“Estados Unidos ha avivado vigorosamente las llamas impulsando el avance de la OTAN en el este de Europa”: Chomsky

Noam Chomsky

POR C.J. POLYCHRONIOU /

Cuando las tensiones en torno a una posible incursión de rusa a Ucrania aumentaban, el portal Truth Out publicó el pasado 4 de febrero una entrevista con el intelectual y activista estadunidense Noam Chomsky, quien hizo un recuento de la expansión de la OTAN en Europa del Este, lo que él considera una clave para entender el actual conflicto entre Rusia y Ucrania.

Chomsky indica que han sido los gobiernos estadunidenses, no la OTAN como tal, quienes han admitido a países de Europa del Este como sus nuevos miembros. Así, el ingreso de estas naciones ocurrió aceleradamente a partir de que Alemania Democrática se integró a Alemania Federal. Posteriormente se unieron a la OTAN las naciones que conformaron el bloque socialista europeo: República Checa, Hungría y Polonia (1999), Rumania, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia y Eslovaquia (2004), Albania y Croacia (2009), Montenegro (2017) y Macedonia del Norte (2020).

Señala, inclusive, que Francia y Alemania, países claves dentro de la Alianza Atlántica, vetaron el ingreso de Ucrania a la OTAN precisamente para evitar un conflicto como el que finalmente estalló esta semana.

Explica Chomsky: “El canciller ruso, Serguei Lavrov lo dijo muy claramente en su conferencia de prensa en la Organización de Naciones Unidas al indicar que para Rusia eran inadmisibles ‘una mayor expansión de la OTAN en el este y el despliegue de armas de ataque que amenazan el territorio de Rusia’. Todo eso fue reiterado por (el presidente) Putin. Existe una forma simple de lidiar con dicho despliegue de armas: no desplegarlas. No existe justificación para hacerlo. Estados Unidos dice que son armas defensivas, pero Rusia no lo ve así y con justa razón”.

Chomsky indica que Ucrania trataba de distender la situación mientras que en su retórica Estados Unidos insistía en echar leña al fuego al no dar respuesta a las peticiones de Rusia y recalcar que una “invasión” al vecino país era inevitable.

Nota: Estados Unidos y Canadá también son miembros de la OTAN.

Bush Jr. fue quien metió el dedo en el ojo del oso

-¿Sería más exacto decir que la crisis fronteriza entre Rusia y Ucrania se deriva en realidad de la intransigente posición de los Estados Unidos sobre la pertenencia de Ucrania a la OTAN?

Las tensiones en torno a Ucrania son extremadamente graves, con la concentración de fuerzas militares de Rusia en las fronteras de Ucrania. La postura rusa lleva siendo bastante explícita desde hace tiempo. El ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, la expuso claramente en su conferencia de prensa en las Naciones Unidas: «La cuestión principal estriba en nuestra clara postura sobre lo inadmisible de una mayor expansión de la OTAN hacia el Este y el despliegue de armas de ataque que podrían amenazar el territorio de la Federación Rusa». Lo mismo reiteró poco después Putin, como ya había dicho a menudo con anterioridad.

Hay una forma sencilla de abordar el despliegue de armas [de EEUU]: no desplegarlas. No hay justificación para hacerlo. Estados Unidos puede alegar que son defensivas, pero Rusia no lo ve así, y con razón.

La cuestión de una mayor expansión es más compleja. Se remonta a más de treinta años atrás, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se estaba derrumbando. Hubo amplias negociaciones entre Rusia, los Estados Unidos y Alemania. La cuestión central era la unificación alemana. Se presentaron dos visiones. El líder soviético Mijail Gorbachov propuso un sistema de seguridad euroasiático desde Lisboa hasta Vladivostok sin bloques militares. Estados Unidos lo rechazó: la OTAN permanece, y el Pacto de Varsovia de Rusia desaparece.

Por razones obvias, la reunificación alemana dentro de una alianza militar hostil no es asunto menor para Rusia. Sin embargo, Gorbachov aceptó, con una contrapartida: nada de expansión al Este. El presidente George H. W. Bush y el secretario de Estado James Baker estuvieron de acuerdo. En palabras de ambos a Gorbachov: «No sólo para la Unión Soviética, sino también para otros países europeos, es importante tener garantías de que si los Estados Unidos mantienen su presencia en Alemania dentro del marco de la OTAN, ni una pulgada de la actual jurisdicción militar de la OTAN se extenderá en dirección al Este».

