretenido escribiendo sin cesar ensayos sobre plástica”. La novela se publicó en 1979.

(Foto: BogotAuctions)

Conversación al sur (1981) es una novela que recrea sus años en Montevideo (1969-1974). En opinión de la historiadora del arte e investigadora uruguaya Sonia Bandrymer, esta es su novela mejor lograda. “Cuando llegó a nuestro país presenció la aplicación de las ‘medidas prontas de seguridad’, la censura de prensa, la intervención universitaria, el desafuero de parlamentarios, las detenciones, los allanamientos”, dice Bandrymer. Es esa, pues, la ciudad que aparece en la novela. Cobo Borda coincide en la madurez literaria que habría alcanzado Traba con esta obra: “Una de las mejores críticas de las artes plásticas en América Latina, y una novelista que se había ido haciendo, a sí misma, con severo entusiasmo, hasta lograr esa concreción indudable que es Conversación al sur”; y acota que, si esta es la “novela de la represión y la tortura, En cualquier lugar, terminada de escribir en Washington en 1982, es la novela del exilio”. Tanto esta como Casa sin fin’, su última novela, se publicaron en forma póstuma en 1984 y 1988, respectivamente.

La izquierdista

Todo parece indicar que Marta Traba era una mujer de izquierda desde sus años en París, aunque nunca fue militante de ningún partido ídem. Sonia Bandrymer asegura que Marta “no tenía formación política, ni militancia alguna, decía lo que pensaba”. Apoyó, eso sí, a la Revolución Cubana hasta 1971, cuando firmó una declaración en contra por la detención del poeta cubano Heberto Padilla. A mediados de los sesenta había viajado a La Habana para participar como jurado en un concurso internacional de teatro escrito. En Colombia solía relacionarse con personas de las altas esferas, a menudo por cuestiones laborales y también por amistad, pero siempre mantuvo una actitud crítica frente a ellas.

Desde luego, no solo mantenía contacto con personas de la oligarquía bogotana sino con otras de distintos niveles socioeconómicos. Ella decía que siempre “había visto al otro, a la otredad”. Un ejemplo de ello es el mencionado programa televisivo que realizaba en 1966, Puntos de vista, que trataba distintos asuntos culturales y no solo de artes plásticas. En una ocasión invitó a algunos estudiantes de la Universidad Nacional para que hablaran de “las realizaciones culturales, académicas y gremiales de la universidad”, como ella misma explicó en carta publicada después en el diario El Tiempo. Como el programa se transmitía en vivo, probablemente al comandante de turno de la policía de Bogotá le disgustó que unos estudiantes de la más importante universidad pública del país hablaran de cosas que él consideró, absurdamente, como apología de la subversión, enviando a un grupo de agentes a detener la transmisión. Traba declararía a la prensa que “no podría hablar bajo censura o bajo el control de la policía” y que, de ser así, cancelaría el programa. También es probable que las simpatías de Traba por la Revolución cubana influyeran en este episodio policial.

(Foto: Enciclopedia de la literatura en México).

Por aquel tiempo Marta se vio enfrentada, como se anunció previamente, al escritor y periodista Gonzalo Arango, cuya azarosa vida lo había llevado a ser, de joven, corresponsal en Medellín del Diario Oficial, órgano del régimen de Rojas Pinilla; y, a los pocos años, fundador de un iconoclasta grupo de pseudo escritores que fueron conocidos como los nadaístas, quienes en sus primeros años despreciaban todo lo que fuera institucionalidad. Cuando Arango tuvo su rifirrafe con Traba, ya se había integrado a la gran prensa nacional. Y desde ahí se fue lanza en ristre contra Marta, a quien tachó de “acolitar ciertas imposiciones de la izquierda”, según recuerda el escritor colombiano Germán Espinosa en sus memorias. Y todo ello a raíz del segundo premio que obtuvo Marta en el Concurso Nadaísmo de Novela que, por cierto, no ganó ningún nadaísta. Resentido por ello, Arango calificó Los laberintos insolados, la segunda novela de Traba, como una “picúa de vanguardia”: picúa es un localismo cubano que puede significar persona de mal gusto o “que contrasta negativa o desagradablemente en un lugar” o, también, habladora. Esta malintencionada declaración tenía el doble propósito de desacreditar a Marta y a Cuba, y, como otras que hizo en un artículo posterior, desataron las iras del suegro de Marta, el escritor Jorge Zalamea, que a su vez acusó a Arango de ser “un indecente soplón de los servicios de inteligencia norteamericanos”, pero sin presentar ninguna evidencia. A partir de ahí ambos autores sostuvieron una agria controversia en la prensa que duró alrededor de tres años, prácticamente hasta la muerte de Zalamea en 1969.

Marta Traba cuatro veces, obra de Carlos Rojas, 1965. (Foto: MirariArtis).

En un artículo publicado en el Magazín Dominical del diario El Espectador, titulado “Marta, 4 veces menos”, Arango parodiaba la obra visual Marta Traba cuatro veces, que el artista Carlos Rojas había elaborado a partir de una foto de Marta, y afirmaba que si había motejado su novela como una picúa no era para ofenderla, pues decía haber sentido por ella “una profunda admiración intelectual”, sino porque creía firmemente que la novela de alias Pablus Gallinazo, a la sazón escritor y cantautor nadaísta, era muy superior. Parece ser que lo que más había molestado a Arango, por encima de cierta crítica que la propia Marta había hecho del concurso, era un comentario de la cronista literaria Helena Araújo elogiando a los ganadores del primer y segundo premio (Germán Pinzón y Marta Traba, respectivamente). “Nos cobraba ese triunfo como precio de la liquidación literaria de nuestro movimiento, y calificaba las novelas de Pablus Gallinazo y Humberto Navarro como obras de tentativa y premios de consolación”, se lamentaba Arango.

Jorge Zalamea apreciaba y valoraba enormemente a su nuera, aun cuando el matrimonio de su hijo estuviera a punto de colapsar. Además, compartía con ella su izquierdismo y apoyo a Cuba, y Marta reconocía en Zalamea a uno de sus mentores. Pero, para entender mejor la polémica con Arango, es preciso tener en cuenta el contexto de la época que se vivía en Colombia y el mundo: eran los años de la bipolar Guerra Fría, la Revolución cubana era vista como paradigma del cambio social en el Tercer Mundo, el cura rebelde Camilo Torres se convertía en símbolo de una hipotética revolución política y espiritual en Colombia, el Che Guevara se convertía en icono de la rebeldía política continental, se hablaba mucho del compromiso sociopolítico del intelectual, el feminismo era uno de los nuevos movimientos sociales… En fin. El episodio entre Traba, Arango y Zalamea ilustra un poco todas esas tensiones. Y la novela que encendió tan largo debate fue publicada en 1967, para beneplácito de Marta y sus admiradores, por Seix Barral.

(Foto: Goodreads)