POR ÁLVARO GARCÍA LINERA
Ahora el Fondo Monetario Internacional (FMI) pregona una economía anfibia que combine proteccionismo y libre comercio en gradaciones que dependerán de qué sector social es el que conduce esta transición de época.
No dejan de sorprender las piruetas ideológicas que está ensayando el FMI. Acostumbrada a pontificar durante décadas sobre unas leyes de mercado escritas incorruptiblemente en roca, hoy, con una dosis de cinismo y asombrosa flexibilidad teórica, coquetea con planteamientos anteriormente excomulgados del léxico económico mainstream.
Déficit fiscal cero, contracción del gasto público, reducción del endeudamiento, supresión de subvenciones, apertura comercial, privatizaciones de empresas públicas y desregulación del mercado laboral eran unos preceptos «universales» distribuidos bajo el formato copy-page a cuanto país del mundo solicite crédito externo. Podía ser Bolivia, Ecuador, Rusia, Polonia, Nigeria, Chile, Grecia o cualquier otra nación en apuros, había un único camino para abrazar la prosperidad occidental. Para problemas e historias distintas, se tenía el mismo inevitable y sagrado destino: el libre mercado que premiaría a los triunfadores y entregaría a la caridad a los perdedores.
Hoy, en tanto haya algunas elites políticas y empresariales sobreviviente de esos jurásicos tiempos liberales, el recetario será el mismo. Pero los del FMI no son tontos. Saben que ese anacronismo solo es apetecible para algunos fósiles extraviados en África o Latinoamérica. Comprenden que en el resto del mundo, especialmente en los países que son miembros de las «economías avanzadas», el viejo vademécum de mercado ni funciona ni seduce a millones y millones de votantes enojados con la desigualdad y la humillación de ser los perdedores.
Ante la guerra comercial iniciada por EEUU contra China desde 2018 y que tiro al basurero de la historia la muletilla de la «eficiente asignación de recursos por del mercado global», el FMI acuñó el atractivo concepto de «fragmentación geoeconómica», un eufemismo para aceptar que los tiempos del libre comercio mundial habían terminado para dar paso al «comercio de amigos». La «seguridad nacional» de las grandes economías occidentales, se ponía por encima de su ineficiencia productiva respecto al gran taller mundial de la China.
Ahora, el 2024, acaba de publicar varios textos de antología equilibrista. El proteccionismo que hasta hace una década era considerado un desvarío pre-económico, ahora luce el reconocimiento fondomonetarista y es presentado como la nueva tendencia económica mundial que «ha regresado con fuerza».
En un documento titulado «The return of industrial policy in data» (enero/ 2024) e «Industrial policy coverage in IMF surveillance» (feb/2024), el FMI intenta mezclar las viejas machaconerías de mercado con el nuevo léxico de intervencionismo y subvenciones estatales que ya se han convertido en irreversibles.
Por prurito verbal, el FMI no se aferra al concepto de proteccionismo, lo que sería ya casi una abdicación moral, y prefiere referirse a las «industrial policies» o «políticas industriales». Lo interesante del último documento es que establece lo que el FMI tiene que hacer frente a esta indeseable realidad ascendente.
Inicialmente el FMI define a las «políticas industriales» como «intervenciones gubernamentales especificas destinadas a apoyar empresas, industrias o actividades económicas nacionales para lograr ciertos objetivos nacionales (económicos o no económicos)». Y Se aplican mediante múltiples mecanismos a favor de empresas públicas y privadas: los subsidio, por ejemplo a los carburantes y la energía eléctrica; las donaciones económicas directas; prestamos estatales concesionales, reducción de impuestos, inyección de capital gubernamental, impuestos a las exportaciones, subsidios a la exportación, alivios a las cargas sociales, restricciones a la transferencia tecnológica, restricciones de contratación en obras públicas, requisitos de contenido local a productos comercializados, etc.
A estas alturas los liberales jurásicos se estarán revolcando en el piso al ver juntas tantas «ofensas» a la libertad económica. Pero sí, ese es el nuevo lenguaje del FMI. Y no se trata de un exceso verbal sino de una realidad. Como se ve en la gráfica, este tipo de intervenciones estatales que ya comenzaron a aflorar tras la crisis del 2008, se han disparado los últimos años. De cerca de 200 a inicios del año 2000, a 3500 el año 2022 y cerca de 2800 en 2023. Según el Global Trade Alert, desde el 2008, se han implementado más de 32.000 acciones proteccionistas en todo el mundo, 5 veces más que las acciones en favor del libre comercio. Lo más llamativo de todo ello es que quienes encabezan este neoproteccionismo no son países en «vías de desarrollo» sino las llamadas «economías avanzadas».
