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¿Sobrevivirá el proyecto europeo al momento orwelliano en el que se ha enredado? La Unión Europea (UE), que lleva toda la vida insistiendo en que es la única garante de la paz en el continente, está totalmente dispuesta a poner sus operaciones al servicio de la guerra para garantizar la paz. En su famosa novela ‘1984’, George Orwell preveía una inversión total del sentido de las palabras por parte de un poder totalitario con el lema «La guerra es la paz». Si la autoproclamada encarnación de la paz en Europa se fija, mediante la reactivación de una industria de defensa, como principal objetivo la financiación de la guerra ¿debemos entender que «la paz es la guerra»?
Las instituciones europeas y sus representantes han ignorado, hasta el punto de olvidar, que la paz nunca puede darse por sentada. No es por falta de advertencias. En 2006, el dirigente político e intelectual francés Franck Biancheri, recordaba sin ambages que «la historia europea nos ha enseñado que los sueños y las pesadillas son dos caras de la misma moneda. […] Al no dejar lugar a dudas, preguntas o incertidumbres, estos eslóganes absolutos –‘Europa hace la paz’– proyectan una visión completamente opuesta del futuro».
Así que, ante el sombrío panorama, se puede afirmar que el futuro se está invirtiendo.
Este 2024 estará marcado por la actitud de espera típica de los años electorales. En consecuencia, cualquier explosión de las tensiones se mantendrá relativamente contenida hasta finales de año. Ahora anticipamos que estas tensiones, que ya están agrietando el edificio europeo, lo sumirán en un estado de guerra «total» a principios de 2025.
Una guerra «total» en el sentido de que no se trata sólo de un compromiso estratégico en Ucrania, aunque este enfrentamiento militar esté llamado a durar. Tras haberse estancado por el momento, los combates se reanudarán con mayor intensidad de aquí a finales de año. Los ucranianos se verán sacrificados en el altar de la contención de Rusia, ya que Occidente tiene interés en prolongar la guerra. Los únicos intentos de resolución diplomática del conflicto procederán del Sur Global, pero seguirán siendo infructuosos, al menos hasta 2025.
En el plano económico, la UE acaba de lanzar un plan sin precedentes para reactivar a largo plazo su industria de defensa. Este plan revela tanto la conciencia de las carencias de una Europa «poderosa», como el deseo de utilizar la guerra para impulsar la industria y la economía europeas a través del sector de la defensa. También revela las limitaciones y divisiones existentes en el seno de las instituciones europeas, que en última instancia benefician a Estados Unidos al reforzar la OTAN y la industria de defensa estadounidense.
Estas divisiones se manifiestan sobre todo en el plano político, ya que la campaña electoral europea se ha iniciado con una lucha encarnizada en la que se han desenvainado los cuchillos, tanto entre los partidos políticos como dentro de ellos. Si bien esta situación afecta a casi todos los Estados miembros (Alemania, Francia, Italia, Portugal, Grecia, Países Bajos, Rumanía, etc.), los grupos parlamentarios europeos no están exentos de ella (por ejemplo, el ultraconservador Partido Popular Europeo).
En términos sociales, será difícil contener la explosión de la bomba. Dado que a escala europea se entiende claramente que, al término de las elecciones, el «Security Deal» sustituirá al «Green Deal», las preocupaciones sociales y ecológicas de los ciudadanos quedarán relegadas a un segundo plano. La crisis sistémica mundial ha alcanzado tales profundidades que resulta imposible evitar la confrontación abierta, y mucha gente se está quedando atrás. Este es el futuro de la Unión Europea que se proyecta para 2025: la Europa fragmentada implosiona bajo la presión de la guerra.
En Estados Unidos, una encarnación de las divisiones y tensiones puede verse en la brecha generacional entre los candidatos presidenciales y la fuerza electoral de la generación más joven.
A escala mundial, las tensiones son más evidentes que nunca en la institución que simboliza la paz mundial, la ONU. El Consejo de Seguridad ya no garantiza la seguridad de los más vulnerables y refleja cada vez menos el equilibrio de poder internacional, por lo que su reforma es aún más urgente. En tal sentido se reforma el Consejo de Seguridad o se deja morir.
Ante el horizonte fatalista, es preciso tomar prestadas las palabras del dirigente y politólogo francés Franck Biancheri, dado que el proyecto europeo, tal como se lo concibió, está «basado en la racionalidad, en la conciencia de las dificultades inherentes al camino emprendido, en la importancia de implicar en él a los europeos, en la lucidez ante el riesgo de fracaso y en un principio de proceso sin finalidad ‘utópica’»; en resumen, que es una esperanza, una esperanza europea.