Nadie pensaba en nada más allá, al menos en público. En eso estaban de acuerdo todas las partes. Los líderes alemanes fueron aún más explícitos al respecto. Estaban encantados con el mero hecho de contar con el acuerdo ruso para la unificación, y lo último que querían eran nuevos problemas.

El presidente George H.W. Bush cumplió prácticamente con estos compromisos. Lo mismo hizo el presidente Bill Clinton al principio, hasta 1999, el 50 aniversario de la OTAN; con un ojo puesto en el voto polaco en las siguientes elecciones, según han especulado algunos. Admitió a Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN.

El presidente George W. Bush -el adorable abuelo bobalicón al que celebraba la prensa en el vigésimo aniversario de su invasión de Afganistán- eliminó todas las restricciones, incorporó a los estados bálticos y a otros. En 2008, invitó a Ucrania a entrar en la OTAN, metiendo al oso el dedo en el ojo. Ucrania es el corazón geoestratégico de Rusia, aparte de las íntimas relaciones históricas y de una extensa población orientada a Rusia. Alemania y Francia vetaron la imprudente invitación de Bush, pero esta sigue todavía sobre la mesa. Ningún líder ruso la aceptaría; desde luego, Gorbachov, no, tal como dejó claro.

Como en el caso del despliegue de armas ofensivas en la frontera rusa, hay una respuesta directa. Ucrania puede tener el mismo estatus que Austria y dos países nórdicos durante toda la Guerra Fría: neutral, pero estrechamente vinculado a Occidente y bastante seguro, parte de la Unión Europea en la medida en que decidan serlo.

Los Estados Unidos rechazan obstinadamente este resultado, proclamando con altivez su apasionada dedicación a la soberanía de las naciones, que no puede infringirse: debe respetarse el derecho de Ucrania a entrar en la OTAN. Esta postura de principios puede ser alabada en los Estados Unidos, pero seguramente está provocando fuertes carcajadas en gran parte del mundo, incluido el Kremlin. El mundo no ignora nuestra inspiradora dedicación a la soberanía, principalmente en aquellos tres casos que enfurecieron especialmente a Rusia: Irak, Libia y Kosovo-Serbia.

No es necesario hablar de Irak: la agresión estadounidense enfureció a casi todo el mundo. Los ataques de la OTAN a Libia y Serbia, un bofetón ambos en la cara de Rusia durante su fuerte declive en los años 90, se revisten de honestos términos humanitarios en la propaganda norteamericana. Todo ello se disuelve rápidamente al ser objeto de examen, como se ha documentado ampliamente en otros lugares. Y no hace falta revisar el rico historial de veneración de los Estados Unidos por la soberanía de las naciones.

A veces se afirma que la pertenencia a la OTAN aumenta la seguridad de Polonia y otros países. Se puede argumentar con mucha más fuerza que la pertenencia a la OTAN amenaza su seguridad al acrecentar las tensiones. El historiador Richard Sakwa, especialista en Europa Oriental, observó que «la existencia de la OTAN se justificó por la necesidad de gestionar las amenazas provocadas por su ampliación», un juicio plausible.

Hay mucho más que decir acerca de Ucrania y de cómo afrontar la peligrosa y creciente crisis que allí se vive, pero quizás esto sea suficiente para sugerir que no hay necesidad de inflamar la situación y pasar a lo que bien podría convertirse en una guerra catastrófica.

Hay, de hecho, una cualidad surrealista en el rechazo de los Estados Unidos a la neutralidad al estilo austriaco para Ucrania. Los responsables políticos de los Estados Unidos saben perfectamente que la admisión de Ucrania en la OTAN no es opción en un futuro previsible. Podemos, por supuesto, dejar de lado las ridículas posturas sobre la santidad de la soberanía. Así que, en aras de un principio en el que no creen ni por un momento, y en pos de un objetivo que saben inalcanzable, los Estados Unidos se arriesgan a lo que puede convertirse en una traumática catástrofe.

-¿Es difícil imaginar cuál habría sido la respuesta de Washington en el hipotético caso de que México quisiera unirse a una alianza militar impulsada por Moscú?

Ningún país se atrevería a dar ese paso en lo que el Secretario de Guerra del expresidente Franklin Delano Roosevelt, Henry Stimson, llamó «nuestra pequeña región de por acá» [Latinoamérica], cuando condenaba todas las esferas de influencia (excepto la nuestra, que en realidad no se limita al hemisferio occidental). El [actual] Secretario de Estado, Antony Blinken, no es menos inflexible hoy en día al condenar la pretensión de Rusia de mantener una «esfera de influencia», concepto que rechazamos firmemente (con las mismas reservas).

