POR JAIRO RESTREPO RIVERA /
Entre el 4 y 6 de diciembre pasados, el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), realizó el primer Congreso Internacional de Protección Vegetal, en la ciudad de Bogotá, evento al cual fui invitado como conferencista dentro de la temática de la agroecología.
Realizar y promover un evento de esa categoría a través de una entidad institucional como el ICA, hace vergonzoso ver que, tanto el objetivo como la convocatoria de los participantes fue totalmente excluyente, pues por ninguna parte aparecieron campesinos y campesinas, los verdaderos protagonistas de la producción de comida en esta Colombia potencia de la vida y del cambio. Olvida el ICA que son las instituciones las que necesitan de las comunidades para existir, pues de un modo natural, campesinas y campesinos cultivan, mejoran semillas, desarrollan e intercambian conocimientos y buscan estrategias para producir sus propios bioinsumos, con Institucionalidad o sin ella, como ha ocurrido en las últimas décadas.
Como era de esperar, los temas se enfocaron en cómo manipular genéticamente, regular y concentrar cada vez más las semillas en manos de centros internacionales al servicio del imperio agroindustrial, cuyos voceros estaban presentes como conferencistas “invitados” con dineros públicos (el CIAT de Colombia, el CIP de Perú y el CIMMYT de México); en el evento se exponía la forma de enfrentar la vida, sólo cambiando mecanismos para matar y controlar insectos y microorganismos, y aplicando herbicidas en las mal llamadas malezas, como si fuese el único método para producir comida sana. En algún momento, inclusive, de forma grotesca, uno de los conferencista llamó a un sencillo insecto (la mosca Bactrocera), el peor de los monstruos espeluznante de las frutas. Al mismo tiempo que se discutía sobre el auspicio del dinero público para pulir y perfilar los diferentes mecanismos para perseguir, controlar, normativizar y vigilar campesinos y campesinas, con la disculpa de la inocuidad para producir abonos y prohibirles en el futuro preparar bio-insumos a partir de recursos que proporcionan sus propios territorios. Sería, entonces, una violación a la autogestión y autonomía de las comunidades rurales colombianas. Esto es una afrenta a la soberanía con la que se debe enfrentar el manejo de abonos orgánicos en nuestro país. Ofende traer como invitado a un conferencista de Europa, en donde las condiciones culturales del manejo son bien diferentes, comenzando por la estacionalidad climática y el modelo de consumo despilfarrador que ese continente colonizador experimenta, similar al modelo norteamericano.
Por otro lado, me lleve la gran sorpresa en el evento, que se distribuían libretas financiadas por la empresa privada Smurfit Kappa (antigua Cartón de Colombia), que ha estado en conflicto permanente, ya que sus monocultivos de eucalipto ocupan tierras de comunidades indígenas y campesinas, principalmente en los departamentos del Tolima, Risaralda, Quindío, Valle y Cauca; como quien dice, el Estado recibiendo libreticas de la industria privada depredadora, para eventos oficiales, ¡Qué vergüenza!
Finalmente, muchos de los participantes de este evento solo estaban con la finalidad de perfilar y ajustar sus nuevos negocios y ofertas de bio-insumos producidos industrialmente, bajo la protección de patentes; otros, a la espera de confirmar que el mercado de bio-insumos aprobados por el Estado, sea nueva mercancía del eco-mercado engañador, a disposición de la sostenibilidad económica de unos pocos, en detrimento, nuevamente, de una economía campesina en agonía y totalmente desprotegida en todos los sentidos, para producir potenciando la vida y permaneciendo con dignidad en el campo. A pesar de las tres interrupciones que de manera intencional hicieron durante la presentación de mi conferencia (por orden de los organizadores), me fue posible terminar, para alivio de quienes esperaban cosechar lana pero salieron trasquilados.
El papel del ICA no debe ser el de cambiar leyes y resoluciones para perseguir y reprimir a campesinos y campesinas para quitarles sus semillas. Señores del ICA, no fomenten con leyes impositivas la violencia tecnológica en el medio rural, para expulsar la gente que lo habita, no fomenten el desplazamiento sistemático y la guerra tecnológica al servicio de grandes multinacionales, a través de la imposición de monocultivos con semillas transgénicas. Más bien, dedíquense a perseguir las causas de la pobreza y la miseria que destruyen este país, dedíquense a una investigación tecnológica cuyos resultados estén a disposición de la gente más humilde del medio rural y no al servicio de los monopolios agroindustriales. Busquen alianzas con el pueblo en el medio rural, para que la investigación y el conocimiento estén disponibles democráticamente a diario, para todos y todas, fomenten una forma de actuar y pensar sana con las personas más humildes del campo colombiano que producen nuestra comida. Disfruten la dignidad de ser funcionarios públicos al servicio del pueblo.
Es muy importante recalcar que secuestrar las semillas nativas a campesinos y campesinas, es una guerra tecnológica sucia, que constantemente fomenta de forma descarnada el desplazamiento y la existencia y formación de estructuras tecnológicas paraestatales, para favorecer centros internacionales y multinacionales.
“La Paz Total para el pueblo de Colombia solo llegará cuando haya paz con las semillas y con la tierra”.