Las áreas donde más se está sustituyendo el «libre comercio» son en los sectores de semiconductores, minerales críticos necesarios para el cambio de la matriz energética; ramas industriales de acero y aluminio; tecnologías de uso civil-militar; tecnologías bajas en carbono; especialmente automóviles eléctricos y paneles solares; insumos médicos y, en general, cualquier sector de empleo de «tecnologías avanzadas», que incluye las actividades de mayor rentabilidad. En otras palabras, proteccionismo en cualquier parte. Un ejemplo claro y reciente de ello son los 6.600 millones de dólares de subvención, y 5.500 de crédito concesional del gobierno norteametricano para la instalación de una planta de microprocesadores de la empresa taiwanesa TSMC en Arizona; o la elevación de los impuestos a la importación de autos eléctricos chinos, del 100 % al ingresar a EEUU; del 47 % el hacerlo a la Unión Europea.
Sin embargo, el FMI no pierde sus raíces y añoranza por los «dorados años» del hiperglobalismo, hoy en retirada. Resignado al curso del viento de los nuevos tiempos de revival nacionalista o regionalista de la economía mundial, considera que el neoproteccionismo no solo tiene el «listón bien alto» para intentar abordar las «fallas del mercado» sino que, además, puede generar numerosas «ineficiencias», como las distorsiones en la asignación local de recursos, en los flujos comerciales, en la inversión y, además, alentar «políticas de ojo por ojo» del lado de los socios comerciales, como lo que viene sucediendo entre EE.UU. y China.
De ahí que, para adelante, el FMI elabora un catálogo de «recomendaciones» para la ejecución de nuevas «políticas industriales», además de establecer un conjunto de requisitos para involucrar al propio FMI en su aplicación. ¿Significa esto que el FMI se ha vuelto proteccionista? No, para nada. Solo se trata de una dosis de sobrio realismo y una enorme voluntad de atemperar, lo más que se pueda, un proteccionismo que parece querer desbocarse.
Entre las recomendaciones para políticas proteccionistas está el de pedir a sus ejecutores que previamente estudien si en verdad existe alguna falla en el mercado; el de mantener la neutralidad competitiva que no discrimine demasiado a privados locales o extranjeros; el de implementar una gobernanza sólida y evaluar los costos y beneficios de esas medidas. El propio FMI se da cuenta de la ingenuidad de estos pedidos frente a la impronta de la «seguridad nacional» y la competencia geopolítica, pero confía en que algún gobernante pequeño de algún país empequeñecido tenga oídos receptivos. Que se sepa hasta hoy, ninguna medida proteccionista ha sido implementada consultándole al FMI.
Y en lo que respecta a las condiciones para «supervisar» o «acompañar» políticas industriales, señala que esto podrá suceder si «son consistentes con la promoción de la estabilidad macro económica», es decir, no se incrementen déficits fiscales; no se ponga en riesgo la balanza de pagos, es decir, se pague puntualmente a los acreedores extranjeros; ser rentables, es decir, nada de desvaríos para subvencionar bienestar social. Y, en el caso de tratarse de temas de «seguridad nacional», el FMI mirara a otro costado, preocupándose únicamente en el impacto económico interno y sus «efectos transfronterizos». Con estos requisitos, tengo curiosidad de saber cuándo se producirá el primer «memorándum de asistencia proteccionista» del FMI. Claramente nunca sucederá con las grandes potencias que están implementando su proteccionismo como les da la gana y les importa un comino si este incumple «sus obligaciones con la Organización mundial del Comercio», tal como reclama lastimeramente el FMI. Estas condiciones, son para la nueva realidad que se avecina en los países en «vías de desarrollo».
No cabe duda que las reglas de la economía mundial están cambiando, aunque no necesariamente el bienestar de la gente. Mientras ahora, en «Occidente» comienza a ser bien vistas las políticas proteccionistas para contener el avance industrial chino, en las relaciones laborales sigue campeando las reglas de liberalización de los contratos que aseguran bajos salarios y precariedad ocupacional.
En ello se devela la hipocresía empresarial, denunciada hace más de 150 años por Marx en su manuscrito sobre el paladín del proteccionismo decimonónico, Friedrich List, que pretendía «desconocer para afuera de las fronteras» aquellas reglas del libre comercio que se aplican implacablemente contra los trabajadores al interior de cada país. El resultado, una economía anfibia que combinara proteccionismo y libre comercio en gradaciones que dependerán de que sector social es el que conduce esta transición de época.