Hubo, por supuesto, un caso famoso en el que un país de nuestra pequeña región estuvo a punto de establecer una alianza militar con Rusia, la crisis de los misiles de 1962. Las circunstancias, sin embargo, eran muy distintas a las de Ucrania. El presidente John F. Kennedy estaba intensificando su guerra terrorista contra Cuba hasta amenazar con una invasión; Ucrania, en cambio, afronta amenazas como resultado de su posible adhesión a una alianza militar hostil. La imprudente decisión del líder soviético Nikita Jruschev de dotar a Cuba de misiles también fue un esfuerzo por rectificar levemente la enorme preponderancia de la fuerza militar de EE.UU. que estaba muy por delante. Sabemos a qué condujo eso.

Hay una forma sencilla de lidiar con el despliegue de armas: no desplegarlas. No hay justificación para hacerlo. Estados Unidos puede afirmar que están a la defensiva, pero Rusia seguramente no lo ve así, y con razón.

La cuestión de una mayor expansión es más compleja. El tema se remonta a más de 30 años, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se estaba derrumbando. Hubo extensas negociaciones entre Rusia, Estados Unidos y Alemania. (El tema central fue la unificación alemana). Se presentaron dos visiones. El líder soviético Mikhail Gorbachev propuso un sistema de seguridad euroasiático desde Lisboa hasta Vladivostok sin bloques militares. Estados Unidos lo rechazó: la OTAN se queda, el Pacto de Varsovia de Rusia desaparece.

Por razones obvias, la reunificación alemana dentro de una alianza militar hostil no es un asunto menor para Rusia. Sin embargo, Gorbachov estuvo de acuerdo, con un quid pro quo: No expansión hacia el Este. El presidente George HW Bush y el secretario de Estado James Baker estuvieron de acuerdo. En sus palabras a Gorbachov: “No solo para la Unión Soviética sino también para otros países europeos, es importante tener garantías de que si Estados Unidos mantiene su presencia en Alemania en el marco de la OTAN, ni una pulgada de las fuerzas armadas actuales de la OTAN la jurisdicción se extenderá en dirección este”.

“Este” significaba Alemania Oriental. Nadie pensaba en nada más allá, al menos en público. Eso está de acuerdo en todos los lados. Los líderes alemanes fueron aún más explícitos al respecto. Estaban encantados de tener el acuerdo ruso para la unificación, y lo último que querían eran nuevos problemas.

Existe una extensa erudición sobre el tema: Mary Sarotte, Joshua Shifrinson y otros, debatiendo exactamente quién dijo qué, qué quiso decir, cuál es su estado, etc. Es un trabajo interesante y esclarecedor, pero al final, cuando el polvo se asienta, es lo que cité del registro desclasificado.

Podríamos preguntarnos por qué Putin ha adoptado una postura tan beligerante sobre el terreno. Hay una industria artesanal que busca resolver este misterio: ¿Es un loco? ¿Está planeando obligar a Europa a convertirse en un satélite ruso? ¿Qué está haciendo?

Una forma de averiguarlo es escuchar lo que dice: durante años, Putin ha tratado de inducir a los EE.UU. a prestar atención a las solicitudes que él y el ministro de Relaciones Exteriores Lavrov repitieron, en vano. Una posibilidad es que la demostración de fuerza sea una forma de lograr este objetivo. Eso ha sido sugerido por analistas bien informados. Si es así, parece haber tenido éxito, al menos de forma limitada.

Alemania y Francia ya han vetado los esfuerzos anteriores de Estados Unidos para ofrecer la membresía a Ucrania. Entonces, ¿por qué Estados Unidos está tan interesado en la expansión de la OTAN hacia el este hasta el punto de tratar una invasión rusa de Ucrania como inminente, incluso cuando los propios líderes ucranianos no parecen pensarlo? ¿Y desde cuándo Ucrania llegó a representar un faro de democracia?

De hecho, es curioso ver lo que se está desarrollando. Estados Unidos está avivando vigorosamente las llamas, mientras que Ucrania le pide que baje el tono de la retórica. Si bien hay mucha confusión acerca de por qué el demonio Putin actúa como lo hace, los motivos estadounidenses rara vez están sujetos a escrutinio. La razón es familiar: por definición, los motivos de Estados Unidos son nobles, incluso si sus esfuerzos por implementarlos tal vez estén equivocados.

Sin embargo, la pregunta podría merecer alguna reflexión, al menos por parte de “los hombres salvajes en las alas”, para tomar prestada la frase del exasesor de seguridad nacional McGeorge Bundy, refiriéndose a esas figuras incorregibles que se atreven a someter a Washington a los estándares aplicados en otros lugares.

Una posible respuesta la sugiere un famoso eslogan sobre el propósito de la OTAN: mantener a Rusia afuera, mantener a Alemania abajo y mantener a los Estados Unidos adentro. Rusia está afuera, muy afuera. Alemania está abajo. Lo que queda es la pregunta de si Estados Unidos estará en Europa; más exactamente, si debería estar a cargo. No todos han aceptado tranquilamente este principio de los asuntos mundiales, entre ellos: Charles de Gaulle, quien adelantó su concepto de Europa desde el Atlántico hasta los Urales; Ostpolitik del excanciller alemán Willy Brandt; y el presidente francés Emmanuel Macron, con sus actuales iniciativas diplomáticas que están causando mucho descontento en Washington.

Si la crisis de Ucrania se resuelve pacíficamente, será un asunto europeo, rompiendo con la concepción “atlantista” posterior a la Segunda Guerra Mundial que coloca a los EE.UU. firmemente en el asiento del conductor. Incluso podría ser un precedente para nuevos movimientos hacia la independencia europea, tal vez incluso hacia la visión de Gorbachov. Con la iniciativa de la Franja y la Ruta de China invadiendo desde el este, surgen problemas mucho más importantes de orden global.

Como casi siempre en el pasado cuando se trata de asuntos exteriores, vemos un frenesí bipartidista sobre Ucrania. Sin embargo, mientras los republicanos en el Congreso instan al presidente Joe Biden a adoptar una postura más agresiva hacia Rusia, la base protofascista cuestiona la línea del partido. ¿Por qué y qué nos dice la división entre los republicanos sobre Ucrania?

Uno no puede hablar fácilmente del Partido Republicano de hoy como si fuera un partido político genuino que participa en una democracia en funcionamiento. Más acertada es la descripción de la organización como “una insurgencia radical, ideológicamente extrema, desdeñosa de los hechos y compromisos, y desdeñosa de la legitimidad de su oposición política”. Esta caracterización de los analistas políticos Thomas Mann y Norman Ornstein de American Enterprise es de hace una década, anterior a Donald Trump. Por ahora está muy desactualizado.

No sé si la base popular que Trump ha convertido en un culto de adoración está cuestionando la postura agresiva de los líderes republicanos, o si les importa. La evidencia es escasa. Las principales figuras de derecha estrechamente asociadas con el Partido Republicano se están moviendo hacia la derecha de la opinión europea y de la postura de aquellos que esperan mantener cierta apariencia de democracia en los EE.UU. Van incluso más allá de Trump en su apoyo entusiasta al presidente húngaro. La “democracia iliberal” de Viktor Orban, ensalzándola por salvar la civilización occidental, nada menos.

Esta efusiva bienvenida al desmantelamiento de la democracia por parte de Orban podría traer a la mente el elogio al líder fascista italiano Benito Mussolini por haber “salvado la civilización europea [para que] el mérito que el fascismo ha ganado para sí perdure eternamente en la historia”; los pensamientos del venerado fundador del movimiento neoliberal que ha reinado durante los últimos 40 años, Ludwig von Mises, en su clásico Liberalismo de 1927.

El comentarista de Fox News, Tucker Carlson, ha sido el más franco de los entusiastas. Muchos senadores republicanos le siguen la corriente o afirman ignorar lo que está haciendo Orban, una notable confesión de analfabetismo en la cúspide del poder mundial. El muy respetado senador senior Charles Grassley informa que sabe sobre Hungría solo por las exposiciones televisivas de Carlson, y lo aprueba. Tales actuaciones nos dicen mucho sobre la insurgencia radical. Sobre Ucrania, rompiendo con el liderazgo del Partido Republicano, Carlson pregunta por qué deberíamos tomar una posición sobre una disputa entre “países extranjeros a los que no les importa nada Estados Unidos”.

Cualesquiera que sean las opiniones de uno sobre los asuntos internacionales, está claro que hemos dejado atrás el dominio del discurso racional y nos estamos moviendo hacia un territorio con una historia poco atractiva, por decirlo suavemente.

Truthout.org/

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